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Probando frutas maduras y ajenas (2)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Al terminar la reunión, mi jefa me solicitó que llevara a Chela y a Carmen a sus respectivas casas, pues eran las únicas que no traían vehículo y yo casi no tomó alcohol. Chela estaba muy borracha y pidió ir en el asiento de adelante. Primero dejé a Carmen y la acompañé hasta que entró a su casa. En el trayecto dijo “La pasé muy bien gracias a ti”. Antes de abrir la puerta de su casa medio las gracias y un beso que ocupó la comisura de mis labios y parte de la mejilla. Al subir al auto, mi cara se topó con las pantaletas muy mojadas que Chela me mostraba.

–Mira cómo me las pusiste con tus caricias en el baile –las olí y no eran orines lo que las habían humedecido, era sudor y jugos de vagina–. ¿Las quieres de trofeo? –me dijo con voz pastosa y yo las tomé para guardarlas en la bolsa del saco–. Llévame a un hotel antes de llegar a casa –dijo antes de darme un beso y bajar la cremallera del pantalón. Con trabajos pudo extraer el pene y en el acto se lo metió a la boca saboreando con deleite el líquido preseminal. No pude negarme…

Nos bajamos en el primer hotel que encontramos en el camino. En el cuarto, como si se tratara de una meretriz con gran experiencia, y a pesar de su borrachera, se quitó el vestido en un instante levantándolo hacia arriba. Su vello revuelto y abundante me subyugó, pero casi inmediatamente cambié mi vista más arriba para mirar cómo se colgaban las chichotas al deshacerse del sostén.

–¿Te gusta esta vieja, nene? –preguntó resbalando lentamente las manos por sus costados y después se dio la vuelta para que le viera las nalgotas.

Me quité rápidamente la ropa y con el pito parado llegué por atrás de su cuerpo, tallándole las nalgas con mi herramienta.

–Espera, déjame sacar un condón en mi pantalón –dije, pero ella me quitó la prenda y la volvió a poner sobre la silla.

–No te preocupes, bebé, en el último susto, que terminó en un embarazo no esperado por mí, pero que mi marido creyó que él era el responsable, me hicieron la “salpingo” –explicó y tomó mi pene para dirigírselo a la vagina.

Apenas estuvo mi verga en la entrada, se colgó de mi cuello y me empiernó la cintura, provocando la inmersión inmediata de mi verga en su caliente panocha. Gritando “Cógeme, bebé, cógeme”, se movió como una posesa hasta que se vino, escurriendo sus jugos en mis huevos. Me dejé caer sobre la cama, manteniéndola bien ensartada y me moví hasta alcanzar la eyaculación. Lentamente nos separamos y se colocó en 69. Lamimos tomando con placer nuestras excreciones. Con mi cara acaricié el tupido vello de su triángulo y, como si fuese luchadora experta, me colocó bocarriba montándose sobre mi cara. “¿Te gusta chupar pelos, nene?” decía mientras friccionaba su cuca sobre mi cara, el río de secreciones que arrojaban sus jugos me barnizó la cara mientras ella se venía una y otra vez hasta que cayó a la cama exangüe.

–¡Qué rico coges, muchachito…! –gritaba mientras, a dos manos, me acariciaba con maestría los huevos.

Sí, definitivamente, era una puta consumada…. Descansamos un poco

–¿Vas a llegar así a tu casa? –pregunté con seriedad.

–No, putito, mi marido se daría cuenta y ya no quiero más problemas en casa –dijo dándome un beso antes de levantarse–. Cuando te vengas en mi culo, descansamos un poco y me voy al bidet; luego me pongo una gorra para baño, o una toalla en la cabeza, y me meto a la regadera, ya tengo todo sistematizado para mostrarme fiel ante él, así como para ti me mostré en la mañana como una puta y te lo seguiré comprobando una hora más… –explicó su sistematización al tiempo que sacaba una botella de Ron y un refresco de toronja del minibar.

Cuando tuvo la bebida preparada, con hielos incluida, me ofreció, pero la rechacé aduciendo que aún tenía que manejar.

–Así estaba el esposo de Carmen cuando tenía tu edad, no tomaba, pero sí cogía, me consta; ahora es un alcohólico y es difícil calentarlo –me manifestó.

–¿Tú te lo cogiste? –pregunté asombrado.

–Ay, amiguito, me he cogido a casi todos los de la dirección y a los esposos de mis compañeras –confesó saboreando la bebida.

–¿También al esposo de Goya? –pregunté asombrado

–Ese es casi tan puto como yo, la jefa ya no aguanta sus infidelidades –expresó–, pero le gusta cómo coge porque lo hace muy rico, también me consta, aunque cada vez tarda menos con el arma firme.

Continuó en su borrachera platicándome de muchos compañeros, o sus consortes, de la dirección. Sabía también quién había embarazado a alguna. Ella misma aceptó que su ultimo hijo era de alguien que tenía un alto puesto, pero me advirtió que no era el subdirector, como afirmaban los rumores. Afirmó que el rumor podría seguir corriendo porque el subdirector era soltero y eso no afectaba a nadie.

–¿Ya te repusiste para entrar por la retaguardia, amorcito? –dijo al terminar el trago y dejar el vaso para irse directamente a mamar verga.

–¡Espera, me vas a exprimir lo que queda!, y ya no voy a poder disfrutar de tus nalgas cogiéndote de perrito, que es como te me antojas –exigí al sentir que me venía.

–Así me gusta, que los putos me cojan como se los pido –dijo arrastrando las palabras y se puso en cuatro extremidades ofreciéndome su culo.

Se lo chupé, también lamí su periné y ella no cesaba de gritar “¡Qué rico me haces nenito, eres un bebé mamador!”. Después metí mi falo en su panocha que seguía mojada, lo lubriqué un poco y le pedí que se abriera las nalgas. Cuando lo hizo, se la clavé en el ano con toda mi enjundia y dio un grito de satisfacción “¡En todo lo alto, hasta la empuñadura!” cuando sintió que mis testículos golpeaban sus labios exteriores. El vaivén continuó, también sus gritos, y escurría de su pepa un hilillo de viscosidad de tantos jugos que soltaba con los orgasmos. Le llené de semen el tubo rectal y ella cayó en la cama, temblando de placer. Yo no me quise zafar y me acosté sobre ella; aproveché que su ano se mantenía apretado para mover mi vientre en círculos sobre sus nalgas antes de que mi falo se saliera. Ella continuaba resollando y balbuceaba temblorosa varias veces la palabra “puto”.

Se salió mi verga y también el aire que le había bombeado. Quedó quieta y cerró los ojos. Me fui a bañar dejándola en la cama. Al salir del baño ella seguía dormida. Me vestí en tanto que, con palabras, traté de que despertara.

–¿No te vas a bañar, Chela? ¿Acaso no fue suficiente y quieres que te siga cogiendo hasta el amanecer? ¿Tu marido sabe que llegarás borracha y muy cogida? –le decía y con esta última frase empezó a despertar.

–¿Qué hora es? –preguntó somnolienta.

–Una hora después de la autorizada a la Cencienta –contesté para decir “La una de la mañana”

–¡Dios mío, ya es tarde! –exclamó y se paró de inmediato para ir al baño.

Tuve que acompañarla pues trastabillaba por lo borracha. Le ayudé a sentarse en el bidet y se aseó dos de las vías que usé. Luego tomó la gorra de baño y se metió a la regadera. Se enjabonó y me quedé pensando en que quizá la delatara el perfume del jabón ante su marido. La verdad es que ella ya tenía mucha experiencia en esas lides, así que no me preocupé.

La dejé en su casa y me retiré. Al regresar del período vacacional, tuve oportunidad de platicar con ella en el tiempo del almuerzo. Me dijo que su marido llegó un poco después porque también hubo festejo en su trabajo, así que ninguno se enteró de cómo llegó el otro. Pero al amanecer, ella estaba encima de su marido y empezaron el “Chaca-chaca”. “Así, muchachito, así” le decía ella, pues pensaba que seguía conmigo, hasta que se vinieron. “¿Muchachito?”, le preguntó su marido cuando se repuso. “Es que la traías muy parada y tiesa, como hace diez años, mi amor, ¡muy rica!”, contestó como justificación.

“¿Qué hiciste con el trofeo que te regalé?”, me preguntó refiriéndose a sus pantaletas mojadas. “Ya se secó, pero aún huele a puta. Le uso, colocándola sobre mi cara, lamiéndola un poco para que el sabor y el olor resurjan mientras me la jalo. Gracias por ese bello recuerdo” contesté con los ojos semicerrados y sonriendo.

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