Es sábado por la tarde, del inicio del verano, pero con un calor que ya invade la ciudad. Hemos hablado por teléfono, apenas dos minutos. Las infinitas ganas de vernos no parecen caber en el wi-fi. Por eso quizás has aceptado que propusiera recogerte en apenas media hora. Poco tiempo para que una mujer se arregle; y demasiado para que quepa en mi impaciencia.
Imprudentemente, paso por ti cinco minutos antes de la hora acordada; y eres increíblemente puntual. Apenas me haces esperar dos minutos y te veo salir de casa. Pero la puntualidad queda en nada cuando te veo cruzar la calle hacia mi coche. Vistes una falda larga no ajustada, de flores y una blusa de color rosa pastel. Tus rubios cabellos reflejan el sol de la tarde haciéndola más brillante, y tu sonrisa se adueña de toda la calle.
Subes al coche, me miras y, traviesa, me guiñas un ojo. Me preguntas qué me pasa y me despiertas del shock. Sólo acierto a contestarte que acabo de ver un ángel y todavía no he reaccionado. Ríes sonoramente inclinando tu cabeza hacia atrás, y llenas de música tanto el interior del coche como el de mi alma. Mis ojos quedan prendidos en tus rojos labios.
Apenas me repongo, te consigo decir que me pidas donde te apetece que vayamos. Pero sólo llegas a quejarte de tanto calor que hace. Te propongo una tarde de cine. El aire acondicionado nos ayudará a soportar cómodamente la tarde. Me preguntas qué película vamos a ver. Y te contesto que no lo sé, pero que sí sé lo que no voy a dejar de mirar.
Tu perfume invade poco a poco el ambiente hasta hacerme respirar un fresco olor de lavanda sobre tierra mojada. El viaje se hace corto, y no porque conduzca rápido, como suelo hacer, sino porque no tengo ganas de llegar y dejar de sentirme así.
Llegamos al cine, ningún título nos suena, pero qué más da. Mi mente empieza a elucubrar…, no, sigue elucubrando, y ya lleva rato haciéndolo… Una película de actores poco conocidos y de un tema pasado de moda es, sin duda, la mejor opción para vivir una tarde en la que sólo importemos nosotros.
Por suerte la sesión empieza en menos de diez minutos, compro las entradas y nos metemos en la sala. Apenas no más de ocho personas en toda la sala. No miro los números de las filas ni los de los asientos que nos han dado; da igual, de la mano vamos hacia la parte más atrás de la sala.
Dos filas más atrás, un poco alejados a nuestra izquierda queda una pareja de ancianos. El resto de espectadores quedan bastante más adelante.
No has dejado de sonreír en ningún momento. Te siento exultante, yo diría que emocionada. Apagan las luces, y te sientas a mi izquierda. Sonriente y feliz te miro, y te beso en la mejilla. Entornas tus ojos y apoyas tu cabeza sobre mi hombro mientras me coges el brazo son tus manos. Eres la pura imagen de la felicidad.
El olor fresco de tu cuerpo que noté en el coche se ha vuelto más fuerte y dulzón. Beso tu cabeza mientras salen los títulos de la película que ya he aceptado que nunca podré contar, porque no le voy a prestar ninguna atención.
Paso mi brazo por encima de tus hombros para acercarte a mi pecho. Ahora tu perfume se hace más penetrante. Mi mano acaricia tu pelo, y la alargo hacia abajo a rozar tu cuello, poniéndote la piel de gallina a la par que mi excitación empieza a hacerse presente.
Levantas tu mirada hacia mí y, tras susurrarte un “hola” con sonrisa incluida, no dudo en besar tu boca, más dulce que la miel.
Mi mano derecha se ha vuelto decidida y valiente y acaricia, sucesivamente, tus pechos, erguidos y firmes, con ambos pezones, ya duros y enhiestos, perfecta muestra de tu creciente excitación.
Un tenue gemido escapa de tu boca, ágilmente atrapado por la mía que, con la lengua, explora todo el espacio desde tus labios hasta tu lengua, silenciándolo.
Mi mano baja a tu cintura agarrándote con más fuerza mientras nuestros labios se funden en un beso interminable, en el que nuestras lenguas bailan completamente abrazadas. Y con un lento pero firme y seguro recorrido, mi mano se aventura por tu ombligo acercándose a tu Monte de Venus. Tu falda de flores se muestra como muro infranqueable, por lo que mi mano decide que será más sencillo y hasta más apetecible ascender desde tus maravillosos muslos.
Mientras con mi lengua acaricio el lóbulo de tu oreja, noto como te vas poniendo más y más cachonda por momentos, por lo que me atrevo a decirte con voz muy baja… “quiero quitarte las bragas…”. Ladeas tu cabeza para mirarme con ojos felinos y decirme, con una pícara sonrisa… “eso no va a poder ser”. Sorprendido, y un poco descolocado, me pones a mil cuando, antes de que pueda ni protestar, me sueltas…”NO llevo bragas…”.
No consigo poder creerme lo que acabo de escuchar, pero ya nada me va a detener, el morbo que destilan tus palabras susurradas me ha hecho perder la cordura y la decencia, por lo que mi mano se apresura a bajar hasta tus piernas, y desde tus rodillas, mis dedos suben por tus muslos en el interior del jardín de flores de tu falda que, inevitablemente, aparto dejando tus piernas al descubierto y… Dios!, tu depilada vagina a mi vista. Siento que me falta hasta la respiración cuando la penumbra que permite la luz de la pantalla me deja ver y adivinar tu sexo, cuya humedad se evidencia en el tacto de mis dedos, que reclaman avanzar hacia su destino.
Alcanzo rápidamente mi meta y comienzo a rozar tu clítoris con mi pulgar mientras dos de mis otros dedos se introducen en tu vagina, quedando completamente mojados. Sentir la humedad de tus calientes flujos pone mi pene al máximo de su dureza, ayudado por las firmes caricias que, sobre el pantalón, le realizas con tu mano derecha.
Tu respiración se acelera y se convierte en jadeos y susurros que apenas pueden simularse en el ruido y las conversaciones de la película que deberíamos estar viendo.
Te me abres de piernas para que mis dedos te penetren con mayor profundidad y aumento enseguida el ritmo con ellos, notando como tu vagina se empieza a contraer con fuerza justo antes del orgasmo que me anuncias con tu mirada, ahora totalmente lujuriosa.
Acerco mi boca a tu oreja para ordenarte en el preciso instante que más dispuesta te encuentras… “CORRETE!!…”, y siento como todo tu interior se inunda, mientras cierras los ojos fuertemente e intentas inútilmente acallar los gemidos que escapan de tu garganta.
Y no lo dudo un instante. Deseo tan intensamente saborear tu néctar que, directamente, con más imprudencia que valentía me arrodillo en el suelo de la sala y desde abajo observo tu cara de sorpresa o, tal vez, de terror. Sueltas un pequeño grito, que parece traer escondido cuán loco me consideras. Pero, en realidad, es así de loco como me consientes y, lo sé, me deseas.
Mi boca engulle todo tu sexo palpitante, y su sabor me traslada a lugares desconocidos donde el placer es infinito y nos inunda por todas partes. Endurezco mi lengua que empiezo a mover con rapidez y firmeza por tu clítoris que ahora noto más grande y noto como te hace sentir intensos latigazos que recorren toda tu espalda. Y casi de inmediato, por morbo, por excitación o por verdadero terror a que seamos descubiertos, siento como te corres en un segundo e intenso orgasmo con el que quedas extasiada. Solo alcanzo a escuchar la palabra “loco” susurrada varias veces, mientras con una mano me sujetas instintivamente la cabeza impidiéndome que deje de chupar profundamente tu caliente y chorreante vagina.
Podría parar, o quizás debería, pero no es lo que nuestras almas, en este instante unidas, nos piden a gritos de deseo silencioso. Por eso, mi lengua empieza a chupar con profundidad los labios menores de tu sexo, al tiempo que los míos los absorben e introducen en mi boca. Mis dedos han vuelto a penetrar en tu vagina por detrás del clítoris y acompasan el movimiento lento de mi lengua. Poco a poco, vuelvo a notar como se inicia tu estado de tensión, de acumulación de placer recorriendo e inundando tu cuerpo hasta que empiezan a temblar tus piernas, y, totalmente fuera de control, me regalas un tercer orgasmo que empapa toda mi cara.
No sé si alguien se ha percatado, y tu tampoco estás en disposición ni de planteártelo, pero ¿acaso nos habría de importar?
Me levanto del suelo y me siento a tu lado, mientras abriendo un poco tus ojos me regalas la sonrisa de gozo más linda del universo, derramas una lágrima que contiene toda la felicidad que puede caber en el alma, y juntos leemos los títulos de fin de la mejor película que hemos visto nunca en el cine.