Inicio una serie de relatos que me vinieron a la mente al releer una especie de diario íntimo que yo llevaba en mi juventud, y hasta los 35 años.
Cuando era muy pequeño nació mi adoración por calzarme zapatos de mujer de taco alto. Cada vez que tenía una oportunidad, tomaba un par de zapatos de mi madre y los usaba durante horas. En las cercanías de mi casa había varias construcciones abandonadas o en ruinas y yo aprovechaba la soledad de esos lugares para pasearme subido a los tacos. No buscaba sentirme mujer, solo disfrutar la deliciosa sensación que me proporcionaba caminar con los taquitos puestos. A veces los combinaba con medias de nylon y alguna faldita o jean muy ajustado. Pero no lo hacía para parecer una chica, sino para que los zapatos luzcan mejor.
Al tiempo nos mudamos a Mardel y se me complicó un poco, ya que vivíamos en un departamento en el 4to piso. Pero mis ganas de andar en tacos podía más que nada. Salía a la madrugada sin hacer ruido, y subía a la azotea, o bajaba al sótano. En ambos lugares y a esas horas estaba completamente solo. Pero una noche en el sótano cuando giré hacia la puerta me encontré cara a cara con Don Pedro, el portero del edificio. Quedé petrificado. Quería que la tierra me tragara. Yo estaba con una pollerita tableada y unos tacos de 10 cm. Y frente a mí, un hombre que me miraba de arriba a abajo. No sabía que hacer.
Ese fue mi paso de un simple fetichismo a la bisexualidad. No podía tomarme por la fuerza, ya que yo ya tenía 18 años y no era precisamente un debilucho. Pero me chantajeó. A cambio de su silencio, tuve que dejar que me manoseara y terminé chupándole la verga por largo rato. En ese momento yo sentía asco, pero imaginaba lo que harían mis padres si se enteraban. Por lo tanto "me callé y seguí chupando". Cuando terminó de cogerse mi boca, me dijo que eso se volvería a repetir él quisiera. Pero a esa edad yo estaba bastante avispado, y recuerdo que le dije:
– ¡Ah, sí, mirá vos! Vos le podrás contar a mis viejos que yo uso tacos altos, pero yo le puedo contar a tu mujer y a tu hija lo que acabamos de hacer. Podés pensar que ellas no lo van a creer, pero si les menciono los dos lunares que tenés en la verga, la cosa cambia un poco, no? Ahora el que manda soy yo. Me vas a volver a tocar cuando yo quiera y me vas a tener que regalar algunos zapatitos de mi agrado.
El tipo se puso pálido, balbuceó algo y se retiró del sótano. Volví a mi departamento y me acosté. Obviamente no pude dormir. Mis pensamientos eran confusos. Mamarle la verga me asqueó, pero a la vez me excitó. Al punto que tuve que masturbarme pensando en lo acontecido.
Al mes nos mudamos nuevamente a La Plata y no tuve ningún acercamiento más con Don Pedro. Y hasta el día de hoy, no tengo en claro si fue un alivio o lo lamento. Mañana sigo con otros relatos. Van a resultar más eróticos, pero desde ya les digo que son todos verídicos.
Gracias por leer. Un abrazo.