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Orgasmos y cortinas
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Sus cortinas son traslucidas, es claro que todo se ve hacia adentro, él lo sabe y parece que no le importa. He desarrollado ese oscuro fetiche de lavar los trastes en la noche, dejarlos acumular, ensuciar todos los que pueda, ensuciar en exceso. Que, al llegar la noche, cuando mi esposo y mi hijo duermen, me vea obligada a estar mucho tiempo fregando, lavando, enjuagando y secando.

Primero un poco de perfume en mis muñecas y mi cuello, labial y ropa interior adecuada. Luego, de pie frente al fregadero de mi cocina, con las luces lo más bajas que se pueda, apenas perceptible que hay vida en la casa y todo en el absoluto silencio. Me dedico a observar hacia su ventana.

Esa cortina de encaje me deja verle, siempre en bóxer y sandalias, despreocupado, su cabello desordenado. Un torso fuerte, lleno de bello, su pecho hinchado del evidente ejercicio. Se levanta de vez en cuando de su computadora, siempre hacia la cocina. Ya varias veces he podido saborear ese bulto duro en su bóxer, su juventud se evidencia en esas constantes y vigorosas erecciones de la nada. Se levanta despreocupado y se acaricia su verga erecta sin ningún reparo mientras busca algo de comer o lava sus platos. Mis manos empapadas de agua y jabón están entre mis piernas mientras hago presión contra el fregadero. Estoy gimiendo, no me interesa, en esta casa a nadie le interesa, todos duermen y yo estoy fantaseando con él. Verle de espaldas mover sus nalgas de camino a la computadora de nuevo también me estimula. Sus piernas son firmes y sus nalgas se contonean con cada paso que da.

De todas las experiencias, ayer fue la mejor. Sabía que era día feriado, que era difícil que un tipo tan joven se quedara en su casa, y en caso de hacerlo, era improbable que se dedicara a trabajar en su computadora hasta tarde como normalmente lo hace. Sin embargo, decidí proceder con el ritual de ensuciar los platos como de costumbre. En caso de no estar, igual me masturbaría y tendría mi momento de placer, de todos modos, a quién le importa. Al llegar la noche mi sorpresa fue verlo en la computadora como de costumbre, así que comencé a fregar los trastes, a fregar mis labios, mis humedades, a fregar mis deseos.

Mi sorpresa fue que antes de lo normal lo vi acomodarse distinto en su escritorio, más cómodo que de costumbre, más relajado. Se quitó el bóxer y lo vi, viril, erecto, brillante, llamándome… casi pude sentirlo en mi boca. Su mirada fija al computador, sus ojos exaltados, sus muecas orgásmicas, sus manos trabajando para darle placer. No perdió detalle alguno de su pantalla y yo no perdí detalle alguno de su autocomplacencia. Pasaban los minutos y mis deseos por tocar a su puerta, y terminar el trabajo por él, se comenzaban a transformar en una idea viable. Lo vi levantarse de su silla, ¡NO PUEDE SER! Nunca vi un miembro así de jugoso, el muy puto decidió darse placer de pie. Sus movimientos con firmes y con fuerza me hacían penetrarme con lo misma determinación. Llegó su clímax, se fue de espaldas, cayó en su asiento extasiado, su verga firme en la mano, brotando lujuria y desorden, su abdomen y su pecho llenos de la evidencia de su placer. Juraría que hasta su rostro.

-Un grito desmedido surgió de lo más profundo de mí- Un estruendo, sangre en mi mano, mi esposo atendiendo el corte producto de un plato quebrado, todo mientras su retahíla dicta que debería lavar los platos más temprano, o en todo caso, hacerlo con más luz.

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