Como cada miércoles a las diez, Alejandro dio un beso a su mujer, cogió la basura y salió de su piso en dirección a los contenedores de la calle de al lado. O al menos, eso es lo que su mujer creía. Con la bolsa maloliente colgando a su costado bajó las escaleras con paso tranquilo, atento a cualquier vecino cotilla que pudiese salir de su casa en ese mismo instante. Nadie se asomó y nadie le vio continuar bajando, hasta el garaje y hasta la zona de servicio de su edificio, la zona donde estaba la salida de emergencia que daba directamente al callejón de atrás.
Abandonando la bolsa en el estrecho pasillo que daba a la salida de emergencias sacó su llave, copiada directamente del manojo de llaves del portero, y abrió con sumo cuidado. En teoría la puerta debería haber estado abierta, pero el miedo a los robos la mantenía siempre bien cerrada. Situación que le convenía, pues el pasillo quedaba sellado tanto desde dentro como desde fuera. Una cámara acorazada, un refugio seguro.
Como cada miércoles a las diez y diez, su vecino Simón tocó rápidamente a la puerta. Tres golpes rápidos y breves, dos golpes más, otros tres para terminar. Alejandro le abrió rápidamente y sus manos se lanzaron a por Simón que le recibió entre sus brazos. Ninguno de los dos reparó ya en el anillo de casado que adornaba la mano del otro, y por sus mentes ni siquiera asomó la idea de que, tan solo unos pisos más arriba, cinco y siete respectivamente, aguardaban sus esposas y familias.
La boca ávida de Simón capturó la de Alejandro que no tardó en morderse los labios para evitar gemir. Aunque la puerta se había cerrado tras ellos y se sentían a salvo ninguno quería arriesgar y ser descubiertos. Las manos grandes y ligeramente ásperas de Simón recorrieron su cuerpo sobre la ropa, tirando del jersey de punto hacia arriba hasta que consiguió arrancárselo. Alejandro se soltó el botón del vaquero y agarró la cintura del pantalón de tela que llevaba su vecino. Le gustaba su forma clásica de vestir, consideraba que le daba un aire clásico que casaba muy bien con su aura de maduro refinado.
Bajó el pantalón hasta las rodillas de Simón y cuando las manos del hombre le empujaron hacia abajo no dudó en hincarse de rodillas delante de él. Su boca salivó en anticipación y dirigiendo una rápida ojeada al rostro del maduro se metió su pene en la boca. No tenían demasiado tiempo y no querían desperdiciar ni un solo segundo. Simón acarició el pelo de Alejandro, cortado de forma informal y que le hacía aparentar más joven de los treinta que tenía en realidad. Moviendo sus caderas adelante y atrás le ayudó a tragar sus buenos diecinueve centímetros. Su pubis cubierto de vello donde ya asomaban las canas como una mayoría se acercaba y se alejaba de Alejandro cada vez más rápido mientras su pene crecía hasta llenar por completo el espacio en la garganta del hombre más joven.
Alejandro chupaba con avidez, intentando tragar todo el pene que le ofrecían y a la vez bajar sus vaqueros. Simón avanzó, obligándole a retroceder de rodillas hasta quedar pegado a la pared. Su vecino apoyó una de las manos en el cemento mientras la otra guiaba su cabeza para que no se separase. Forcejeando aún con sus vaqueros Alejandro acarició los testículos de Simón, que empezaban a colgar a causa de la edad, viendo su tamaño ligeramente agrandado. Por fin consiguió soltar el botón y bajar la maldita cremallera, dejando espacio suficiente a su erección que creció dentro de los ceñidos bóxers. Simón tiró de su cabello, obligándole a levantarse y abandonar su fantástico pene.
Tras un beso rápido Alejandro se dio la media vuelta, apoyando ambas manos en el hormigón y ofreciéndose a su vecino quien no dudó en bajarle el bóxer de un rápido tirón. Del bolsillo de su chaqueta sacó un preservativo y tras rasgar el fino envoltorio azul se le deslizó en el pene con un movimiento ágil, ensayado cientos de veces. Alejandro gimió con anticipación y chupó dos de sus dedos, usándoles para lubricar ligeramente su orificio y que pudiese acoger a su amigo en cuanto este estuviese listo. Simón terminó de acomodar el preservativo y separando las nalgas del más joven presionó su glande contra el ano de Alejandro.
Aunque era imposible que cualquier vecino los escuchase, ni siquiera si alguien bajaba a la cochera, Simón tapó la boca de su vecino con la mano antes de empujar, deslizándose con esfuerzo dentro de Alejandro. El hombre más joven apretó con fuerza los labios, esforzándose por no gemir mientras procuraba relajarse. Sabía que era el tiempo quien mandaba y si no querían ser descubiertos debían acelerar, pero eso no hacía más sencillo los primeros momentos, cuando el duro pene de su vecino se abría camino a través de su esfínter, aún cerrado y estrecho.
Simón empezó a acelerar sus empujones, moviendo las caderas una y otra vez y pegando más y más a su vecino contra la pared. Colando la mano libre entre sus cuerpos aferró el pene de Alejandro y le acarició con rapidez, al mismo ritmo al que impulsaba su pelvis adelante y atrás. En el desierto pasillo resonaba el entrechocar de sus cuerpos, un frenético golpeteo in crescendo que subía y subía su intensidad mientras los gemidos y jadeos empezaban a escapar de sus bocas. Los empujones de Simón eran cada vez más duros y su mano se movía una y otra vez, ascendiendo por toda la longitud de Alejandro, aprovechándose del líquido preseminal que soltaba para lubricar su mano.
Con un gemido que se amortiguó contra la palma de su vecino, Alejandro alcanzó el orgasmo. Oleadas de apresurado placer recorrieron su cuerpo mientras su vecino tiraba de su pene y se apretaba más contra su cuerpo, ligeramente sudado. Con dos fuertes empujones terminó también, gimiendo contra su cuello y procurando no soltarle hasta que los escalofríos, fruto del orgasmo, remitieron por fin. En seguida se separó del más joven y se apresuró a recolocarse la ropa. En tan solo cinco minutos estaba perfectamente compuesto, listo para salir como si nada hubiese pasado. Tiró el preservativo en el saco de basura que su vecino debía tirar y con un beso rápido y fugaz salió del pasillo.
Como cada miércoles a las diez y media, Alejandro recogió la bolsa de basura tras recolocarse la ropa y limpiarse superficialmente con un pañuelo de papel. Comprobó que ningún vecino estaba cerca y saliendo por el callejón de detrás de su edificio tiró la basura, volvió a su portal a paso vivo y subió las escaleras silbando suavemente. Sabía que la cita se repetiría el miércoles siguiente, su rutina secreta particular. Desechando de su mente los últimos retazos de su encuentro con su vecino abrió la puerta de su piso, adentrándose de nuevo en la cotidianidad de siempre.
–Nota de ShatteredGlassW–
Gracias a todos por haber leído este relato escrito a petición de un lector a través de mi correo electrónico. Si queréis que escriba algo para vosotros podéis pedirlo a través de mi email, si la temática me gusta y dispongo de tiempo, os haré un relato personalizado. Por supuesto, las personas, lugares y hechos descritos en el relato son completamente producto de mi imaginación, y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
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