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Mi aventura en Punta del Este
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Tiempo de lectura: 7 minutos

La empresa donde trabajo cumplió 40 años de existencia, con tal motivo el Directorio decidió tener una atención con los empleados organizando un viaje a Punta del Este. Ya había pasado la temporada ideal (diciembre-enero-febrero) para visitar ese balneario pero un paseo gratis por Punta del Este en toda época del año es bienvenido. Las autoridades de la empresa nos asignaron un autobús, salimos un viernes después del horario de trabajo y regresamos el domingo de noche.

“Tú vas en el auto, pagas tu estadía en el hotel y así pasamos juntos en Punta del Este. Rebeca y Ema ya acordaron con sus maridos para hacer eso.” le propuse a mi esposo.

“La idea me encanta, pero vos sabés que nos agarra en un mal momento financiero. He tenido mucho gasto con la enfermedad de mamá. Dudo que este mes el dinero nos alcance para llegar a fin de mes, es más, dudo que podamos llegar al 25 de este mes con plata.” respondió mi esposo.

Era razonable: habíamos tenido muchos gastos. El pago del colegio de Esteban, nuestro hijo, también era una carga pesada para nuestro presupuesto.

“Entre el combustible de ida y vuelta Montevideo-Punta del Este, más el hotel se nos va mucho dinero. Andá vos, disfrutá, es gratis, en 4 o 5 meses nos recuperamos de los gastos que hemos tenido y hacemos un paseíto a donde vos quieras.” agregó mi esposo.

Totalmente comprensible. El camino no fue aburrido, bebimos, charlamos, comimos tartas y empanadas que habíamos preparado. Dado que habíamos trabajado todo el día, y el ómnibus salió desde la empresa, estábamos un poco cansados y algunos se durmieron. Nos habían reservado un hotel donde comienza Gorlero. Quedaba más o menos equidistante de la Playa Mansa y de la Brava. Nos asignaron habitaciones con dos camas separadas (dos mujeres en unas, dos hombres en otras). Una vez que pusimos nuestros equipajes en las habitaciones correspondientes la mayoría propuso irnos al llamado Muelle de Mailhos, donde empieza la Mansa. Aunque a mí no me entusiasmaba mucho la idea accedí y nos fuimos a la playa.

Pasamos bien, se formaron pequeños grupos, charlamos, algunos caminaron hacia un lado otros en sentido contrario. Yo me uní a un grupito junto a unas rocas. En el grupo estaba el conductor del autobús, quien con el paso de los minutos se acercaba más a mí. Este es un chico joven, Manuel, me contó que no hace mucho que trabaja en la compañía de ómnibus.

“¿Les molesta que esté con ustedes?” preguntó.

“De ninguna manera. No somos elitistas. Tranquilo. Haz de cuenta que eres compañeros de trabajo, como nosotros.” le respondimos.

Teníamos una conservadora con hielo y por supuesto: con latas cerveza. Alguien también había traído dos botellas de mojito. Y charlando, bebiendo, algunos, como Manuel se pusieron un poco borrachos y en el caso de este chico a prestarme atención. Cuando yo estaba por irme al hotel, él se ofreció a dar un paseo por la costa.

“Ya es muy tarde y está bastante oscuro.” fue mi respuesta.

“Acá no está oscuro, los focos de la rambla iluminan incluso parte del agua, por otra parte en Punta del Este nunca es tarde.” dijo. “En dos días volveremos a casa, hay que aprovechar, mojarse los pies en la orilla, caminar de noche junto al mar.”

Yo agarre mis cosas con la intención de ir al hotel.

“Mira, puedes ver que hay mucha gente caminando por allí, escuchando el sonido de las olas y respirando el aire del mar. Es un milagro que en esta época del año la noche esté tan disfrutable.” Insistió Manuel.

Después de pensarlo, acepté. Realmente había mucha gente junto al mar, algunos caminando entre las rocas, otros se sacaron el calzado para que el agua les moje los pies. Nosotros también nos quitamos los zapatos y caminamos por la orilla playa hasta una roca que parecía un enorme erizo.

Estábamos un poco lejos de los demás. Me parece, no estoy segura, que estábamos a la altura de la calle 28 – Los meros. Las olas rodaban apaciblemente hacia la orilla, y al golpear la pierna mojaba el borde del vestido, el cual para evitar que se mojara demasiado cuando venía una ola lo levantaba por encima de las rodillas. Pasamos detrás de una roca, se me acercó y me preguntó

“¿No tienes frío?” Y me abrazó.

Me sorprendió mucho, pasó su mano por mi hombro e incluso me atrajo hacia él. Giré la cabeza para mirarlo en silencio, pero él miró hacia el mar. Pensé: Cuando yo me casé, este chico probablemente aún no había nacido; y aquí, ahora: «¿tienes frío?» y abrazándome. Decidida a ver el desarrollo de los acontecimientos, no apliqué ninguna acción para apartarme de él. Dimos algunos pasos, me tomaba por el hombro, luego bajaba la mano hasta mi cintura, apretándome también contra él, y a veces incluso, como por «accidente», su mano caía sobre mis nalgas, como sondeando mis reacciones. Seguimos así, en determinado momento quitó su mano de mi cintura y la corrió por la espalda, examinando la presencia de mi sostén. Tal vez después de beber un poco de alcohol, tal vez el aire del mar hizo efecto en mí, ya que no lo tomaba en serio a él y sus acciones, y quería ver lo que hacía, me divertía tanto que simplemente quería reírme en su cara. Entendí lo que el chico buscaba y me preguntaba qué más haría para cumplir sus deseos.

Lo dejé actuar, y cuando rebasé cierto límite lo detendré interrumpiendo sus intentos posteriores, pensé. Caminábamos sobre unos guijarros que fueron lavados por las olas, rodando con un ruido bajo mis pies. Por momento pesaba que yo podría estar equivocada sobre sus intenciones. Lo que más me sorprendió de todo fue que estaba confundida sobre qué hacer con esto, sin prestar atención al hecho de que yo era bastante mayor que él. Después de caminar un poco más, llegamos a una roca junto al mar. A pesar de la noche, había luz. Mirando a mi alrededor y dándome cuenta de que se terminaba el camino:

“Se acabó el camino, volvamos” -dije volviéndome hacia él.

“Es verdad, no se puede seguir” – dijo Manuel, dimos la vuelta y volvimos.

¿Por qué no hizo nada? Debo haber estado equivocada. ¿Qué se puede imaginar en un entorno así? ¿De dónde se me metieron esas cosas en la cabeza?, pensé.

“Hace frío aquí,” dije después de caminar varios pasos.

“Puedo calentarte,” dijo, y sin esperar una reacción me estrechó contra él.

Se acercó tanto a mí que a través de sus pantalones sentí su pene ya tenso. «Guau» -pasó por mi cabeza. Veo que realmente me quiere coger. Pensé en dos razones, o está «hambriento» en materia de sexo, o está completamente loco: tenemos una enorme diferencia de edad. Pero no me parece en absoluto que esté loco… Me quedé en silencio con las manos hacia abajo, me presionó contra él, no actué. «Bueno, bueno» -me dije mentalmente. Actuemos, demostremos que esto es una tontería, lo detendré de inmediato, lo reduciré al máximo para que su deseo desaparezca totalmente.

Al cabo de un rato, me levantó el vestido hasta la cintura, puso sus manos detrás de mi espalda, me acarició, luego las deslizó bajo el elástico de mi tanga y me acarició las nalgas. Eso me excitó un poco, obnubiló más la «niebla» de mi cabeza, tanto que volví en sí cuando las bragas ya estaban debajo de mis rodillas. Ya estaba acariciando mi vello púbico, bajando sus manos entre mis piernas, a veces pasando sus dedos por la raja de mi vagina. Mia mente se la «resbaló» otra vez, volví a naufragar en una especie de turbidez. Comenzó a jugar en mi estómago, agarré su mano y la apreté con fuerza entre mis piernas. Movió sus dedos a lo largo de la hendidura, apartando mis labios vaginales y acariciando mi clítoris. A través de sus pantalones tomé en la palma de mi mano su pene. El miembro estaba tenso y sobresalía tratando de salir de debajo de los pantalones. «¿Qué demonios estoy haciendo?» -voló por mi cabeza, «una vieja tonta, con un chico tan joven», pero mi mano se continuó debajo de sus pantalones por el deseo de sentirlo todo directamente. Ayudó a bajar el slip y su miembro viril con todo lo demás salió a lucir. «¿Parar ahora?» pensé. «Un poco más, un poco más» -alguien estaba hablando dentro de mi cabeza. Un poco más y eso es todo, no lo dejaré pasar más… ¡Qué incongruente! Acaricié su pene, él empujó mi coño metiendo el dedo en mi vagina de donde empezaron a salir los sonidos de mis secreciones. Mi concha pedía un pene. Me resistía. Bueno, un poco más, y ya está, ya he jugado demasiado… ¡Basta! -me dije, sin dejar de acariciar su verga, ¡a disfrutar!

Imaginé cómo podría mirar a mi esposo a los ojos, pero otra parte de mi mente me decía: «Sos libre, a quién le debes algo? ¿A quién estás dañando? ¡¿Cuál daño?!»

Me di cuenta de que esto pronto terminaría, ya que mis piernas comenzaron a temblar, un agradable calor y temblores envolvieron todo mi ser, saliendo desde la base hasta el pecho. No pude resistirme, me volví hacia él. Se aferró a mí. Sentí su pene presionando contra mis nalgas. Me incliné un poco hacia adelante, con una mano me apoyé contra una roca, con la otra tomé su pene y lo dirigí hacia mi vagina donde inmediatamente entró, fuerte, cortante y hasta el fondo. Dejé escapar un fuerte gemido pero no fue audible por el ruido del agua. Las olas golpeaban al compás de sus movimientos. Su pene se movía dentro de mí, acercándome a un orgasmo, que en un minuto capturó todo mi cuerpo, mis piernas me sostuvieron en esta posición y mi cuerpo se contrajo envuelto en el calor de placenteras sacudidas. Gemí, apretando los dientes, por el placer recibido. Después de que regresé a mi estado anterior, él continuó moviéndose dentro de mí sosteniendo mis caderas. Acariciaba de vez en cuando mis pechos que se balanceaban por sus movimientos. Las olas se volvieron ruidosas. Quizás se avecinaba una tormenta ya que se volvió muy oscuro. Hizo algunos movimientos más, luego sentí que su pene se contraía. «Termina» -pensé. Después de hacer un par de empujes más, se apretó contra mí, entrando hasta el final, se detuvo, no lo escuché gemir ni gritar, solo sentí que acariciaba mi vagina desde el interior. Percibí la liberación de su esperma. Después de estar así por un rato, se retiró. Se puso los pantalones, me abrazó y dijo:

“Ahora podemos volver.”

Cuando volvimos a la playa donde nos habíamos reunido al principio, casi no había gente, excepto una o dos parejas. Salimos a la vereda y nos dirigimos al hotel. Recién cuando estuve en mi cama recuperé mis sentidos, dándome cuenta de lo que había hecho. Toda la noche, me desperté y me volví a dormir regañándome por eso. Por la mañana salí a caminar tratando de evitar encontrarme con él. Después de almorzar, cuando yo pasaba por el lobby del hotel me llamó discretamente aparte y me dijo:

“Quiero conversar contigo. Estoy en la habitación 306. ¿Puedes venir?”

“¿Qué es lo que quieres?” pregunté.

“Solo quiero charlar contigo.”

No respondí. Me sentía desorientada. Nunca había sido infiel. No sabía como manejar la situación. Me dirigí a mi habitación, entré, me acosté unos minutos. Mi mente era una mescolanza de ideas. Me levanté, me arreglé y me dirigí a la pieza que me dio Manuel. Habiéndome calmado, llamé a su puerta. Abrió y me dijo:

“Entra, por favor.” Me encogí de hombros y entré.

Tan pronto como cerró la puerta, me abrazó, pero lo empujé.

“¿Quién más está contigo en esta habitación?” pregunté.

“Nadie, conozco al conserje. Venimos seguido con excursiones. Me cedió esta habitación por la mitad del precio.”

“Ok ok. Entiendo. ¡Paremos con esto! Hubo un error que deberíamos olvidarlo. Esto está mal. Soy 20 años mayor que tú, casada y con hijos” le dije.

“Nadie se enterará nunca. No puedes irte, me gustas y mucho.” -dijo y me abrazó.

Y todo comenzó como la noche anterior, me acarició, yo a él , me acarició mis lugares íntimos, no pude resistirme y nos derrumbamos en la cama y lo hicimos de nuevo.

Cuando salí de su habitación tomé precauciones para que nadie me viera. Al día siguiente, él vivió su vida, yo la mía, y cuando oscureció, nos encontramos en la misma playa donde nos conocimos. Allí nos cubrió la lluvia y corrimos al hotel mojándonos. Subimos cautelosamente a su habitación. Nos desvestimos, tendimos la ropa para que se secara, nos metimos en la cama e hicimos el amor. Por la mañana nos revolcamos nuevamente mientras cogíamos, dándonos placer antes de que todos salieran a recorrer Punta del Este.

Incluso ahora, un mes después de nuestro primer encuentro, seguimos viéndonos una o dos veces por semana. No sé si esto terminará. No piensoen ello. Siempre que hay una oportunidad la aprovechamos…

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