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Probando frutas maduras y ajenas (3)
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Tiempo de lectura: 7 minutos

A los pocos meses que ingresé a esa oficina, la señora Carmen me preguntó afligida si tenía alguna amistad en la escuela de bachillerato que estaba cerca de su casa.  “Si está el mismo director que hace un año, entonces sí”, contesté. “Es que mi hija se quedó en la raya y no logró ingresar”, dijo suplicante. De inmediato entendí su necesidad y le solicité la ficha y el número de folio con el que se registró la niña. Afortunadamente no hubo problema y la hija ingresó a tiempo.

Pasaron casi tres años y recibí de su parte, una invitación para la boda de su hija. “Está embarazada” fue su respuesta cuando puse cara de interrogación. El novio ya cursaba el segundo año de licenciatura y se le consiguió un trabajo de apoyo a los sistemas de cómputo, trabajo que él podía desarrollar muy bien y tenía gran demanda en ese tiempo. Me dijo Carmen que ese problema se sumaba el alcoholismo de su marido, y debido a ello, éste no quiso saber más de la familia y terminaron divorciándose. Yo le sugerí que concluyera su licenciatura, la cual dejó trunca cuando se embarazó y la animé señalándole que le daría mi apoyo para estudiar las materias difíciles. Ella lo agradeció y se inscribió nuevamente.

Cada vez que me pedía ayuda yo daba ejemplos donde se calentara:

–Si tienes a tres personas en fila, ¿de cuántas maneras distintas pueden acomodarse? –le leía el problema.

–¡Pues de tres!” –respondió.

–No, mira, supón que eres tú, tu novio y yo. Nos sentamos encuerados acomodados como en el trenecito. Tú primero, después tu novio… No es lo mismo que tu novio primero y luego tú, ¿verdad?

–No pues es distinto –contestaba.

–¿Cómo te gustaría más?

–Mi novio atrás… –contestaba.

–Bueno, también es diferente, y muy rico, si tu novio va primero, luego tú, y al final yo: bien agarrado de tu pecho y muy bien asegurado por abajo –explicaba haciendo el ademán de que me la estaba cogiendo –ella se reía a la vez que su cara enrojecía–. Un día lo hacemos tú y yo de manera práctica para que lo entiendas bien –la amenazaba y ella quedaba en silencio, con la sonrisa en la boca, imaginando lo que hacía mucho le había dejado de dar su marido.

Cada vez que la ayudaba, se despedía con un beso, siempre en la comisura de mis labios. A veces, al levantarse, se recargaba en mi pierna apretando la dureza de mi pene.

–¡Perdón!, ya me di cuenta que a ti también te gusta cómo explicas –decía dándome una caricia sobre el pantalón.

Carmen concluyó su carrera y, obviamente, me invitó a cenar a su casa para agradecérmelo. El hijo menor estaría esa noche con su padre, así que…

Ella se vistió como si se tratara de acudir a una cena de gala. Como persona educada a la antigua, ella confeccionó su vestido sin mangas de lamé plateado sumamente pegado y escotado por delante y por detrás, en el cual, hasta el hoyo del ombligo se podía adivinar; no se diga las tetas y las nalgas donde claramente aparentaba no traer ropa interior (a fin de cuentas, ella estaba en su casa), pero sí, solamente traía unas pantimedias de seda muy clara para resaltar sus piernas. Por si fuera poco, su apariencia jovial se reafirmaba con los quince centímetros arriba de las rodillas que tenía la falda y las sandalias de tacón medio, también en color plateado. La indumentaria y el delicado maquillaje le restaba casi diez años de edad.

Cuando llegué puntual a la cita, ella me abrió la puerta y me quedó clarísimo el alcance de esa cena…

–¡Pasa, no te quedes ahí parado! –fue lo que me dijo al mirarme asombrado y boquiabierto.

–Paso, y si me ha de comer el lobo, ¡que me coma! –grité y obtuve de ella una carcajada.

–¡Ja, ja, ja!, eso será más tarde… –dijo premonitoriamente y me dio un pico en la boca–, te lo prometo…

Con música suave, bailamos como dos enamorados calientes. Besé y acaricié sus brazos, sus manos y todo lo que estaba descubierto. Ella se untaba a mí para sentir mi pecho con el suyo, mi turgencia con sus piernas y me bajaba la mano para que ésta quedara más debajo de su cintura. En una de las piezas, donde ella cantó seductoramente la letra mirándome a los ojos, mis dos manos reposaron sobre sus nalgas hasta que concluyó la melodía. Al terminar, me invitó a sentar en el sofá.

–¿Qué te sirvo de tomar? –preguntó solícita.

–Además de ti, lo que quieras… –dije mirándola libidinosamente.

Ella sonrió satisfecha de mi mirada, y me mostró las diversas bebidas que tenía.

–Tomo lo que me des, incluida la sangrita con pelos, si es temporada –dije acariciándole el pubis.

–No es temporada, pero otro día puedo invitarte, si es que tienes gustos de vampiro… –dijo, moviendo mi mano para que siguiera acariciando su vientre bajo–. Yo prefiero el vino, señaló hacia un par de botellas de Beaujolais.

De inmediato me levanté y tomé el sacacorchos para destapar una. Después de que se aireó, Carmen trajo dos copas y serví la bebida. Ella, antes de que me sentara dijo “Quiero hacer un brindis”

–Brindo por lo que lograste animar y enseñar a esta alumna burra para que terminara mi licenciatura. ¡Muchas gracias! –chocó mi copa y bebimos la mitad del contenido.

–Quiero aclarar tres cosas: en primer lugar, la del logro fuiste tú; en segundo, no eres burra, el burro soy yo –dije lanzando mi pubis hacia adelante para hacer más notoria mi erección–. Por último, más que burra, pareces vaca –y me fui con la boca directo hacia su busto.

–¡Ja, ja, ja! Con calma, goloso, para todo hay tiempo esta noche… –dijo sentándose y señalando que me sentara junto a ella.

La música siguió y platicamos de sus hijos, de que ya no extrañaba a su marido pues aquello solo eran discusiones y maltratos en los últimos años. Cuando llevábamos más de la mitad de la botella de vino consumida, interrumpió la caliente plática que teníamos sobre Goya, la cual había iniciado con la promoción que ella le hizo a Carmen cuando le mostró el acta del examen profesional, la cual elevó sustancialmente su sueldo. Pero lo caliente derivó a aquella noche del festejo navideño…

–Voy a servir la cena. Me esmeré mucho para complacerte –dijo y se fue hacia la cocina.

–Debiste llevarme a la cocina como lo hizo tu jefa… –me queje a su regreso.

–Sí, vi cómo fue y luego ella me platicó lo que pasó allí –contestó en tono sarcástico –, ¿crees que yo no tenía ganas de eso? Pero, por jerarquía primero es ella. También me contó los detalles de lo que pasó meses después, de lo cual yo sólo escuché los gritos, arrumacos y jadeos, no creas que no nos comunicamos. Eres un bocado apetitoso que podemos compartir…

El menú era pasta verde; la ensalada, además de lechuga y demás verduras tradicionales tenía arándanos y champiñones frescos finamente rebanados; el plato fuerte de costillas de cerdo al horno con romero. La segunda botella de Beaujolais se terminó en la comida. Por último, sirvió de postre un flan horneado, riquísimo. Pasamos al café acompañándolo con unas deliciosas galletas caseras.

En la sala tomamos el coñac y me dio un habano. “Sé que te gustan”, dijo pasándome un encendedor para prenderlo. No me dio detalles de lo que sabía sobre mis esporádicos encuentros posteriores con Goya, pero dejó claro que los conocía.

–Lo que nunca supimos fue si te cogiste a Chela o no esa noche del festejo navideño. Todo lo que ella cuenta cuando la cuestionan es “Yo no me acuerdo, estaba muy borracha”, pero conociendo su fama de puta… ¿Qué pasó aquel día después de que me dejaron en casa? –preguntó.

–Sí, ella estaba tan borracha que yo temía que volviera el estómago en el auto y afortunadamente no pasó –dije por toda explicación.

–¿Cogieron? ¿Sí o no? –insistió.

–Si ella dice que no, es no. Pero si dice que sí, que nos cuente los detalles, así como Goya te los cuenta –dije–. No sé si Chela sea muy puta. creo que es más la fama que le echan –rematé.

–¿Sabes de qué tengo ganas…? –me preguntó al oído después de abrazarme– ¿Si te lo cuento, me lo concedes? –insistió melosa y yo pensé “Ya quiere que nos vayamos a la cama”

–¡Claro que sí, a festejarte, vine! –dije y le di un beso que duró más de un minuto saboreando nuestras lenguas de coñac.

–Quiero que bailemos desnudos –dijo comenzando a desabrochar mi ropa– es una locura que siempre quise, pero mi exmarido se ponía a cogerme al verme encuerada…

–¡Espero no hacer lo mismo que tu exesposo! –exclamé al tenerla sin ropa.

Nos levantamos y bailamos. Ella tenía preparadas varias piezas para cumplir su deseo largamente añorado. Hubo de todo, hasta un Twist donde lució un espectacular movimiento de tetas y de nalgas, obligándome a sacudir mi verga y huevos al ritmo de su frenesí. Claro, las más románticas, abrazados con una mano mientras que con la otra ella jugaba con mi pene y testículos y la mía con sus pezones, acompañados de largos y húmedos besos.

–¿Te cuento otro de mis deseos para que me lo cumplas en este festejo? –preguntó susurrando en mi oído antes de meter su lengua en mi oquedad auditiva.

–Si puedo lo hago, por mí no queda… –dije con voz de deseo.

–¡Claro que puedes!, Goya me contó qué tan puto eres –afirmó jalándome el tronco que ya babeaba, salpicándose las piernas y la mano.

–¡Ah, el puto soy yo! ¿Ella no? –pregunté con falso tono de indignación.

–Sí, ella aprendió a ser puta con las veces que cogieron ustedes y ahora yo quiero ser la más puta de tus alumnas –dijo, llevándome hacia la recámara.

Una vez que llegamos allá y me pidió que me acostara, sacó y encendió su laptop sobre el peinador. “¿Vas a video grabar las lecciones?”, pregunté. “No sería mala idea…”, dijo, y después de hacer una pausa añadió “¿Tú aceptarías?”. No supe que contestar.

–¡Ya lo encontré! –exclamó, dándole play a una presentación en “PowerPoint” –éste me lo encontré en Internet. Es un compendio de posiciones sexuales y hay muchísimas que no me han hecho y quiero que me hagas todas las que podamos antes de caer rendidos –explicó tomando el control remoto y se acostó a mi lado.

–“hay muchísimas que no me han hecho”, pensé que sólo habías cogido con tu esposo –repetí su dicho, enfatizando el plural, y precisé mi duda.

–¡Pues no!, seguí tu consejo de darme otras oportunidades para disfrutar de hacer el amor. Claro que quería darme oportunidad contigo, pero nunca antes que mi jefa, a quien la dejaste encantada con tus versos, caricias y besos. Ella debía ser primero que yo en llevarte a la cama –me aclaró, dejándome ver que yo sólo era un juguete para estas bellas señoras maduras.

–¿Cuántas posiciones hay allí y cuántas te faltan? –pregunté.

–Eres el primero a quien le enseño esta joya de recetario con el fin de darme gusto –me aclaró antes de darme una chupada en el pene.

Después que terminó de saborear la miel que soltaba mi glande, se incorporó y yo, en retribución, le chupé la vagina después de preguntarle con cuántos más se dio oportunidad.

–¡Ay, qué rico! ¡Esto nunca me lo hicieron! Sí los tres oportunistas me pidieron que los mamara, además de mi marido, pero ninguno puso su boca en mi pepa. ¡Es delicioso el beso en estos cuatro labiooos! –gritó cuando le sorbí el clítoris.

–Lo que pasa es que tú estás deliciosa, por eso sientes así –dije abrazándola y tomé el control para pasar rápidamente las diapositivas. Eran más de 20 posiciones, de las cuales, algunas eran solamente contorsiones de actos circenses. Regresé al inicio la presentación– ¡Comencemos! –dije devolviéndole el control.

Me la cogí toda la noche, sin necesidad de ver la presentación. Sólo me dejé llevar por sus ganas. Disfrutó enormemente el sexo oral, y en el 69 probó el sabor del esperma, el cual le gustó mucho. “¿Te han hecho el sexo anal?”, pregunté para saber si también por allí se lo metería. “No”, me contestó, “¿Se siente rico?”, insistió. “A algunas les gusta y a otras no” dije sin mayor explicación. Se vino muchísimas veces, algunas seguidas, como vagones de trenecito, y yo sólo eyaculé tres veces, contando el mañanero. También la cargué en la ducha haciéndola gritar de felicidad.

Al despedirme le dije “Revisa cuáles posturas nos faltan, y piensa si quieres probar por el ano. Tú pones la fecha y el lugar para continuar con tu festejo”. “Claro que lo voy a hacer, quiero graduarme de puta contigo, maestro” y me dio un rico beso húmedo antes de abrirme la puerta de su casa para que yo saliera.

Al fin de semana siguiente, nos fuimos a un hotel en Cuernavaca, llegando desde el viernes y regresamos a la CDMX el domingo en la tarde. Cansados y felices, pero concluimos el curso de puta que Carmen se planteó, con enculada incluida. Claro que hubo otras veces más…

Pd. Hace pocos días, me habló la hija de Carmen, suplicándome que fuera a darle el último adiós a su madre quien murió de una afección cardiaca. En el velatorio, cuando le di el pésame a la hija, le manifesté mi agradecimiento porque yo la quise mucho. “Lo sé, ella también a ti porque cambiaste su vida ante el derrumbe del divorcio. La animaste a superarse y ella fue feliz. Si acaso hubo algo más entre ustedes, a pesar de la diferencia de edades, ¡qué bueno! porque ella te recordaba con felicidad”, me dijo. Sólo le faltaba añadir que ese recuerdo seguramente era acariciándose la vagina y las chiches. DEP Carmen.

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