Eleazar me miró en cuanto crucé la puerta de la barbería.
– ¡Beto!
– Hola…
Nos abrazamos y yo me estremecí.
– ¿Qué haces aquí… vienes por un corte?
– Así es.
– ¿Por fin te vas a deshacer de esa melena de rockero?
– Sí, es tiempo de un cambio.
– Pasa, siéntate.
Tomé asiento en la silla y Eleazar comenzó a preparar los instrumentos.
– ¿Como va a ser tu corte?
Entonces le expliqué lo que quería, quería que lo cortara en capas y que lo dejara a la altura de mis hombros.
– Pero… ese es como un corte de mujer… – me dijo y su sonrisa comenzó a desaparecer de su rostro.
– Sí… quiero un corte de mujer.
Eleazar me miraba a través del espejo con una mirada incrédula.
– Beto… – pensaba decirme algo, pero en ese momento nos interrumpió la señora Margarita.
– ¿Escuche bien, Beto?
– Hola… – respondí yo.
Eleazar y Margarita me miraban, ella me miraba con curiosidad y no advirtió que su esposo se encontraba consternado. Yo tomé aire y entonces lo dije.
– Esta noche voy a tener una cita con un chico… y quiero verme bonita para él.
Las tijeras resbalaron de las manos de Eleazar y terminaron en el piso. Margarita se acercó a mi y me tomó de las manos.
– Beto, te gustan los chicos… ¿por qué no nos lo habías dicho antes?
Eleazar intentaba actuar con naturalidad mientras cortaba mi cabello y yo respondía a las preguntas de su esposa.
– ¿Y ya has tenido relaciones con chicos?
Yo asentí.
– Beto, por favor, tienes que cuidarte, siempre usen protección…
La señora Margarita entonces me dio una larga lista de consejos y observaciones que ella pensaba eran muy importantes para que yo llevara una vida plena. Al terminar de cortar mi cabello, Eleazar lanzó la única pregunta que pudo formular.
– ¿Y cuál es tu nombre de mujer?
Yo miré mi reflejo en el espejo, el corte era perfecto.
– Pamela, pueden llamarme Pamela.
Después de pagar, la señora Margarita me abrazó y me felicitó por ser tan valiente y atreverme a dar ese cambio en mi vida.
– Vas a estar bien – me dijo.
Yo le agradecí, y después salí del lugar. Unos metros después escuché a Eleazar que me llamaba.
– ¡Beto!
Me detuve, pero no volteé.
– ¡No lo hagas!
– Tienes que volver con tu esposa… – le dije – Nos vemos pronto – y después emprendí nuevamente el camino a mi casa. Había oscurecido y era una noche fresca.
Al llegar a mi casa me desnudé y encendí mi computadora. Faltaban tres horas para mi cita y necesitaba relajar mis nervios. Abrí la foto de Fernando, mi hermoso pretendiente. En ella, él estaba desnudo. Su piel morena envolvía su hermosa musculatura y de entre sus piernas colgaba su enorme pene oscuro. Separé mis piernas y comencé a meter mis dedos por mi ano. Susurré su nombre una y otra vez: "Fernando, Fernando… te deseo tanto… necesito sentirte… quiero tener tu pene dentro de mí…". Mis dedos no abrían mi ano como yo deseaba y entonces busqué un dildo. Apliqué lubricante sobre el pene artificial y entre mis nalgas y después me senté en él. Mi ano se abrió y poco después estaba completamente dentro de mi. Gemí de placer. "¡Fernando, Fernando, cógeme, te lo suplico!". Acariciaba mis muslos y mis pezones mientras me daba sentones sobre mi dildo. "¡Necesito tu verga!". Mi pene erecto comenzó a eyacular.
En la regadera, rasuré cuidadosamente el vello casi inexistente de mis piernas, axilas y zona púbica. Después, aseé cuidadosamente cada parte de mi cuerpo. Al salir me miré al espejo. La palidez de mi piel la daba una apariencia andrógina a mi cuerpo, me veía hermosa, pero aun había mucho por hacer. De mi cajón con juguetes sexuales saqué un buttplug con un diamante de fantasía en la base y lo inserté en mi ano. Luego, vino el turno de la ropa interior. Elegí un sostén y tanga a juego de tamaño diminuto y, después de ponérmelos, coloqué los explantes de senos en las copas de mi sostén. Sobre mi cuerpo, me puse un suéter negro ajustado. Me miré de perfil en el espejo, de mi pecho nacían una pequeñas y hermosas tetas. Sentí una gran emoción.
En la pantalla, una chica guapísima me enseñaba a mi y a cientos de personas como alaciar mi cabello con la plancha para darle la apariencia sedosa que tanto deseaba obtener. Después, seguí las instrucciones de otra chica hermosa que nos enseñaba a maquillarnos: base, delineador en los ojos, rímel en las pestañas, y lápiz labial. Faltaba poco para mi cita y yo casi me encontraba lista.
Me dirigí a mi guardarropa y elegí una falda: era negra y quedaba unos 10 centímetros arriba de mi rodilla. No, necesitaba una falda más corta, una falda que le dejara claro a Fernando que yo quería ser penetrada esa misma noche. Entonces encontré a la ganadora: una faldita morada que no media más de veinticinco centímetros de largo. Para completar mi atuendo elegí una chaqueta de cuero sintético y una ballerinas negras para mis pies. Después, caminé hacía el espejo. Mi imagen era perfecta, me había transformado en la mujer que yo siempre había deseado ser. ¡Soy hermosa!, pensé. Era media noche y mi hombre estaba por llegar.
El rugido de un motor me hizo saber que Fernando había llegado. En los bolsillos de mi chaqueta guardé las llaves de mi casa, mi lápiz labial y una pequeña botella con lubricante, por si acaso, pensé. Eché un último vistazo a mi imagen en el espejo y después salí de mi hogar. Bajé las escaleras e imaginé si habría alguien mirándome a través de las mirillas de las puertas. Era la primera vez que salía a la calle vestido de mujer y me preguntaba que es lo que dirían mis vecinos al enterarse de mi cambio. Al salir del edificio vi a Fernando aun montado en su motocicleta. Se quitó el casco y me miró de los pies a la cabeza una y otra vez.
– ¿Como me veo? – pregunté al estar cerca de él.
– No puedo creerlo – me dijo – si lo hiciste…
– ¿Pensabas que te estaba mintiendo?
Fernando me miraba incrédulo y me dio la satisfacción de mirarme con morbo las piernas.
– Estás mas hermosa que nunca – me dijo.
– ¿Te gusto? – pregunté.
– ¡Me encantas!
Entonces Fernando me besó y yo me volví loca. El beso de Fernando era invasivo, su lengua hurgaba profundo dentro de mi boca mientras me sujetaba con fuerza entre sus brazos.
– ¿A donde me vas a llevar guapo? – atiné a preguntar completamente ebria de amor cuando por fin me liberó.
– ¿Confías en mi? – me preguntó.
– ¡Completamente!
– Súbete.
Fernando se colocó nuevamente el casco y se dispuso a iniciar la marcha. Yo tomé asiento atrás de él y me sujeté con fuerza de su cintura. Fernando hizo rugir el motor y entonces iniciamos el camino. Mi macho manejaba de forma temeraria y asombrosamente rápido. El frio aire de la noche castigaba mis piernas desnudas. Yo no usaba ningún tipo de protección y, mientras cruzábamos la ciudad, pensaba que si llegara a ocurrir un accidente a esa velocidad, mi cuerpo quedaría completamente destrozado, sin embargo, no sentía miedo, lo único que podía sentir era el ardiente deseo por su cuerpo. Unos minutos después, habíamos cruzado la ciudad y habíamos llegado a nuestro destino.
– Llegamos – me dijo.
Frente a nosotros se levantaba un antiguo edificio que en el pasado había sido un centro comercial y ahora estaba abandonado.
– ¿En serio? – le pregunté a Fernando.
Él me extendió su mano.
– ¿Vamos?
Cruzamos la primera reja a través de un espacio vencido y avanzamos hasta el edificio. Ahí, fue necesario que Fernando me levantara con sus manos para saltar al interior de uno de los locales comerciales. Intencionalmente abrí mis piernas tanto como pude para que Fernando tuviera una imagen clara de todo lo que le pertenecía.
– Pamela, que culo tan hermoso tienes.
– ¡Tonto! – le grité.
Unos instantes después, Fernando se encontraba arriba y luego cayó a mi lado. Yo estaba sorprendida, mi macho realmente era un atleta. Salimos del local y entonces nos encontramos en el interior de la plaza. Mi macho encendió una lámpara.
– Tengamos cuidado – me dijo – solo hay un vigilante por la noche pero eso bastaría para meternos en problemas.
Yo asentí, él me tomó de la mano y comenzamos a avanzar. Las paredes se encontraban rayoneadas y el deterioro de las instalaciones era evidente, pero al parecer, estábamos completamente solos. Yo estaba emocionada. ¿Acaso me había traído aquí para cogerme? Estando ahí solos, Fernando tenía la oportunidad de hacer conmigo lo que él quisiera, podría violarme o matarme, y nadie se enteraría. Yo solo esperaba que se conformara con la primera opción. Avanzamos por un largo corredor y luego subimos unas escaleras para llegar al tercer piso. Ahí, nos dirigimos hacía unas escaleras más angostas que nos llevaron directamente a la azotea del edificio.
– ¿Que te parece?
– ¡Es hermoso!
Desde ahí se podía ver toda la ciudad. Entonces, Fernando se me propuso.
– Pamela – me dijo y me tomó de las manos – ¿quieres ser mi novia?
– ¡Fernando – chillé y me lancé a sus brazos – sí, sí quiero ser tu novia!
Y sellamos nuestro compromiso con un beso.
– ¿Estás feliz?
– No tienes idea… te amo, estoy tan enamorada de ti… pensé que nunca me lo pedirías.
Fernando me miró.
– Oye, Pamela, quiero preguntarte algo… ¿alguna vez le has chupado la verga a tu novio en un centro comercial?
– No… nunca – respondí, tragando saliva.
– Pues lo vas a hacer ahora – y entonces mi novio se bajó el pantalón.
Yo caí de rodillas y tomé su pene entre mis manos, era negro y muy grande. Retraje el prepucio y entonces encontré el glande, que tenía una gran cantidad acumulada de esmegma y emanaba un fuerte olor rancio. Froté su pene por todo mi rostro, lamí sus testículos, limpié su glande con mi lengua y al final lo metí todo lo que pude en mi boca. Llegaba hasta mi garganta. Fernando gemía. Después, sujetó mi cabeza y comenzó a cogerse mi boca.
– ¿Se la has chupado a muchos hombres, Pamela?
Yo, con mi boca llena de verga, levanté la mirada e intenté negar con mi cabeza.
– Lo haces muy bien…
Yo cerré mis ojos y me rendí ante su fuerza.
– Tenemos espectadores, nena – escuché que me dijo.
A un costado y entre unos grandes tubos de ventilación, un indigente con los pantalones abajo se masturbaba viendo como le chupaba el pito a mi novio.
– Me gusta que me vean – le respondí y volví a meterme su miembro a la boca.
Poco después, mi novio me anunció que iba a terminar.
– ¡Cómetelo completo, Pamela! – me ordenó.
Colocó sus manos sobre mi nuca y empujo con una fuerza insospechada hasta que su verga penetró por completo mi garganta. Sentí las pulsaciones y después el abundante fluido de espermas directamente en mi esófago. Me vine. De entre mi falda comenzó a escurrir el semen que manaba de mi pene y que hacía un pequeño charco en el suelo. Cuando lo sacó de mi boca, sentí que me extraían una sonda de varios metros de longitud.
Yo estaba aturdida, pero advertí que mi novio se apresuraba a subirse el pantalón. Después de ajustar su cinturón, me tomo de un brazo, me ayudó a levantarme y me dijo que teníamos que darnos prisa. De la escalera por la que habíamos llegado a la azotea comenzaba a danzar una luz: un guardia venía en camino. Nos escabullimos hacia la parte trasera de la escalera y esperamos a que el guardia avanzara al lugar en el que yo recién le había hecho sexo oral a mi novio. En cuanto se alejó de la puerta, Fernando y yo volvimos a bajar por las escaleras angostas, y recorrimos todo el camino de regreso hasta la calle en la que nos esperaba la moto. Nos abrazamos, nos besamos, reímos.
– ¿Fue emocionante? – me preguntó mi novio.
– ¡Fue increíble! – respondí casi en un grito.
– Vámonos, nena.
Nos subimos a la moto y emprendimos el camino a mi casa de la misma manera en que habíamos llegado, a más de cien kilómetros por hora. Al llegar a donde nos habíamos encontrado yo ya sentía mucho frio.
– Pues si, nena, vienes casi encuerada.
– Quería verme bonita para ti, ¿hice mal?
– Claro que no.
Nos quedamos frente a frente, tomados de la mano.
– Bueno, gracias por la velada – le dije a mi novio – espero que se repita algún día, pero ya tengo que retirarme.
Fernando me miró extrañado.
– ¿Que no vas a invitarme a pasar?
Yo le lancé una gran sonrisa y luego lo besé.
– ¡Eres un tontito! – le dije y lo tomé de la mano para llevarlo a mi casa.
– ¡Que boba eres!
Subimos las escaleras tomados de la mano. Nuevamente, tuve la esperanza de que los vecinos me vieran a través de sus mirillas tomada de la mano con mi novio. Al llegar a mi departamento, abrí la puerta y lo invité a pasar. Fernando miraba con intriga mi hogar, pero yo me encargué de dirigir su atención a lo que más me importaba. Frente a él, subí uno de mis muslos a su costado y llevé sus manos hacía mis nalgas y mis piernas.
– Tócame… – le pedí en un susurro.
Fernando comenzó a tocar mi cuerpo al tiempo que yo lamía sus labios y su cuello. Después me invitó a subirme en él. Di un pequeño salto y me lancé hacía el con las piernas abiertas. Fernando me sujetó de las nalgas y después me llevó a la habitación. Sobre la cama, mi novio y yo nos besábamos.
– ¿Y esto, Pamela? – me preguntó con mi dildo en la mano.
– Lo uso pensando en ti.
– ¿Imaginas que es mi pene?
Yo, por toda respuesta, metí mi lengua en su boca, pero algo había cambiado, Fernando no me correspondía.
– Pamela, hay algo que quiero saber y necesito que seas realmente honesta.
¡No, mi relación peligraba con terminar una hora después de haber iniciado!
– Fernando, ¿en serio es tan importante para ti?
– Sí, lo es. Por favor, dime, ¿en verdad no eres virgen?
Sí, mi relación había terminado. Me puse de pie y le respondí.
– Ya lo sabes, ya te lo he dicho, no soy virgen.
Fernando guardó silencio un momento.
– Tenía la esperanza de que me estuvieras mintiendo… ¿y con cuantos hombres te has acostado?
– Solo con uno, tuvimos relaciones dos veces, ya te lo había dicho.
– Es que hay algo que no tiene sentido… tu manera de mamar, este dildo… mira como te vistes… sospecho que has estado con muchos más hombres…
Me acerqué nuevamente y comencé a besar sus labios y su cuello.
– ¿Es que no lo entiendes? – le dije – Estoy enamorada de tí, me vestí así para ti, para despertar tu deseo… y tu metiste tu pene en mi boca y me volví loca, te amo… te necesito…
Entonces llevé sus manos bajo mi falda.
– Fernando, por favor… ¡cógeme o vete!
Mi novio me miró a los ojos y después me advirtió.
– No voy a usar condón, Pamela.
– No quiero que lo uses – dije intentando animarlo.
Fernando sujetó mi tanga y comenzó a bajarla. El momento mas excitante de mi vida, Fernando me estaba bajando los calzones.
– Mi amor… – susurré.
– Ya no vas a necesitar esto – me dijo Fernando y lanzó mi tanga al otro lado de la habitación.
Le quité la camisa a mi novio mientras él me quitaba la falda. Acaricié sus pecho fuerte y besé sus pezones. Seguí con mis manos la línea marcada de su abdomen y después le quité el pantalón. Después él se tiró sobre la cama. Impaciente, retiré el plug de mi ano y comencé a aplicar lubricante entre mis nalgas, después, sobre su pene. Lancé la botella a un lado de la cama y me senté sobre él con mis piernas a sus costados. Dirigí su pene hacia mi ano y comencé a bajar. Comenzó a entrar en mí.
– Fernando, te amo – le dije al borde de las lágrimas, y después me dejé caer.
El pene de mi novio entro por completo en mi ano y yo lancé un gemido de placer. Su pene era formidable, era grueso, estaba duro y muy caliente. Finalmente, Fernando me quitó el suéter, los explantes y mi sostén. y quedé ahí, completamente desnudo y empalado en el pito del hombre que me había vuelto loco.
– Vamos a coger, nena – me dijo y entonces empezó a cogerme.
Su pelvis chocaba violentamente contra mis nalgas una y otra vez, llevando su larga verga hasta el fondo de mi recto. Una y otra vez. Las sábanas de mi cama estaban empapadas de fluidos y saliva. Mi pene derramaba semen cada que tenía un orgasmo debido a las salvajes embestidas de mi macho. Fernando me preño una, dos, tres, cuatro veces, lavando mis entrañas con sus espermas. Mi novio me culeó durante horas y, cuando terminó, temí que mi ano no volvería a cerrarse nunca. Mis muslos temblaban.
Eran las cinco de la mañana cuando, exhausta, caí rendida en un sueño muy profundo.