Yacíamos, abrigados en sudor, agitada la respiración, uno al lado del otro, observando el techo. Pensaba en las enigmáticas palabras de Javiera, mi esposa desde hace 23 años, cuando, en medio de un pasional polvo, le pregunté si tenía alguna fantasía inconfesa, ofreciéndome como respuesta, sueño con una noche en la cual pueda hacer lo que se me antoje sin juicios ni represalias posteriores…
Yo: -adelantándome solo para que ella no lo preguntara primero- en qué piensas, pequeña?
Javiera: en que tú no me has confesado tu más profunda fantasía… vamos… lo que sea te prometo no diré nada, solo escucharé…
Yo: me apena de solo pensarlo, pero la verdad es que he soñado un par de noches con tu prima María Eugenia… me imagino porque es lo opuesto a ti. Tú, atlética, proporcionada, bello rostro. Ella: mediana estatura, voluptuosa, atractivos rasgos, pero bonita no es… en fin… eso…
Javiera: gracias por confiarme algo tan tuyo… te parece que me abraces para hacer tutito… -ubicándonos en el centro de la cama en modo cucharita- oye… qué es eso que siento ahí abajo… no puedes querer más… eres un pirata…
Yo: arrgh… -exclamé cerca de su oído, con la verga acomodada entre sus nalgas, subiendo y bajando con cancina lentitud-
Javiera: ahhhh… amor… tengo sueño… ahhhh… está bien, pero cortita ¿ya?
Yo: no me pidas servirme un filete sin mascarlo bien para disfrutar de su textura, sabor y aroma… si lo hacemos, lo único que te prometo es que cortito no será… ¿sigo?
Javiera: ahhhh… eres un tramposo!!! Sabes que no puedo decirte que no… ahhhh… quiero que lo intentemos de nuevo, Clau…
Yo: está bien, pero esta vez quiero que probemos una nueva forma… en su momento te la contaré…
A pesar de casarnos cuando ella tenía 16 y yo 17, nos deseábamos como el primer día. Esa noche de martes casi no dormimos, logrando una exitosa y placentera follada anal. Los días pasaron felices, pues si antes nuestro sexo era bueno, a partir de esa noche fue increíblemente mejor.
Tal vez un poco más de dos meses transcurrieron desde aquella épicamente espontánea noche, cuando un jueves de mediados de mes, como siempre llegué al departamento a las 4 pm, pero esa tarde no estaba vacío a mi arribo.
Al abrir la puerta, escuché música clásica proviniendo del baño. En la esquinera del recibidor había una nota escrita con la letra de mi Javi. Amor, hoy llegaré cerca de las 8 solo para pasar por María Eugenia. Ella está ahí porque en su condominio cortaron el agua y el gas por reparaciones. En el freezer está tu comida. Te escribo esta nota porque ya sabes que me encanta hacerlo… Te amo mucho. Tu Javi…
No era la primera que vez que la prima de mi mujer se duchaba en nuestro baño por lo que me aboqué a satisfacer mi hambre. Diez minutos más tarde, ya ataviado con mi tenida hogareña (camiseta, una talla más grande, con la 23 de Air Jordan, pantalón corto de pijama y, obvio, descalzo), sacaba del horno eléctrico mi almuerzo cuando de súbito la puerta del baño se abrió y desde el vaporoso interior emergió María Eugenia, el cabello mojado, descalza y malamente cubierta por una alba toalla, con felinos ademanes encaminó sus pasos hacia donde me encontraba, mirándola con la boca abierta.
María Eugenia: -con la voz de alguien que no se siente ni sorprendido ni cohibido.- Hola Claudio… qué rico huele…
Yo: hola María Eugenia… toma asiento… te comparto, porque siempre boto cuando me deja comida la Javi…
María Eugenia: Gracias… si quiero… -dijo sentándose en la silla junto a la mía. Una vez acomodada, desde donde me encontraba podía notar que su coño estaba al aire y sus dos pezones a punto de escapar de su frágil prisión.- te molesta que me siente a la mesa en esta facha???
Yo: la verdad no…
María Eugenia: lo que pasa es que la ropa con la que llegué está mojada por una torpeza de mi parte y la que voy a usar en la noche tiene para estar en la secadora una hora más…
Yo: tranquila, prima… molestia no es lo que siento, así que puedes comer en paz…
María Eugenia: jejeje… siempre tan sutil…
Comimos en afable conversación al amparo de un delicioso Carmenare. Los temas fueron los típicos: el trabajo, las relaciones, su reciente quiebre y las ganas que tenía de venganza, el mundo y por supuesto el sexo. Mediaba la segunda botella cuando de pronto y tras dibujarse una indescifrable sonrisa en su rostro, espetó,
María Eugenia: tienes algo dulce para el postre…
Yo: -luego de casi un minuto hurgueteando el freezer y la alacena, del primero extraje un envase de crema chantilly de esos que se aprieta una esquina y por un tubito por presión sale la crema.- solo tengo esto… ni un mísero tarro de duraznos hay…
María Eugenia: -tomando su celular y pasándomelo.- me ayudas???
Yo: claro, pero para qué necesitas ayuda?
María Eugenia: confío en ti… sácame fotos con tu celular y con el mío filmas la sesión… quiero que el pelota del Saúl vea lo que se perdió para siempre…
Yo: si realmente quieres hacer esto… hagámoslo bien, entonces!!! Dame un minuto. –en menos tiempo, entré y salí. En las manos, un casco de bicicleta, con una cámara adosada a su parte superior, de alta definición y dolby. Dejé el celular de ella grabando, ubicado estratégicamente.- Ahora sí… qué tienes en mente… wow… ¿ok?
Sin preámbulos ni pudor, María Eugenia, dejó al descubierto, de una sola vez, su firme, curvilíneo y voluptuoso cuerpo, pues, en 170 centímetros de altura, se repartían juiciosamente las medidas 95-60-100, sostenidas en contoneadas y extensas extremidades inferiores y dos finos, delicados y proporcionados pies. Rubia de almendrados ojos casi negros, aguileña nariz, generosa boca, rodeada por gruesos y perfectamente formados labios.
Un rostro adusto, pero apuesto, descansaba sobre un delicado cuello y estrechos y femeninos hombros. Éstos precedían a un par de senos de antología. Proporcionadamente grandes y de perfectas y naturales formas, eran coronados por dos breves y rosadas aureolas, rematadas por sendos y definidos pezones. La escasa cintura y el trabajado abdomen, acababan en anchas y seductoras caderas y un asombroso, firme y redondo culo.
La verga me reaccionó de inmediato, notándose debajo de la holgada polera, a pesar de mis esfuerzos. Por largos y tortuosos minutos fui su fotógrafo personal, realizando todo tipo de tomas en las más diversas posturas, siendo no pocas, las del tipo porno.
Con el correr de los minutos, pude notar la transformación en su mirada, expresión y timbre de voz. En varias oportunidades preguntó si me gustaba lo que veía a lo que, inefablemente le contestaba con un seco sí. En una se encontraba apoyada en la pared de espalda a la cámara, el culo respingado y abierto por sus manos, la cara volteada, en los ojos lo único que se distinguía era lujuria.
María Eugenia: -soltó sus nalgas para tomar el envase de crema, untarse en la mano y con ella embadurnarse ambos senos y desde el ano hasta el clítoris, para luego sonreír como una niña que ha sido sorprendida en una travesura.- ups!!! Qué tonta… me ensucié… ¿me limpias??? Pero que no se desperdicie la crema… no me gusta botar comida cuando se puede aprovechar aún…
Antes de lanzarme en picada entre sus piernas, de reojo miré el reloj de la pared. Faltaban 15 minutos para las 6 de la tarde. Lamí, chupé, froté, con mis dedos penetré su depilado, exuberante y aromático coño, mientras de tanto en tanto, jalaba tiernamente el pequeño mohicano que lucía sobre su abultado monte de Venus.
Estimulé su clítoris hasta justo antes del clímax. Fue entonces que con mis dedos anular y corazón le penetré el coño para de inmediato iniciar en apariencia un rudo sube y baja. En menos de un minuto gimió, jadeó y se quejó, primero entrecortadamente para luego, al tiempo que eyaculaba profusamente, convertirse en un único y extenso quejido de asombrado gozo.
Dejé que experimentara el placer fluir por su sistema nervioso por unos segundos y siempre con mis dedos dentro de su coño, inmóviles, pero presentes, para recomenzar con el sube y baja al mismo demoledor ritmo. Esta vez no me detuve cuando su coño expelía abundantes fluidos vaginales, por lo que en menos de medio minuto, alcanzó a eyacular 4 veces más, desplomándose sobre el empapado lecho.
La acomodé, dejándole el culo parado, la espalda arqueada, separadas las rodillas, su peso apoyado en ellas y los hombros. Entonces, con mi erecta verga comencé a pasarla por toda su mojada rajita, desde el clítoris hasta el palpitante, prometedor y rosado ano.
Yo: está todo bien, María Eugenia?
María Eugenia: si… muy rico…
Yo: me regalas tu culito, prima???
María Eugenia: y si me duele…
Yo: si haces lo que te diga, prometo que te gustará…
María Eugenia: está bien… solo porque estoy caliente… apúrate…
Yo: si quieres que me apure, entonces, frótate el clítoris y aprieta las muelas… ahí vamos…
Comencé a follar su coño a un ritmo medio, pero llegando en cada embestida hasta el fondo. Al poco, con mi dedo índice, fui penetrando poco a poco su ano. Prontamente, el ano de la prima fue dilatándose hasta recibir sin dolor dos dedos completos en un mete y saca coordinado con el que llevaba en la vagina.
Se comenzaba a retorcer víctima del tercer orgasmo cuando en dos rápidos y certeros movimientos, terminé de una sola estocada con toda la cabeza de mi verga dentro de su ano, recibiendo como respuesta un sonoro quejido mezcla dolor y placer.
Yo: no pares de frotar tu clítoris…
María Eugenia: duele mucho, Clau… pero es rico también… siento sensaciones raras… me gusta aunque me duela… esto es desconocido para mí… ay!!! Ah… suave… eso… ahhh… me voy de nuevo… no puedo creerlo… ahhh…
Aproveché el orgasmo para llegar al tope con mis dedos y de inmediato comencé con el mete y saca, aumentando progresivamente el ritmo hasta establecernos en uno medio. Después de casi 10 minutos así, ya por el par final, la prima quedó atrapada en un extenso y uniforme orgasmo que terminó en el momento en el que acabé en sus intestinos profusamente. Miré el reloj. Dos minutos faltaban para completar una hora desde que me lanzara a su jugoso coño. Aún tenía tiempo para seguir gozando de la fogosa hembra.
Llevábamos cerca de 15 minutos del segundo round, cuando mediante un mensaje, mi esposa me avisa que llegaría a las 9 por asuntos del trabajo. Nos miramos con María Eugenia y follamos como adolescentes por sus tres agujeros en todas las poses que se nos ocurrieron hasta que la alarma que había programado nos avisó que faltaban 20 minutos para la hora fatal por lo que poco después acababa en su boca, por última vez.
Cinco minutos pasados de las 9 y mientras me duchaba, mi esposa llamó a su prima que llegaría en 15 minutos más y que no subiría por ella, por lo que debía de bajar a su encuentro. Esa noche, Javiera llegó de madrugada, más ebria de lo acostumbrado y, de pie al borde de la cama, tambaleándose, espetó.
Javiera: Clauuu… Clauuu…
Yo: -despertando- dime cariño…¿te sientes bien?
Javiera: estoy muy caliente… te necesito… -y, desnuda, se dejó caer sobre el lecho.-
Hicimos el amor y/o nos revolcamos alternativamente por largas, tiernas y rudas horas con una ardiente pasión, hacía tiempo, olvidada. Conciliamos el sueño, con el trinar de los pájaros, recibiendo el amanecer, durmiendo hasta el mediodía.
En el transcurso de las siguientes semanas estuve a punto de contarle todo, pero algo dentro de mí me lo impedía. De este modo, los días, fueron semanas y sin darme cuenta, las semanas se acumularon en meses y así el tiempo pasó, llevándose con él, todo, menos nuestra cada vez mejor relación en la cama.
Un día, Javiera llegó con la buena nueva de un ascenso en el trabajo. Asumía el cargo de gerente de negocios internacionales. Lo celebramos como es debido en un buen restaurante. Dos meses más tarde, me comenta que ese viernes tenía que recibir a dos importantes ejecutivos de una empresa japonesa y…
Javiera: mi jefe me dijo que a los nipones les interesaba sobremanera la vida doméstica que, los ejecutivos de las empresas socias, llevaban por lo que era tradición invitarlos a cenar o almorzar a la casa… estoy nerviosa…
Yo: tranquila, amor… eres buena en todo… qué te parece que los invites este viernes a cenar y preparo esa carne al horno que tanto te gusta… Luego, durante la sobre mesa, los adulamos mientras bebemos…
Javiera: está bien… así lo haremos…
La noche de la cena mi esposa escogió un ajustado y sensual vestido de algodón strech negro como la noche misma con un moderado escote, pero largo solo un palmo más desde donde terminaban sus redondas nalgas. Calzaba sandalias descubiertas del mismo color con terraplén y, como de costumbre, no llevaba sostén.
Puntuales llegaron las visitas. Eran dos tipos con los típicos rasgos orientales de mediana edad, pelo corto, vestidos con el mismo traje negro y camisa blanca, sin corbata. El que individualicé como el jefe era de baja estatura, con prominente ponchera, cuello y brazos gruesos y fría mirada. Parecía un luchador de sumo en pequeño. El otro, en cambio, si bien poseía la misma mirada, era alto, atlético y de ágiles movimientos.
Con la mirada siempre evaluando inquisidoramente, se sirvieron el aperitivo, el cóctel y la cena. Comenzaron a bajar la guardia en la misma proporción que ingresaban en la relajante embriaguez del alcohol. Luego de dos botellas de whisky entre los cuatro, ambas visitas, reían con soltura y no dejaban de adular a mi mujer. Dado que tenían nombres impronunciables al luchador de sumo lo llamaré Sr. Hatami y al deportista Sr. Kanagua.
Sr. Hatami: no sé de qué se ríen… es verdad…
Javiera: me está diciendo que en su país existen lugares donde los hombres llevan a sus esposas a que sacien su lujuria y pagan por eso?
Sr. Hatami: básicamente, así es…
Sr. Kanagua: no veo que sea algo malo o pervertido como escuché por ahí, al contrario es por mucho más civilizado que su liviana costumbre de casarse, engañarse y luego separarse con todo lo que eso implica tanto en lo económico como en lo humano…
Yo: qué tiene que ver lo uno con lo otro…
Javiera: eso mismo…
Sr. Hatami: en nuestra cultura entendemos que el hombre puede engañar y seguir con la misma mujer, pero que la mujer, la mayor parte de las veces, engaña cuando ya no quiere estar con su esposo… y siempre al dejarlo es tachada como una mala esposa… para que eso no pase, tanto es esposo como la mujer, pueden practicar sexo libremente, sin posteriores recriminaciones… Mira, Javiera, acá tengo un video de mi esposa. Es de hace poco.
Yo: sería impertinente de mi parte pedirle si me permite parear su equipo con la televisión… así lo vemos todos… y, por favor, si le molesta le pido perdón…
Sr. Hatami: de ninguna manera, sería un honor compartir con ustedes el video…
El filme casero tenía una duración de 28 minutos. Comenzaba con una entrevista en un cuarto de un inmaculado blanco a la atractiva y joven señora Hatami, sentada en un sofá a juego con las paredes, junto a su marido. El esposo nos explicó que le estaban preguntando varias cosas, como, si estaba ahí por su propia voluntad, si prefería fueran rudos o gentiles los amantes en la cama o si apetecía una o más vergas y si prefería varias, las quería todas al mismo tiempo o de una en una y cosas similares que nos dejaron a mi esposa y a mí, absolutamente prendidos.
Si bien la señora se había inclinado por un polvo rudo con una verga grande y gruesa, el esposo, sin embargo, acercándose al tipo elegido y susurrándole algo al oído, cambió dramáticamente los planes. Esto porque después de hacerla eyacular repetidas veces y sentir dos orgasmos, tras penetrarla a lo perrito comenzó a follarle el coño con verdadera alevosía.
Al poco, otros labios besaban su boca para casi al tiro, enchufarle la verga y, de una, follársela a un ritmo demoledor. De pronto miré a mi esposa. Hipnotizada por la pantalla, sin notarlo, llevó su mano hasta la entrepierna, separó poco a poco las rodillas y comenzó a tocarse por encima del mojado calzón. Los invitados, sentados en frente de nosotros, ya no miraban la tv.
De pronto se me vinieron a la mente las palabras de mi esposa de aquella noche. Me levanté con cuidado para no interferir en su concentración y dirigí hacia los invitados que, con ojos de lobo hambriento, no se perdían ni un solo detalle. Me ubiqué por detrás, entre los dos.
Yo: para nosotros sería un honor que se sentaran uno a cada lado de mi esposa para hacer todo lo que ella les permita… les pido paciencia porque esta es la primera vez que estamos en una situación como ésta…
Sr. Hatami: será un honor, estimado señor…
Sr: Kanagua: el más grande honor… señor mío y que nos deja a nosotros terriblemente endeudados con ustedes…
Yo: ok… solo no hablemos de esto y no dejen mal a mi bella e inteligente mujer en su trabajo…
Sr. Hatami: antes de venir hacia acá, entregamos un positivo informe a nuestros socios en Tokio sobre su esposa y la compañía donde trabaja…
Yo: wow… no sé qué decir aparte de gracias… -Javiera tenía completamente separadas las piernas y un seno con su erguido pezón, expuesto, tocándoselo sin separar la vista de la TV. Ésta proyectaba una imagen donde la esposa estaba empalada por una verga en el coño y otra en el culo, más una tercera taladraba con vigor su boca…
Ambos asiáticos se sentaron uno a cada lado de ella. Los miró y siguió enfocada en la película. Entonces, casi al unísono, chuparon, lamieron, succionaron y manosearon cada uno un seno, mientras con sus manos la desnudaban con ardiente parsimonia y sin oposición alguna.
Por extensos minutos extrajeron del cuerpo de Javiera toneladas de placer y lujuria que la mantuvieron, sin siquiera usar sus vergas, de clímax en clímax y totalmente entregada a dos extraños en cuerpo y alma. Grabé cada detalle del tratamiento que mi esposa recibió gentileza de nuestros invitados a cenar.
Luego de más de una hora de seguidos e intensos orgasmos y mientras Javiera yacía desparramada sobre el sillón, los hombres se desvistieron. El Sr. Hatami se sentó en el borde, tomó a Javiera, dejándola frente a él y de una sola vez la sentó sobre su verga, iniciando de una, un a todo ritmo mete y saca en su empapado coño. De cuando en cuando le succionaba con pasión un excitado seno.
El Sr. Hatami hacía saltar sobre su verga a mi esposa con saña para luego, con el miembro enterrado, comenzar a mover sus caderas adelante y atrás cada vez más rápido hasta un nuevo orgasmo (otro más). De súbito Hatami, desempaló a Javiera y ubicándola entre sus piernas, agachada sin doblar las rodillas, hizo que le besara el cuerpo.
Entonces, Kanagua, apoyando su mano en la espalada de mi mujercita, la acomodó, dejándole el culo aún más expuesto y ambos senos y labios a merced de la boca de su socio quien luego de solazarse en ellos, con su mano en la nuca de mi esposa, la llevó directo a que engullera su verga.
De rodillas a menos de un metro de la escena, grababa excitado como nunca antes lo había estado, cómo Kanagua penetraba poco a poco el coño de mi esposa con su verga mientras con sus dedos, hacía lo propio por el culo. Hatami, al sentir quejidos, con su mano dirigió el brazo de Javiera hasta posarla en su entrepierna. Al oído le susurró, -tócate tú misma el clítoris- y la instó a continuar chupándole apasionadamente la verga.
Javiera a pesar de ser una mujer ardiente en la cama, nunca había sido ni gritona ni tampoco multiorgásmica, pero estos señores eran verdaderos samuráis del sexo. Tenían a mi esposa chupándole la verga a Hatami y parándole el culo a Kanagua, quien penetraba su coño con la verga y su culo con dos dedos coordinadamente.
Al cabo de un buen rato follándose a Javiera a tres bandas, Kanagua dejó ambos orificios libres en medio de otro orgasmo de Javi, la dio vuelta, dejándola de pie, de espalda a Hatami, jadeando, el mojado pelo pegado al rostro.
Éste, luego de levantarse, la tomó por las caderas y lentamente comenzó a perforarle el culo hasta lograr incrustarle la verga completa. Le puso las manos donde terminan las piernas y empieza el culo, alzándola en vilo. Luego de unos segundos de paz, la dejó caer para luego levantarla, unas cuantas veces, obteniendo de parte de mi mujer, audibles gemidos de placer.
Tras unos cuantos sube y baja, de súbito se detuvo. Kanagua aprovechó esos instantes de calma para ubicarse, mirándola a los ojos, entre sus piernas, para con tiento, comenzar a penetrarle el coño sin sacarle la verga del culo.
El rostro desencajado, los párpados unidos a cal y canto, silenciosa la boca semi abierta, los puños crispados, arqueada la espalda, contraídos los acicalados dedos de sus delicados pies, todos síntomas que daban cuenta del tremendo gozo en el que flotaba mi señora.
Una vez las dos vergas estuvieron acomodadas, iniciaron una demoledora doble penetración que desde el comienzo y hasta que los hombres acabaron dentro de ella, la mantuvo poseída por una cadena de orgasmos y eyaculaciones que, al final, la dejaron semi inconsciente, apoyando la cabeza sobre el pecho de Hatami.
Entre los tres la llevamos en andas hasta nuestro lecho matrimonial. Profundamente dormida, respiraba con la paz del sueño, brillante aún el cuerpo por el sudor. La observé en silencio por casi un minuto. Hasta que de pronto fui interrumpido.
Hatami: Venga, por favor… necesitamos conversar…
Yo: tranquilo… cuando duerme así, no la despierta ni un camión pasándole por encima…
Hatami: En nombre de mi socio y el mío propio quiero expresarle mi eterna y sincera gratitud, regalándole estos pasajes a usted y su esposa a Tokio por una semana con todos los gastos pagados, un viático de 2000 dólares y una limusina a su completa disposición…
Yo: esteee… no lo sé…no es que no lo acepte, al contrario, me siento profundamente impactado por el ofrecimiento, pero tengo que hablarlo con ella y además están nuestros empleos…
Hatami: no quiero que se ofenda, pero escúcheme… sabemos, porque investigamos a todos los involucrados cuando hacemos negocios… en fin, sabemos que usted es independiente y no gana más de lo que gana por convicciones. Sabemos que su esposa gana 5 veces más que usted… A usted le ofrezco por esa semana conociendo Tokio el salario de un año…
Yo: wow… gracias…
Hatami: y en cuanto a su esposa… hablaré con sus superiores. Les solicitaré la nombren supervisora en jefe de la fusión… Será un proceso largo y tedioso, durante el cual viajará constantemente y necesitará la asistencia de alguien competente…
Javiera: -apoyando su peso en el codo- Amor…
Yo: dime…
Javiera: quiero hacerlo… pero solo sí tú también así lo deseas…
Yo: -miré a mi esposa, le sonreí y le estiré la mano a Hatami- Está bien, Sr. Hatami, tenemos un trato…
Kanagua: -asomándose por el umbral de la puerta abierta. Vestido.- Sr. Hatami… el chofer preguntó si puede pedir algo para comer… le contesté que subiera a buscarlo… ¿Está bien?
Hatami: si… -miró la hora- creo que yo también comeré algo…
Yo: lo sigo… ¿vienes amor?
Javiera: tomo una ducha y los acompaño…
Resultó ser que el chofer de la limusina era un tipo de color, nacionalidad haitiana, que perfectamente pudo haber jugado en la NBA porque medía poco más de 1.90 m, con el físico de un atleta. Su único detalle era un rostro menos que poco agraciado, pero que lo disfrazaba con un liviano y ameno carácter.
Los cuatro hombres cada uno ubicado detrás de una de las sillas laterales, manteníamos una alegre charla, esperando a mi esposa. La que de pronto apareció rutilante, cruzando a penas cubierta con una pequeña toalla, como una saeta desde el baño a la pieza, cerrando la puerta tras de sí. Todos nos miramos con una sonrisa dibujada en los rostros.
Dos minutos después, sale de la pieza vestida con un camisón amplio y largo hasta los tobillos, de blanca y suave seda y, sobre él, una corta bata de fino algodón del mismo color. Lucía sin maquillaje y el cabello mojado. Unas albas zapatillas con el logo del hotel escondían sus hermosos pies. Me acerqué para recibirla. Estaba maravillosa…
En la segunda parte, y si ustedes así lo desean, les contaré qué fue lo que pasó el resto de aquella larga, asombrosa y lujuriosa noche en una de las habitaciones de lujo del Hyat… Solo les adelantaré que solo fue un “petí bouché” para lo que vivimos en el viaje a la isla de los Samuráis.