Se llamaba Susan, pero le decían Sue y trabajaba en la tienda del correo postal. Era rubia, de tez blanca y de ojos celestes. Media casi 1.80 metros, de cara muy bonita, un poco narizona, un rasgo que me fascinaba y de cuerpo del el que alguna vez fue atlético. Nos comenzamos a ver seguido porque por un periodo de dos semanas mandaba paquetes o sobres con muchas fotos a uno clientes que estaban fuera del estado de donde vivo en USA. Siempre me trato de “Sir” cuando me tocaba ella cerca a la hora del “lunch” y yo trababa de estar a esa hora para que me atendiera. Al principio se comportaba muy formal pero después de fue ablandando y hasta soltaba unos gestos coquetos. Vestía siempre su uniforme de polo con cuello color azul y su pantalón de tela color negro. No vestía ningún anillo en sus manos, excepto en el dedo índice, uno de color negro con tonos celestes como sus ojos.
Me gustaba su delicadeza, su sonrisa y sus lindos pechos cuando volteaba y el polo se apretaba sobre su cuerpo. La señora se mostraba dulce, pero con autoridad, con energía jovial y coqueta en sus “Buenos días”. Después de un tiempo mi viaje al correo postal dejó de ser tan seguido así que no la veía seguido. Un hola, un chao, una sonrisa y un coqueteo quedaban allí sin más que darle vuelta a este amor que se había convertido en platónico. Era una señora muy sensual.
Revisando una página de citas, encontré a Susan. Se describía como como una persona sencilla, con buenos modales, divorciada hace unos 5 años, pero lo sorprendente de todo es que tenía unos 59 años. Lucía muy bien en las fotos de su perfil. Ya sea en vestido de gala o con shorts vaqueros. Le di un “ME gusta” y no pasaron muchos días para hacer el match. Conversábamos de todo un poco, ella contaba graciosamente sus últimas citas en la cuales siempre el pretendiente quería algo serio y ella solo algo casual. No podían entender que en sus casi 60, alguien estuviese buscando algo formal. A pesar de llevarme casi 20 años, la invite a salir y ella tuvo la buena onda de aceptar. La primera reunión fue en un bar, la pasamos bien viendo el futbol americano en la tele un jueves. Coqueteamos, rozábamos codos y manos y rajábamos de la gente a nuestro alrededor. Al final me dio un beso sensual en la mejilla con un abrazo enterrando sus buenos senos sobre mi pecho y despidiéndose con una mirada hacia atrás al entrar a su casa.
Sue tenía su encanto, un cuerpo en buena forma para su edad y un buen trasero que sabía menearlo al caminar. No me lo quitaba de la mente al recordar como entraba a su apartamento propio. No tenía un vientre plano ni tampoco brazos fuertes, pero era muy atractiva con una sonrisa que conquistaba. Intercambiamos números telefónicos, pero casi nunca lo usábamos, todo era comunicación mediante la página de citas. La vi un día en el correo por la tarde, le habían cambiado de horario y con una sonrisa me conto que sus últimas salidas habían sido un desastre. Con gracia le susurre que porque no lo hacemos otra vez el viernes… Salir. La diferencia de edad era notable, pero a ella parecía no importarle. Me dijo que si y quedamos ese viernes por la noche.
Llegado el día y antes de salir a su encuentro en el bar, recibí por texto acerca del cambio de planes. Ella trabajaba ahora por la tarde y se le hacía pesado ir a un bar después del trabajo. Quería pasarlo en casa. Viernes era un día bueno porque los sábados solían ser para Silvia y los martes para Raquel. Viernes dejaba la opción abierta para ver a alguna de ellas. Ambas estaban distraídas con sus problemas de familia o dudas con nuestra relación.
Después de una pequeña cena, un par de copas de vino y muchas carcajadas, me puse a lavar los trastes. Susan se acercó por mi espalda para darme un abrazo y preguntarme por mis novias. Le explique que eran dos y que no las veía hace ya un tiempo, por eso estaba en la página de citas. Ella reía, mientras me olía el cuello con ambas manos apretándome el pecho.
-Deja eso. – me dijo mientras se deslizaba bajo mis brazos que lavaban los platos para posicionarse frente a mí.
La señora de casi 60 era más alta que yo así que tuvo que agacharse para buscar mi boca. Fiel a su estilo sexy y provocador, deambulaba sus labios alrededor de los míos, pero sin tocarlos.
-Vemos el partido. ¿sí? – pregunto Sue llevándome de la mano al sofá de la sala.
Susan puso el partido de la MLS, el equipo local jugaba de visita por eso no estaba en el estadio cubriendo el evento. Fue a la cocina y trajo otras dos copas de vino, ella estaba de buen ánimo, sonriendo y más suelta que en el bar. Sentada de piernas cruzadas e inclinada hacia su derecha, mostraba sus lindas piernas bajo la falda del enterizo. Le podía ver todo, incluso dude si llevaba ropa interior. Con la mano izquierda cogiendo la copa y la derecha jugando con su pelo rubio, me conversaba coquetamente de su vida cotidiana y su trabajo.
La casi de 60 años se paró y puso música country para bailar. Nos pusimos a bailar una lenta de Faith Hill, su artista favorito. La canción era lenta, ella bailaba pegando sus pechos en mi cuerpo, sobrevolaba sus labios sobre los míos al compás de la música. Se dio la vuelta para posicionar su cola apretando contra mi estómago, ella era más alta. Subía y bajaba rozando su culo sobre mi entrepierna, mientras ella sentía mi respiración en su delgado y alto cuello.
-¿Vamos al cuarto? –preguntó con una sonrisa en los labios.
Meneando el trasero y agarrando de mi mano me guió hacia su dormitorio. Al lado de la cama me quitó la playera sonriendo con sorpresa el buen estado físico en que estaba. Tenía 40 pero corría seguido y hacia pesas 4 veces a la semana. Además, todos decían que parecía de 30 o menos. Enseguida comenzó a desabrocharme el pantalón para bajármelo hasta los pies como si fuese un niño. Mordiéndose los labios puso ambas manos a mi cintura y lentamente descubría mi pene semirrecto. Totalmente desnudo me senté en la cama reposando mi espalda en el cabecero.
Susan comenzó a bailar sensualmente, sacudiendo su falda de lado a lado mostrando que si llevaba ropa interior color rosada. Subía y bajaba, se le veía feliz y jovial. Mi pene ya estaba completamente erecto y ella seguía provocándome con sus movimientos. Sue se quitó el enterizo color blanco de flores rosadas. Le quedaba bien ese color hacia resaltar sus cabellos rubio y ojos celestes. Ya en sostén y calzón se podía apreciar lo linda que estaba. Su pecho, sus brazos y piernas estaba cubierto de pecas color café. Sus dos pechos eran pequeños, parecidos a lo de Silvia hasta diría que en mejores condiciones. No se le veía arrugas en ninguna parte de su cuerpo excepto un poco en la parte interior de sus antebrazos y manos. Sue tenía una hija de 30, pero no la había amantado de niña, el gimnasio y los genes mantenían ese cuerpo exquisito en buen estado, incluso mucho mejor que la de Silvia.
¡Que culo que tenía la vieja!!! Era redondo, firme, blanco y pecoso. Sabía usarlo al caminar, era su mejor aspecto después de su cara bonita y pícara sonrisa. No era un culo flaco, ni tampoco gordo. Era carnoso con unas piernas fuertes muy sorprendente para su edad. Ella usaba pantalones anchos para disimular sus atributos, fue una gran sorpresa ver lo buena que estaba. Poco a poco se fue quitando su lencería rosada hasta ponerse de rodillas en la cama.
Estábamos los dos en completo silencio, ella se acercó para sentarse sobre mi vientre jugueteando con la provocación de una posible penetración no solo a su vagina sino a su ano. Una palabra de “OOPS” rompió el hielo, cuando la punta de mi falo chocó contra su ano. Los dos sonreímos para que después ella me pregunte…
-¿Cómo le gusta hacer el amor a tus novias? – preguntó dándome un beso suave y tierno.
-Les gusta duro y violento. Pero seré gentil contigo, tú ordenas hoy. – le contesté sabiendo que ella estaba al mando esa noche.
Sue no había estado con un hombre en 5 años, se le notaba ansiosa hasta se pudiera decir nerviosa. Ella tenía la perversión de pensar que estaba con su hijo y yo con una tía lejana. Entrelazo sus dedos con los míos y se posicionó su vagina en la punta de mi pene. Lentamente Susan bajo para ser penetrada, no había necesidad de manipular mi polla a su orificio. Algo que le gusto a la doña porque sabía que estaba duro y no flácido como lo de su ex que le llevaba 10 años.
Primero entro la cabeza, luego el tronco y de allí se comía ya todas mis 7 pulgadas. Soltó un suspiro al tenerla todo adentro, sus dedos apretaban más fuertes los míos. Se mordía los labios, con los ojos cerrados mientras hacía movimientos circulares sin levantarse. No había ninguna cosa que Susan no haga sensualmente. La cabalgada comenzó, el ritmo era lento tratando de disfrutar cada segundo con el único propósito de impacientarme. Una pícara mirada la delató.
Ya con mis manos libres, pude tocar esos maravillosos senos. Suaves y duros excitándome más con cada sentadilla que Sue me daba. Sus manos dirigieron mi boca a sus pechos, como si una madre quisiese amamantar a un bebé. Entendí muy bien su intención, pegando mi boca a su pezón izquierdo succionando desesperadamente, con mordiscos de rato en rato. Susan aumento el ritmo de la cabalgada, ahora abrazando con ambos brazos mi cabeza sin poder escapar de su teta. Sentí como un poquito de secreción salía de su pezón.
-“Fuck me, baby. Fuck me” – me susurró al oído.
Cargué su cuerpo delicado poniéndola de espaldas sobre la cama y tomar la posición de misionero. Con las rodillas flexionadas y sus uñas incrustadas en mi espalda se la empujaba mientras enterraba mis dientes en su cuello. Sue tenía un olor increíble, me fascinaba su perfume y me la quería literalmente comer. Gemía, gritaba, la cama crujía a ritmo del sonido de mis huevos chocando con sus nalgas. Su boca busco la mía, sus manos pasaron a apretar mi culo con sus uñas rodeando mi ano. Sus ojos fijos a los míos y un jadeo profundo congelo su boca abierta. Susan se vino, temblando todo su cuerpo bajo el mío y con todo mi pene dentro de ella. Me mordió los labios salvajemente para luego sonreír agotada. Yo no me había venido.
Todavía estaba entero, ella descansando con una sonrisa en los labios mirando el techo. Se tocó la chucha palpando lo mojada que estaba. Se medió sentó apoyando los codos y vio que mi pene todavía estaba activo. Vio el condón todavía vacío, no había eyaculado. Sonrió y se acercó como una gata hacia mi entrepierna, removió el preservativo para saborear mi glande. Con una seña le dije que se diera la vuelta para verle el culo y hacer un posible 69. Dos dedos penetraron su vagina y mi lengua en su ano era demasiado para ella. Estaba jadeando y empujando más sus muslos hacia mi cara, dejó de jugar con mi pene para solo reposar y lamer mis bolas mientras el placer la invadía. Su ano no lucía virgen pero tampoco extra usado. Me turnaba para lamer y jugar con sus dos orificios, Sue estaba llegando al clímax.
Repentinamente cambió de posición para tratar de sentarse en mi cara, por el otro lado yo me eche completamente en la cama para recibirla. Con dos dedos ella estimulaba su clítoris mientras yo me comía su culo. Su excitación se acentuaba con el pasar de los minutos, estaba mojada y cerca al orgasmo. Yo estaba contento que le guste el jugueteo anal porque quería tomarla por ese agujero. Sue soltó un grito profundo, sacudió el trasero para poner su vagina en mi boca y recibir su gustoso orgasmo dulce y oliendo a lavanda. Era una señora muy higiénica.
Con su jugo todavía en mi boca, se me acercó a besarme después de tomar unos segundos para descansar y compartimos su sabor los dos. Me dijo “Ahora me toca” y bajó hacia mi pene. Comenzó a lamerlo lentamente, primero con el glande y luego con la lengua exploro todo. Sue lo chupaba, lento, apretando mis testículos con sus uñas. Tenía que ser cuidadosa con el izquierdo, siempre fue muy sensible después de una operación que tuve de niño. Cada vez que se lo ponía en la boca, lentamente bajaba para comérselo todo. No podía al inicio, pero estaba decidida a lograrlo. Con otras se la hubiese empujado toda rápidamente, pero ella quería hacerlo gentilmente, como la dama que era.
En cada sacada de su boca, presionaba ligeramente con sus dientes, en otras rodeaba mi glande con su lengua. Tomaba alientos y seguía en el intento de tener mi miembro entero dentro de ella. Sonreía al sacárselo de la boca y succionaba mi cabeza toda mojada ahora con su saliva. Sue encogió las rodillas sobre la cama, tomando una mejor posición. Su lengua ya estaba por llegar a mis bolas, poco a poco lo estaba logrando, me miraba con una sonrisa en los ojos. Pasaron pocos minutos hasta que por fin lo tenía en su garganta. Respiraba hondo para quedarse quieta con toda adentro. Mi respiración aumentaba con cada encimada sobre mi miembro y esos ojos celestes eran de ensueño.
Sue se quedó con la nariz en mis pelvis y su lengua bajo mis testículos cuando noto como se arqueaba mi cuerpo. Estaba a punto de venirme y ella lo succionaba tomando respiros mientras aumentaba el ritmo de la mamada. Acaricie con mi mano izquierda su rostro indicándole que estaba cerca. Con una su mano derecha, ella me metía una paja mientras succionaba mi glande, siempre con una sonrisa en su mirada.
Un jadeo profundo y un “Sue” de mis labios explotaron junto a mi semen en su boca. La gringa se lo tomó todo, incluso recogiendo con sus dedos lo que sobraba al lado de sus labios. No quería perderse nada y seco todo mi pene succionándolo hasta confirmar que nada segregaba de mi miembro. Me lamió las bolas y vino a coquetear un beso que finalmente se lo di.
-¿Sabes que…? – dijo Sue haciéndose la interesante. – “No eres la primera persona que he tenido sexo después de mi divorcio”.
-¿Quién fue? ¿Tu instructor de yoga? ¿Pensé que no habías estado con otro hombre? -pregunté curioso de saber ese detalle.
-Nadie dijo que era un hombre. – replicó Susan mordiéndose el labio.
El nombre de Karla se me vino a la mente…