Y mientras duerme, le observo en silencio, paciente, vigilante y esperando que la vida me dé más oportunidades para estar a su lado.
Nunca creí encontrar a la persona que me llevaría al cielo con un beso, una caricia, una palabra, un orgasmo.
Pero acá estamos, desde esa vez que nos vimos, nos besamos, nos mordimos, nos cogimos, nos acompañamos y nos cuidamos.
Él es mío y yo soy suya, con cada respiro y cada atardecer, y aunque a veces la distancia es abrumadora, los momentos juntos es lo que más atesoramos.
Nunca olvidaré la primera vez que la vi, dura, caliente, grande, y abriéndome para penetrarme. Esa sensación de pertenecerle, de saber que me podía tener donde y cuando quisiera.
Nunca olvidaré el verlo a los ojos, el tocar su piel y sentir su aliento sobre mi cuello, el sentir sus besos por toda mi espalda, su tacto sobre mis muslos, la forma en la que tomaba mis caderas, que besaba mis nalgas, que mordía mis pezones y besaba mis labios.
Y sí, me tuve que alejar, nos tuvimos que alejar. Todo lo bueno llega a su fin y esto era demasiado bueno para ser verdad.
No sólo lo quiero, mi cuerpo lo necesita, mi mente lo sueña, mi clítoris palpita con pensarle, así que, la vida sigue su curso ahora con sus memorias por todo mi cuerpo, cierro los ojos volteo mi cabeza y siento sus labios sobre mi cuello, sus manos sobre mi cabello…
Algún otro día nos volveremos a encontrar, y estoy segura que nos fundiremos en un uno solo.