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Tiempo de lectura: 8 minutos

El portazo es lo último que recuerdo de la pelea que tuve con mi esposa. Simplemente, salí de ahí porque ya no quería pelear más. Caminé sin rumbo en una ciudad que no es tan segura para estar de noche. Sentía rabia, sentía injusticia. Después de 8 meses sin sexo, preparé una velada romántica, pero ella no quiso participar, eso llevó a una pelea y que yo me encuentre caminando por el centro de la ciudad sin un destino fijo.

Son las diez de la noche, veo un pequeño bar abierto y decido pasar a tomar un trago. No sé como volver a casa sin tener que pedir disculpas, ni sé si deba pedir disculpas por algo que ni siquiera sé si es mi culpa, mi cabeza da vueltas, imágenes de divorcio y pornografía se revuelven en mi mente mientras tomo una cerveza. Trato de pensar en mis opciones, ir donde un amigo, buscar un lugar para quedarme, volver a casa. No sé cuanto he tomado cuando me pasan la cuenta porque van a cerrar. Y vuelvo a la calle, a caminar, esta vez a la 1 de la mañana, por algunos de los barrios más peligrosos en lo que he estado. Todo me da vuelta cuando dos tipos aparecen y mi embriaguez desaparece de golpe ante la realidad, voy a morir.

Los matones parecen sacados de una película barata, ambos con gorros, jeans y uno de ellos lleva algo en la mano, probablemente una navaja. 20 metros, 15, cada metro se me hace una eternidad y mi cabeza queda en blanco, entro en pánico y me paralizo.

Siento una mano en mi espalda y luego una mujer se para frente a mí y me besa. Se gira y les grita algo a las dos personas que todavía se acercan, solo logro distinguir algunas palabras, sobre que soy su cliente. Algo les muestra y los tipos se detienen, levantan las manos y se van.

Como despertando de un sueño veo a mi salvadora en ropas que gritan trabajadora sexual. Un top plateado que deja ver su ombligo con una pequeña chaqueta brillante, su pelo rubio es obviamente una peluca, debajo una minifalda negra, pantis y tacos altos. En su cartera de mano, está guardando algo que alcanzo a distinguir como una pistola.

– ¿Bueno – Me dice – eres mi cliente o no?

— Yo… — Me detengo nuevamente congelado. Mi rabia, el miedo, la sensación de que estuve a punto de morir, el alcohol, todo se mezcla y solo asiento con mi cabeza.

Me da un precio y caminamos de la mano a un edificio cercano. Subimos las escaleras, cruzamos un pasillo y entramos en una habitación.

Ella no espera que cierre la puerta cuando comienza a besarme en la boca y me presiona contra la pared. Empiezo a abrazarla y tratar de responder sus, pero la situación golpea en mi cabeza y en mi sexo de una manera que no había sentido en mucho tiempo. Ella, casi sin soltar mi boca de sus besos, me desviste, sacando mi remera desesperada y soltando mi cinturón dejando caer mis pantalones. Luego pone una de sus manos bajo mi bóxer y mi verga está dura como no ha estado en meses. Sin palabras, sin demoras, sin aviso, se arrodilla frente a mí y pone mi sexo en su boca. Que situación más excitante, apoyado en la puerta del departamento, con mi bóxer en las rodillas y viendo como mi sexo entra y sale de la boca de esta increíble mujer. Es más de lo que puedo aguantar y solo alcanzo a avisar en un susurro que voy a terminar, pero ella se pega aún más, chupando con ganas y recibiendo toda mi descarga sin perder una gota. Yo jamás había terminado en la boca de nadie y mi orgasmo reprimido se extendió por un largo minuto. Yo sentía como mi descarga continuaba, sentía cada espasmo con la mezcla de lengua y garganta de esta maravilla de mujer. Y con cada descarga, sentía como los problemas, el miedo, la incertidumbre se iban disolviendo. Mis rodillas van perdiendo su apoyo y ella sigue chupando y manteniendo mi orgasmo un poco más.

Cuando empiezo a sentir mi miembro flácido en su boca, la situación sube a mi cabeza y comienzo a reír. Son los nervios, yo sé que son los nervios, pero no puedo dejar de reír. Ella termina de desvestirme, zapatos, pantalón y bóxer y me lleva hasta un sillón, yo todavía riendo. 45 años y jamás había pagado por sexo. Nunca había salido con una extraña, menos sexo en la primera cita. Y aquí estaba, desnudo en una habitación extraña, sin siquiera saber el nombre de mi salvadora.

Ella desaparece un momento y vuelve con una cerveza que me entrega.

No quiero arruinar tu momento de buen humor, pero primero deberías pagarme.

Tienes razón, discúlpame, es mi primera vez haciendo esto.

Saco dinero de mi billetera y se lo entrego. Ella lo lleva a otra habitación para guardarlo. Uso ese momento para tratar de calmarme. Así que cuando vuelve, ya no estoy riendo. La veo caminar y sentarse a mi lado.

Bueno, parece que es tu primera vez haciendo esto.

Sí, si lo es. Y gracias por ayudarme allá abajo, pensé que me iban a asaltar o algo peor.

Soy Athena, te vi caminando y supe que no perteneces a este barrio, nadie anda por acá sin ser suicida. ¿Eres suicida?

No, la verdad es que no. No quiero morir, solo que tuve una pelea con mi esposa y no estoy pensando muy claramente.

Pobrecito, pero yo voy a poder consolarte.

Oh no, no, yo ya debo irme.

Pero pagaste por estar conmigo toda la noche. Velo así ¿Tienes donde ir?

No, no, la verdad es que no.

Entonces. Mira, tiéndete en el sofá boca abajo y yo te voy a dar un masaje en la espalda.

Dudando y un poco curioso, le obedezco. Me tiendo en el sofá, de pronto sintiéndome vulnerable. En el momento en que empiezo a estar cómodo, siento sus manos sobre mis hombros. Sus manos son mágicas. No puedo creer lo tenso que estoy hasta que ella descubre cada nervio en mi espalda. Los primeros minutos son de revelación, de liberar tensión, de descansar. Pero pronto el masaje empieza a explorar otras sensaciones. Sus manos se mueven suaves sobre mi espalda y mis nalgas, se acercan peligrosamente a mis partes mientras acaricia mis muslos. Y gimo cuando derrama aceite tibio en mi espalda, esparciéndolo con dulzura sobre lugares que no sabía se sentían tan bien. Sus manos vuelven a mis nalgas, y pronto a la parte interior de mis muslos. Con un poco de presión me pide separar mis piernas, lo que hago. Más aceite y su mano se desliza por el interior de mis piernas hasta llegar a mis testículos. Los acaricia y moja con aceite, la sensación es deliciosa, surreal, erótica. Siento sus dedos volver a deslizarse por mis nalgas hasta sentir una presión en … Mi ano!

-No, no, eso no. — Me giro con rapidez y ella solo sonríe.

– Quizás algún día me lo pidas, pero por ahora, veo que tenemos algo importante de lo que preocuparnos.

Diciendo esto, con sus manos aceitosas, toma mi verga y la empieza a masajear, subiendo y bajando con sus manos expertas. Vuelvo a relajarme, y cierro los ojos. No dejo de maravillarme lo rápido que me recuperé desde la espectacular mamada que me dieron hace unos minutos. A mis 45 años, volver a tener una erección tan rápido es toda una sorpresa. Sin soltarla, sin dejar de masajear, de masturbarme deliciosamente, ella se levanta, y dándome la espalda se sube sobre mí.

La imagen es de lo más caliente que he vivido. Ahí estaba yo, desnudo, sobre el sillón, ella completamente vestida sobre mí. La textura de sus medias contra mis piernas, sus nalgas asomando brevemente desde su minifalda. La veo mover brevemente el hilo de su tanga y bajar sus caderas hasta posicionarse sobre mi verga. El sexo anal no es nuevo para mi, es algo que mi esposa me daba en ocasiones especiales, cumpleaños o san Valentín. Era algo que yo no podía pedir. Y ahora, aquí estaba con esta maravilla de mujer, sintiendo como mis 17 cm de verga iban entrando lentamente en su cuerpo hasta sentir sus nalgas sobre mis caderas y presionar más hasta sentirla completamente enterrada por mi sexo. Se quedó quieta unos segundos, y luego comenzó a moverse, despacio, delicioso, subiendo y bajando, yo viendo como mi verga entraba y salía desde su ano. Puse mis manos en sus nalgas y me dejé llevar.

Sus movimientos rítmicos fueron acelerando y pronto sus nalgas golpeando mis caderas sonaban como un aplauso. Athena comenzó a gemir, algo que mi esposa jamás hizo cuando lo hacíamos así. Los movimientos de cadera fueron demasiado para mí y por segunda vez en la noche, volví a tener un orgasmo y fingido o no, pude sentir como el cuerpo de Athena se tensaba y tenía su propio orgasmo.

No sabía que alguien pudiera tener un orgasmo haciéndolo por ahí, pero Athena quedó congelada, sus gemidos llenando la habitación y su cuerpo tenso sobre el mío le daba un toque especial a toda la situación.

Ella se levantó con rapidez y corrió al baño. Yo tomé unas servilletas que estaban en la mesa y me limpié. Busqué mi ropa y comencé a vestirme cuando veo que asoma su cabeza desde el baño y me grita que no me vista. Bueno, pensé. La noche no ha terminado al parecer.

Athena abrió la puerta del baño, pero no salió.

¿Amor, tengo una sorpresa para ti, pero puedes sentarte en el sofá pequeño, por favor?

Ok, ya estoy sentado.

Athena se demoró unos minutos. Al volver, venía vestida con una hermosa falda roja. En la parte superior, un corsé rojo con encajes negros y sobre los hombros una blusa transparente rosa. La falda, ajustada, con un corte en el costado, dejando entrever una pierna larga calzada con unas botas de taco algo rojas. En sus manos guantes largos de terciopelo negro que le llegan a los codos.

Athena comienza a modelar su ropa, caminando de un lado al otro de la sala.

¿Te gusta lo que vez?

¡Guau! Te ves hermosa.

Entonces esto te va a gustar aún más.

Diciendo eso, pone música, baja la luz y comienza a bailar. Nunca he ido a un local nocturno. Jamás en mi vida había visto a una stripper en vivo.

Athena se movía como si tuviera años bailando. Sus caderas al ritmo, sensual, erótico. Se acerca a mí, yo sigo desnudo en el sillón, con mi boca abierta y sintiendo algo que no sentía desde los 20 años… una tercera erección en una sola noche.

Athena se acerca sensual, su pelo se mueve sexy y sus caderas se acercan peligrosamente a mí. Con movimientos sensuales se sienta sobre mí, moviendo sus nalgas sobre mis piernas, mi estómago, mi sexo. Luego vuelve a pararse y esta vez, pone una canción lenta. Empieza a moverse con sensualidad y delicadeza. Sin detener su baile, comienza a sacarse los guantes. La blusa, las botas, la falda.

Solo con el corsé y su ropa interior, acerca a mí y entonces me doy cuenta.

Frente a mí, oculto bajo los encajes de la tanga, su miembro.

Quedé en shock, no supe qué hacer. Athena me veía esperando mi reacción. Muchas cosas pasaron por mi cabeza. Por primera vez en mi vida tenía sexo con una extraña, con alguien a quien había pagado, por primera vez había terminado en la boca de alguien, por primera vez había hecho terminar a alguien con sexo anal y ahora, ahora me daba cuenta de que ella siempre había sido un travesti.

Athena, yo, no sé que decir

Sabía que te sorprenderías. Si te quieres ir lo comprendo. Pero lo estamos pasando tan bien. Y podemos seguir pasándolo bien.

Yo estoy paralizado. Por un lado, quiero correr a vestirme e irme. Por otro, nunca había conocido a una mujer tan sensual como Athena. Lo erecto de mi pene en ese momento era la prueba de que seguía interesado y parándome del sillón, me acerco a Athena y la beso.

Esta vez soy yo quien toma la iniciativa. Mi cara pegada a su cara, su lengua entrando en mi boca y la mía entrando en la de ella. Con mis manos tomo sus caderas y la atraigo hacia mí, hasta que mi miembro erecto encuentra a su miembro bajo su tanga. Con mis manos temblorosas e inexpertas, suelto los lazos de su corsé hasta que este cae. Siento sus pechos sobre mi pecho. No sé qué doctor los operó para dejarlos tan hermosos, pero se merece una felicitación. No puedo evitarlo, mi boca se desliza por su cuello hasta sus pechos y los disfruto lamiéndolos y chupándolos. Athena gime con cada caricia que le doy. Mis manos se deslizan hasta sus nalgas y mientras la beso, chupo sus pechos, con mis manos bajo su tanga hasta dejarla desnuda. Abrazados y besándonos, bajamos hasta la alfombra. Ella queda acostada de espaldas y yo encima, nuestros miembros jugando entre ellos, yo chupando sus pechos. Hasta que ella levanta sus piernas y me invita. Así quedamos, con sus piernas en mis hombros, con su culo disponible, sus ojos cerrados y jadeando. Lentamente, disfrutando el momento, empiezo a entrar en su culo. No sé como no terminé ahí mismo, en la primera embestida. Todo me parecía tan erótico, caliente, el aroma de los perfumes, la hora, la música, la ropa tirada alrededor, mi verga entrando en su culo. Para cuando terminé de meterlo todo, Athena me miraba a los ojos, con una sonrisa amorosa. Entonces comencé a entrar y salir. Su culo apretaba contra mi verga y sus gemidos con cada embestida me calentaban más y más. Puse una de mis manos sobre sus pechos, apretando su pezón y sintiendo aún más fuerte sus gemidos. Su mano apretaba su otro pezón y la otra, la bajó hasta su propia verga y la comenzó a masturbar. Su verga era más grande que la mía, mas o menos el mismo grosor, pero al menos 3 cm más de larga. Yo jamás había tocado un pene distinto del mío. Pero estar encima de de ella, con mi verga en su culo, algo se apoderó de mi, la calentura, el momento sensual, los gemidos. Bajé mi mano y tome la suya mientras se masturbaba. Tratando de no perder el ritmo de mis embestidas en su culo, comencé a masturbarlo, tocando suavemente su verga, pero ella sacó su mano y la puso sobre la mía, como enseñándome que le gustaba. Y la pude sentir en todo su esplendor. Con mi mano no alcanzaba a cubrirla entera, así que bajé mi otra mano para ayudarme. Aumenté el ritmo de mis embestidas, los gemidos de Athena se intensificaron, pidiendo más fuerte y yo con desesperación comencé a mover mis caderas con más fuerza y más rapidez. Mis manos deslizándose arriba y abajo por su enorme verga y sintiendo la humedad de la transpiración y nuestros fluidos. Con un pequeño grito pidiéndome que no pare, Athena tuvo su orgasmo, una gran cantidad de semen brotaba desde su miembro, esparciéndose por su pecho y su vientre. Yo mismo sentí mi orgasmo crecer en mi interior y concentrándome, por segunda vez en la noche, terminé dentro del culo de Athena.

Hora de volver a la realidad. Pedí un Uber y volví a mi casa, no sin antes prometerle a Athena que la volvería a ver.

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