Clarita siempre fue una tonta, hasta la primera vez en que se la cogieron y se convirtió en la más puta de la familia. Conociéndome a mí y a mi hermana, sabes que decir que es la más puta, es muchísimo. A diferencia de nosotras, a Clari no le molesta mostrar sus títulos. Trabaja como prostituta desde los dieciocho años, por lo que ya tiene casi siete años de experiencia. Con eso le va muy bien, pero su verdadera mina de oro, son las redes sociales. A través de ellas, ofrece su contenido al mundo entero. Pero eso no es material para el relato de hoy.
Hace meses que nos viene jodiendo con que vayamos a visitar a su mamá, que sería nuestra tía, la cual vive en un pequeño pueblo en el límite de las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, del lado de la primera. Siempre que extraña a su mamá, nos busca a mí y a mi hermana para que, además de acompañarla en el largo viaje, seamos su escudo. Su mamá, a pesar del tiempo y de que sus muy buenos ingresos económicos ayudan a toda la familia, no está conforme con la profesión de su hija. No hasta el límite de decirle que deje de hacerlo, pero aprovecha cada ocasión para llenarla de preguntas y de advertencias sobre todo lo que puede salir mal. Y muchas cosas salieron mal, pero ella jamás lo sabrá.
Logramos coordinar los horarios de las tres y emprendimos el viaje hacia el interior. Siempre que vamos soy la conductora designada, pero debido a que mi carnet de conducir está suspendido, le tocó manejar a mi hermana. Nuestra prima jamás aprendió a manejar. Se maneja siempre en Uber, servicio por el que jamás pagó con dinero. Quizás a eso se debe la confusión de todo lo que sucedió durante ese viaje.
Aprovechando que no tenía que manejar, elegí el asiento de atrás, para poder recostarme y descansar. Con Julia al volante, Clara, desde el asiento del acompañante, se dedicó a cebar mate y empaparnos de sus locas historias laborales. A pesar de que todas eran muy similares, jamás nos cansamos de ellas. Les pone una emoción e intensidad muy contagiosas, casi siempre de risas, pero esa vez hubo mucho más.
Quizás sea porque iba recostada en el asiento trasero y me sentía muy relajada, pero la historia sobre la cogida que le dio a un patovica en el baño de un pub, me calentó a sobre manera. Y al parecer, a mi hermana también, ya que, en el clímax de la historia, bajó a la banquina y se detuvo de golpe.
─No manejar y calentarme. Quizás vos puedas porque sos igual de puta que ella, pero yo no puedo ─dijo enojada, mirándome por el espejo retrovisor.
Al parecer, notó de inmediato como mi mano se movía muy suavemente adentro de mi pantalón.
─¿Te estás pajeando, boluda? ─ dijo e inmediatamente las dos giraron para mirarme.
─Tranqui la profe ─comentó mi prima riéndose.
─Ella relata, vos manejas y yo hago lo que tengo ganas ─respondí mientras me sentaba.
Mi hermana se cruzó de brazos, objetando que ya no iba a manejar más. Con mi prima comenzamos a reír a carcajadas. Parecía una nena caprichosa a la que no le querían comprar un dulce.
─¿Cuál es el problema de que tu hermana se haga una paja? A lo lejos se le nota lo necesitada que anda, la pobre.
─¿Necesitada? Esta coge más que vos. Y gratis, encima.
Clarita paseaba su mirada entre mi prima y yo, con rostro algo incrédulo.
─¿Querés contarme algo, prima? ─me preguntó.
Yo desvié la mirada. Mi hermana empezó su monologo.
─Hace dos semanas nos la cogimos con mi ex. En su casa. le rompimos el orto, nos la chupó a los dos. Se hace la santita, pero es tremenda trola.
─Che, boluda. ¿Cuántos años tenés? ¿Quince? ─le pregunté─. No entiendo por qué te pones tan histérica.
Sus ojos estaban en llamas y su rostro de un anaranjado intenso. Había algo más que enojo en su expresión. Estuvo a punto de responderme, pero mi prima tomó la palabra.
─Vos que sos la intelectual de la familia ─me dijo─ ¿quién era el tipo que decía “los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera”? ¿Quiroga?
─Es del Martin fierro, de José Hernández ─respondí, confundida.
─Yo no tengo hermanos. Lo más parecido a eso, son ustedes. Y es horrible que me dejen afuera.
─¿Afuera de qué? ─preguntó Julia.
Clara me miró fijamente, luego a mi hermana. Inmediatamente, la tomó por la nunca y la besó con violencia. Mi hermana intentó separarse, pero le costó bastante. Cuando lo consiguió, noté que un hilo de sangre le adornaba el labio.
─¿Vos sos pelotuda o que te pasa? ─preguntó alterada. Luego me miró─ Esta mina está igual de loca que vos.
Antes de que diga algo más, acorté la distancia que nos separaba y la bese en los labios, prestándole mucha importancia a succionarle la sangre del labio. Se esforzaba por separarse. Cuando lo logró, le dije:
─Moderme, puta.
Luego de mirarme por un instante con desconfianza, obedeció. Sentí una puntada caliente cuando sus dientes se clavaron en mi labio inferior. De inmediato, el sabor de su sangre se mezcló con la mía. Nos separamos y ambas miramos a Clara, que observaba el espectáculo con gran admiración.
─¿Querés ser nuestra hermana de sangre? ─le pregunté. Asintió─ Venì entonces ─le dije señalándole el asiento de atrás.
Cruzó y se sentó a mi lado. Mi hermana la siguió, dejando a Clara entre las dos. La besé con la única intención de causarle dolor, y lo conseguí. Su labio fue el que más sangró de las tres. El asiento trasero se convirtió en un concierto de besos. Clara y yo, ella y Julia, Julia y yo, para finalmente acabar en un beso triple de bocas rojas y sangrantes.
Mi hermana se montó sobre una pierna de Clara. La imité sobre la otra. Extendimos el beso, mientras le quitábamos el top deportivo negro. Debajo nos aguardaban sus hermosas tetas de quirófano, con pezones pequeños, rosados y duros. Para estar en igualdad de condiciones, le quité la remera a mi hermana y me saqué la mía. Nuestra prima se empachó de tanto chuparnos las tetas, mientras nosotras no dejábamos de comernos la boca.
Estábamos demasiado calientes. Bajé una mis manos hasta la cocha de clara. A pesar de la ropa, ya se notaba la humedad. Metí mi mano y comencé a masajearla. Mi hermana metió una mano en mi entre pierna y Clara en la de mi hermana. Todo estaba perfectamente coordinado, como si lo hubiésemos hecho durante toda nuestra vida. Estuvimos un rato chupándonos y pajeandonos, disfrutando de nuestros cuerpos y gimiendo como tres gatas en celo, mientras de fondo sonaba María Becerra. A pesar de la incomodidad, nos desnudamos y logramos acomodarnos para darnos aún más placer. Clara se recostó sobre el asiento, yo me senté sobre su cara, y mi hermana, entre arrodillada y sentada en el piso del auto, comenzó a chuparle la concha a nuestra prima. A pesar de que estaba prendido el aire acondicionado, el calor que hacía era tremendo. Tanto, que de a poco se empezaron a empañar los vidrios. Mientras tanto, oímos que varios vehículos pasaron a nuestro lado tocando bocina, cosa que, en vez de amedrentarnos, nos incentivó aún más.
Cambiamos de posición. Mi hermana se sentó apoyada en una de las puertas. Yo me puse en cuatro, de frente a ella y mi prima detrás mío. Besé a mi hermana, bajé a sus tetas y finalmente, a esa conchita tan rica que tantas ganas tenia de volver a chupar. Tan entretenida estaba, que no noté los movimientos de Clara. Al parecer, se estiró hacia los asientos delanteros, tomó su bolso y sacó su consolador, para meterlo de un golpe en mi conchita, mientras me chupaba el culo. La incomodidad de da darnos placer en ese lugar, se veía totalmente vencida por el morbo que sentíamos. Más allá de la relación incestuosa, el hecho de estar en un lugar casi público le daba un plus extra.
Mi hermana acabó en mi boca, mientras yo acababa muy cerca de la de mi prima. Al notarlo, sacó el consolador, lo chupo y se lo metió en su conchita. Nos acomodamos como al principio: mi prima en el medio, nosotras sentadas en sus piernas. Entre las tres empujamos el consolador dentro de su concha. Por momentos lo sacábamos y lo chupábamos entre todas. Su sabor era riquísimo. La cogimos hasta hacerla acabar. Sus jugos estallaron de una manera tan violenta que nos empaparon completas todo el torso e incluso el pelo. Nos reímos a carcajadas, mientras nos recostamos una sobre cada hombro. Agitadas, nos besamos con ternura, hasta que un golpe en una de las ventanillas nos devolvió a la realidad. Giramos instintivamente nuestros rostros hacia ahí y nos encontramos con las miradas libidinosas de dos policías. Nuestros corazones se detuvieron de inmediato, al mismo tiempo en que dejamos de respirar.
─Señoritas, abran la puerta, por favor ─dijo uno de los policías.
Nos miramos entre nosotras sin saber que decir ni cómo actuar. De la siguiente secuencia, no tengo memoria. Cuando reaccioné, estaba sentada en el asiento de atrás, temblando y cubriéndome el cuerpo con mis piernas, mientras con mis brazos las rodeaba con fuerza. El auto avanzaba a gran velocidad por la carretera, mientras mi hermana, a mi lado, colgada de los asientos delanteros, le gritaba en estado de histeria total a mi prima:
─¡Pará boluda, nos vas a matar!
Después del increíble momento de placer que habíamos vivido, ahí estábamos. Desnudas, avanzando a toda velocidad, con mi prima al volante. Era la primera vez que manejaba.
Continuará