Éste es un ejercicio literario que hice hace años, contra mi voluntad. Cuento cómo mi marido desvirgó a mi prima, según la versión de ella quien, borracha, me lo contó.
En mi relato pasado, “Vacaciones en Oaxtepec” salió mi prima Chavela a colación. Entre los comentarios, Mar me asaeteó asegurando que Saúl, mi marido, sí se cogió a mi prima Chavela, y también a mi hermana. Y me retaba a que hablara con mi prima para que me contara cómo fue la primera noche que tuvo con mi esposo.
La verdad, hace muchos años que Chavela y yo tuvimos esa plática, y también ese día me contó que mi hermana sí se tiró a mi esposo, cosa que yo ya sabía. Aquí sólo describiré lo que pasó con Chavela, incluso lo grabé. Lo de mi hermana, prefiero dejarlo pendiente para otra ocasión, ya que lo escribí cuando ella misma me lo confesó pues, según dijo, estaba arrepentida de haberlo hecho sin mi consentimiento, aunque en ese momento Saúl y yo nos andábamos divorciando y no vivíamos juntos.
Yo tendría más de 35 años. Saúl y yo ya estábamos en buenos términos, y yo tenía a mis amantes sin que mi cornudo consentidor riñera conmigo por eso y mi prima Chavela sabía de esta situación, además de otras pocas personas. Nuestra plática ocurrió en casa, después que varios familiares se habían retirado de una reunión que hicimos para celebrar el cumpleaños 36 de Saúl. A mi prima se le habían pasado las copas y estaba coqueteándole a mi marido casi enfrente de mí, “Quiero darte un abrazo de feliz cumpleaños y ser mamá” le decía. Yo me enfurecí, pero no dije nada. Saúl, quien cuando toma se pone somnoliento, se fue a dormir despidiéndose de Chavela con un beso “Otro día me felicitas, pero con condón”, le dijo. Chavela se quedó llorando y gritando “¡Quiero ser mamá!”, y vació de un trago el caballito de Tequila.
–Ven a tomar conmigo, Tita, hablemos de mujer a mujer –me dijo y sirvió un trago para mí también.
Yo me senté, pues quería saber los detalles de ese capricho de querer ser madre y, además, ¡usando a mi marido de semental! “Hablemos pues, pero vámonos al sofá cama del estudio para dejar dormir a mis hijos y a Saúl”, le sugerí. Nos paramos, ella además de su vaso, tomó la botella. Le llevé una bata para que durmiera cómoda y yo también me puse una. Colocamos la botella y los vasos en el mueble que servía de buró. Mientras ella fue al baño para orinar y ponerse la bata, puse un casete nuevo, de 45 minutos por cara, en la grabadora y dirigí los micrófonos hacia donde ella estaría sentada. Regresó pronto.
–¡Salud, por tu viejo tan rico! –dijo y se tomó un trago.
–¿Por qué dices que Saúl está rico? ¿Ya te lo tiraste? –le pregunté.
–¡Uuuh, varias veces!, y no sólo yo, coge riquísimo, dicen todas las que sé –confesó sin más trabas que las de su dicción de ebria.
–¿A quiénes más se ha cogido Saúl? –pregunté entre curiosa y asustada.
–Entre otras, a mi hermana Dinorah, a tu hermana Paca y a mi tía Eli. Todas pudimos consolarlo mientras tú lo despreciabas –hizo el ademán de fornicar, cuando pronunció “consolarlo”– y andabas cogiendo con otros. Todas fuimos a verlo al departamento donde él vivía. Solas, no creas que en grupo–. Yo quería que me embarazara, lo mismo que tu hermana Paca (la menor), pero él, todo un caballero, nunca eyaculó dentro de nosotras.
–Sí, al parecer él no es de los que anda regando hijos con cualquiera, como nuestros parientes –señalé recordando varios primos que nos fueron saliendo con el tiempo.
–Y también varios primos no son de los esposos de las tías… ¡Mírame, en pocos años llegaré a los 30 y no tengo algún hijo!, lo mismo tu hermana Paca. ¡Déjame dormir con él esta noche! –suplicó.
–Ya veremos, pero primero cuéntame como empezó todo entre ustedes –dije y le volví a llenar el vaso de Tequila.
–Fue hace diez años, cuando tú te fuiste de tu casa llevándote sólo a tu hija. Yo me presté a quedarme con él para cuidar al niño. Saúl se resistió, pero yo no hice caso. Le preparé el biberón a tu hijo, se lo di y me acosté en la cama matrimonial. Tu marido insistió en venirse a dormir al estudio, pero yo le dije que se quedara a dormir allí, por si el niño despertaba y no me reconocía.
–Ya sé, te encueraste y se le antojaron tus nalgas… –dije en tono de molestia.
–¡Qué poco conoces a tu marido! Él se acostó sobre las cobijas, pero más tarde hizo frío. Le metí la mano bajo la manga del pijama y lo sentí helado. Le dije “Estás muy frio, métete bajo las cobijas para que te calientes” y lo hizo. Yo le empecé a friccionar el cuerpo para que se calentara, dándole caricias en el pecho y el abdomen, fui cada vez más abajo y él se calentó muy bien. “Yo también ya tengo la piel chinita”, le dije tomando su mano y la puse sobre mis brazos. Yo estaba así porque me sentía muy arrecha acariciándolo. “La que necesita calor eres tú”, me dijo y comenzó a hacer lo mismo que yo. Al rato nos quitamos los pijamas y nos abrazamos y besamos como dos enamorados, pero él no hizo intentos de penetrarme.
–¿Entonces ese día no pasó nada? –pregunté, sabiendo que Saúl no toma nada si no se lo dan.
–¡Claro que pasó!, la noche es larga… –dijo y tomó otro trago a su vaso; yo, que también ya estaba algo borracha, hacía como que tomaba del mío, pero a ella le mantenía el vaso lleno– Acaricié los vellos de su panza y bajé por esa selva hasta llegar a su miembro semierecto. Le acaricié los testículos y me maravillé, nunca había tenido unos en mis manos, sólo acaricié vergas paradas de mis novios. “¿Así los tienen todos?, yo creía que estaban separados”, le dije. “Todos tenemos ambos dentro de esa bolsa que se llama escroto”, dijo, y se puso a lamer mis pezones. Lo besé y le pedí que me penetrara, “Hazlo despacio, porque aún soy virgen”.
–¡Y muy obediente, te la metió! –dije furibunda.
–No te enojes, que.. querías saber co… cómo em… empezó –dijo comenzando a dormirse.
Le quité el vaso y la ayudé a acostarse bien. “Lo malo es que al día siguiente tuve que lavar la sábana y el protector, quedaron manchados de sangre”, dijo con los ojos cerrados, “pero fue maravilloso, ¡muy hermoso!”, se volteó hacia la pared y ya no contestó a lo que pregunté. Me tomé de un trago mi vaso, apagué la grabadora y le grité “¡Puta!”, sólo vi que su boca dibujó una sonrisa. No sé si estaba recordando esa primera vez o se burlaba de mí pensando “Mira quién lo dice”.
Salí con los vasos y la botella. Me serví más Tequila al sentarme en la mesa y comencé a recordar cuando yo le di mi virginidad a Saúl; después recordé cuando Roberto y yo hicimos el amor por vez primera, también me pasaron por la mente mis primeras veces con Eduardo y otros más. Aunque eran recuerdos hermosos, me grité a mí misma que yo era la puta y no esa rubia que a los 18 años se atrevió a tirarse a mi marido.
Saúl se despertó con mis gritos. “¿Qué pasa, mi Nena?” me dijo abrazándome y besándome en la frente. “Perdóname, mi amor, perdóname, soy muy puta, y tú también”, dije poniéndome de pie y llorando lo abracé. “Sí, lo eres, pero te amo así” dijo volviéndome a besar y nos fuimos a dormir.