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Hotel Paraíso
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Trabajo en un hotel, arreglando las habitaciones haciendo las camas y limpiando. No es un gran trabajo pero me sirve y no es que de grandes oportunidades para ascender, ni para nada mas.

Aunque alguna vez si que depara sorpresas agradables. En ocasiones he encontrado alguna cosa de valor olvidada por algún cliente que se había marchado. Si no se reclama, ya sabéis quién se la queda.

O como esta mañana cuando al abrir la puerta de la última habitación que me tocaba hacer. Ya estaba sola en la planta, el resto de las compañeras habían terminado. O habían pasado a otra secciones del hotel.

Cuando me encuentro al huésped completamente desnudo dormido sobre la enorme cama. Es un hombre, joven, musculoso de piel clara y revuelto cabello castaño largo. Tumbado boca abajo solo veía su culo musculoso y duro y su enorme espalda, no sé qué estaría mirando yo. No podía ver el color de sus ojos cerrados.

Me quedé atontada. Ya había metido el carro dentro de la habitación y cerrado la puerta cuando me di cuenta de todo eso. Incluso había sacado el plumero. Y eso no va con segundas.

Se despertó con el ruido que hice y sin darse la vuelta giró la cabeza y me miró con unos bonitos ojos color miel. Me saludó y sonrió mostrando sus dientes blancos perfectos.

– Creo que olvidé colgar el cartel de no molestar, pero anoche llegué muy tarde del trabajo y muy cansado.

– ¿Quieres que vuelva luego?

Le pregunté.

-No, continua, no querría interrumpir tu labor.

Menos mal por que irme en ese momento me hubiera partido la mañana. Además de que la humedad que empezaba a notar en la entrepierna bajando por el interior de mis muslos casi me impedía moverme.

Se puso boca arriba sin cubrirse con la sabana y pude ver sus genitales completamente depilados. El hombre gastaba una buena polla. Otra cualidad más a añadir a todo lo que había visto. Mientras hacía mi trabajo pensé que me miraba con cierta lujuria, más o menos como lo estaba mirando yo.

Ese día llevaba el cabello largo, rubio de bote suelto a la espalda, había perdido la goma que lo sujetaba en una cola de caballo en la habitación anterior. Y desde luego no me había maquillado. Hacía un calor terrible.

Solo cubría mi cuerpo con una bata de trabajo y un mínimo tanga que se trasparentaba a través de la suave tela. Ni siquiera un sujetador sostenía mis grandes pechos algo caídos, llevaba las chicas sueltas. El guarda polvo se apretaba marcando mi cadera. Los muslos se descubrían por la abertura de la bata. Él no dejaba de contemplarme. Me dijo:

– ¿No estas cansada? Puedes sentarte un rato aquí a mi lado.

Le contesté:

– No debo. No se me permite y ésta es la última habitación.

– Precisamente porque es la última, puedes.

Pero sobre todo porque no sabria si me contendría de agarrar esa bonita pieza que descansaba sobre el desnudo muslo. La tentación podría conmigo si me sentaba en la cama junto a él.

Se levantó y pasó a mi lado rozándome con su cuerpo felino, durante un segundo su mano descansó en mi cadera y me estremecí. Entró al baño justo detrás de mí sin cubrirse. La puerta es de cristal así que no le perdía de vista ni un segundo. Estirándose frente al espejo, luciendo su cuerpo perfilado.

Tenía que limpiar el baño también, así que vista la confianza que se había tomado hasta ese momento podía ser tan bueno como cualquier otro. Entré tras él, muy cerca, en el reducido espacio, rozaba su suave piel con mi cuerpo cada vez que me movía.

– ¿Te molesta que esté aquí contigo?

– No claro, es tu habitación. Le dije temblorosa.

Algunas veces al inclinarme tocaba su miembro con mi culo, o era al revés, aunque claro sin hacerlo adrede. Mi mente no sabría distinguirlo. Me puso las manos en la cintura. Yo le daba la espalda, si lo mirase me rendiría y empezaría a besarlo con ansia.

Cerré los ojos, si viese su mirada a través del espejo yo misma me arrancaría la ropa. Aún así fue él quien me apretó a su cuerpo y me besó en el cuello.

En un tono bajito y sensual me decía:

– Estas muy buena, como para saborearte sin prisa.

– Tu también estas muy rico y pienso comerte también.

Sonreí con lascivia. Sus labios ardían sobre mi piel. Frente al espejo del baño veía allí reflejados sus avances sobre mi cuerpo. Su mano en mi pecho abriendo despacio los botones de la bata y apoderándose de uno de mis pechos ya al descubierto.

A esas alturas yo gemía excitada, incontrolada. Mi pezón durísimo era apretado entre sus dedos con suavidad. Notaba en mi culo su dura polla y en mi cuello y hombros su lengua subiendo hacia mi oreja y nuca. Terminó de abrir mi bata mirando mi cuerpo en el espejo.

Se separó lo justo para retirar la prenda y dejarla caer al suelo entre ambos, despacio lamiendo mi espalda. Sus manos no cesaban de acariciar mi piel frente al espejo. Eso me excitaba aún más como si las dos personas que había frente a nosotros nos estuvieran dedicando el espectáculo. Ya solo con mi reducido tanga pegué mi espalda a su poderoso torso y el culo a la durísima polla, como una barra de acero templado.

Bajó por mi espalda besándome y bajando la bata, paseando su lengua por la columna mientras la iba destapando. Bajó lento el tanga con las manos, enrollándolo por los muslos, mientras clavaba la lengua entre mis nalgas. Yo mas inclinada, casi recostada sobre el lavabo y él agachado tras de mí. Lamiendo y besando mis nalgas, abriéndolas y clavando su lengua en mi sensible ano.

Me encanta que me coman el culo, me pone muy, muy burra, me excita. Lo tenía donde quería, justo detrás de mí y donde él parecía querer estar. Me tenía a su merced que era lo que yo deseaba desde que vi su cuerpo masculino desnudo en la cama. Me incliné aún mas y alcanzó mi vulva con la lengua. Sentía su nariz en el ano y su lengua removiendo mis humedades en mi coño.

Ya no podía abrir mas las piernas pues me daba con la pared. Por fin conseguí articular algo coherente y le dije:

– Llévame a la cama y ¡Clávamela!

Conseguí separar mi culo de su cara lo suficiente para juntar la poca dignidad que me quedaba y salir de allí meneando las nalgas. Como una gata en celo subí a la cama que aún estaba deshecha. No creo que le importara un bledo que la hiciera, mientras yo estuviera desnuda encima de ella. Girando la cabeza le veía mirarme sonriendo con lujuria y seguirme despacio.

A cuatro patas pasó sin prisa la lengua por mi piel subiendo desde el culo por toda la espalda. Y por fin lo sentí en mi interior abriéndose camino por mis entrañas como una barra de acero al rojo. El glande separando mis labios encharcados y entrando en mí hasta que mi culo frenó su pubis.

Sus manos agarrando mi cadera. Mi cabeza clavada en la almohada mordiéndola para ahogar mis gritos. Un momento más tarde y me acaricié los senos, retorciendo mis pezones, seguí bajando la mano entre mis piernas para acariciar mi clítoris. Tocando también la base de su polla entrando y saliendo de mi coño y podía agarrar sus huevos depilados y suaves.

En mis nalgas notaba perfectamente la piel de sus muslos a cada golpe. A cada penetración y si me las abría con las manos notaba la piel de su vientre hasta en mi ano.

Se ensalivó un pulgar y empezó a masajear la entrada del ano rodeándola, excitándome suave pero insistente. Lo clavaba un poco en mi interior siguiendo el ritmo de la follada o lo sacaba para volverlo a mojar de saliva.

Lo sentía en todo mi cuerpo, en el interior y en el exterior. A veces se echaba sobre mí y sus manos se apoderaban de mis tetas. El peso de su pecho en mi espalda clavándome al colchón. Su lengua en mi nuca y mis hombros. Mi cabello rubio pajizo revuelto en la almohada.

No sé cuanto tiempo estuvo follándome. No podía contar los orgasmos que sentía. Después de disfrutarlo todo lo que quise la sacó sin haberse corrido aún, dura, granitica.

Ahora fui yo la que me metí aquella maravilla en mi boca exprimiéndola hasta que me dio su leche. Yo mientras le comía le clavaba un dedo bien ensalivado en su ano para excitarlo más. Que culo más duro, pero se abría fácilmente al roce de mi mano.

Con prisa recogí mis bártulos y salí de allí. He de confesarme a mí misma que bien follada. Al día siguiente tenía la duda de volver a esa habitación. Era de lo que más ganas tenía. Y por ello volví a dejarla la última.

La lencería que me puse al día siguiente era más sexi y con más transparencias. Un sujetador de media copa sostenía mis tetas pero los pezones salían por encima del encaje. La bata que me puse por encima era la más fina y lavada con lejía que tenía. Alguna compañera se fijó en eso.

Ni siquiera me había dicho su nombré ni yo lo había buscado en el registro. No era ese tipo de relación. Él estaba tumbado, esa mañana boca arriba y la fina sábana apenas le tapaba el vientre un poco por encima del pubis depilado.

Sus ojos entrecerrados me seguían por la habitación. Esta vez nos dedicábamos a darnos espectáculo el uno al otro, a provocarmos. De vez en cuando abría alguno de los botones de la bata.

Y yo lo miraba de reojo. Así me fui dando cuenta de que su polla tapada por la sábana se ponía dura al verme. La carpa que se formaba allí era un buen indicio. Me di cuenta de cuando se levantó pero yo seguí a lo mío, haciéndome la distraída.

Cuando me incliné para limpiar algo la sentí en mi culo y sus manos recogiendo mi ropa. Hasta ponérmela en la piel desnuda de mis nalgas sobre la goma del tanga.

– Creía que seguías dormido.

– Ya me he despertado y además con un bonito espectáculo.

Me acariciaba el culo amplio con las manos y yo me desabroché la bata del todo para sacármela. Pero no lo hice todavía. Solo pude apoyarme en la cama y dejar toda mi grupa a su alcance. Se agachó sin dejarme mover para lamer mis nalgas, mi culo, mi ano y cuando sentí allí su lengua una corriente eléctrica me recorrió entera. Despacio me bajó el tanga de encaje y siguió comiéndome el culo.

Me arranqué la bata, el sujetador aún contenía mis pechos pero él alcanzaba a acariciar mis pezones sin esforzarse demasiado. Yo me limité a apoyarme, dejarme hacer y gozar de su lengua en todos mis rincones. Recorriéndome del culo a los labios de la vulva.

El día antes solo había podido ver su expresión de pura lujuria a través del espejo pero entonces quería verla directamente. Hurté mi trasero a sus caricias para indicarle que se subiera a la cama.

– Túmbate, hoy te follo yo.

– Así que quieres mandar, me parece perfecto.

Levanté sus rodillas hasta el poderoso torso para saborearlo yo. Tenía ganas de probar ese duro culo y clavar mi lengua en el ano. El gemido con que regalo mis oídos fue suficiente recompensa. Deslicé un dedo en su interior y no protestó por ello. Chupé sus huevos como caramelos. Y subí lamiendo el tronco hasta el glande rocoso, firme y rojo como un rubí. Dejé descansar sus piernas en el colchón para trepar sobre ellas y dejar mi pubis sobre el suyo.

Hoy lo quería allí donde la espalda pierde su casto nombre. Aunque me lo había estado lamiendo y rociando con su saliva ese calibre no iba a entrar tan fácil. Había tomado la precaución de llevarme mi propio lubricante y me lo había puesto en un descuido mientras lo lamía. También lo había dejado bien limpio por dentro y por fuera.

Levantándome un momento sobre mis rodillas puse el nabo en mi entrada con mi propia mano. Despacio me dejé caer, dejando que entrara en mí. En ese momento se dio cuenta de por dónde iba su aparato.

– ¡Que traviesa! Esto no me lo esperaba.

– Tenía ganas de sentirte en todos mis agujeros.

– Por mí adelante.

Estiró la mano para masturbarme. Cuando llegué al final y mis nalgas se apoyaron en sus muslos, él todo un caballero, acarició mi clítoris para darme más placer. Me masturbaba con suavidad mientras yo subía y bajaba despacio. También se agarraba a mis tetas grandes cuasi maternales pellizcando mis pezones. Favor que yo devolvía en los suyos pequeñitos, oscuros y muy muy duros.

Ya no podía parar, no hasta que me llenase el intestino de semen. Y con sus caricias, mi culo lleno y toda la estimulación que estaba sintiendo yo me corrí varias veces antes de que eso pasase. Y no fue pronto, el chico aguantaba follando. Pero todo se acaba, incluso algo tan bueno. Él no quería que la cosa quedara así.

Me levanté despacio y me tendí boca abajo a su lado notando como la lefa rezumaba de mi ano. Me gustaba esa sensación. Pero él no paró ahí, se echo encima de mí volviendo a comerme la raja lamiendo el semen que de allí salía. Y volví a correrme con solo eso, con el morbo que me estaba dando.

Me avisó que abandonaba el hotel, así que esa era nuestra despedida. Y no podía dejarlo marchar sin volver a probar ese manjar que salía de su polla. Y a ello me dediqué con todas mis ganas. A exprimirlo sin piedad lamiendo toda la piel que podía excitarlo.

Primero para volver a ponerlo duro y después ya sin prisa pero sin pausa hasta conseguir que se corriera en mi boca. Chupar sus huevos, su ano y meterle un dedo de nuevo, incluso bajar hasta sus pies o subir hasta sus axilas, cualquier cosa valía para conseguir su leche.

Volví a recomponerme, como pude, pues aún me temblaban las piernas. Ponerme mi poca ropa y con mi carro y mis bártulos salir de allí sabiendo que había disfrutado, con ese chico lascivo, como pocas veces antes y que no se repetiría muchas veces en el futuro.

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