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Mi nueva empleada
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Y mi relato anterior titulado “La Thalía”. Les platiqué, cómo conseguí a mi primer empleado gay. Y cómo nos la pasábamos bien rico. Yo tengo un negocio de helados, trabajo solo.

En una ocasión, una joven de muy buen ver, llegó a comprar. Y mientras le despachaba, me preguntó de forma sonriente y coqueta. Usted trabaja solo aquí verdad? Le respondí que sí.

Me dijo con una sonrisa pícara: ¿y no necesita un ayudante?

Le miré a los ojos, luego a sus labios y después a sus pechos.

Le pregunté: ¿buscas empleo?

Me contestó que sí.

Le pregunté: ¿Y dónde vives?

Me dijo: aquí arriba.

Me sorprendí. Arriba de mi local hay dos departamentos en renta.

Le dije: ¿hace cuánto rentas aquí? No te había visto.

Me dijo: acabo de llegar, tengo como dos días rentando aquí.

Órale,¿ vives con algún familiar? (Yo para descartar cualquier problema con su pareja.

Me dijo: sola con mi bebé. Pero no encuentro trabajo.

En ese momento comencé a excitarme.

Le dije: mira el único empleo que te puedo ofrecer, es de ayudante en las mañanas para preparar la producción.

Y ya le expliqué el horario Y cuánto le iba a pagar.

Me dijo: muy bien, ¿cuando empiezo?

Le dije: mañana mismo si tú quieres.

A la mañana siguiente llegó muy temprano, a las 5 de la mañana. Su niño de un año se quedó dormido en el departamento. Y ella bajó a trabajar conmigo.

Los primeros dos días fue puro trabajo. Casi no platicábamos de nada, solo trabajo. Fue ella quien comenzó a hacer las preguntas el tercer día.

Usted es casado? Me preguntó.

Yo le dije que sí.

¿Y su esposa por qué no le ayuda aquí?

Yo le platiqué que porque ella tiene otro negocio.

Ahí quedó la cosa y seguimos trabajando.

Al cuarto día, ella fue quien con una sonrisa pícara me dijo: me gustaría encontrarme a un hombre como usted así de trabajador.

Yo solo sonreí, le dije: ya llegará, no te preocupes, eres muy linda, tienes bonito cuerpo, y eres muy trabajadora.

Ella sonriente me dijo: ¿te parezco bonita?

Yo le dije: mucho, no entiendo por qué tu esposo no vive contigo.

Me platicó que ambos eran muy jóvenes y que él no quiso tomar la responsabilidad de padre, así que él, decidió irse a trabajar al extranjero. Dejándola sola para hacerse cargo del niño.

Mientras me platicaba eso, yo me excitaba cada vez más. Yo tengo 45 años y ella solo 22.

Tienes unos lindos ojos, le dije.

Gracias, me contestó.

Y seguimos trabajando.

Al quinto día trabajando Me dijo, quiero agradecerle por la oportunidad que me dio para trabajar con usted. Nadie me daba empleo por mi niño. No tengo dónde dejarlo. El dinero se me terminó, y ya no tenía para seguir buscando.

Eso me conmovió un poco, Y pensé inmediatamente en el niño.

El día de la paga, le regalé una gran despensa de alimentos. Entre ellos. Le puse pañales para su bebé, leche y otras cosas que el niño ocupaba.

Ella se sintió tan agradecida, que no encontraba la forma de pagarme tal agradecimiento.

Yo le dije: no te preocupes. El niño no tiene la culpa.

Una mañana, llegó muy bien arreglada. Se veía tan espectacular, que me atreví a preguntarle.

Y ahora a dónde tan guapa?

No me contestó, solo me miro a los ojos, y avanzó hacia mí de una forma tan sensual.

Me abrazó, y comenzamos a besarnos.

Fue tanta mi excitación, que ya no cruzamos palabras y comenzamos un cachondeo tremendo. Su lengua en mi boca me excitaba demasiado, mi erección estaba al 100% . Tanto que casi rompía el pantalón.

Comencé a mamar aquellos senos tiernos, grandes y jugosos.

Mis manos volaban hacia sus nalgas respingaditas.

Me arrodillé frente a ella y comencé a mamarle el clítoris.

Ella estaba tan excitada, que solo cerraba los ojos y gemía muy rico.

Ya démelo por favor, suplicaba muy excitada.

Se dio la media vuelta y se recargó sobre la mesa abriendo las piernas, esperando ser embestida por mi fierro que ya estaba en su máximo esplendor.

Me saqué el falo para penetrarla, pero recordé que no tenía preservativos. Entonces le dije: solo puedo hacértelo anal.

Me dijo: está bien, pero déjame lubricarlo. Se dio la media vuelta y se inclinó frente a mí, comenzó a darme unas deliciosas mamadas de ensueño.

Ver aquella boquita angelical mamándome, me excitó aún más.

No quise venirme en su boca, aún no.

Le ayudé a incorporarse, le di la media vuelta, la recargué frente a la mesa, y me incliné atrás de ella para lamerle el culo, le di una rica mamada anal, que solo se retorcía de placer.

Ya démelo, por favor, suplicaba excitadamente.

Me ensalive el fierro y lo acerqué a su hoyito. Poco a poco fui penetrándola, solo escuchaba sus gemidos de dolor. Con una de sus manos intentaba separarme. Pero después se relajaba y se hacía hacia atrás, devorándose todo mi miembro, poco a poco. Mi fierro se hundía en ella como una barra de mantequilla En un sartén.

Con mis manos acariciaba sus dos preciosos senos. Mis pantalones y los suyos, se encontraban hasta los tobillos.

Poco a poco comencé un rico vaivén.

Suave, suave, me suplicaba, con los ojos cerrados y mordiéndose los labios.

Poco a poco se fue acostumbrando a mi fierro, hasta que ella sola comenzó un delicioso vaivén.

Con una de sus manos, comenzó a masturbarse, mientras el otro seguía recargado sobre la mesa.

Así, así. Decía, mientras se masturbaba y se hacía para adelante y para atrás adelante y para atrás, con un ritmo cada vez más frenético.

El sonido que provocaba el choque de sus nalgas y mi pelvis, nos excitaba aún más.

No tardó en alcanzar un enorme orgasmo.

Sus gemidos, sus movimientos, y lo apretado que tenía el ano, hicieron que me viniera inmediatamente dentro de ella.

Dándole una embestida salvaje, olvidando que era su primer sexo anal.

Cuando llegué a la eyaculación.

Sentí que le aventé como un litro de espermas.

Mis piernas quedaron temblorosas. Y la abracé.

Permanecimos un momento así. Hasta que mi fierro comenzó a perder erección.

Cuando mi pene salió totalmente de aquel delicioso hoyo de placer.

Me dijo: En mi bolso, traigo toallitas de bebé, pásame unos y límpiese también.

Ella se limpió la vagina y el recto.

Yo me limpié totalmente el pene.

No dijimos nada. Ella se subió los pantalones, se acercó a mí, me abrazó, me besó tiernamente, me miró a los ojos con sus brazos rodeando mi cuello y con una sonrisa sensual.

Me dijo casi susurrando: Gracias.

Desde aquel día se volvió mi empleada y mi amante.

Al niño no le falta ropa, juguetes ni comida. De eso me encargo yo.

En cuanto a nuestra relación, solo sexo anal y sexo oral. Nada más.

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