El ambiente en el salón estaba totalmente impregnado de sexo. Todos estaban atentos y hasta algo sorprendidos, porque los acontecimientos habían superado cualquier cosa que hubiéramos imaginado.
La calentura de todos y cada uno era visible y lo que ahí estaba sucediendo enervaba los deseos carnales que nos hacía olvidar cualquier prejuicio o restricción social.
A pesar de que no se dijera nada, era una realidad cada vez más evidente que, en teoría, había cinco machos calientes y una hembra dispuesta a satisfacerlos a todos.
-Quiero proponerte algo –me repitió Manuel.
-Ya vimos que coges muy sabroso. ¡Mira! –dijo señalando con sus manos su zona genital y luego a los demás.
-Nos tienes a todos calientes. Se trata de aprender y pienso que eres el mejor para “enseñarnos”.
-No sé que piensen los demás, pero al menos yo, quiero sentir lo que sintieron Andy y Omar –A lo que todos asintieron.
-Pero para que sea justo, te propongo lo siguiente:
-Nosotros te cogemos para “aprender” contigo y después tu ¡nos coges a cada uno! Al final sales ganando porque ¡Nos vas a coger a todos!
La idea era estupenda, pero debía aparentar que estaba dudando. Aunque estaba seguro de que mi respuesta era ¡SI!, tenía que hacerme “la difícil” o no me respetarían. Yo no quería que se burlaran de mí.
Más que titubear, estaba aflorando mi lado femenino. “A las mujeres les gusta que les rueguen…” y yo quería que me rogaran. No puedo explicar como ocurría esa ambigüedad, porque sin dejar de asumirme como hombre, en mi mente había una nena deseosa de ser tratada con dulzura, con cariño, con pasión y con deseo. Me estaba gustando sentirme deseada. Además, tenía el antojo y la curiosidad de explorar, conocer y sentir la verga de cada uno de ellos.
-Es queee… me toca cogerme a Omar, ahora sigo yo, ese era el trato -insistí sin convicción, con mi vocecita temblorosa y aguda como de niña.
-Claro que si, yo estoy listo para que me metas tu verguita. -Escuché la voz viril de Omar.
-Pero piénsalo, te conviene más, de todos modos me vas a coger al ratito. ¿te imaginas? Vas a ser ¡El único que se cogió a todos!
Yo estaba con el culo que ya no goteaba, apoyado en mis piernas, semi arrodillado; y entonces fue Pancho quien quitándose los zapatos, subió a la colchoneta y se me acercó. Se bajó los pantalones y calzones de un tirón y poniendo su verga frente a mi cara a la vez que me levantaba el mentón.
-A ver preciosa. ¿Por qué te haces del rogar? Se nota que lo estás disfrutando. Naciste para eso… Te encanta la verga y mueves el culito muy bonito, se ve que tienes ganas.
-¿A poco no te gusta lo que ves? Acércate, ¿a poco no se te antoja?
No tuve que decir nada para que supieran que aceptaba la nueva propuesta. Mis acciones estaban respondiendo más rápido que mis palabras. La tomé con mis manos y me di cuenta que no podía abarcarla toda, ni a lo ancho al sostenerla, ni a lo largo al poner una mano sobre la otra. Quedé impresionado por su grosor y su tamaño. Sentí unas punzadas en el culo en una reacción que empezaba a volverse natural.
Acaricié sus bolas, acaricié desde la base de su pene a todo lo largo hasta la cabeza. La acerqué a mi boca para chuparla pero solo pude lamer sus bolas y la base de su verga, ya que erecta como estaba, llegaba por encima de mi frente. Tuve que incorporarme un poco, de pie, con el culo echado hacia atrás, como quien se acerca a un bebedero, levantado sólo lo suficiente para poder besar y lamer la punta de ese mástil y saborear el líquido que de ahí fluía.
Sabor, olor, textura y color… llenaron mis sentidos de satisfacción. ¿Como era posible que toda mi vida hubiera vivido sin conocer el placer de paladear ese artefacto de hombre? Esta maravilla no debería ser privilegio del disfrute femenino, es algo que nadie debería abstenerse de probar.
Y no había cabida para la comparación de cuál era mejor. Eso es como cuando te preguntan, si eres padre o madre, a cuál hijo quieres más y dices que todos son diferentes pero los quieres igual; así se sentía hasta ahora conocer y disfrutar cada nueva verga.
Definitivamente ¡Era una salchicha enorme y sabrosa!
No podía meterla completa en mi boca, apenas alcanzaba a tragar la tercera parte y lo grueso de su cabeza hacía difícil que pudiera mover la lengua al tenerla allí. Sólo podía chupar, mamar, succionar; pero si quería jugar con ella usando mis labios y mi lengua debía sacarla para poderla recorrer desde la cabeza hasta los huevos y volver a la punta. Eso me empezó a cansar y ya no me estaba provocando mucho placer.
Afortunadamente, no hubo que hacerlo por mucho tiempo. Pancho me detuvo y me indicó:
-Yo no quiero descargar en tu boca, te quiero coger. Enterrarte la reata y venirme en tu culo. Así que date la vuelta y ponte en cuatro.
Obedecí colocándome en cuatro, de rodillas y, para estar más accesible y más abierto, separé un poco las piernas, elevé el culo en punta y puse la cabeza contra la colchoneta; estiré los brazos hacia atrás y me abrí las nalgas con las manos. En un solo día me había convertido en todo un experto para ser enculado.
Tampoco a esta verga le tuve miedo, desconocía yo si había algún tope en el culo, un límite por el cuál una verga no podía entrar más profundo; así que gracias a mi ignorancia, esperé con ansiedad la penetración, el cuerpo relajado, disfrutando del momento y con el culo elevado y hambriento.
Había una fijación en mi pensamiento de que era muy grande, gruesa, corrugada y caliente. Eso me generaba una mezcla de deseo y curiosidad latente, ansiedad de que mi culo probara y sintiera lo que mi boca acababa de conocer.
Pancho se colocó tras de mí, me tomó de las caderas y comenzó a puntearme. El grosor le impedía entrar de un tirón, pero de cualquier forma, no era lo que el intentaba. Estaba reconociendo el terreno, dándomela a desear, haciéndome sentir antojo y esperando quizás a que yo se lo pidiera. Así lo entendí, estaba aprendiendo a interpretar las señales copulatorias.
-¡Ya Pancho! ¡Trata de meterla! ¡Quiero sentirte! ¡Estoy lista!–comencé a decirle con una voz rasposita, pero muy femenina.
Quería estimular su deseo hablando en femenino y, llamándolo por su nombre, le hacía saber que lo aceptaba como todo mi macho y yo su nenita.
Porque además de que eso me calentaba me había dado cuenta con Omar y Andy, que a los hombres les excitaba más imaginarme como mujer, yo no quería romper esa magia o que perdieran el deseo de poseerme con toda su hombría.
Después de todo, ellos eran unos machos fabulosos y como tal, yo sabía que no les gustaban las joterías. Ellos tenían que sentir el dominio sobre su hembra y yo necesitaba toda su virilidad al máximo, para seguir disfrutando esas hermosas sensaciones de ser penetrado y dominado con su poder. Ese se estaba convirtiendo en mi mayor placer, casi puedo decir que era como sentirse amado.
-¡Ponte flojita Juanita! ¡Poque se me hace que vas a ver las estrellas mamacita! -Decía Pancho.
-¡Ya métela por favor! ¡Yo aguanto! ¡Ya entiérramela! ¡Dámela, por favor! ¡Déjame sentirla! –fue mi respuesta.
Pancho seguía tras de mi, me sujetó más fuerte las caderas, como si fueran agarraderas y siguió punteándome ahora con la intención de entrar en mi. Era demasiado gruesa para mi hoyito, así que sus intentos encontraban un bloqueo natural difícil de atravesar.
Mi cola estaba bien parada, abiertas mis piernas al máximo, aún sujetaba mis nalgas con las manos y las abría lo más que podía; con la cara totalmente pegada a la colchoneta y la parte de mi cintura curveada hacia abajo intentando que se abrieran mucho más y, en esa postura esperar el avance de mi ensartador.
-Necesito que relajes el culo y te abras mas las nalgas con tus manos o no podré cogerte, yo sé que te va a caber, pero tienes que cooperar para que sea más fácil. –Me dijo mientras quitó una mano de mis caderas para sobarme las nalgas.
-¡Siii…!!!, yo coopero. Estoy tratando de abrir lo mas que puedo para que me la metas toda. ¡Cógeme por favor! ¡Dame tu vergota! ¡Quiero sentirla adentro de mi! –Le respondí con mi vocecita rasposa de hembra cachonda, que me salía cada vez más natural. Yo no buscaba las palabras, me nacían del alma como si se tratara de una habilidad apenas descubierta.
Así, sobando y acariciando mis nalgas me iba relajando, como cuando te van a inyectar, presionando lentamente su verga entre mis nalgas, punteándome con su cabeza gorda a la entrada de mi culo, haciéndome sentir al empujarla como un chupón o un destapacaños.
-aaaah!!!
No parecía una tarea fácil, se resistía a entrar, aunque Pancho empujaba cada vez más fuerte y acariciaba mis nalgas pidiéndome que me relajara.
Insistió, presionó, volvió a insistir y poco a poco fue consiguiendo que entrara. Sólo la punta de la cabeza. Era como un tapón haciendo presión para entrar.
Literalmente estábamos pegados, con sólo la puntita de su verga dentro de mi. Mantuvo ese tapón en la entrada de mi culo sin sacarlo ni meterlo más; acarició y sobó mis nalgas, sujeto mi cadera con firmeza y aprovechó un instante de relajación para empujar y clavar el resto de la cabeza.
—¡Ahhh…!
Ahí se quedó firme, lo había conseguido, la cabeza de su verga estaba dentro de mi culo, pero la nueva experiencia no era placentera, ahí conocí el dolor de ser enculado. Ese dolor de ser partido en dos del que tanto he escuchado hablar, pero que en ese tiempo era un concepto totalmente desconocido por mi. Dolía pero no me asusté, porque instintivamente, tal vez de forma subconsciente, sabía que el culo se adapta poco a poco y luego deja de doler.
—¡¡¡Me duele!!!
-¡Tranquilita mi reina! Aguanta, todo irá bien, ya entró lo más grueso, sólo relájate para poder meterla toda.
-¡Nooo! ¡Ya no quiero! ¡Duele mucho! ¡Por favor sácala! ¡Me arde demasiado!
-¡No chilles! ¡No seas maricón! ¡Aguántate como hombre! Si la saco ahorita te va a doler más. Espera un poco y verás que tu culo se hace mas ancho.
Dejé de protestar porque a pesar del dolor, había una sensación placentera dentro de mi ano que para comprenderlo mejor, podría describirse como: “cagar para adentro”.
Su verga estaba atorada en mi culo, llenando por completo mi hueco sin la menor posibilidad aparente de avanzar hacia adentro ni hacia afuera pero empezó a mover en círculos la cabecita dentro de mi ano. Sólo la cabecita.
Y yo comencé a incitarlo para que siguiera adelante, aún con todo ese dolor, las ganas de ser enculado por Pancho me excitaban; Todo era nuevo para mi y es sabido que en las sensaciones corporales, el dolor y el placer van siempre de la mano.
-¡Dale papi! ¡ Ensártame Así! -le susurraba.
—Así me gusta. Eres una buena hembrita, ¡te voy a llenar de verga! ¡Tienes un cuerpo delicioso preciosa! –Decía sin detenerse, hamacando en círculos y presionando mis caderas, jalando mi cuerpo hacia él.
—Aguántate que te la quiero meter toda hasta el fondo…
—¡¡¡Ahhh…!!!
—Aguántala, mamacita.
—Síii… Sí, mi rey… Yo aguanto… yo la aguanto… ¡¡¡Ay Diosss!!! ¡Duele muchísimo!
Su verga gruesísima parecía un tapón metido a presión. Y a pesar de que daba la sensación de que no podía entrar más, me la fue metiendo dilatando mi ano. Empecé a bufar, respirando lento y profundo, inflando los cachetes y soplando fuerte, mientras ese hermoso garrote se abría paso a cada empujón y se ensartaba en mi, causándome dolor en su avance.
Poco a poco me fui amoldando a su fierro, la elasticidad muscular funcionó a la perfección y fui aceptando esa verga con más placer y menos dolor. Me tenía clavado por la mitad y seguía empujando, avanzando más y más dentro de mi. Así, sin tenerla totalmente adentro, me estaba cogiendo riquísimo.
Era indescriptible la maravillosa sensación de una verga deslizándose en mi agujerito trasero, penetrando y masajeando dentro del cuerpo. Incluso ahora, cada que recuerdo las sensaciones de entonces, me cuesta mucho trabajo aguantar las ganas de salir a buscar alguien que me ensarte como aquel día.
Acostumbrándome al ensanchamiento, Pancho empezó a sentir confianza y a clavar con más fuerza. La sacaba un poquito y la empujaba para embutirla más al fondo. Mi cuerpo se movía con sus empujones y mis jadeos respiratorios se transformaron en gemidos placenteros.
—¡¡Ahhh…!! ¡Siii…!!
Allí, en esos preciosos momentos, recordé que todos me miraban, mientras Pancho me la metía profundamente sujetándome de las caderas y empujando con fuerza.
—Así, putita, así… ¡Muy bien!
-¡Ufff! ¡así! ¡Muy bien! Siéntela chula…! —decía bombeando lentamente y empujando la cadera hacia adelante pegándose a mi cada vez más. Su verga seguía entrando, era tan grande que parecía no tener fin, ni límite o pared que la detuviera.
Con ese lento avance y sin obstáculos, sin darme cuenta desde que momento, ya tenía la verga de Pancho clavada hasta el fondo, con sus huevos rebotando en mis nalgas, ensartada por completo de forma fascinante por mi nuevo macho, que remataba su dominio sobre mi con palabras que me calentaban más.
-¿Te gusta que sea tu macho? ¡Que rico me aprietas la verga! ¡Tienes un culo bonito y muy tragón! Yo creo que se come lo que le metas!
—¡Ahhh…! —yo gemía al sentirla por completo adentro. Por si había alguna duda, el choque de sus testículos contra mis nalgas garantizaban que la tenía toda adentro. Era increíble como podía caber tanto.
-¡Ay…! ¡Ay…! ¡Ay…! -yo gemía a cada empujón en una dualidad entre el dolor y el placer que me daba con esa verga tan gorda. Como suele decirse, dolorido y feliz a un tiempo. Mientras la barra entraba y salía de mi interior, con su pelvis pegada a mis nalgas. Me sentía deliciosamente ensartado y excitado.
-¿Te duele maricón? ¿Te gusta ser mi putito? –decía mientras seguía dándome severos empujones.
-¡Yo no soy maricón! ¡No soy putito! –le reclamé ofendido mientras hacía círculos con mi culo abrazando su verga entre mis nalgas.
-¡Claro que si lo eres! Yo te estoy haciendo mi putito, tu sólo disfrútalo. Tu cuerpo habla por si solo, no hay nada que enseñarle, ya nació así. Tienes una cinturita, un culito respingón y muy tragón, esa vocecita de hembra caliente y hasta la carita de una linda nena.
-¡Siii!, ¡Me encanta tu verga! ¡Pero no soy putito… soy putita! –le dije con seguridad. Para defender mi honor y asumiendo que en el juego, prefería ese papel, al de ser humillado como maricón. Estúpidamente, como si eso les dejara claro algo que estaba ausente desde el principio: mi hombría.
-¡Aaah! ¡jajaja! de acuerdo -exclamó.
–Tienes razón. eres una nena preciosa. Mi putita. ¿Te gusta eso?
-Sí… Sí… -Le dije feliz de haber puesto las cosas en claro, apretando y aflojando el culo alrededor de su maravillosa barra de carne con la que me tenía atravesado.
-¡Siii papi! ¡soy tu putita! ¡soy tu perrita! ¡Dame mas duro! ¡Soy tuya! –Dije envalentonada y con un deseo cada vez mas fuerte de ser tratada como tal. Para provocarlo y sacar lo máximo de su excitación conmigo, para complacerlo, para tener su aprobación, para que supiera que me estaba haciendo muy feliz.
Yo sabía perfectamente lo que venía ahora, mi aprendizaje acelerado me estaba volviendo experto en como complacer a los hombres, así que seguí con los movimientos circulares de mi culo gimiendo con mi vocecita rasposa, coordinado con los movimientos de Pancho de adentro-afuera.
-Aaahh. Asíii!! delicioso! –decía sujetándome fuerte y taladrando con todo su poder sobre mi.
Con su mete-saca cada vez más fuerte, cada vez más rápido. Yo le apretaba la verga y la soltaba, como si mi culo fuera una boca chupando, mientras él me sujetaba de las caderas o me sobaba las nalgas con fuerza.
Eso me excitaba aún más, pero lo que me llevó al éxtasis, fue percibir cómo eyaculaba dentro de mí, las enormes y maravillosas pulsaciones de su verga al empezar a vaciarse dentro de mi culo, derramando toda su leche en mi interior, chorros de líquido caliente que inundaron mis entrañas.
Se quedó así un rato encima de mí. Mi ano ardía con tan tremenda cogida, pero el dolor se volvía insignificante, ante el orgullo de haber logrado meter esa verga enorme dentro de mi, de ser capaz de exprimirla, de imaginar la cara de felicidad que Pancho tendría y que demostraba al tenerme abrazado por detrás, besando mi espalda, mientras terminaba de eyacular y su verga se iba desinflando y perdiendo parte de su dureza.
Yo seguía en la misma posición con el culo empinado, totalmente abierto, mientras un hilo de semen salía de mi agujero y chorreaba hacia la alfombra, con su polla todavía dentro desinflándose poco a poco.
Pancho dejó de abrazarme y se fue retirando paulatinamente, sacó su verga de mi culo, que hizo un ruido al escapar el aire y dejó expuesto un hoyo enorme, o al menos así se sentía.
Me sentía cansado, así que me recosté momentáneamente de lado para recuperar mis fuerzas. Aún no terminaba mi tarea, los miraba a todos y me sentía feliz de ser el centro de atención, notando en sus rostros excitación, deseo y admiración. Con lo que había pasado ahí, experimentaba una gran satisfacción de verlos a todos con la verga parada, y saber que yo era la causa de ello.
Andy fue a su casa para llevarnos agua, algunas bebidas gaseosas y botana. Y yo quedé expectante, de quien sería el siguiente y hasta donde sería capaz de llegar ese día.