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El club de dominación
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Ha pasado un año desde que me apunte a una aplicación de citas para hacer el amor. Al principio me costo dar con la tecla y pasaban semanas hasta conseguir que una chica me aceptase. Luego el procedimiento era bastante rutinario. Un par de bebidas en el bar o cena para dos, algunos cumplidos, muestras de generosidad e invitación a tomar algo en casa.

Mi apartamento no era muy grande, pero tenía un salón amplio, un dormitorio decente y el plus que da la limpieza y la decoración abstracta con gusto. La semana pasada lo hice con Amaya. Pelirroja de cabello largo y rizado que hablaba mucho. Nos quitamos la ropa a los quince minutos. Un poco de sexo oral por turnos, primero jugué con los pelillos de su pubis pasando la lengua por su sexo hasta hacerla gritar. Luego, ella se ocupó de mi pene con gran entusiasmo y mucha saliva.

Nos besamos durante un rato con pasión.

Luego todo discurrió con naturalidad. Amaya se puso a cuatro patas sobre la cama y volviendo su rostro me pidió que la, con perdón, "follase".

Mi miembro estaba preparado y se deslizó con facilidad dentro de su vagina. Todo fue muy rápido. El orgasmo, sus placenteras convulsiones mientras mi cuerpo yacía sobre el suyo y el semen blanquecino resbalaba por su espalda.

Todo bien la verdad y sin embargo no estaba satisfecho. Quizás me molestó que se fuese diez minutos después sin dar las gracias. Quizás me incomodó que todo aquello no hubiese sido más que un intercambio de fluidos, una carrera que Amaya parecía correr todos los días. "¿Amaya? ¿Sería ese su nombre o también formaría parte de la farsa?"

Hace tres días tuve una idea. Formar un club con las vecinas de mi bloque. Bien es cierto que algunas casi me doblan la edad, que la chica de enfrente tiene poca carne y el culo plano y que las del tercero están casadas. Pero eso da igual, de hecho añadía más morbo al tema. Quería sexo, pero no buscaba amor o cariño, sino más bien probar algo nuevo, algo que despertase mis instintos. Las novelas estaban ahí, un hombre guapo con gustos oscuros, un chico malo que quería atarlas y dominarlas. Todo eso era una novela, una novela que yo convertiría en realidad.

El lunes nos reunimos en mi casa, vinieron cuatro. Hablamos de los libros, del sexo, de la dominación y esa misma tarde fundamos el club. Todas se apuntaron y dieron su consentimiento por escrito.

El martes cité vía whatsapp a Julia, una de las casadas. Rolliza, pelo corto, pechos contundentes y trasero generoso. El mensaje corto y directo, una hora, una orden.

Llegó un minuto tarde a mi piso y se lo reproché. Se la veía nerviosa y excitada. Pantalones y camiseta holgadas, sandalias y maquillaje. No estaba mal.

Le ordené quitarse la ropa de cintura para arriba. Luego la esposé y comencé a acariciar sus tetas. La pellizqué un pezón con cierta fuerza y le dí un cachete suave.

– mereces un castigo. Acompáñame a la habitación.

Julia me siguió docilmente y siguiendo mis indicaciones se dejó caer sobre la cama. Le quité las esposas y se las puse otra vez atándolas a un barrote de la cama. Luego mientras yacía tumbada sobre la tripa, tiré de sus pantalones y bragas dejándola con las posaderas al aire. Cogí una vara y comencé a azotarla sin miramientos. La azoté hasta que sus nalgas se pusieron bien rojas. Luego, excitado, con el pene crecido, me bajé los pantalones, me puse un condón, me acoplé sobre su cuerpo desnudo y la penetré envistiendo con energía hasta corrernos.

Por la tarde, antes de cenar, le tocó el turno a la mujer del culo plano. Los pechos eran dos huevos fritos. La desnudé pronto y le metí el dedo en el ano mientras nos besábamos. Tanta atención pareció encenderla y buscó mi pene bajo los pantalones, sin embargo, le impedí que llegase a él y como castigo la azoté con el cinturón en las nalgas. Luego, atándola por las muñecas, de pie, pasé la cuerda por una viga del techó y la tensé. Su cuerpo en suspensión, su espalda desnuda. Cogí un pequeño látigo y le golpee la espalda cinco veces por su atrevimiento. Luego, sin soltarla, me puse frente a ella me baje los pantalones y la tomé allí mismo.

Al día siguiente le tocó a la otra casada. Bajita, con pelo corto y gafas. Después de tomar una copa la tumbé sobre mi regazo y le dí una buena azotaina sobre los pantalones. No tuvimos sexo. Quería reservarme para la tarde.

A las ocho en punto llamó a la puerta Alicia, 23 primaveras, rubia, ojos azules, menuda pero con curvas. Alicia era la vecina que vivía arriba, la había oido hacer el amor un par de veces, los muelles de su cama y sus gritos transpasaban paredes. Vestía minifalda de cuero color granate y camisa negra con escote. Sus pechos, tamaño medio, se adivinaban firmes.

Al principio me dieron ganas de tener sexo tradicional con ella, coquetear, besarnos, descubrir poco a poco sus encantos. Pero no estábamos allí para eso.

– A qué esperas muñeca. Mi pene necesita atención.

Ella me miró con sorpresa, quizás no esperaba o no estaba acostumbrada a recibir órdemes de aquel tipo. Sin embargo, pasada la sorpresa inicial obedeció, desabrochó el botón de mis pantalones y tras acariciar mi paquete durante unos minutos mientras me miraba a los ojos, me bajó la ropa, apoyó sus manos en mis nalgas y metiendo el miembro en su boca, comenzó a chupármelo.

Por algún motivo, detuve sus maniobras pronto. La levanté con brusquedad y la llamé guarra.

Ella sonrió.

– Soy lo que tu me digas.

– calla pedorra.

De nuevo sonrió. Y luego susurrando las palabras en mi oido me dijo.

– si quieres me tiro un pedo.

Mi cara de sorpresa debió ser de lo más cómico.

– como te atrevas te caliento el culo con la zapatilla hasta dejarlo como un tomate.

Ella sonrió por tercera vez, me dio la espalda y para mi sorpresa dejó escapar una ventosidad.

Inexplicablemente mi pene creció con la excitación de todo aquello. La cogí por el brazo, la ordené que se bajase los pantalones y cogiendo un cepillo de madera, comencé a calentarle el culo golpeando a buen ritmo.

Luego la senté sobre mis piernas, atrapé sus nalgas con mis manos y la besé metiendo la lengua con ansia.

Mi pene comenzó a palpitar.

Fuimos a la habitación y allí, mientras edtaba tumbada boca abajo la golpeé con el cinturón seis veces. La puse mirando boca arriba y metiendo el pene en su sexo comencé a cabalgar. Ella se quitó el sujetador. Sus tetas se movían rítmicamente al son que marcaban las embestidas. Antes de correrme, noté como el gas se acumulaba en mi recto. Apoyé mi trasero sobre la cara de mi vecina y lo deje salir. Alicia arrugó su nariz.

La volteé, la puse sobre mis rodillas de nuevo, descargué un par de azotes y se la metí en el ano con delicadeza, luego la saqué y la volví a meter, esta vez por la vagina, aumente el ritmo. La bese, embestí y descargué entre gemidos. Ella perdió el control durante unos segundos y luego poco a poco se relajó.

– Guau. – dijo un rato después.

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