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La rebelión de mi madre (XIII): Prisión domiciliaria
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Anteriormente: en la visita higiénica mi madre pierde el control y terminamos haciendo un 69 rompiendo todos los protocolos.

El tiempo se agotó y mi madre no está dispuesta a abrir la habitación hasta no llevarse toda mi leche.

Eso provoca que abran la fuerza por otros medios.

Las penitenciarias se dan con una imagen terrible.

Una madre y su hijo están teniendo sexo oral y no han respondido a los avisos de fin de tiempo de visita.

Notifican a las autoridades. Notifican a mi madre y a mí que han prohibido las visitas por tiempo indeterminado.

Pasan varios meses y contrato otros abogados desconocidos para no tener que explicar lo que había ocurrido.

Apelan pero la conducta de mi madre dentro del penal ha sido cada vez peor, pierde casi todos los beneficios, se pelea con las internas, con las guardias, está casi siempre recluida en una celda especial.

Incluso hasta han solicitado enviarla a una cárcel para prisioneros peligrosos, lejos de nuestra ciudad.

El chisme de lo que hicimos se corrió por todo el servicio penitenciario, ya no la llaman por su nombre ni por su legajo sino por ser la "mamá pervertida".

Casi un año pasa, los ahorros se han ido en abogados y negociaciones tratando de lograr que mi madre pueda contar con visitas.

Su extrema locura llevó a la defensa a pedir cuidado especial en el domicilio por parte de un familiar.

De la venta de una de las propiedades salieron los honorarios para los abogados, y el soborno a las guardias carcelarias que rectificaron su declaración indicando que talvez no fue un acto sexual lo que estabamos practicando sino que era un ataque de ira de mi madre tratando de hacerse daño y que yo estaba tratando de sostenerla y en esa lucha quedamos con la ropa rasgada y casi desnudos.

Las 2 guardias se llevaron casi un auto cada una.

Eso permitió que a mi madre la declaren con insanía y poder lograr una prisión domiciliaria bajo mi cuidado.

Por recomendación de nuestros abogados conservamos la quinta para vivir y vendimos la casa céntrica.

Se la adecuó a prueba de paparazzis y familiares del oficial muerto por la acción de mi madre.

Debíamos estar aislados.

Al salir de la penitenciaría, esperaban los periodistas y familiares de la víctima gritando, insultando y tirando huevos.

Fue escandaloso pero fue solo un momento. La policía nos abre paso y nos escolta hasta el domicilio donde con tobillera electrónica se asegurarán que mi madre no se salga del perímetro.

Mi madre no puede estar sola ni un solo momento, por lo que en los momentos que no estoy queda una enfermera a cargo.

Las compras las hacemos casi todas por delivery para evitar pasar tiempo de más fuera del domicilio.

Mi madre está totalmente cambiada, su rostro es más recio. Una mirada profunda y seria. Su piel está lastimada y ajada por el paso de la prisión.

Cuenta con cicatrices en el rostro, en los brazos, en las piernas y según me han comentado en el cuerpo.

Sus nudillos están grandes producto de las continuas peleas a las que se ha enfrentado.

El trato conmigo es casi protocolar, como si no quisiera hablarme, solo se limita a comer, leer, arreglar el jardín y tomar té sola mirando el atardecer.

Su físico ha cambiado, su espalda está más grande, sus brazos fuertes, sus piernas torneadas, su abdomen está duro.

Las enfermeras no duran mucho, y cuesta conseguir sabiendo su prontuario, se pelea y las amenaza.

Esto lleva que tenga que trabajar desde el domicilio, buscar otras formas de trabajo que me obliguen a permanecer el mayor tiempo posible con mi madre.

La psicologa me sugiere que trate de compartir tiempo en las cosas que le agradan a ella para que se abra.

Es así que dedico tiempo a la huerta y al jardín que parece tranquilizarla.

La primavera está levantando las temperaturas y el trabajo en la tierra hace que usemos ropas más livianas.

Aguanto lo máximo que puedo, no quiero sacarme la remera en frente de mi madre.

Trabajar la tierra nos hace transpirar. El sudor moja mi remera. Y la blusa de mi madre también se humedece.

Usa un pantalón que se le pega al cuerpo, bombacha de campo pero elastizada. Está preparada para el trabajo en la tierra. En cambio yo solo con un jean y una remera que no combinan.

Comienza a hablarme, a contarme cuan importante es tocar la tierra después de tanto tiempo entre barrotes y cemento.

Me enseña como plantar correctamente cada planta, y eso me permite estar mas cerca.

Tiene el cabello recogido, un sombrero de paja que la protege del sol.

El calor y el esfuerzo la sonrojan y hay gotas de transpiración en su rostro.

No solo en su rostro, también en su cuello y en su escote.

Trato de concentrarme en la tierra, en las plantas pero cada tanto se me escapa la mirada hacia las gotas que ruedan hacia ese escote que los invita a confluir.

Pasa la tarde y la oscuridad nos lleva a dejar todo como está y seguir a la siguiente jornada.

Caminamos juntos hacia la casa. Al llegar vemos que estamos llenos de tierra y barro en el calzado y la ropa.

Mi madre me mira un instante pero no dice nada.

Antes de entrar se saca el calzado.

Me pide que me de vuelta, que no mire.

Se saca la remera, y se baja el pantalón, queda solo con su ropa interior puesta. ¿como lo se? Porque no me resistí y desvié mi mirada hacia ella.

Su cuerpo totalmente trabajado, con cicatrices, y los distintos colores por el efecto del sol son resaltados por el brillo del sudor en toda su piel.

"voy a bañarme, después de mí te toca a vos, sacate la ropa acá así no ensucias todo" dijo mi madre mientras ingresaba a la casa.

La miro completamente. Veo su andar hacia el interior. Allí hay un gran espejo que me refleja mirándola.

Ella me vé mirándola. Pero inmediatamente saca su mirada como haciéndose que no se da cuenta.

Su paso se vuelve más lento. Su mano va hacia su espalda y se desabrocha el corpiño.

Por ese gran espejo veo sus tetas libres, enormes, bamboleándose en cada paso.

Sigue en su andar y se baja la bombacha blanca manchandola con la tierra de sus dedos.

La deja caer al suelo y la levanta con su pie hasta tomarla con la mano.

Un solo segundo tuve para apreciar una vagina cubierta con vello púbico negro profundo.

Un solo segundo que alcanzó para que tuviera una erección.

Ella se pierde en los pasillos de la casa en búsqueda de ese baño que la deje limpia.

Espero mi turno para poder pasar. Hasta que veo salir desde el interior a mi madre cubierta con una minúscula toalla que apenas cubre sus pezones, la parte superior de sus pechos y el escote están a la vista.

Por debajo la toalla apenas cubre su vulva.

Está enrollado de tal manera que quedara al límite, es totalmente deliberada esa disposición.

Desde el pasillo se va acercando hasta verme bien, allí me hace señas de que pase, de que es mi turno de bañarme.

Me saco la remera, también el jean y las medias. Abro la puerta y hago mis primeros pasos.

Mi madre no se ha movido de ese pasillo, está esperando que pase.

El espejo del fondo nuevamente me muestra la parte de atrás de mi madre. Es tan corta esa toalla que se puede ver la redondez de cada nalga.

Trato de disimular pero la mirada tiene que elegir entre mirar sus tetas o su culo.

Mi erección es indisimulable, pero no quiero cubrirme para hacerlo mas notorio, asi que solo camino por ese pasillo.

Siento la mirada de mi madre en todo mi cuerpo, es intimidante, dominante.

Cuando la cruzo no emito palabra, solo voy hacia el baño sin mirar hacia atrás.

Siento entonces como mi madre me llama, me pide que me detenga.

Giro sobre mí y la veo acercarse como un felino.

"dame ese calzón así lo lavo hijo" me dice al llegar a mí.

Sus dedos separan el elástico de mi piel y lo baja de un tirón.

Se pone de cuclillas para recoger la prenda y se reincorpora pasando su rostro muy cerca de mi erecto pene.

"andá a bañarte" me dice mirándome a los ojos mientras sus uñas acarician mi abdomen debajo de mi ombligo.

Ese baño fue una tormenta de pensamientos, sin saber que hacer.

Al salir de la ducha veo que la unica toalla que había era una muy pequeña.

Trato de secarme con ella y ajustarla a mi cintura, pero apenas puedo anudarla.

Deja la parte inferior de mis nalgas a la vista y apenas cubre mis testículos.

Al salir, mi madre vestida con un deshabillé lleno de encaje y transparencias se acerca a mí con una copa de vino.

Se lo acepto y mientras bebemos en ese mismo pasillo, se hace hacia atrás y me contempla de arriba a abajo.

"¿no será muy grande esa toalla hijo?" me dice sarcásticamente.

El deshabillé es rojo, corto, muy corto, cada movimiento de ella amenaza con mostrar más de lo debido, el encaje acompaña bien al escote que también busca mostrarse cuando gira.

Me invita a pasar a su cuarto donde hay una toalla más grande para que me seque.

Al buscar la toalla en lugar de darmela se acerca y comienza a secarme ella.

Comienza con mi rostro, mi cabeza y va bajando por mi cuello.

Va secando mis brazos mientras se pega a mí. Sus pechos tienen contacto fugaz con el mío. Y cuando me rodea para secarme la espalda los apoya en mis brazos.

Sus piernas hacen lo propio entrelazándose entre las mías.

Me seca la espalda sin ponerse detrás mío, solo de costado, así sus pechos pueden encajar en mi brazo y una de sus manos puede jugar con mi abdomen.

En mis abdominales se detiene mucho tiempo, usa poco de la toalla. Intenta secarme como si estuviera herido. Poco a poco.

En eso se acerca a mi oido, siento sus pechos en mi pecho y en punta de pies llega hasta el punto de susurrarme:

"ahora voy a bajar"

Trago saliva y la veo descender.

Se arrodilla con las piernas juntas poniéndose entre mis pies.

Seca mis píes con delicadeza y cada una de mis pantorrillas.

Al llegar a las rodillas levanta su mirada y desde ese punto tiene la vista de mis bolas y mi miembro en toda su dimensión.

Detrás de ese foco está mi rostro desde arriba mirando lo que hace.

Ella parece aprovechar la excusa de mirarme a los ojos para mirar lo que hay debajo de la diminuta toalla

Sube lentamente secando mis muslos.

Allí su secado llega hasta mi entrepierna.

Cuando está llegando a la parte crítica deja caer la toalla con la que me secaba, pero no la busca, porque sus dedos siguen hacia arriba y tiene contacto con mis enorme bolas que están por explotar.

Sus manos rodean mi cadera y su cara se eleva hacia mis partes prohibidas.

El rostro de mi madre hurga debajo de la diminuta toalla que cubre mi desnudez y la levanta para tener acceso a mis testículos.

Siento la electricidad en mi cuerpo cuando sus labios y su lengua prueban uno de mis huevos.

No puedo ver lo que hace, la toalla que ata mi cintura cubre su rostro y lo que hace debajo de ella.

Sus uñas comienzan a hacer presión en mis nalgas.

Hay mucho deseo contenido.

Su lengua con maestría pasa por cada uno de mis testículos y sus labios calientes se abren para contenerlos dentro de su boca.

Un gemido gutural se escapa de mi boca, un gemido incontenible que anticipa una noche de desenfreno sexual.

¿qué les va pareciendo? Ya en la próxima entrega llega el capítulo final y prometo que será en las próximas horas. Gracias por la paciencia.

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