Laura no lo vio venir. Instalada confortablemente en su papel de ama de casa a la antigua usanza, dejaba discurrir su vida cómoda y placentera y, aunque era consciente de que los recursos que le proporcionaba su marido eran bastante limitados, ella, buena administradora por naturaleza, conseguía mantener una relativa calidad de vida. Quizá por eso, cuando su marido le planteó su deseo de separarse, una sensación de hundimiento universal la dejó confundida y descentrada.
A los 43 años, sin una formación específica y nula experiencia laboral todos sus esquemas vitales se derrumbaron estrepitosamente.
Cuando, pasados los primeros momentos, estuvo en condiciones de recapacitar, comprendió que su matrimonio estaba soportado por la mera costumbre y por unos lazos que, por pura rutina, eran inconsistentes. El no haber tenido hijos era una causa más que había deteriorado la estabilidad de la pareja.
Su marido no le dio ninguna explicación de sus planes de futuro, y sólo la dejó entrever que se iría a vivir al piso de una amiga. Laura fue incapaz de obtener más detalles y tampoco insistió, agobiada por la incertidumbre que le planteaba su perspectiva de futuro. Su marido le había dejado caer que él pagaría el alquiler del piso durante dos meses pero que ella tendría que hacerse cargo del mismo en lo sucesivo o, en su caso, dejarlo libre.
Laura era consciente de que sus posibilidades de obtener un empleo eran prácticamente nulas y, recapacitando, sólo se encontró habilitada para hacer tareas domésticas y de limpieza.
Sin dejarse abatir más de lo que ya estaba, pensó en dónde podría encontrar trabajo como asistenta o similar. Consultó en internet posibles agencias de empleo y, efectivamente, encontró anuncios tanto de empresas como de particulares. Ella aspiraba a tener un empleo a jornada completa con la garantía de un contrato laboral. Enseguida se percató de que no era lo que abundaba en las ofertas de empleo. Lo más solicitado era limpieza por horas, casi siempre en casas particulares o, en caso de oficinas, trabajos de una o dos horas diarias. Se dedicó a ir llamando a todas las ofertas y obtuvo cita para cuatro posibles clientes. Tres casas particulares y una pequeña tienda de tejidos. Ese mismo día hizo las visitas y consiguió llegar a un acuerdo con dos casas. Una, familiar, en la que ambos cónyuges trabajaban y que la contrataron para dos días a la semana, tres horas al cada uno a 10 euros por hora. De contrato y alta en seguridad social ni mencionarlo. En la otra casa vivían cuatro estudiantes y en un primer vistazo dedujo que allí habría que trabajar en firme. La suciedad y el desorden era la tónica general y se notaba que hacía meses que nadie había pasado una bayeta, una fregona o una simple escoba por ninguna parte. Con ellos concertó un día a la semana, cinco horas, también a diez euros la hora. De contrato no se habló. En ambos casos la incorporación era inmediata.
Volvió a casa más animada. Las cantidades previstas no eran suficientes para sufragar sus gastos más elementales pero era un atisbo de solución y, sobre todo, se percató de que ese campo podrían surgir nuevas posibilidades.
El primer día de trabajo fue en la casa de la pareja. Cuando ella llegó a la hora prevista ellos ya estaban preparados para salir. Aunque la mujer, una chica joven, le dijo que lo esencial era el baño, ella, acostumbrada a limpiar su casa extremo su cuidado en pulir y ordenar a conciencia. Cuando salió fue consciente de que llevaba consigo los primeros treinta euros que había ganado en su vida.
En la casa de los estudiantes la tarea fue menos minuciosa pero más eficaz. El cambio fue tan espectacular que cuando antes de irse llagaron dos de los chicos se quedaron estupefactos al ver el cambio producido. La verdad es que el piso parecía otro, incluso más grande.
Durante un par de semanas Laura siguió atendiendo ambas casas con normalidad. Su clientela parecía satisfecha de su labor. El último día la señora le preguntó si le interesaba atender a una amiga suya que también necesitaba asistencia. Por supuesto lo afirmó y así consiguio trabajo en las dos mañanas que le quedaban libres. Incluso completó mejor las mañanas, ya que, en la nueva casa le pidieron que fuera cuatro horas. Con ello, Laura obtenía unos ingresos con los que podria atender, aunque con cierta estrechez, todos sus gastos.
Las circunstancias no variaron durante los meses siguientes hasta que pensó en buscar algun trabajo de tarde para incrementar sus ingresos.
Casualmente, en chat de personas mayores de Madrid, encontró un aviso de un "señor mayor" que buscaba asistencia en horario de tarde. Conectó con él mediante un privado y el comunicante, despues de preguntarle edad, estado y escasos datos sobre su persona sólo le dijo de él mismo que tenía 70 años de edad. Le dio su dirección, en un barrio acomodado de Madrid y la citó para el día siguiente. Laura, procuró arreglarse con cuidado y discreción para causar buena impresión en la entrevista y se presentó a la hora fijada.
Ya al ver el portal y la entrada del edificio confirmó que sus habitantes tendrían un alto estatus social.
Cuando llamó al piso, le abrió un señor que se correspondía con los pocos datos que le había dado por chat. Estatura media, delgado, pelo blanco y facciones regulares. Con un gesto serio pero no adusto la invitó a pasar y la dirigió a un gabinete que denotaba ser su pieza preferida.
La invitó a sentarse en un sofá de piel y él, lo hizo en un sillón de orejas que se veía especialmente cómodo.
Después de un breve saludo entró en materia explicando sus circunstancias personales que en síntesis eran que llevaba viudo cinco años. Su esposa había padecido una larga enfermedad que finalmente la quitó la vida.
Durante largos años había dedicado su tiempo a cuidarla y atenderla y solo la dejaba en manos de una enfermera cuando tenía que dar clase en la universidad. El fallecimiento de su esposa coincidió con su jubilación. Desde entonces había seguido viviendo enclaustrado. La atención doméstica la tenía confiada a una señora relativamente mayor que ya en tiempos en que vivía su mujer asistía todos los dias en jornada de mañana. Finalmente, animado por un viejo amigo, había empezado a hacer algunas salidas a eventos de carácter cultural. Llegado a este punto le confio que todo esto guardaba relación con su petición en el chat. Para no divagar más le confió que su intención era recibir a una mujer de sus características una tarde a la semana para disfrutar de su compañía en la que, si se llegaba a un acuerdo, incluiría relaciones sexuales
Laura se quedó pasmada. Aquella aclaración la sorprendió absolutamente. En ningún caso habría supuesto que la larga parrafada concluyese con esa propuesta. Su desconcierto fue tan evidente que el dueño de la casa se disculpó por su franqueza y reconoció que la oferta había sido muy brusca pero lo justificó alegando que no quería malos entendidos.
Admitió que podía ser molesto pero se amparó en que a du edad no podia utilizar eufemismos. Llevaba muchos años sin tener sexo y quería aprovechar el tiempo que le pudiera quedar. Confesó que lo había intentado una vez con una profesional y el resultado había sido nefasto. Por eso buscaba una persona de mente abierta y dispuesta a participar en su aventura. Entendia que a ella no le interesara y, en tal caso, lamentaba haberla molestado.
Laura, entretanto, se había serenado. Seguía impactada pero al tiempo iba pensando en las ventajas que pudiera tener aceptar la proposición. Para ella el sexo nunca había sido un tema tabú aunque nunca había tenido una aventura fuera de casa. El sexo con su marido le resultaba plácido pero nada enloquecedor. Muchas veces se quedaba a medias pero por pereza lo disimulaba. En realidad lo consideraba una especie de peaje para mantener el equilibrio matrimonial. Con escasos resultados, como la realidad había demostrado.
El señor había terminado de expresar sus pretensiones y quedó expectante a la reacción de Laura.
Ella, confesó que la sorpresa la había desconcertado. Era algo tan imprevisto que necesitaba pensarlo con tranquilidad. Le confesó que nunca había tenido experiencias en ese sentido y que incluso el sexo con su marido había sido algo accesorio. Le pidió tiempo para meditar serenamente lo que le ofrecía
El señor quedó muy complacido por su reacción. Le demostraba ser una persona prudente pero no timorata. Al tiempo la había estado observando y le gustaba su físico, bien formada pero sin estridencias, facciones regulares y gesto amable
Acepto su planteamiento y quedaba a la espera de su llamada. Sólo insinuó que tuviera en cuenta, cuando lo meditase, que en ningún caso la cuantía economica iba a ser un inconveniente.
Laura captó el mensaje y se despidió.
De vuelta a casa en el metro comenzó a reflexionar sobre la situación que se le planteaba. Por una parte era consciente de que lo que lo que le proponían era entrar en el terreno de una prostitución maquillada. Al tiempo el entorno y la especial situación no parecía tener relación con la sordidez de ese mundo. Sabia que tenía que pensarlo friamente. Y trató de cambiar su pensamiento hacia cuestiones más cotidianas y meditarlo al dia siguiente.
Llego a su casa, se hizo una cena ligera y, para relajarse, se sirvió una ginebra con agua tónica, cosa excepcional en ella, pero consideró que la situación lo merecía. Durante el resto de la noche se fue sintiendo cómoda y segura. Sin duda la ginebra contribuyó a esa sensación y, aunque de manera provisional, pensó que antes de rechazar la oferta le convenía conocer todas las condiciones y circunstancias para poder decidir con criterio. Una vez definida esta postura se metió en la cama y se quedó profundamente dormida.
A la tarde siguiente llamó por teléfono al señor y le comunicó que estaba dispuesta a conocer los detalles y que posteriormente decidiría.
Le visitó de nuevo. El ya la estaba esperando y retomó la última conversación. En síntesis le confirmó lo que ya había esbozado. Pasar una tarde completa haciéndole compañía. Compartir sus costumbres habituales, charlar, leer, escuchar música merendar o cenar, según conviniera y, entre estas actividades introducir unos ratos para realizar sexo. Le aclaró que sus apetencias eran relajadas y nada estridentes y, en lo que dudaba era en si necesitaría tomar algún estimulante, tipo Viagra, o no sería necesario. En todo caso la experiencia marcaría las pautas en este sentido.
Laura escuchó atentamente y, quizá despejado el factor sorpresa, le parecieron sensatas las palabras de Don Arturo, que era el nombre de su interlocutor. Contestó que algo así era lo que suponía que le iba a proponer aunque quiso matizar que si sus conversaciones se iban a basar en las aficiones de él, nunca podría estar a su altura y su participación sería muy deficiente, ya que su formación era muy básica. También en cuanto al sexo su experiencia era muy poco sofisticada aunque quizá en ese aspecto sí pudiera documentarse y actualizarse. Don Arturo matizó que sus aficiones eran muy sencillas y en ningún caso le apetecería reproducir en sus encuentros la ya lejana actividad académica. Insistió en que lo que necesitaba era olvidar la soledad monacal en la que vivía y tener las satisfacciones que la responsabilidad y las circunstancias le habían negado. Dando por entendido la situación global entró de lleno en la cuestión económica. Él había pensado en recibirla una tarde a la semana, de cuatro a nueve, a razón de cien euros por hora, quedando abierta la posibilidad de negociar cualquier otra cuantía. Laura tuvo que hacer un esfuerzo por disimular el impacto que le causó la cifra. Suponia ganar en cuatro tardes el doble de lo que obtenía durante todas las mañanas del mes. Incluso el esfuerzo no era comparable al que suponia mantener relucientes las viviendas de sus clientes. El factor sexo era la clave que rompía la comparativa.
Contestó que por supuesto la cantidad le parecía muy generosa y que no habria nada que negociar.
Añadió que había previsto escucharle , meditar y, una vez segura, darle la respuesta pero en realidad ya no tenía nada que pensar por lo que si él estaba de acuerdo se ponía a su disposición desde ese momento.
Don Arturo no ocultó su satisfacción y sugirió que los días de encuentro fueran los jueves. Sellaron el acuerdo con dos timidos besos por parte de Laura y un estrecho y entrañable abrazo por parte de don Arturo.
A partir de entonces Laura mantuvo su actividad diaria habitual, asistiendo puntualmente a sus obligaciones de mañana contraídas pero las tardes de los jueves pasó a ser una especie de rito en el que se encontraba inmersa en una ceremonia propia de una vestal. Don Arturo se reveló como un oficiante amable, atento y cariñoso que tomaba el cuerpo de Laura con la máxima veneración y respeto, quizá descubriendo ya septuagenario, las dulzuras que el ambiente de su procedencia y las vicisitudes de su madurez le habían negado. Percibió que estaba viviendo una experiencia única e irrepetible que le llenaba de satisfacción y de gozo. Al tiempo de disfrutar de orgasmos intensos desconocidos hasta entonces era consciente de que haber encontrado a Laura en lo que en aquellos momentos era la gran aventura de su existencia. La paz y el sosiego que llego a disfrutar le hacían sentirse compensado por los años en los que el sacrificio y el deber moral le habían secuestrado de una vida plena.
Para Laura también resultó una profunda catarsis ya que descubrió que, en lugar de un mero recurso económico como pretendía encontró un compañero atento y cariñoso como nunca había disfrutado.
Con el paso de las semanas y los meses la afinidad de sus personalidades, por otra parte tan diferentes, crearon un clima de confianza y respeto que indujeron a Don Arturo a pedir a Laura que pensará en la posibilidad de unir sus vidas de forma más estable, viviendo juntos con carácter permanente. Laura no quiso caer en la tentacion. Para ella hubiera supuesto un cambio sustancial en su futuro y con todo afecto declinó el ofrecimiento. Para ella la presencia de don Arturo en su vida había sido providencial ya que, independientemente del desahogo material que estaba disfrutando, era consciente del afecto y el cariño que había recibido. Aun así no quería que nada se pudiera convertir en una carga u obligación para don Arturo. Le reiteró su amistad y le garantizó que ella siempre estaría a su disposición pero nunca sería una rémora.
Don Arturo ya preveía que su respuesta podría producirse en este sentido y no insistió pero, en su fuero interno se propuso insistir en su propósito en el futuro.
Esta relación, nacida a finales de 2018, se mantuvo sin variaciones durante el año siguiente y en las mismas, e incluso más íntimas, circunstancias, se presentó 2020.
En el mes de febrero, Laura recibió en el móvil un mensaje, breve y conciso, de don Arturo. En el comunicaba que estaba ingresado en un centro privado aquejado de Covid19. Prometía tenerla al corriente de la evolución.
Laura, agobiada, intentó visitarle inmediatamente. Se puso en contacto con el Sanatorio donde sólo pudo obtener la información de que ese paciente estaba ingresado en la Uci y que por razones del obligado aislamiento no era posible visitarle. Le ofrecieron tenerla al corriente de su evolución y la informaron de que podría llamar por teléfono sin restricciones para recibir noticias de su estado.
Durante una semana, todos los días, Laura llamó y percibíó buenas sensaciones en las palabras de la señorita comunicante.
El día 28 de febrero su respuesta fue drástica: el paciente Don Arturo Martínez había fallecido de madrugada.
Todos los días 28 de cada mes Laura Méndez deposita un pequeño ramo de flores en una lápida del cementerio madrileño de la Paz.