Su respuesta es una ambigüedad que tiene visos de provocación. Y sin embargo es el tono de su voz y la forma en que lo ha dicho, más la alongada posición de los antebrazos, –apoyados los codos sobre el tejido negro que cubre sus rodillas– con sus manos encarceladas por la firmeza de sus dedos entrelazados, lo que me intranquiliza.
Siento miedo de lo que se me viene encima. Porque no puedo dejar de pensar en lo doloroso que será escuchar lo que me va a contar ahora, haciéndome palidecer de antemano sin siquiera haber escuchado una frase más. Lo presiento y ya mi corazón late con tanta fuerza que parece intentar entre pálpito y pálpito, en medio de cada respiro, salírseme del pecho. Me va a decir lo que le pedí y ahora… ¡Dios mío! Me está dando físico pánico hacerla rememorar sus engaños, no por ella si no por mí mismo. No quiero sentir más dolor y sin embargo pienso que es necesario que mortifique el amor que mi corazón siente por ella.
Esta sensación de incomodidad no es más que una clara señal de que sigo emocionalmente afectado y… ¡Putamente enamorado! O si no… ¿Por qué me escuece la garganta si enfermo no estoy? ¿Por qué me sudan las manos y hasta mis pelotas, si gracias al nuboso atardecer ha caducado el calor? ¿Por qué tiemblan mis piernas y rechinan mis dientes como castañuelas golpeándose entre sí, si tampoco siento tanto frío?
No me sirvieron para una mierda los kilómetros de distancia que interpuse entre su esmerada traición y mi cruel decepción. Por el contrario, han sido apenas unos míseros milímetros cubiertos con rapidez por las sombras de estos dolorosos recuerdos.
Y bien que lo han hecho, pues me han perseguido y hallado, encogido en el piso llorando, extendido y embriagado en muchas madrugadas. Lamiendo en soledad las heridas con mi saliva emborrachada, en los escasos metros cuadrados de mi habitación, en la cabaña que por muchos meses fue nuestro hogar. Aquella soñada paz, o el sosiego tan anhelado para mi corazón lejos de Mariana nunca lo hallé, a pesar de que muchos aquí sin meterse en lo que no les incumbía, me otorgaran el bálsamo de su sincera amistad.
Sentada de medio lado, Mariana agobiada y con semblante de pecadora me observa con detenimiento, y cauta espera por alguna reacción de mi parte a su confusa respuesta, pues endereza su espalda y echa hacia atrás su cabello con una sola mano, ya que con la otra prácticamente me rapa la botella de ron para llevarla hasta su boca y beber con elegancia un sorbo, sin apartar de mi vista el azul de su mirada.
¡No! Me equivoco, pues sin cerrar los ojos o hacer gestos por el ardor, ahora se manda otro groseramente más prolongado, tanto así que pequeñas gotas desfilan en hilera, desde la comisura de sus labios hacia el mentón. Sin embargo es el pulgar de su mano izquierda el que se sacrifica y se moja por ambos lados, limpiando sin dramas el pequeño cauce de ron sobre su alba piel. Y todo ello lo hace Mariana con aquella mirada de siempre, –expresándome su amor– más en esta ocasión la acompaña con el velado manto de su martirio.
El azul cielo de su iris ahora es penosamente más añil, intensamente profundo, tan temido por mí. La mujer que amo, generosamente me va a lacerar con el filo de la daga de su franqueza, ante mi insistencia de saber por su propia boca, todas sus razones, las que le llevaron a romper con su promesa de fidelidad eterna.
—No necesariamente fue así… ¡Con él! Pero sí, claro que aciertas al pensar que esa noche de domingo algo cambió, sin echarle la culpa a nadie por mi comportamiento, ni tampoco al alcohol aunque en algo incidió; mucho menos de aquel juego o por ese beso que ofrecí como lección para él, fue como se inició todo dentro de mí, como yo lo compliqué. ¡Pufff!… Y que luego desencadenaron los acontecimientos posteriores con José Ignacio. —Finalmente le respondo a Camilo sin dejar de observarle, tras dejar pasar por mi garganta, el ultimo y prolongado sorbo de ron.
Y es que yo creo que es mejor así, para Camilo y para mí. Haciéndolo de frente, sin ocultarle ningún detalle, aunque nos mortifique a los dos. Me ha pedido ser clara y honesta, por lo tanto es preciso continuar hablándole con total sinceridad, aunque me avergüence de mis actos y a pesar de que al saberlo, se le inflame el alma más de lo que quema en mis entrañas este ron.
—Cansados de atender a varias personas interesadas, pero alegres por los negocios realizados, nos trasladamos al atardecer en la minivan hasta el hotel, solo las muchachas y yo, pues tanto Eduardo como Carlos, decidieron irse en el viejo Honda de José Ignacio. Durante el corto trayecto les expresé a las chicas mi deseo de relajarme un rato en la piscina o en la sauna, antes de partir hacia Bogotá en la noche. Sin embargo cielo, cuando están por suceder las cosas, caprichosamente los imprevistos suceden. Apenas llegando a la entrada del hotel, un fuerte crujido proveniente de la parte delantera de la camioneta, se escuchó al girar frente a la puerta de la entrada.
— ¿Qué pasó? —Preguntamos las tres en al mismo tiempo.
—Parece ser un eje. —Nos respondió sin mucho sobresalto el conductor.
— ¿Y será muy grave? —Le pregunté tan solo yo.
—Tranquilas, tengo un conocido por acá cerca que es un buen mecánico. Voy a pasar hasta su taller. Lo único es que… ¡Hay que rezar para que lo encuentre sobrio a estas horas! —Nos respondió sonriente y bromeando, intentando quitarle gravedad al asunto y al bajarnos de la minivan, el chofer arrancó muy despacio con cara de preocupación.
—Que desafortunado que fui, y que conveniente para ti. Digo, ¿no? —Interviene mi esposo con otro sarcasmo y yo, tan solo levanto los hombros ante sus palabras.
—Al llegar a nuestra habitación, –continúo, restándole importancia– tanto Diana como K-mena muy alegres me secundaron en la idea y después de ducharnos cada una con premura, buscamos entre el escaso equipaje nuestros vestidos de baño. Diana con desparpajo se retiró la toalla que envolvía su cuerpo y se colocó un bañador enterizo muy bonito, con un estampado geométrico multicolor, de esos que se anudan en el cuello, dejándole toda la espalda descubierta, y por delante dos franjas de tela con un atrevido escote, tan pronunciado que le llegaba hasta el ombligo y que recientemente había comprado en el Bulevar para lucirlo allí.
—Diana a pesar de tener unos kilitos de más, nos mostró sin pudor su cuerpo bien proporcionado, con unos senos generosos, –algo caídos la verdad– pero muy llamativos al tenerlos tatuados con una especie de arreglo floral sobre cada uno de ellos, imprimiéndoles mayor atractivo, a pesar de tener algunas estrías alrededor de sus grandes areolas marrones, seguramente de tanto amamantar a su niña y otras bastante más pronunciadas en el bajo vientre. Su pubis lampiño no ocultaba para nada la hendidura de su rajita, apartando sus pronunciados labios mayores. En la redondez de sus nalgas y la parte posterior de los muslos, se manifestaba un poco la celulitis, con esa odiosa piel de naranja que se nos forma, –y a la que tanto temo– pero en verdad con esa figura, no desmerecía ninguna lujuriosa mirada, ya fuera masculina o femenina.
—K-Mena más prudente, se metió de nuevo en el baño para cambiarse y regresó al momento ya luciendo asimismo un traje de baño enterizo, discreto y completamente negro. O sea, un modelito similar a esos que usan las competidoras de los equipos de natación en las olimpiadas, y que la cubría más que los calzones de mi abuelita, como sueles decirme tú cuando debo usar mis «cucos» anchos al llegarme el periodo. —Mi comentario no le produce ni una leve sonrisa, y sin embargo, cuanto me vendría de bien en este momento.
—Por el contrario yo tenía a mano dos posibilidades: aquel fucsia con florecitas amarillas, de amarrar por detrás al cuello y la prenda inferior realzando mis caderas, con las almohadillas en el brasier para aumentar el tamaño de mis tetas, o un bikini con estampado de animal print sin estrenar, un poco más escaso de tela y algo provocador, con el sujetador tipo strapless, y abajo un triangulito bastante revelador, por delante y por detrás. Lo adquirí pensando en ti, en lucirlo para ti en las próximas vacaciones.
— ¡Jahh! ¿Cuáles Mariana? —Despectivo me pregunta Camilo.
—Pues no sé, las que hubieran en su momento. Los días que pudiéramos escaparnos por ahí. Y sí mi vida, ya sé que habíamos hablado de viajar a San Andrés con el niño en diciembre unos días pero… Sencillamente no pude. —Le contesto abochornada.
— ¿No pudiste o no quisiste?
—Camilo, es que tenía pendiente cerrar algunos negocios y se me complicó todo ese mes. Lo siento.
—Sí, claro. Es lógico, primero el trabajo que el placer. Bueno, lo de placer no lo tengo tan claro En fin, continua por favor. —Nada más decirle, me di cuenta que a veces es mejor morderme la lengua, porque no es mi estilo provocar dolor, el mismo que veo asomándose en los ojos de ella.
—Finalmente me decidí por el viejito. Aquel que compramos por aquí, en una de las tiendas de Kokomo Beach, cuando Mateo me ensucio el enterizo blanco que llevaba puesto con la salsa de tomate de su Hot Dog. ¿Lo recuerdas? —Camilo aprieta los labios y ladea un poco su cabeza.
—Y como anuncia el dicho: «A donde fueres, haz lo que vieres», pues también me lo coloqué en frente de ellas sin cubrir mi desnudez. K-Mena sin dejar de echarle una ojeada a mis «puchecas», se colocó por encima una camiseta blanca tipo polo de cinco botones, y unos pantaloncitos cortos de jean. Yo usé tu camiseta azul, la de tu equipo de futbol favorito, –Camilo abre bastante sus ojitos– y que te habías comprado para asistir con tus hermanos al estadio para observar un importante clásico. ¡Si, Cielo! Me la llevé sin tu permiso pero es que yo… Pues quería tener algo tuyo cerca, que me oliera a ti, para tenerte presente en todo momento.
—Igualmente opté por colocarme los shorts blancos de mezclilla y que cuando me acompañaste para probármelos, te gustaron tanto, aunque pusieras reparos al ver que ya venían rotos por delante y por detrás, y encima de todo que estuvieran deshilachados. —«Pagar tanto dinero, –me dijiste al salir del local con las compras– por algo que los diseñadores hacen parecer viejo y desgastado, no tiene ningún sentido para mi estilo de ver la moda.» Y me hiciste reír mucho. ¡Tú, con ese gusto tan cuadriculado para vestir, y yo tan descuadrada con el mío! —Camilo por fin se sonríe, más no musita palabra alguna y enciende uno de sus rubios, acomodando enseguida su gorra de beisbolista con la visera hacía atrás.
En actitud de espera, me observa. Comprendo que se encuentra agobiado pero expectante a la vez, queriendo obtener por mi propia boca mayor información. Descruza las piernas, se encorva un poco para alcanzar la botella de ron y la levanta del piso. Bebe un poco y vuelve a dejarla allí con la intención de taparla, pero me mira y seguramente analiza que no me ha ofrecido un trago.
Con serenidad pliega un poco los labios y levanta sus hombros para finalmente alcanzarme la botella. Frunce el ceño y de su boca retira el cigarrillo apresándolo entre su dedo índice y el pulgar; al mantener entreabierta su boca, va colándose el humo que con ceremonial lentitud asciende por su rostro.
Me recuerda, –aunque no debería hacerlo en estos momentos– a la manera tan despreocupada de Chacho, al darle una aspirada a su porro matutino de marihuana. Porque sí, Chacho se pegaba sus necesarias «elevadas» todos los días en las mañanas dentro de su automóvil en el sótano del parking, antes de subir a la oficina, según él para estar «más despierto» durante el día, al confesármelo cuando lo pillé fumándose un porro en el patio de su casa, la primera vez que me aparecí bien temprano por su casa y que se lo permití, no porque me lo pidiera sino porque yo lo decidí así. ¡Darle a probar algo que le había negado con anterioridad!
—Cómo te decía, la intención era darnos un piscinazo y luego de comer algo ligero, esperar a que nos recogiera nuevamente la minivan para viajar a Bogotá. Cada una de nosotras guardó en los bolsos lo imprescindible. ¡Ya sabes! El móvil personal y el de la empresa, la billetera con el dinero y súper importante… ¡La cosmetiquera! Salimos de la habitación con tanta prisa que dejamos olvidadas las toallas. Me ofrecí a regresar por ellas y cuando alcancé en el elevador a las chicas, K-Mena hablaba con alguien por su teléfono. Puso cara de circunstancia y primero miro a Diana y luego a mí, arqueando las cejas y asintiendo a alguna propuesta que le habían hecho.
—Nenas, era Nacho. Dos noticias. ¡Una buena y la otra no tanto! –Nos dijo con jovialidad. – La buena es que nos invitan a comer hamburguesa en el centro. La otra es que nos toca quedarnos esta noche porque la camioneta no la pueden arreglar. No hay ahora donde comprar el bendito repuesto.
—Ni modos, chikis. Nos tocó hacer como hizo E.T. ¡A llamar a casa, mis cielitos! —Dijo Diana colocando su mano sobre mi hombro.
—Mi madre tendrá que comprender y aguantarse a su nieta otra noche más y tú feíta, –refiriéndose a mí– deja de poner esa cara de susto que tu abnegado marido se las apañará muy bien con tu hijito.
— ¿Y si nos vamos todos en el auto de Nacho? —Propuse como posible solución.
— ¡Jajaja, Chikis eres muy graciosa! Ese cacharro lo tiene Nacho todo destartalado, pero según él no es así, si no que está adaptado para competir en los piques callejeros los jueves en la noche. ¡Solo tiene dos sillas! ¿No lo has visto?
—Pues fíjate amiguis, que no he tenido la desgracia de montarme en él. Pero entonces, ¿Cómo se acomodaron los tres en el carro hace un rato? —Le indagué a Diana.
—Pues Chikis, el orangután de Carlos que siempre como un pendejo, se acuclilla atrás y va agarrado de la barra anti vuelco. —Alzando cejas y hombros, ella me respondió.
— ¿Y qué hacemos con esto? —Les pregunté a las dos, mostrándoles las toallas bajo mi brazo izquierdo.
—A ver Chikis, tú sí que te ahogas en un vaso con agua. ¡Dame eso! —Dijo Diana, y quitándome las tres toallas, se encaminó hacia la recepción y allí tras hablar con el empleado, las dejó sobre el mesón. ¡Que no se nos olvide pedírselas cuando volvamos! Bueno maricas, vámonos que la cuestión es de hambre. —Nos dijo cuándo se acercó nuevamente a nosotras y tomándonos a ambas por los brazos, nos jaló hacia la calle.
—Te llamé para avisarte, pero tú mi cielo, descartaste responder la llamada y por mensaje de texto me explicaste que estabas ya en la iglesia, asistiendo con tu familia a misa de siete. Por lo tanto escuetamente te respondí el mensaje explicándote la situación, y quedé en hablarte más tarde. Solo un ¡Ok! de tu parte recibí y con eso me quedé más tranquila. —Camilo me da la razón asintiendo con su cabeza y continúo con mi narración.
—El lugar pactado estaba ubicado a pocas calles del hotel. Creo que es donde tu hermano pedía los domicilios cuando nos quedamos para las navidades pasadas en su casa, pues por la cantidad de personas que estaban esperando por sus pedidos, intuí que serían las mismas. Sabes cómo cuido mi figura, pero ese olor de las papitas fritas y la carnita bien asada, con salsita BBQ, me doblegaron.
—Ya recuerdo de cuales me hablas. Y sí, son sabrosas en verdad. De hecho al escucharte, me has hecho sentir hambre. ¿Tú no? —Me dice de repente, sobándose el estómago con la mano derecha, pillándome por sorpresa al no poder reconocer si lo ha hecho en este preciso momento, por qué en verdad está hambriento o sencillamente lo hace para cortar con mi monólogo y romper con algo que le está causando verdadero dolor.
—Humm, sí. Pero déjame terminar primero que te cuente esta parte que es muy importante y después si continuamos hambrientos, vamos al Rib’s Factory y comemos allí. Pero esta vez invito yo. ¿Ok? —Le aviso a mi marido con decisión.
— ¡Como quieras, quiero! Dale pues, continúa. ¿Y después que sucedió?
Mi esposo me ofrece otro trago pero esta vez decido utilizar de nuevo el vaso de cartón y preparo otro ron con Coca-Cola, frente a un guarda de seguridad que para nada se molesta y tan solo nos saluda con una reverencia. Así que sin liarme mucho, vierto un poco de cada bebida. ¡Uno doble, pero con cara de triple!
—Y cómo te estaba diciendo, mientras devorábamos las hamburguesas y las salchipapas, Eduardo nos puso al tanto de la reparación de la camioneta. Con suerte a mediodía del lunes quedaría solucionado el inconveniente y podríamos regresar a nuestras casas. —Rascándose la nuca con una mano, abre Camilo el compás de sus piernas y acomoda la espalda contra el respaldo entablado, mientras con la otra me recibe el vaso, pero no bebe de inmediato. Yo me enciendo un Parliament para intentar encubrir mi nerviosismo entre el humo, al seguir rememorando lo acontecido y Camilo con calma da un sorbo para enseguida devolvérmelo.
—Salimos a caminar por ahí, nosotras tres por delante de ellos. Sabes cómo son de estrechos los andenes y más a esa hora con tanta gente deambulando por la ciudad, buscando qué hacer o algo para comprar. No supe con certeza a quien se le ocurrió la genial idea, pero terminamos ingresando a un bar muy poco iluminado. No protesté mucho es verdad, menos los demás; de hecho fui yo que tomando la vocería, le solicité al camarero una jirafa de cerveza y un Jack Daniel’s para Eduardo. Y nos pusimos a hablar de todo, por supuesto menos del trabajo.
—También bailamos un poco. Con Carlos una canción de salsa y con Diana y K-Mena, varias de música electrónica y reggaetón. Menos con el estúpido de Eduardo, que ya sabes cómo es de parco y dice no saber mover un pie sin pedirle permiso al otro. Y sí, mi vida, como lo imaginas yo bailé con él intentando eso sí, mantener prudente distancia. Alejé sus manos de mis nalgas más de una vez y mi vientre del suyo al sentírselo, ya sabes, bastante entiesado cuando varias veces intentó amacizarme bailando vallenato. —Bebo un trago y se lo paso a Camilo. Por supuesto que luego fumo y lo aspiro hasta colmar mis pulmones con ansiedad.
—Asimismo en otra ocasión después de un brindis por la agradable compañía de nosotras sus compañeras, intentó sin pena allí en la mesa, –Camilo me presta mayor atención– y delante de todos, buscar con su boca mis labios, preciso cuando bajaron la intensidad de las luces, al sonar una romántica bachata.
— ¿Y he de suponer que lo consiguió? —Me pregunta con un cierto deje de ironía, antes de llevar el vaso hasta su boca.
— ¡No! Esquivarlo fue muy fácil, lo difícil fue bajarle las revoluciones a Diana, que al percatarse de aquel arrebato, me decía al oído que me fuera para el hotel con él. —Le contesto con un nudo en mi garganta.
— ¡Aprovecha Chikis, que ese huevo quiere sal! Dale, que yo te cubro con los demás. ¡Hágale marica, que un polvito al año no hace daño y por mi boca nadie se va a enterar! —Negando con su cabeza, mi esposo bebe dos tragos seguidos y tira la colilla al suelo para aplastarla con rabia, como si aquel elaborado filtro de acetato de celulosa, tuviese algo de culpa.
— ¿Estás loca, Diana? ¡¿Qué te pasa?! Yo amo a mi esposo y además con este presumido no haría nada. Quien sabe con quién y por donde meterá ese pipí. ¡Guacala! —Le respondí más o menos así, algo enojada la verdad y un claro ¡Uhum! de Camilo logro escuchar, mientras recibo nuevamente de su mano temblorosa, el vaso con ron y Coca-Cola.
Y es que al parecer no le es suficiente mi explicación y no se traga por completo el cuento. Bebo con ganas un buen trago, y lo aderezo con el humo del tabaco retenido dentro de mi boca, inflando mis cachetes sin pasarlo aún a mis pulmones, observando que en su cara persiste la duda ante mí historia, con justa razón, aunque es todo cierto. ¡Ni modos!
—Entonces el Dj colocó la canción aquella que nos gozábamos tú y yo en la taberna que quedaba cerca de la universidad, la de Lou Bega «Mambo Nro.5». Entonces como un resorte me puse en pie y le extendí la mano de inmediato a K-Mena para salir con ella a bailar. Diana y Carlos lo hicieron también, quedándose sorprendido y aburrido en la mesa Jose Ignacio, acompañado por Eduardo que estaba a punto de terminar su amarillito, y así mi cielo yo mataba dos pájaros de un solo tiro. Los comentarios insidiosos de Diana y los desmedidos avances de él.
— ¡Ok, ok! Ya veo. Por estar de rumba fue que no contestaste mis mensajes ni las llamadas. Fui víctima de otra más de tus mentiras. —Me recrimina Camilo.
Con brusquedad retira de mis manos el vaso y se pone en pie, medio dándome la espalda, y mira hacia la vespertina oscuridad. Levanta la cabeza e inclina el acartonado envase sobre su boca, hasta que agota por completo el contenido.
— ¡Pero yo no te mentí! Fue verdad que al dejar mi teléfono dentro del bolso, no lo escuché sonar y además tampoco me fijé que se le había agotado la batería. —Me justifico como niña regañada.
—No me refiero a eso, si no al hecho que después de media noche cuando por fin te dignaste llamar, no mencionaste que habías terminado la noche de fiesta con tus compañeros y obviamente con ese malparido «siete mujeres». —Me contesta bastante enfadado.
—Bueno puede que tengas razón, –intento explicarle– pero es que yo en esos momentos tenía el pulso acelerado y desordenadas mis ideas. Dicha y entusiasmo, unos segundos antes de sentarme al borde de la cama para llamarte. Angustia y arrepentimiento, al escuchar tu voz cuando respondiste mi llamada.
—Todo mezclado a la vez, pues acababa de terminarlo de manera precipitada y de iniciar nuestra conversación intentando mantener la compostura. Lo había echado de la habitación unos minutos antes y para completar, tanto Diana como K-Mena ya se encontraban golpeando con insistencia la puerta. —Camilo se agarra la gorra por la visera y la gira nuevamente, ya con bastante cansancio. Brilla su frente por el sudor. Causado por mí relato o, ¿por su angustia?
—Me sentía terriblemente nerviosa al escuchar tu voz adormecida y con la euforia de aquellas dos compañeras de habitación, algo alicoradas, molestándome y yo sin saber cómo hablarte, mientras les hacía señas a ese par de locas para que se callaran. Con inquietud me planteaba si valía la pena haber puesto en riesgo mi matrimonio por lo sucedido. Tu preguntabas y yo apenas si te ponía atención pues me encontraba muy confundida, ya que «la mojigata», había logrado que… ¡Pufff! Mejor déjame terminar de explicarte la situación por favor, y hallaras la respuesta. —Le digo y también me pongo en pie, pero para acercarme hasta la caneca y depositar allí la ceniza del cigarrillo.
Uno, dos, tres y cuatro pasos son suficientes, pero percibo al darlos un temblorcito en mis muslos y algo agitada mi respiración. Me demoro en voltearme, pues no hallo aún la fortaleza necesaria para mirarle a la cara y contárselo sin que sufra demasiado y que al hacerlo… ¡No me deteste más de la cuenta!
—No sabíamos bailar bien esa música, –pienso que quizás sea la forma más suave de llevarlo al punto– y saltábamos las dos como un par de focas, haciendo el show en un Seaquarium. Sobre sus cabellos semi ondulados y, por supuesto sobre los míos tan lacios y tan negros, se reflejaban con intermitencia los destellos de las luces estroboscópicas de la pista de baile, al mover nuestras cabezas de un lado para el otro, dando pequeños saltos hacia adelante y para atrás; a un lado y luego al otro, moviendo los hombros sin soltar mis manos de las suyas.
Camilo se cruza de brazos, inclina la cabeza y su mirada se dirige hacia el suelo como si con las rectangulares formas de los adoquines, buscara acomodar las irregulares fichas de mis acciones en su mente, registrándolo todo y, especialmente el ambiente nocturno y festivo que disfrutamos, visualizando sin querer, los eventos que le estoy relatando. Da un pequeño paso a su izquierda y luego se devuelve a la derecha, –en silencio y pensativo– como si allí hubiese estado presente también él.
—K-Mena y yo cantando, –prosigo hablándole con suavidad, de pie frente a él– o para ser más sincera, gritando la letra de aquella canción pegajosa, dando vueltas y riendo sin descanso como un par de adolescentes emocionadas tras conseguir el permiso de sus padres para su primera cita con el muchacho que les movía el piso. Y amparadas después en la oscuridad del cinema, dejar que otras manos con bastante torpeza, te acariciaran lo que mamá ya había advertido no dejarte tocar, disfrutando de aquellas novedosas sensaciones, con nerviosa inocencia. K-Mena aparcando su mística timidez y por mi parte, alejándome del cansón acoso de José Ignacio.
—Diana y Carlos igualmente bailaban emocionados, bañados en sudor, apretados a nuestro lado por la cantidad de parejas que había en la pista. Entretanto, sentados en el reservado, ellos dos nos miraban. Uno de ellos por supuesto muy extrañado, haciendo mala cara al verse excluido sin dejarle formar parte de nuestra peculiar diversión. Y el otro… Bueno, en sus pequeños ojos grises vi un haz intenso y tan extraño como su brillosa cabeza calva, a pesar de la penumbra que rodeaba la mesa donde estaba acomodado, que me sacó de onda.
— ¿Solo a ti o de igual forma miraba a tu compañera? —Descolgando los brazos, para luego llevarlos hacia la espalda y tomándose uno de ellos con la mano del otro, me pregunta mi esposo con un tono de voz más calmo.
—Una mirada dirigida a únicamente a mí. De eso estuve muy segura. Perniciosa y diferente de la acostumbrada. Propia de un enfermo desquiciado y acompañada de una prolongada sonrisa diabólica. Con el infaltable «Bon Bon Bum» de fresa recién chupado, sostenido entre el pulgar y el índice a un palmo de su boca, fijándose demasiado en los movimientos de mi cuerpo. —Le respondo mirándolo por el rabillo del ojo, mientras busco dentro de mi bolso, el móvil para revisar si tengo algún mensaje o una llamada de Iryna, pero nada.
— ¿No estarías confundida y Eduardo solamente vigilaba tu comportamiento? —Nuevamente me pregunta Camilo, acercándose lentamente hasta la banca de madera.
—No cielo, estuve muy segura de ello y lo confirmé algunos días después. —Entonces mi esposo toma la botella de ron y la destapa, pero ahora no lo sirve en el vaso de cartón sino que bebe directamente de ella.
Iluminado a medias su rostro por la pálida luz del farol ubicado tras su espalda, con su mirada inquieta me busca y al hallarme, su brazo se extiende para entregármela. Yo la recibo por supuesto agradecida, a pesar que me duele profundamente ver su mirada perdida pero antes de dar el sorbo, estimo por el bajo peso, que ya es poco lo que nos resta para terminarla.
¡Mierda! Y a mí que me falta tanto por decir, por aclararle y por revivir.
—Carlos nos preguntó que si pedíamos la otra jirafa de cerveza y K-Mena se opuso a aquella propuesta aduciendo que ya estaba cansada de los pies y me dijo al oído que si la acompañaba hasta el hotel. Así que las dos nos despedimos pero Diana, algo resignada, también se colocó de pie para acompañarnos y nos dirigimos a la salida. No habíamos caminado ni dos calles cuando Carlos nos alcanzó, comentándonos que Eduardo y José Ignacio nos esperarían en el lobby del hotel.
Camilo no deja de observarme, con ese estilo suyo tan característico cuando desea que yo le aclare algo pero no me lo pregunta directamente sino que espera que yo al comprender su duda, termine por aclararle. Muy pendiente se encuentra de la expresión facial de mi rostro y del movimiento de mis manos. Mi esposo arquea tan solo su ceja izquierda, logrando con ello que se le formen tres líneas paralelas a lo largo de su frente y otras arruguitas de preocupación sobre su nariz; merma su ojito derecho y estira el brazo derecho indicándome que desea o necesita otro trago de ron, esperando con seguridad a que retome la narración.
—Cuando llegamos, Carlos y José Ignacio insistieron en invitarnos a tomar la última cerveza y nos acomodamos en una mesa circular en frente de la piscina. Diana y José Ignacio al frente mío, K-Mena a mi izquierda y Carlos a mi derecha. Yo no quería más cerveza porque me sentía embuchada, así que me decanté por un coctelito. Pensé que un Daiquirí estaría bien para culminar aquella noche calurosa, y Carlos gentilmente se ofreció para ir hasta el bar a solicitarlo.
— ¿Y Eduardo consintió sin rechistar, todo aquello? ¿Así cumplía con su promesa de protegerte y ser tu ángel guardián? —Por fin Camilo pregunta y enseguida le respondo.
—Ese estúpido no se pronunció ni para bien ni para mal. Él se dedicó a entablar conversación con el administrador del hotel, bebiendo su acostumbrado vaso de whiskey sin hielo, sentado en una mesa al otro extremo de donde nos habíamos acomodado nosotros cinco. ¡De ángel no tiene ni una pluma, el desgraciado ese! Lo que ni tu ni yo sabíamos, es que estaba preparando sus garras demoniacas para atraparme. —Camilo me mira sorprendido ante mi franca respuesta.
—Bueno, por lo que veo esta botella se nos está terminando. ¿Te falta mucho? —Me dice enseñándome la botella de ron agarrada por sus dedos del cogote y bamboleándola de un lado para el otro.
—A ver, mi vida. Primero que te cuente todo con detalle y ahora, ¿me afanas para que te lo resuma? ¿En qué estamos? —Le contesto colocándome las manos en mis caderas.
—No lo digo por eso Mariana. Es solo que esta botella no nos dio ni un brinco. Vamos a seguir caminando y buscamos donde comprar otra. ¿O prefieres seguir contándomelo a palo seco? —Me responde acercándose para tomar su abultada mochila de la banca de madera.
—Ok, perfecto. Como sueles decirme. ¡Como quieras, quiero! Vamos entonces y por ahí miramos donde abastecernos. —Le digo tomando también mi bolso, el paquete de cigarrillos con el encendedor y el sombrero. ¿Quiere más detalles? ¡Pues los tendrá!
Avanzamos por entre el bullicioso malecón, justo al lado de las vitrinas iluminadas de los almacenes frente al hotel, muy cerca del Fuerte Rif.
—De un momento a otro, –continuo hablándole a Camilo, que camina por fin al lado mío– Diana y José Ignacio, empezaron a hablar de sexo, con la intención de que dejáramos en el olvido los temas del trabajo. K-Mena, ruborizada pero interesada se reía con nerviosismo por las confidencias de esos dos, sobre la mejor chupada de tetas que le habían hecho, sin especificar quien o cuándo, y de manera graciosa sobre la forma de los penes de sus amantes. Él hablaba de las poses que más le gustaban, jactándose obviamente de las mamadas que había recibido por parte de varias compañeras en los baños de la sala de ventas y, por supuesto de sus innumerables encuentros con alguna que otra de sus clientas en los moteles al norte de Bogotá. Por lo visto, entre Diana y él, tenían más historias por contar que Scheherezade. ¡Y yo con tan solo tres experiencias en mi vida, dos fallidas y la mejor, la nuestra sin poderla comentar!
—La verdad Camilo es que se me pasó el tiempo escuchando aquellas confidencias, –reanudo mi confesión– más el alcohol de la cerveza y el refrescante sabor del daiquirí, me relajé y me olvidé de ti. Al llegar Carlos a la mesa con mi coctel, a la fuerza intercambió su lugar con José Ignacio, y no recuerdo como ni cuando, apareció el teléfono personal de Diana en el centro de la mesa, justo al lado del cenicero y mis cigarrillos. La pantalla iluminada nos enseñaba el nombre del juego, aquel que en nuestra adolescencia, jugamos a escondidas de los adultos. «Verdad o Reto», solo que en este caso la versión era más madura y sexual. ¡Un botón verde esperaba a ser presionado por el dedo del primer valiente para empezar!
Camilo vierte un poco de ron en el vaso y le agrega otro poco de gaseosa. Yo me enciendo un nuevo cigarrillo y entre una aspirada y el humo despedido desde mi boca, bebo un sorbo y prosigo con la historia.
—En medio de la sorpresa, nos fuimos acomodando mejor alrededor de la mesa. Carlos valeroso, empezó de primeras y pulsó la casilla del reto. El juego le ordenó quitarse los pantalones y mostrarnos sus calzoncillos, pero la siguiente persona en el turno decidiría si se quedaría así o si se los volvía a colocar. Y esa no era otra que Diana quien graciosa como siempre, por supuesto decidió que debería continuar jugando así, exhibiéndonos sus piernas flacas, muy velludas y el bulto de su sexo.
—En su turno Diana escogió la casilla de la verdad. Humm, si no recuerdo mal, fue algo sobre si ella prefería que se lo metieran por delante o por detrás. Respondió riendo que de las dos maneras. Y ya le tocó pulsar en la pantalla a K-Mena. La verdad era su mejor opción y optó claramente por ello. La pregunta fue si había tenido sexo alguna vez en un espacio público o en medio de la naturaleza. Coloreada por la pena, respondió obviamente que no y muy bajito, aclaró que nunca lo había siquiera pensado.
—Enseguida me tocó a mí y probé la verdad. Y la pregunta fue fácil, pues debía contar si prefería hacer el amor por la mañana, por la tarde o por la noche. Y mi respuesta fue que con mi esposo, a cualquier hora estaba bien. —Camilo me mira y aunque creo verle en sus ojitos cafés un brillo especial y conocido, las facciones en su rostro no delatan ninguna otra emoción. Igualmente se decide y bebe un trago de ron.
—José Ignacio se decidió igualmente por la verdad e increíblemente la pregunta fue que dijera con sinceridad, si prefería dar o recibir sexo oral. Respondió que él solo recibía y nunca había dado, pues le asqueaba bajarse al «pozo» por el olor a pescado y el sabor a pis. —Camilo esta vez tuerce hacia su izquierda la boca contrariado y se decide finalmente por sacar de su roja cajetilla un cigarrillo y darle ardiente vida tras dos fogonazos de su encendedor.
—Terminada la ronda ya me había bebido el daiquirí, y me hice a un lado para no molestar a Diana ni a K-Mena con el humo del cigarrillo y de paso llamarte, y ahí me di cuenta que se le había agotado la batería. Podría haberlo hecho desde el otro móvil, el de la oficina, pero no me pareció prudente hacerlo, aunque te cueste comprenderlo, así que cuando regresé a la mesa, ya estaban servidas nuevas cervezas para los cuatro y otro coctel para mí. Diana desinhibida quizás por el alcohol, propuso subir el nivel. Solo deberíamos atrevernos a hacer lo que la opción de reto nos propusiera.
— ¿Y tú aceptaste jugar así como así? —Me pregunta Camilo, esparciendo con fuerza una columna de humo hacia su derecha.
—Pues haber mi vida, no le vi nada de malo. Si los demás no pusieron trabas yo no iba a decir que no para que el otro tuviera más motivos para molestarme con su cuentico de «monja mojigata» y yo me encontraba achispada y envalentonada. —Le respondo entrecomillando con mis dedos las últimas dos palabras y continúo rememorando aquella noche del juego.
—A Carlos la aplicación le ordenó darle un azote en las nalgas a la mujer que el escogiera. No sé por qué pero me escogió a mí, ocasionando que José Ignacio se obsesionara y me ordenara, bajarme los shorts para ponerle mayor picante.
— ¿Te ordenara? ¿Acaso ya se creía dueño de ti? ¿Y le hiciste caso? —Tres preguntas de mi esposo con una sola respuesta.
—No le voy a achacar al alcohol nada de lo que hice esa noche, mi cielo. Sencillamente lo miré de una forma en la que le quería decir… ¡¿Crees que no seré capaz?! Y pensé decirle también… ¡Pues si tanto te gusta mi culo, otro aparte de mi marido, será el primero en cacheteármelo y no tú! Obvio, no se lo dije, pero me puse en pie y caminé alrededor de las sillas hasta acercarme a Carlos. Me di la vuelta, desabrochándome los botones de mis shorts y me los bajé lo suficiente para que mis nalgas quedaran expuestas a medias, pendiente de que Eduardo no volteara a vernos. La cachetada en mi culo no fue fuerte, creo que ni siquiera mi nalga se cimbroneó por aquel golpecito.
—Recibí los aplausos de Diana y K-Mena, mientras que me subía el short y me fui a sentar otra vez al lado de él, sosteniéndole la mirada. En eso a Diana le salió un reto más difícil. Debía escoger a un hombre del grupo y fingir una escena erótica. No fue sorpresa para ninguno que el elegido fuera José Ignacio. Se puso en pie y acercándose a él, levantó una pierna y se le acaballó con ganas.
—Empezó por acariciarle la mejilla, enterrando luego sus dedos por entre la espesa melena, simulando con el movimiento de sus caderas, el frenesí de la cópula y al restregar sus senos sobre la cara de José Ignacio, este aprovechó para apartarle el lateral del traje de baño y dejarnos observar el movimiento que con su lengua hacia sobre el endurecido pezón que impúdico sobresalía ansioso, mientras Diana se contorsionaba imitando gemidos y exagerando los gritos de placer.
—Carlos y yo nos reíamos mientras apurábamos las bebidas. K-mena ruborizada igual sonrió con timidez y sin embargo los tuvimos que detener, porque aún sin haber estipulado un tiempo, ya la cosa se estaba pasando de color y había a nuestro alrededor, además de Eduardo y el administrador, otras parejas disfrutando del estrellado anochecer, pues ya José Ignacio aprisionaba y estiraba entre sus dientes a aquel valiente pezón.
—En el turno de K-Mena, el reto consistió en que debía pedirle a la persona que tuviera a su derecha, dejar que ella acariciara la parte del cuerpo que más le excitara. La pobre no sabía dónde meterse, así que brindé con ella y a continuación, colocándome de pie a su lado, le dije: ¡Tranquila flaquis, es una tocadita y ya! Diana al ver que no se decidía le gritó… ¡Pero colabora marica, colabora que pa’ antier es tarde! —Y entonces le ayudé a ponerse de pie en frente de mí. Mirándome con su acostumbrada timidez, esperando a que yo dijera en cual parte de mi cuerpo sentía más rico y dejarme tocar.
— ¡Mis bubis! —Respondí alto para que los demás me escucharan y tan solo levanté mi camiseta, muy cerca de ella, dándoles la espalda a los demás. Aparté hacia los costados las copas del bikini y se las mostré. No duró nada su mano sobre mi teta, lo juro cielo. Apenas dos o tres segundos sin hacer nada más que presionármela con delicadeza, y me las acomodé de nuevo con rapidez para irnos a sentar las dos, yo para nada apenada y K-Mena roja como un tomate, agachando su cabeza.
—Y supongo que el par de idiotas, estaban felices de verlas a ustedes dos en esas. —Opina Camilo con bastante acierto.
—Recuerdo que Carlos solo se reía excitado, pero él dijo algo así como… ¡Uyyy, pero estas dos puritanas cómo se lo tenían de bien guardadito! ¡Yo si las he visto salir algunas veces bastante acaloraditas del baño en la oficina!…
—Carcajeándose estrepitoso como siempre, remató en seguida con otro comentario, muy al estilo suyo, machista, burlón y cizañero.: ¡Quien lo iba a decir, que a estas dos mojigatas les gustara la arepa! —Lo miré con cólera y le respondí de inmediato.
— ¿Envidia, querido? ¡Es mejor despertarla que sentirla! —Y luego sonriendo, después de dar otro sorbo al coctel, le mostré la punta de mi lengua.
—Y entonces dejaste de jugar. ¿Supongo? —Mi esposo pregunta.
—Supones mal, cielo. No me iba dejar atemorizar por sus comentarios. ¡Seguí jugando como si nada! —Termino por responderle y en la cara de mi esposo noto su decepción.
—En mi turno toqué con suavidad la pantalla del móvil y apareció como reto que debía dejar sobre la mesa mi ropa interior, quitándomela en frente de todos. Como tenía puesto el bikini no tuve inconveniente alguno en sacarme por debajo de la camiseta la parte de arriba y la acomodé sobre la mesa. —Los ojos de mi esposo se hacen más grandes y lleva su mano derecha hasta la frente, frotándose ambas sienes con el índice y su pulgar.
—Lo más complicado resultó ser la braga del bikini, aunque como era de acomodar con lazos en la cadera, solo desabotoné los tres botones de los shorts y con cuidado solté los nudos. Luego introduje una mano por delante y me fui sacando el tanga. La levanté en el aire, ondeándola cual si fuese una bandera y terminé por enseñársela a todos, sonriente y sintiéndome triunfadora. Cuando la fui a dejar sobre la mesa, el atrevido de José Ignacio me lo quitó de la mano.
— ¡¿Esto es para mí?! Pero qué detallazo, bizcochito. —Jactancioso lo dijo en voz alta, y Diana para seguirle el juego, tomó el brassier del bikini y se lo colocó a medias sobre su pecho.
— ¡Devuélvanme eso, abusivos! —Les grité enojada a los dos. Diana de inmediato lo dejó sobre la mesa. Obviamente a él le importó un culo mi reclamo y simulando secarse el sudor de la frente con mis bragas, tocó el botón verde en espera de su reto, pavoneándose con esa ladina sonrisa.
—Pero se le esfumó de inmediato la satisfacción en su rostro, pues debía darse un beso apasionado con la persona que tuviera a su derecha por un lapso de 30 segundos. Y cielo, no te alcanzas a imaginar las carcajadas de Diana, K-Mena y por supuesto la mía. Y el pobre Carlos se puso de pie, negándose rotundamente a ser besado por José Ignacio. Era una situación incómoda para ellos pero demasiado hilarante para nosotras.
—Ajá, me imagino que así fue. —Me responde Camilo, sin mostrar ningún tipo de emoción ni causarle gracia lo que acabo de contar, más bien todo lo contrario.
—Bueno pues el caso es que entre Diana y yo, –porque K-Mena no decía nada– los presionamos para que lo hicieran. Fanfarrón y ofendido, José Ignacio se paró de su silla, acercándose a Carlos para tomarle a la fuerza, la cara por los cachetes, y empinándose para alcanzar la boca de su amigo, juntando sus bocas con los labios apretados por pocos segundos, se dieron el beso, de una manera sosa, sin gracia.
— ¡Eso no vale, muchachos! —Les recriminó Diana, y yo con ganas de revancha, le dije directamente a José Ignacio…
— ¡Con razón andas soltero, porqué ni besar con pasión sabes! —Y con ese comentario fue suficiente para prender la mecha que con el tiempo, explotaría finalmente en mis manos.
—Pues si tantas dudas tienes por mi soltería, ven acá y me enseñas como es que debo besarte. —Me respondió desafiante.
— ¡Jajaja! Como dice mi marido: ¡Ya quisieras y hasta brincos dieras! Pero no querido, aunque les digas a todos en la oficina que por mi vestuario soy una insípida y simplona maestra de escuela, ahora mismo no tengo ganas de enseñarte como se debe besar a una mujer. ¡Ni más faltaba! —La mano de K-Mena se posó sobre mi hombro, solicitando que me calmara.
—Su marido ni le dará a usted bien por ese culo, y ahora viene a dárselas de experimentada. A ver, muéstreme cómo es que besa. ¡Sabionda profesora! —Me retó, mi vida.
—Y claro, ofendida le aceptaste el desafío. ¿O no? —Conociéndome como soy, Camilo acierta otra vez.
— ¡Pues obvio! Ya sabes como soy de orgullosa y cuando me buscan, pues me encuentran. ¡Solo debía elegir hacerlo con alguien! Pero… ¿Con quién?
— ¡No me vas a decir que te besuqueaste con Carlos! —Me dice Camilo, llevándose la mano al frente de sus ojos, oprimiéndose los lagrimales con las yemas de sus dedos, bastante asqueado.
—Lo pensé de primeras, obviamente. Pero de solo imaginármelo baboseándome por todo lado, sentí repugnancia. ¡No, con él no! Estaba la posibilidad de hacerlo con Diana, pero con ella sería muy fácil, muy «light». Necesitaba impresionarlo, así que opté por K-Mena. —Y Camilo abre demasiado sus ojitos, entre sorprendido y asustado de lo que pudo ocurrir y por lo que tendrá que escuchar.
—Que por qué con ella, te estarás preguntando, ¿no es así? Pues muy fácil cielo. Por la amistosa cercanía que mantenía él con la novia de su mejor amigo, y a quien tanto protegía de los demás. Sería más escabroso para él y más interesante para mí. ¡Pervertir un poco su inocencia, manchando el inmaculado rosa de sus labios, con el color rojo pasión de mi pintalabios!
—Vamos flaquis, demostrémosle a este caballero, como es que una mujer da un verdadero beso cuando se tienen muchas ganas. —Mirándola emocionada se lo solté sin anestesia.
— ¿Quién? ¿Yo? —Me respondió K-Mena, señalándose con dos dedos su pecho.