Cuando mis hijos estaban niños, mis padres y otros tíos, decidieron que sería muy bueno ir de vacaciones al centro turístico de Oaxtepec, donde rentaríamos algunas cabañas juntas, una para cada familia. Permanecer desde el viernes en la tarde hasta el domingo en la noche. En nuestro caso, Saúl, mi esposo, rentó una cabaña para nosotros y sugirió que ocupáramos una de las más aisladas para evitar que el escándalo, que preveíamos harían en la noche mis tíos y mi padre, despertara a los niños.
Coincidió que Roberto, primo de mis primos y mi primer amante, y estaba de visita con unos tíos míos y también fue invitado. Además, por si fuera poco, Saúl tendría una reunión el sábado por la mañana y nos alcanzaría después de su junta. ¡No podíamos desperdiciar Roberto y yo esa oportunidad…!
Después de la comida, caminamos un poco y quedé de acuerdo en que dejaría abierta la puerta para que Roberto entrara cuando lo considerara más adecuado. En la noche le hablé a Saúl para decirle que llegamos bien. Todo estuvo muy bien, pues en la terraza de la cabaña del extremo opuesto a la nuestra fue donde los más jóvenes nos pusimos a cantar a platicar, pero en su interior, los tíos se pusieron a tomar y jugar cartas.
Poco a poco, nos fuimos retirando, creo que nosotros, mis hijos, ya casi dormidos, y yo muy expectante, fuimos los primeros, y lo hicimos a media noche. Me despedí de cada uno con un beso. A Roberto le dije, en voz muy baja, que lo esperaría. Pero atrás de nosotros estaba mi prima Chavela, ocho años menor que yo, y, por el gesto de desprecio que me hizo, parece que se dio cuenta de lo que habíamos acordado. Lo peor de toda esta situación vino un par de años después, cuando mi matrimonio estaba muy deteriorado, en que me reclamó que yo anduviera con Roberto, ya que nos vio haciendo el amor (vestidos, pero Roberto con el pene afuera y yo con la pantaleta a un lado), y le contesté que eso a ella no le importaba. “A mí sí me importa, pues me gusta Saúl y quiero darle un poco de lo que tú no le das”. Supongo que lo cumplió, pues a Saúl lo veía muy feliz cuando ella iba a pedirle ayuda para estudiar algunas materias de matemáticas. Además, la infeliz de Chavela, al salir del cuarto de estudio se cotoneaba moviendo las nalgotas al despedirse y a mi marido se le caía la baba al verla.
Bueno, después de este coraje que me dio al acordarme de mi prima, regreso a donde estaba. Mis hijos dormían en la cama matrimonial y yo reposaba desnuda en una de las camas individuales del cuarto contiguo. Escuché que la puerta se abrió y me puse de pie para recibir a Roberto, quien, al verme, cerró sigilosamente la puerta y se vino directamente a mí para abrazarme y besarme. Me escurrí al sentir su pene con una erección tremenda. Le ayudé a desvestirse y en un santiamén quedó igual que yo. Allí, en la sala, me colgué de su cuello y le sujeté la cintura con mis piernas. Roberto me sostuvo de las nalgas y su pene entró todo para mi deleite. Sólo se escuchaban jadeos y ahogué los gritos de mis orgasmos; sentí el calor del amor que Roberto me depositaba en la vagina, sus manos cedieron en fuerza y descendí tocando el suelo. Al tomarlo de la mano para llevarlo a la cama, me pareció ver una silueta de cabellera blonda que se escurría entre la sombra del jardín. Seguro que era Chavela…
Roberto y yo nos acostamos de cucharita para caber en la cama individual y dormimos un poco. Escuché que mi hijo me llamaba y me levanté; “Quiero agua”, me dijo y le alcancé el vaso que estaba en el buró. Volvió a dormirse y regresé con Roberto. Le chupé el pene para dejarlo listo y me monté a cabalgarlo hasta que me vine. Me dejó descansar, pero al poco tiempo se subió en mí y moviéndose rico, diciéndome “Te amo, mi puTita”, se vino en mí. Roberto acarició mi pecho y se puso a mamar mis tetas acariciando mis nalgas y piernas con la otra mano. Dormimos abrazados, sólo despertábamos para besarnos constatando nuestra felicidad. En la madrugada, aún se escuchaban las risas y los cantos de mis parientes cuando nos dimos la última muestra de amor para despedirnos. “Sal con cuidado, yo cierro”, le dije mientras él se vestía. Se fijó que no anduviera alguien cerca y, silencioso, salió después de darme un beso. Cerré y me fui a dormir.
En la mañana del sábado, llegó Saúl. Iba acompañado de Chavela, quien, dando toquidos a la puerta, le dijo “Me consta que aquí están ellos” y se rio. Me puse una bata y abrí; Saúl le agradeció a Chavela, despidiéndose con un beso. Me pareció que ella le acarició el pene sobre la ropa, y lo constaté cuando entró, por lo notorio del bulto. Como aún era temprano, Saúl se desvistió y me quitó la bata, después de ver a los niños, con el falo muy erecto, en parte por el apretón que le dio Chavela y otro tanto por mi olor y desnudez, me llevó a la misma cama donde Roberto y yo habíamos “dormido”, es un decir. Él quiso chuparme la vagina, pero yo no se lo permití pues seguramente aún tenía resabios de amor. “No perdamos tiempo y aprovechemos esto”, le dije montándome en Saúl, haciéndolo venir pronto, yo también me vine mientras le aseguraba que lo amaba (“también a ti”, pensé sin decírselo). Me tomó de una teta y acarició tal como lo había hecho Roberto para quedarnos dormidos, nosotros también; hasta que nos fueron a despertar los niños.
Fuimos a desayunar al restaurante, donde coincidimos con otros de los parientes, casi todas las mujeres. Nos asoleamos, estuvimos con los niños y mis padres en el chapoteadero de la cabaña. En la noche otra vez hubo tertulia. Acosté a los niños en las camas individuales, mientras pensaba en lo que habría pensado la recamarera al cambiar la sábana húmeda de semen de mis dos amores, además de los vellos que nos desprendimos en la refriega.
Nos acostamos, desnudos y nos besamos y acariciamos como si estuviésemos recién casados.
–¿Recuerdas las veces que estuvimos en Oaxtepec? –le pregunté.
–Sí, las veces que pelé a la mandarina en el vestidor –dijo en alusión al color de mi traje de baño que me quitó para hacerme el amor– También cuando renté una cabaña igual a ésta para gozarnos. ¡Ni siquiera salimos a nadar ese día! –completó.
–Sí, fue muy hermoso, le dije y puse mi pelambre sobre su boca para que me chupara como le gusta.
–Aún sabes a mí –dijo y siguió chupando– ¡Estás riquísima! –gritó.
–¡Cállate, que vas a despertar a los niños! –le espeté en voz baja, moviéndome para sentir también su nariz, además de sus labios y su barba.
Me pareció ver otra vez la silueta de alguien por la ventana, pero no dije nada. “¿Qué tal que no es Chavela sino Roberto?”, pensé. y decidí darle una gran función al voyeur. Prendí la luz de la lámpara para que el mirón, o mirona, no se esforzara mucho. Hicimos el amor en muchas posiciones y culminamos en un “69”. Apagué la luz antes de dormirnos.
Al día siguiente, próximos a retirarnos, cuando los responsables entregaban las cabañas. Le pregunté a Roberto si él había estado espiando por la ventana. “No, me mantuve alejado de ustedes siempre”, dijo. Fue entonces que volteé hacia un lado y vi a Chavela, quien con la cara notoriamente roja sobre su piel blanca se retiró de allí. “¿Sería ella?”, preguntó Roberto al darse cuenta también de la cara subida de tono.
Todos regresamos a casa sin ningún contratiempo. Pero aprovecharé, para contarles algo más de Chavela.
Cuando Saúl y yo ya estábamos mal en nuestra relación, Roberto me veía cuando venía a la Ciudad de México. Varios de mis tíos y yo vivíamos en un conjunto habitacional de pequeñas casas. El estacionamiento estaba rodeado por unas casas, ninguna tenía ventana hacia él y otra parte lo ocupaba el frente de una escuela pública. Roberto solía estacionar su camioneta al lado de la escuela, donde casi nadie transitaba en la noche. Allí hacíamos el amor. Yo me hacía a un lado la pantaleta, Roberto se sacaba el pene y me sentaba sobre él.
Una vez que ya me iba a bajar, pues habíamos concluido el coito, me quedé helada pues vi que Chavela había estado observando todo. Ella se encaminó hacia la zona donde yo tenía que pasar.
–¿Por qué no te divorcias para que andes a gusto como puta? –me recriminó.
–¡A ti no te importa lo que yo haga con mi vida! –le contesté
–A mí sí me importa, pues me gusta Saúl y quiero darle un poco de lo que tú no le das –contestó como una sentencia–. Divórciate, o no lo hagas, yo no lo necesito –dijo, dejándome en la duda–, ya sé lo que es pasar una noche con él –remató disipándola.
Años después, cuando ya estábamos bien, le pregunté a Saúl si le gustaba alguna de mis primas para coger.
–Varias de ellas me gustan para eso, también tus hermanas y algunas tías, pero no voy a cogerme a todas las que quieran. ¡No andes de celestina! –contestó tajante, creyendo que se lo decía porque alguna me hubiese dicho que quería con él.
–No, sólo es una pregunta –dije– ¿Te cogiste a Chabela? –le pregunté directamente.
–¡Ja, ja, ja!, ¿quieres mi catálogo de tus familiares? Yo no soy el padre del hijo de la hermosa “Princesa pelos de elote”. ¡Ja, ja, ja…! –dijo refiriéndose a Chavela
Continuó riendo y, celosa al escuchar que se refería a mi prima como “hermosa”, le lancé dos cachetadas. Sólo atiné en la primera, la segunda fue detenida por su mano. Continuó riendo a carcajadas “¿Y ahora qué?”, preguntó antes de volver con su risotada.
Aunque hayan pasado muchos años, y estoy segura que Chavela se lo tiró muchas veces, no dejo de sentir celos tremendos. La verdad, todas mis primas, tías y hermanas, trataron a Saúl con mucho cariño cuando se supo que yo tenía como amante a Roberto, seguro que se manoseó, o se cogió, a algunas, todas son chichonas y nalgonas, y eso le encanta a él…