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Samantha: Corrupción y perversión de una casada (lll) (2/2)
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Mientras tanto, dentro de la oficina. Samantha veía cada rincón de aquel cuarto con mucha nostalgia. Aunque ya estaba muy cambiado a como estaba la última vez que lo visitó cuando aún era una colegiala. Rigo por su parte, no perdía la menor oportunidad para tocarle ya fueran sus manos o espalda mientras le platicaba de algunas fotos que estaban en una de las paredes. Samantha no se incomodaba por dichos toqueteos, recordaba perfectamente que así era antes también con ella. La mujer de vez en cuando giraba la mirada hacia otros lados de donde el viejo le explicaba de alguna foto. Veía que enfrente estaba un enorme escritorio de madera de alta calidad con una computadora enorme con el logo de la manzanita, detrás del escritorio había un gran ventanal que abarcaba toda la pared y daba hacía unos arbustos que como tal no daban ningún tipo de vista hacia fuera pero también servían para que fuera muy complicado que alguien desde afuera pudiera ver hacia dentro, mientras en una de las paredes de los lados, en otro mueble de madera había una televisión que más bien parecía pantalla de cine, en la otra pared había un enorme sillón que también se veía muy costoso por la tela y la madera, mientras que en el centro había una mesa de cristal con algunos platos de comida a medio acabar. Samantha estaba muy sorprendida por lo lujosa que se veía la oficina.

-“Ni la oficina de Roberto esta tan bien acondicionada”- pensaba la mujer. En sus tiempos dicha oficina no tenía el más mínimo lujo y el ver lo cambiado que estaba le dio mucha alegría ya que concluía que a la escuela le estaba yendo bien.

Rigo al ver que estaba hablando como pendejo ya que la mujer ni lo pelaba, decidió callarse y veía con mucho orgullo como la mujer estaba asombrada por el cambio que él le había dado a la dirección.

-¿Qué opinas Samantha, quedo bien?- el viejo no dejaba de inflar el pecho mientras preguntaba ya que con solo el verle el rostro sabía que le había encantado.

-¡Wow! En verdad que se ve asombroso. ¿Cómo le hizo? Porque supongo todo esto si salió muy caro- cual, si fuera una reportera en búsqueda de la nota, la mujer comenzaba con su interrogatorio.

-Pues esto es lo que se merece el director más chungón que ha tenido esta escuela jejeje- olvidando su papel de director, el viejo hablaba con la simploneria con la que siempre hablaba. -Pero siéntate, toca la tela del sillón, este me lo trajeron del extranjero jejeje. ¿Tienes calor? Déjame prender el aire acondicionado. Lo primerito que hice cuando me volví director fue el quitar el pinche el ventilador que había en el techo y me puse este aire acondicionado de última generación jejeje- Rigo no se cansaba de presumirle a su ex alumna todos los lujos con los que contaba. Pareciera como si fuera un niño que va a presumirle sus regalos a los demás niños.

-Muchas gracias. Si esta super cómodo este sillón. Incluso más que mi cama jijiji- de forma bromista le comentaba.

-Jejeje si, de hecho, yo ahí me quedo jetón de vez en cuando. Pero ya dejemos de hablar de esto y hay que platicar de nosotros. Espera…- estaba a punto de sentarse cuando olvidaba algo, yendo atrás de su escritorio, saco 2 tazas y las lleno de café de una cafetera que tenía. Acercándose a la casada le ofreció una taza mientras le entregaba unos sobres de azúcar para que ella le pusiera a su antojo. Samantha con una sonrisa le tomaba la taza y también sostenía la del hombre para que este dejara caer toda su humanidad en el sillón. -Ahora sí, hay que ponernos al corriente jejeje- la morsa desparramándose en el sillón le decía con una sonrisa, mostrando restos de comida entre sus dientes.

Samantha dándole un ligero sorbo a su café giraba hacía en frente. Tratando de no ver tan vomitiva dentadura.

-Bueno, y ¿qué me cuentas, muchacha? ¡Slurp!- el viejo reiterando su pregunta le tomaba un sorbo a su café, solo que el a diferencia de la mujer, sorbia tan fuerte que ocasionaba un desagradable ruido.

Samantha omitiendo tan desagradable comportamiento de ese viejo, comenzó a platicarle sobre su vida desde que había egresado de la secundaria. Desde sus etapas académicas donde había sido la mejor alumna de su preparatoria y universidad, hasta de las cosas más triviales, como de la vez que había ido de vacaciones con sus amigas de universidad a Cancún o la vez que su padre le había enseñado a manejar y casi choca el carro en el primer árbol que se topó. Así continuo por poco más de una hora. La mujer tenía un semblante alegre, tenía mucho tiempo que no platicaba de ella misma con otra persona, por lo general en su casa los temas eran de cómo le había ido a Roberto y Daniel en su trabajo y escuela respectivamente, dejando de lado las anécdotas que la mujer pudo haber tenido durante el día. Rigo por su parte ya se encontraba aburrido, llevaba poco más de 1 hora escuchando las cosas que decía la mujer y el solo se limitaba a responderle de vez en cuando con un, “Si, ¿En verdad, No me digas o con una risa fingida”? Incluso ya estaba a punto de mentirle, diciéndole que tenía un compromiso importante para que se largara y lo dejara a solas en su oficina. Cuando sin previo aviso la mujer se giró hacia él y sin más le dio un abrazo, agradeciéndole por haberla escuchando. Al viejo tal acción lo tomo por sorpresa, tan solo reacciono a responderle el abrazo, poniendo sus gordas manos en su espalda y apretarla hacia él.

El viejo poco a poco caía en cuenta del calibre de la hembra que tenía en sus brazos, haciendo que la lujuria y calentura poco a poco se apoderaran de él. Desde que Samantha era su alumna, él siempre la vio con mucho morbo y excitación, aunque aún era una puberta, sobresalía sobre las demás estudiantes de la escuela por el cuerpo que se cargaba, mientras que las demás alumnas apenas y se les marcaban unos piquetes de mosquitos en sus pechos, Samantha se había saltado rápidamente su etapa de usar corpiños para comenzar a usar brasieres por ese par de toronjas que tenía por pechos, su breve cintura realzaba su nalgas y piernas. Agradecía el viejo ser el maestro de educación física ya que en su clase las mujeres usaban un short parecido a la licra con una blusa blanca que trasparentaba el corpiño que sus alumnas usaban. Pero Samantha dicho short le quedaba tan pegado que se le marcaba de forma más que visible su joven panochita y la blusa le dejaba parte de su vientre al descubierto por lo chichona que estaba. Siempre fantaseaba con poseerla y hacerla suya de todas las formas posibles, incluso una vez en su calentura, ya había ideado un plan para robársela e irse a vivir con ella a algún pueblito lejano donde nadie los conociera. Pero jamás se atrevió a tanto, aunque alardeaba de ser un hombre valiente, los que lo conocían sabían que era un cobarde. Así que tan solo se conformó con ser su amigo, por lo menos así ella siempre le contaba sus cosas y de vez en cuando le daba sus abrazos, pegándole sus chichotas a su cuerpo o le daba un beso en sus sebosos cachetes.

Pero ahora todo era diferente, pensaba el viejo. Ahora Samantha no era una puberta menor de edad, ni él era un asalariado maestro. Ella ya era una mujer con todas las de la ley, incluso hasta ya era madre y él era director de la escuela, aunque tampoco es que ganara millones, si la podía invitar a un buen restaurante a comer. Así que el viejo aprovechando la confianza y cariño que le tenía esa mujer, comenzó a acariciar su espalda y comenzaba a olfatear su rico aroma a un lado de su cuello y oreja.

Por su parte Samantha, estaba muy alegre por la plática con su ex maestro. Sintiendo poco a poco pequeños roces en su espalda, cosa que no le tomo mucha importancia, recordaba que solía hacer lo mismo antes, así que lo dejo continuar, incluso la pesada respiración en su cuello y oreja le causaba cosquillas, provocándole risas en el proceso. Hasta que sintió algo que era nuevo o por lo menos en ese momento no recordaba, una de esas sebosas manos, sin previo aviso se posó en su rodilla y comenzó con un ligero sube y baja desde su rodilla, hasta el inicio de su vestido, que dado a que se encontraba sentada, este estaba justo a la altura del encaje de sus medias donde estas iniciaban. Samantha poniendo sus manitas en el pecho de ese sujeto, alejo su torso de el mientras con una risita nerviosa le preguntaba del porqué de su acción.

-Tranquila, muchacha. Solo que cuando te vi, pude ver que sigues teniendo un cuerpazo como cuando estudiabas aquí. Así que quise tocar tus piernas como cuando eras mi alumna jejeje- sin quitar su mano de la rodilla, le respondía mirando fijamente los ojos de la pelirroja.

-Es que me tomo por sorpresa jijiji- Samantha girando su rostro sonrojado hacia otro lado ponía ambas manos sobre sus piernas en señal de barrera para que aquellas invasoras manos no fueran más allá de los límites permitidos.

Si era cierto en aquellos años ella dejaba que su viejo maestro le tocara sus piernas, pero era porque según él le decía que con eso podría ver que tipos de ejercicios necesitaba hacer para que las tuviera tonificadas. Y ella al ser aun una ingenua puberta lo aceptaba. Tampoco es que su maestro alguna vez se hubiera sobrepasado con sus tocamientos en sus piernas, pero lo que en aquella época le parecía algo ingenuo, ahora no lo veía así. Y mucho menos ahora que estaba casada.

Samantha permanecía en esos pensamientos de su época en la secundaria, mientras que el mantecoso director no le quitaba la mirada de encima a su pecaminoso cuerpo. Ahora que la mujer se encontraba mirando hacia otro lado, el degenerado sujeto tenía acceso a verla sin ningún problema, pero sin duda lo que más le llamaba su atención eran esas colosales chichotas que en sus pensamientos aceptaba que apenas con sus 2 manos podría agarrar una de ellas.

-“Pinche cabrona, te pusiste mas buena con los años. Mira esas chichotas que te cargas. Le quitas el hambre a medio país, me cae de a madres jejeje”- pensaba maliciosamente el viejo

Los segundos en silencio comenzaron a hacerse eternos para la casada quien sentía como la palma de esa mano comenzaba a emanar sudor que se filtraba entre sus finas medias de seda, haciéndola sentir cierto asco y replantearse que ya era hora de marcharse. Mientras que para el viejo esos segundos le parecían la gloria al tener tan esplendida visión. Pero como si pudiera leerle la mente a Samantha, el viejo rápidamente salió de sus fantasías y continuo con su charla.

-Me da gusto el saber que sigues haciendo ejercicio, muchacha. Se nota que te enseñe bien jejeje- notando como su mano ya estaba completamente empapada en sudor, decidió quitarla de la rodilla de la mujer, mientras le daba sus felicitaciones como si en verdad tuviera la calidad moral mientras frotaba su mano sudada en su panza para secarla.

-Gracias maestro. Pues de vez en cuando hago ejercicio, aunque últimamente si me ando descuidando un muchito jijiji- la mujer tomando una muy pequeña lonja que se le marcaba en su vestido ahora que estaba sentada, le respondía.

-No digas eso, tu estas perfecta. Es más, perdón por el atrevimiento, pero estas bien buena jejeje- volviendo a poner su mano en su rodilla, pero ahora levemente más arriba, se atrevía a decirle tremenda guarrada. Apelaba a que la amistad que habían tenido antes le sirviera para que no se lo tomara a mal. Aunque con la tremenda calentura que estaba sintiendo y con la erección de su verga en sus pantalones ya no le importaba mucho si la mujer le volteaba la cara de una cachetada y se iba de ahí. Total, no sería ni la primera ni la última mujer que se lo hiciera.

Pero para su sorpresa la mujer permaneció estoica a su lado. Aunque en su rostro podía ver cierto asombro ya que tenía los ojos como platos y su boca abierta.

Por su parte la mujer no esperaba ese vulgar halago por parte de su ex mentor. Aunque esa frase ya era parte del extenso y variado catálogo de piropos que recibía últimamente cuando salía a la calle, no les tomaba importancia mas allá de lo necesario, aunque si alimentaban su ego e inconscientemente su calentura, no se paraba a mirar quien se lo había dicho, tan solo era un comentario al aire. Pero ahora era distinto, porque el que se lo decía no era un desconocido de la calle, sino que se trataba de alguien a quien le tenía mucho cariño y aprecio. En cuanto escucho salir esa palabra de Rigo, su cerebro quiso levantarse en ese mismo momento e irse, pero justo a la par de ese pensamiento, aquella vocecita traviesa le decía que se quedara. Para su sorpresa sus piernas y sus brazos pareciera que la apoyaban ya que no le respondían, y cuando intento articular alguna palabra, sus labios quedaron mudos, era como si su cuerpo se pusiera en su contra e intentara que ella aceptara el permanecer ahí.

-¿Que paso, Samantha? ¿Te molesto mi comentario?- Rigo intrigado veía como la mujer continuaba petrificada. Aunque mantenía la caricia en su pierna.

Samantha al escuchar de nueva cuenta la voz chillona del viejo, salió de su letargo. Agachando la mirada y pudiendo ver aquella mano que ahora se situaba unos cuantos centímetros más arriba de lo que estaba antes. Todo aquello le parecía raro, el que su ex maestro usara esa palabra para referirse a ella, sin duda alguna le había sorprendido. Ahora su cabeza no pensaba en salir de ahí, sino en que, ¿si ese obeso director la veía ahora como una mujer y no solo como una ex estudiante? ¿Si en todo ese tiempo le había estado mirando el cuerpo para llegar a la conclusión de que estaba ´buena´? Esas preguntas poco a poco más taladraban su cabeza y aunado a eso los recuerdos de todo lo que había vivido en ese día de nueva cuenta aparecían en su mente, haciendo que las ricas punzadas en su vagina junto con ese rico calor se volvieran a comenzar a esparcir por todo su voluptuoso cuerpo.

Justo en ese momento las palabras de su amado esposo aparecían en la mente de la casada como un último recurso de su intachable moralidad para que la mujer entrara en razón, “haz lo que quieras”, pero para su desgracia esas palabras tan solo despertaron un enojo en ella que avivo más su excitación

-“Si ese es el caso, entonces hare lo que yo quiera”- fue el pensamiento con el que desencadeno una personalidad que estaba dormida muy dentro de ella y era la dueña de aquella vocecita.

-No, maestro. Tan solo es que me tomo por sorpresa tal atrevimiento de su parte jijiji- levantando su mirada y ahora mirándolo directamente a los ojos, la mujer con unas sensual pero elegante sonrisa le respondía.

El viejo ahora era el que había quedado asombrado por el comportamiento que había tomado la casada. Incluso sentía como el ambiente en esa oficina comenzaba a calentarse sin importar que el aire acondicionado estuviera prendido. Sentía como unas gotas aparecían en su calva cabeza y su frente. Su mano comenzó a temblar al ver esos ojos color miel que emanaban sensualidad, en su miserable vida una mujer lo había visto con aquella intensidad con la que su ex alumna lo veía. En eso momento pudo sentir como la delicada mano de la mujer se situó encima de la de él, en un principio pensó que era para quitar su gorda mano de su pierna, pero mayor fue su sorpresa cuando la casada apretando aquella mano, comenzando a hacer que esta se moviera de arriba hacia abajo de su pierna, hasta el límite de sus medias. Mientras Samantha continuaba mirándolo con una sonrisa.

-Entonces que dice, ¿les hacen falta ejercicio a mis piernas? Jajaja- sin dejar de mirarlo a los ojos, le preguntaba al hombre, pero este no le daba respuesta alguna, lo que le provocaba una risa diferente a la habitual que era tímida, ahora era coqueta.

Todo aquello le resultaba sumamente divertido y dado a la excitación ya no le importaba que fuera prohibido por su estado civil. Recordaba como en su época preparatoriana y universitaria, antes de que se hiciera novia de Roberto, ella tenía esos momentos de puteria sutil por así decirlo. Desde que entró a la prepa y comenzó a tomarle gusto a vestir más a la moda, veía que los chicos la seguían a donde quiera que fuera y las chicas la seguían tan solo que ellas lo hacían para ser sus amigas y así algunos de sus pretendientes las voltearan a ver a ellas también. Aunque su personalidad era muy reservada y amigable, había días en los que su calentura anhelaba un poco de más atención. Así que esos días prefería alejarse de su grupo de amigas que más bien parecían su sequito y dejar que su calentura aflorara un poco. Ya fuera al aceptarle un regalo a alguno de sus pretendientes y de recompensa ella les daba un beso cercano a sus labios o incluso siendo más descarada y acariciar su pierna viendo como a estos se les marcaba un pequeño bulto, para tan solo levantarse e irse, dejándolos empalmados. Se podría que era una calienta huevos. Ella para ese entonces ya sabía el cuerpo que se gastaba y sabía que podría tener a cualquier hombre a sus pies sin dudarlo, pero aun con eso, deseaba perder la virginidad con su hombre ideal. Así que controlaba dicha calentura tan solo con esas cosas que le resultaban muy agradables.

Por eso al mirar a ese viejo andar de tentón y adulador, su calentura la regreso a su etapa antes de Roberto donde apaciguaba su calentura con dichos juegos.

-¿No cree que a mis piernas les falta un poco de ejercicio? Las siento un poco flácidas- rompiendo aquel acalorado silencio, la mujer fingiendo un tono de niña triste, le preguntaba al viejo mientras continuaba haciendo que aquella vieja mano le sobara su pierna.

-¿Eh?- fue lo único que salió del apesto hocico del viejo, al seguir sorprendido por el repentino cambio de la mujer.

A Samantha le gusta ese poder que sentía sobre el director. Era igual que con sus ex compañeros, siempre quedaban mudos al ver ese comportamiento de ella. Tan solo que ahora dicha calentura era mayor a la que sentía en aquellos años, alentándola a continuar con sus puterias disfrazadas de juego. Sus pezones ya los sentía como rocas, y gracias al encaje de su brasier, hacia que tuviera un roce muy placentero con cada movimiento de su mano. Su vagina afiebrada continuaba mandando ricas punzadas a su sistema nervioso que se transformaban en leña para avivar aún más esa calentura que no parecía tener fin. Era como si todos esos años en los que se comportó como la mujer ideal para su esposo e hijo, tan solo hubieran almacenado ese calor muy dentro de ella y desde el encuentro de aquel feo verdulero ese fuego hubiera abierto la cerradura dejándolo salir de su encierro y comenzó a incendiar todo a su paso, haciendo que desde entonces, ella se calentara con mucha facilidad.

Mientras pensaba en todo eso, la casada no pudo evitar recordar las manos de aquel verdulero e inconscientemente las comparo con las de ese gordo hombre. Aunque eran gordas y algo grandes, no se comparaban a las de su pueblerino indígena. Las recordaba duras y con las venas saltadas, pero lo que más le había encantado de aquellas manos, eran esos callos en varias partes que las hacían ser rasposas al tacto. Sin darse cuenta, se puso a imaginar lo que sentiría si aquellas manos fueran las que estuvieran recorriendo sus piernas.

-“¿Aunque tuviera mis medias, sentiría lo rasposas que son?”- Samantha no podía evitar morderse el labio al pensar en todas esas cosas, ya tenía rato que no pensaba con su cabeza sino con su acalorada panocha.

El viejo mientras, continuaba viendo esos gestos cachondos que hacía Samantha y sentía como su verga ya estaba completamente erecta en sus calzoncillos. Incluso se podía marcar ya en sus pantalones. Al igual que Samantha, dejando de pensar con su cabeza, comenzó a pensar con la cabeza de la verga, haciendo que sacara valor de sabrá Dios donde y sin previo aviso, subió su sudada mano para ahora si poder tocar la piel desnuda de la pierna. No sabía si era su mano o la pierna pero podía sentir que como esta hervía, el viejo sentía lo suave y dura de aquella piel. Samantha por su parte no pudo evitar emitir un ligero gemido que el viejo no alcanzo a escuchar. No podía entender como el que fueran así de abusivos con ella no le molestaba, tan solo le hacían sentir más ricas las punzadas en su panocha. Era algo que Roberto nunca había hecho con ella, él era muy respetuoso en todo y eso le gustaba. Pero el que la tomaran de esa forma como si ella tan solo fuera un objeto sin duda alguna le estaba haciendo descubrir un placer nunca antes sentido y que para su sorpresa le era muy agradable.

La cachonda casada al sentir ese tacto piel con piel no hizo el más mínimo movimiento por quitar aquella mano. Es más, abrió ligeramente sus piernas para que el viejo pudiera atenazar con mayor facilidad su pierna. Todo eso ya la tenía en un estado de calentura nunca antes vivido para ella, pero sin duda alguna quería continuar con ese juego que tan gratificantes sensaciones le estaba regalando.

-En… Entonces… ¿cómo… si… enteee… misss… pier… nasss…?- la mujer con su respiración entre cortada continuaba con sus preguntas como si todo eso fuera algo normal.

El viejo dejando de mirar su pierna semi desnuda y mirando el rostro de ella, le respondió con una sonrisa pícara al igual que la que ella tenía en su rostro. Comenzaba a entender el juego que le estaba proponiendo y sin duda alguna le sacaría el mayor provecho posible.

-Este… pues si están un poco aguaditas jejeje- el viejo respondía mientras veía la cara de asombro fingido que hacía Samantha. -Pero, ahorita mismo podemos cambiar eso. Aún recuerdo algunos ejercicios que te ponía a hacer para que tuvieras las piernas duras, Samantha. Ahorita mismo hay que empezar jejeje- sin dejar de darle ligeros apretones en su pierna le notificaba.

-Pero mmh donde hare esos eje…rcicios mhh?- ya sin importarle mucho, soltaba ligeros gemidos cada que el obeso tipo le daba esos apretones en su pierna.

-Pues como que donde? Aquí merengues jejeje. Ándale, párate para empezar jejeje- con una risa de excitación el viejo quitaba su mano de la pierna de la mujer y la tomaba de su breve cintura para que se levantara.

Samantha sin hacerse del rogar se levantó mientras sentía esas manos en su cintura. Al levantarse y juntar ambas piernas, pudo sentir como su tanga estaba completamente empapada de sus jugos vaginales y estos ahora también se habían impregnado en parte de sus piernas. Cosa que en otro momento tal vez le hubiera parecido asqueroso, pero en ese momento le resultaba sumamente excitante. Sin que Rigo se diera cuenta, comenzó a mover sus piernas sutilmente para que se filtraran más caldos de la tanga a sus piernas, sintiendo como quedaban pegajosas. Haciendo que también dichos movimientos, movieran su tanga, dejando uno de sus carnosos labios vaginales expuesto.

La hembra había quedado cerca del sillón y la mesa de centro, dejando muy poco espacio para su movilidad. El viejo al notar eso, sabía que no podría seguir con la idea perversa que tenía planeada que su ex alumna le secundara. Así que el también levantándose torpemente ya que su prominente barriga le dificultaba en demasía dicha acción, tomo a la mujer de nueva cuenta de su mano y la guio hasta a un lado del enorme del escritorio. En el efímero camino podía sentir como ambas manos se fundía en el insano calor que ambas emanaban lo que hacía al hombre sentir mayor morbo, ya que esa era señal inequívoca que ella estaba igual de caliente que él. Soltando su mano y jalado su costosa silla de escritorio, la coloco enfrente de ella y se sentó ahí. Samantha no podía evitar sentir muchos nervios ya que todo eso era nuevo, pero a la vez la tremenda calentura que controlaba su voluptuoso cuerpo le animaba a continuar, así que ella permaneció estoica a la espera de la solicitud de su degenerado ex profesor.

-Bueno, ya que quieres unas clases privadas de ejercicio, no me puedo negar ya que tú eres mi alumna favorita jejeje- el viejo acomodándose plácidamente en su asiento, dejando ambas piernas abiertas le decía mientras su mirada la pasaba por toda la anatomía de Samantha. -Tendremos que empezar con lo básico. Comienza con unas sentadillas, Samantha jejeje- relamiéndose los labios y quitándose el exceso de sudor que tenía en la frente, le solicitaba.

La casada al instante supo cuáles eran los indecentes planes de aquel viejo al pedirle que hiciera dicho ejercicio con ella llevando un vestido puesto. Pero lejos de asustarle o molestarle, más le excito.

-Ay, maestro. Pero estoy usando vestido, mire- la casada con un tono de inocencia le comentaba al viejo mientras tomaba el borde de su vestido y lo levantaba levemente, mostrando el encaje de sus medias.

Rigo por su parte, se llenaba el ojo con todas esas acciones que hacia su ex alumna. No la reconocía, es sus 3 años que le dio clases, jamás vio dicho comportamiento. Era como si se la hubieran cambiado por alguna puta de las cantinas que solía frecuentar con su esquelético amigo, de esas que se encueraban por $100 pesos. Pero la diferencia es que esta lo estaba haciendo gratis y físicamente era infinitamente era superior a cualquiera de las que se ofrecían en eso tugurios de la mala muerte. Sin duda alguna lo tenía aprovechar.

-¿Y que tiene? Yo soy tu maestro, esto lo hago para que te ejercites y te pongas más buenota jejeje- ya el viejo sin ningún tipo de miedo a alguna represalia, le respondía con autentica naturalidad. Sabía que ella buscaba que le hablaran de tal forma y se pensaba que él era el idóneo para tan guarra labor.

-Tiene razón. Usted esto lo hace por mi bien mmh… ¿así está bien?- Samantha no pudo evitar liberar un gemido de sus carnosos labios al ponerse de cuclillas. Y es que pudo sentir como la tanga se expandía, haciendo que su labio que aún permanecía dentro de esta, fuera jalando ya que la prenda y el labio estaba pegados por los jugos vaginales, provocándole un rico dolor. Aunado también a la rica presión y roce del hilo en su rosado esfínter.

Samantha quedando en dicha posición, espero expectante por la siguiente orden de su viejo mentor. Mientras jalaba un poco su vestido hacia arriba para dejarle con mayor movilidad a la hora de hacer dicho ejercicio.

-Pe… pero, aaabre un poco esas piernas papapara que puedas hacerlas mememejor- el viejo sin dejar de sorprenderse cada vez más, le solicitaba entre tartamudeos el siguiente paso. Casi podía oír claramente como su corazón latía cada vez más rápido, bombeando toda esa grasosa sangre a su pene el cual ya sentía que explotaría en cualquier momento, dejando una gran mancha de jugo preseminal en su pantalón que comenzaba a hacerse notorio para cualquiera que mirara la entrepierna de su pantalón.

-Mmmm… ¿así?- Samantha sin cuestionar, abrió ligeramente un poco más sus piernas tal y como el director le había solicitado. Ella por su parte, ya sentía que sus pezones le dolían de lo duros que los sentía.

Aunque la mujer se había abierto las piernas, el viejo no podía aun ver muy claramente lo que en verdad quería ver. Y es que Samantha era muy piernuda, lo que hacía que sus piernas aun estando en tan comprometedora postura, taparan su intimidad.

Aunque se moría de ganas por pedirle que las abriera completamente como si fuera un compás, sentía que, si la presionaba más de la cuenta, la mujer se iría y lo dejaría ahí sin haber logrado su cometido. Sabía que, si jugaba bien sus cartas, la mujer terminaría mostrándole su panocha.

-Bueno, comencemos muchacha. Como en los viejos tiempos jejeje- con su risa de degenerado y frotándose sus manos como si estuviera a punto de comerse el mejor banquete de su vida. El viejo le pedía que comenzara con el ejercicio.

-¡Si!- poniendo ambas manos en su nuca, la mujer comenzó con aquel cachondo ejercicio sin dejar de mirar el rostro del viejo.

-¡1!… ¡2!… ¡3!… ¡Vamos Samantha! ¡4!… ¡5!…- la mujer escuchaba como el director iba contando sus flexiones y podía notar como con cada flexión que hacia su vestido se recorría más, dejando ya sus piernas casi completamente a la vista de él. Por un momento un instinto de pudor se quiso hacer presente y soltando su nuca, estaba por dirigir sus manos a bajar el vestido. Pero el solo hecho de volver a mirar como el obeso mastodonte se devoraba sus piernas tersas y blancas, hizo que un calambre corriera por toda su espina dorsal, haciendo que reculara su acción pudorosa y volviera a poner sus manos en su nuca. Incluso en un arrebato de pura calentura, la mujer decidió ir un paso más allá y sin dejar de mirar al hombre abrió casi de par en par sus piernas, dejando ahora si completamente visible su empapada tanga negra con su rojizo labio vaginal expuesto. Al hacer esa acción, pudo ver como al instante el viejo inclinaba su torso hacia adelante con su boca completamente abierta.

-¿Lo estoy hmm… haciendo bien hmm…?- Samantha sin dejar de hacer las sentadillas, le preguntaba haciendo que el viejo volteara a mirar su rostro mientras esta se mordía de una forma ya descarada el labio inferior.

-Este…cof, cof, cof… si, muy bien muchacha cof, cof, cof- el viejo casi ahogándose con el exceso de baba que había en su boca al ver tal descaro de Samantha de andarle enseñando la panocha, le respondía. Y es que, aunque su otro labio vaginal permanecía dentro de su tanga, la tela era transparente aunado a que ese labio estaba pegado a la prepa por el exceso de jugos vaginales, hacia como si también tuviera ese labio al descubierto.

Ya Samantha había dejado de hacer sus sentadillas por mero ejercicio (si es que en algún momento así las hizo). Ahora las hacía por el mero disfrute de calentar al viejo que tenía enfrente y en consecuencia calentarse ella también. Las subidas y bajadas las hacia lo más cadenciosas posibles haciendo imaginar al director que estaba cabalgando su verga. Con toda sentadilla, veía como esos majestuosos pechos daban un rico bamboleo y es que, con el constante movimiento, los pechos ya estaban más de la mitad afuera del brasier de la casada, ahora si dejando visibles sus erectos pezones a través del vestido. Pero lo que sin duda más le llamaba a Rigo la atención era lo que había de la cintura para abajo.

Y es que no era para menos, el mirar esas piernas semi cubiertas por esas medias negras de seda, que daban paso a la desnudes de la otra parte de sus piernas que mostraban esas ligas negras que iniciaban en sus piernas y se perdían en su vestido, para coronar con esa pequeña tanga negra que dejaba visible la intimidad de la casada junto a unos encrespados vellos púbicos rojizos, tenían como burro en primavera el viejo. Ya sin ningún tipo de recato, había bajado una de sus manos hacia su entrepierna y comenzaba a masajearse el bulto por encima del pantalón, haciendo más visible la mancha preseminal en su pantalón al igual que se marcaba de mejor forma su verga.

Samantha por su parte, había estado mirando en todo momento el rostro del viejo. Y es que le causaba mucho morbo y excitación los gestos vulgares que hacia este al mirar su curvilíneo cuerpo. Pero al momento que vio que el director bajaba una de sus manos, con la mirada siguió el destino de aquella mano y grande fue su sorpresa al mirar lo que el viejo tenía entre sus piernas. Si bien no era igual de grande que la de su amigo el conserje, si era mucho más gorda, pensaba la pelirroja. Podía apreciar como una gran mancha de humedad se acentuaba justo donde podía ver se encontraba la cabeza de aquel pedazo de carne. Por mero instinto se relamió los labios y sintió un cumulo de saliva en su fresca boca que comenzó a tragar y es que no era para menos, el ayuno de verga que tenía Samantha ya era de meses, no recordaba la última que ella y Roberto habían intimado y el andar viendo y sintiendo vergas en los últimos días de diferentes tamaños y formas, habían comenzado a despertar ese apetito voraz que ya tenía.

Saliendo de sus pensamientos cachondos, mientras permanecía en cuclillas y con sus piernas abiertas, la casada volvió a mirar el rostro del viejo el cual ya estaba más colorado y sudado que el de ella, y eso que el director no había hecho ni una sola sentadilla como la ama de casa. Podía ver que los ojos de Rigo estaban clavados en su vagina lo que hacía que la mujer diera ricas contracciones en su panocha a la vez que su rosado ano también ya comenzaba a abrirse y cerrarse en búsqueda de mitigar esa rica comezón que tenía por las constantes presiones del hilo sobre él.

-¿Que está viendo ¡mmh!… maestro?- haciendo ligeros pero visibles movimientos de cadera sin cerrar sus piernas, la casada le preguntaba al viejo mientras soltaba un gemido por la presión que hacia la tanga en sus orificios.

-Ando viéndote esa pano… ramica que tienes jejeje- sin siquiera apartar su mirada de la vagina de la mujer se limitaba a responderle en un tono de albur.

Samantha, aunque no era muy hábil para los albures, ese lo capto instante y más porque el viejo dejo un gran vacío cuando dijo ‘pano’, cosa que le gusto y decidió continuar con su juego.

-¡Mmmh! Le gusta mi pano… ¡mmh!… ramica…-No entendía de donde le salía el decir esas zorrerías. Ya era un mar de jugos y de lujuria para ese entonces que ya no se cohibía a la hora de gemir. De hecho, en su mente ya solo estaba esperando la hora de que su ex maestro la tomara y la poseyera a su antojo.

Rigo al notar que la casada le seguía la corriente por fin entendía que lo más seguro es que ambos terminarían en aquel sillón, con ella abierta de piernas y el encima de ella. Tal cosa ya lo tenía que ardía y sentía que sus huevos se llenaban cada vez mas de su semilla aun fértil, intuyendo también sus espermas que tal vez en esta ocasión no terminarían en el retrete o en un pedazo de papel, sino que se adentrarían a un útero fértil y anhelante de ellos.

-Claro que sí, mira nomas como me tienes la ver…- el viejo apenas comenzaría con su amplio repertorio de vulgaridades cuando la casada no lo dejo terminar.

-¡AAAH!- un grito de sorpresa mezclado de terror salió de la casada mientras veía hacia el amplio ventanal que había detrás del gordo director.

Mientras tanto unos minutos antes.

Goyo se encontraba barriendo o fingiendo barrer el atrio de la escuela sin dejar de mirar hacia la puerta de la dirección para ver en qué momento se abría y salía de ahí su culona amiga. Pero para su mala suerte ya iba más de 1 hora que aquel par habían entrado a aquella oficina y no daban señales de vida. Lo que hacía que con cada minuto que pasaba su enojo se intensificara más, y no es que se enojara con Samantha sino su colera iba contra su marrano amigo. Sentía que lo que le estaba haciendo era una gran traición. Aunque Samantha no fuera nada de él y su amigo tampoco supiera lo que había sucedido a la hora de entrada, lo sentía como tal. Aunque conocía a su amigo y sabía que era medio miedoso para las mujeres ya que siempre lo mandaban a la chingada y él era el casi siempre le había montado una que otra señora que conocía para que su amigo se deslechara con ellas. Sabía que hasta el gay más gay de todo el planeta, con ese portento de hembra haría su luchita y era por eso que manos o menos intuía lo que podía estar sucediendo adentro de la dirección, con su cobarde camarada y la culona mujer. Los celos eran los que pensaban en ese momento por el, cada vez más su cabeza se llenaba con imágenes de su pelirroja montando a su amigo en su silla, o ella recargada en su escritorio mientras le daban por detrás y le azotaban sus nalgotas.

-Pinche Rigo, esas nalgas son mías, cabron- el molesto conserje decía entre dientes mientras apretaba con todas sus fuerzas el palo de la escoba.

Aunque moría de ganas por ir a abrir la puerta de la dirección y salir de dudas. Sabía que era una muy mala idea. Al final sabía que él era el simple conserje de la escuela y su amigo el director. Lo que menos quería era que en un arranque de ira como los que regularmente solía tener el obeso director, lo terminaran corriendo. Y para encontrar un jale así de fácil donde no hace casi nada y la paga es decente, no lo iba a hallar, pensaba un Goyo impotente. Sin duda alguna se quería coger a esa ama de casa. Pero no era pendejo y sabía que ningún palo vale más que un trabajo y menos con su edad, así que no lo quedaba de otra que tragar bilis y esperar ahí afuera hasta que salieran.

Los minutos continuaban pasando y la poca paciencia que le quedaba al esquelético hombre se comenzaba a ir. Intentaba por momentos ser optimista e imaginar que adentro estaban hablando sobre temas de la junta o tal vez al final la mujer se dio cuenta que a su hijo se lo madrearon y estaba a dentro de la oficina regañado al marrano ese por ser tan incompetente. Mientras pensaba en esa última versión, comenzaba a reírse para el mismo.

-Al final no se ve que sea tan puta esa vieja y menos la creo que tenga el valor de meterse con tremendo marrano jejeje- Goyo se decía, intentando tranquilizarse.

Pero aun con eso que lo hacía sentir más calmado, su curiosidad le pedía saber que estaba ocurriendo adentro. Así que fingiendo que continuaba barriendo, se fue acercando a la puerta e intentar asomarse por las ventanas que se encontraban a los lados de esta, pero para su mala suerte, las persianas estaban abajo lo cual no dejaba ver absolutamente nada. Luego intento pegar lo más que pudo su sucia y peluda oreja a la puerta para tratar de escuchar algo, pero solo escuchaba murmullos. Lo que lo dejo medianamente tranquilo, ya que eso le daba a entender que si estaban hablando. Pero aun con eso, la curiosidad seguía pidiéndole ver lo que hacían adentro. Fugazmente una idea cruzo su cabeza, pero rechazo en un principio, pero entre más le daba vueltas, más le encontraba sentido, aunque fuera complicada llevarla a cabo.

-¿Y si me meto por los arbustos de atrás?- la idea si bien en el papel no era mala ya que uno podría pensar que eran simples arbustos, en la práctica era todo lo contrario. Y es que eran arbustos grandes que el cómo conserje jamás se había puesto a cortar por flojo y que después Rigo se lo había pedido ya que le servían de privacidad mientras se ponía a ver alguna película o video porno. Por eso sabía que jamás cerraba las persianas de ese ventanal, lo que le permitirá ver hacia dentro. Incluso entre los arbustos habían crecido unos rosales sin saber quién lo había hecho, lo que haría su misión más dolorosa ya que sin duda alguna se encontraría con más de una espina escondida entre los arbustos.

En otro momento hubiera rechazo la idea y tan solo se hubiera ido a su bodega a descansar un rato. Pero en esta ocasión no, se trataba de su futura hembra, pensaba él. Así que, dejando su escoba, dio marcha hacia atrás de la oficina del director. Cuando por fin llego, se dio cuenta que sería más complicado de lo que había pensado, por las lluvias de la temporada, todo estaba frondoso, incluso esos malditos rosales, pensaba resignado. Pero dejando de lamentarse, comenzó a adentrarse en aquellos selváticos territorios, sentía como algunas espinas se enterraban en sus manos a la hora de querer abrirse paso entre la maleza e incluso su decrepita cara resulto raspada por las ramas que le golpeaban. En su vida le había dedicado tanto empeño a algo, pero esta ocasión valía la pena o eso pensaba él.

Después de unas cuantas maldiciones y unos piquetes, el viejo por fin llego a su objetivo. Aunque rápidamente se puso a un lado del ventanal para que nadie lo pudiera ver. Asomando ligeramente su rostro, veía que a primera instancia la oficina se encontraba vacía, ya que en el sillón donde suponía que ambos se encontrarían hablando, no se encontraba nadie, en su escritorio también se encontraba de la misma forma, lo único raro que veía Goyo era que la enorme silla se encontraba a un lado de su escritorio. Por un momento se comenzó a maldecirse porque pensó que ambos ya habían salido de la oficina mientras el como si fuera Indiana Jones, se había metido en aquella selva. Ya iba a marcharse para ver si alcanzaba a mirar de nueva cuenta a Samantha antes de que se fuera, cuando con el rabillo de su ojo vio como la silla dio un movimiento y vio que una de las sebosas manos de su amigo se posaba en el descansa brazos. Volvió a asomarse por el ventanal, pero poniendo toda su atención en ese lugar, aunque por lo grande de la silla le era imposible poder tener buena visibilidad de lo que había delante de ella. Comenzó a frustrarse por no ver ni escuchar nada. Goyo por la desesperación de ver asomo su cara completa por el ventanal y gracias a que la silla se giró levemente hacia un lado pudo ver lo que había delante de ahí.

Casi siente que se cae para atrás cuando vio aquella escena. El mirar a la que hace un par de horas le estaba bailando de forma sensual pero aun con ligera timidez, no tenía nada que ver con la que estaba dentro de la oficina del director prácticamente en cuclillas con las piernas abiertas mostrando su panocha mientras meneaba sus caderas, pero lo que termino por asombrarlo fue el mirar esa cara de viciosa y hambrienta de verga que tenía. Aunque el la había calentado, no había logrado que ella le mostrara ese rostro ni mucho menos que estuviera entregada a ese grado. Aunque su verga hacia una carpa en su overol, no pudo evitar sentir lastimado su ego de macho. Y es que como ya se había dicho, Goyo siempre había sido más “galán” que Rigo por así decirlo a la hora de conquistar mujeres, aunque estas estuvieran todas feas y gordas. Así que el ver a tremenda hembra rendida ante su amigo, le había hecho sentir menos hombre que él. Estaba hundido en sus pensamientos cuando como si de un sexto sentido se tratara, rápidamente se intentó ocultar en la pared mientras los ojos de Samantha giraban hacia el ventanal y miraban como una silueta o una sombra, no supo distinguir bien se movía y se perdía en la pared.

Goyo entre asustado y excitado se apresuró a comenzar su huida, adentrándose en los matorrales de cara. No le importaba si salía rasguñado del rostro, lo que temía era que la cachonda mujer lo hubiera visto y esta se asomara por el ventanal, así que moviéndose como si fuera un mapache, se perdió entre aquellos arbustos.

Mientras tanto dentro de la oficina, Samantha le decía al director de la silueta que había visto pero este que continuaba aun con su calentura lo minimizaba diciendo que lo más seguro es que se trataba de algún pájaro o un gato que pasaba por ahí mientras se levantaba de su asiento y se asomaba por el ventanal por confirmar que no había nadie. Lo que quería era que la mujer siguiera con sus punterías. Aunque en un principio Samantha si sintió cierto miedo de que algún curioso los estuviera mirando, poco a poco ese miedo fue alimentando una idea perversa en su cabeza que seguía bajo los efectos de su excitación.

Su cabeza intentaba imaginar que entre aquellos frondosos arbustos un par de ojos estaban mirándola fijamente y no perdían detalle de su imponente cuerpo. Haciendo que de nueva cuenta volviera a comenzar a mover sus caderas, pero ahora de una forma más rápida, intercalando ese movimiento de caderas con movimientos de su pelvis hacia delante y hacia atrás como si estuviera culeando con una verga imaginaria, mientras seguía su mirada perdida entre aquellos arbustos. La calentura que había perdido por el susto de nueva cuenta volvía al imaginar todo eso. El viejo tan solo miraba son una sonrisa de triunfo mientras se agarraba la verga. Ya le quedaba claro que si o si, hoy se culearia a tremenda hembra. Su risa también estaba mezclada con cierta malicia y es que tan solo de pensar en Roberto. Ese hombre que no le dirigía ni siquiera el saludo porque no lo consideraba digno ya que de seguro pensaba que era un don nadie. Pues ese don nadie tenía a su fiel e intachable esposa en cuclillas, enseñándole la panocha en espera de que se la cogiera. Entre más pensaba eso, más se calentaba, así que ya no pudiendo esperar más, el obeso director se acercó a la mujer, quedando de pie delante de ella, con su entrepierna justo en el rostro de ella.

Samantha por su parte ahora que estaba tan cerca de la entrepierna, podía ver de mejor forma aquel hinchado bulto que se formaba entre los pantalones desgastados. Entre más veía aquella cosa más dimensionaba el grosor que tenía. Su mente haciéndole una mala pasada, comenzó a compararla con el único pene que había visto en su vida.

-“¡Es más gorda que la de Roberto!”- con un tono de asombro la mujer pensaba sin quitarle los ojos de encima. Mientras que a su pequeña nariz comenzaba a invadirla un olor como si de un pescado echado a perder se tratara. Continuando mirando aquella silueta de los pantalones mientras aspiraba aquel fétido olor, llego a la conclusión que el olor provenía de aquella gran mancha que tenía el viejo en sus pantalones. Pero aquel olor entre más lo aspiraba más le resultaba embriagante haciendo que llegara hasta su cerebro y este atacaba su sistema nervioso, provocando que la panocha de la mujer, soltara una buena cantidad de jugos vaginales.

-Ya fue suficiente del calentamiento. Es hora de empezar con el cardio, mamacita jejeje- el viejo que había estado mirando toda aquella escena de la mujer mirando y oliendo su verga, con la mirada agachada y con una sonrisa de maniático sexual, ponía una de sus manos en la cabeza de la mujer.

-¿Qué tipo de cardio, profesor?- apoyando sus 2 manos en las piernas del hombre y levantando su mirada, con un tono sugerente le respondía al hombre. Samantha sabía perfectamente a lo que se refería, incluso ella ya lo estaba deseando. Desde hace bastante tiempo la esposa fiel y recatada se había ido y ahora solo se encontraba la hembra anhelante de verga. Tan solo que quería estirar lo más posible aquel juego que tanto le había gustado.

-Es uno en el que te voy a tener que ayudar jejeje. Tú te acostaras en el sillón y te abrirás de piernas como estas ahorita, mientras que yo me subo encima de ti jejeje- Rigo tomando las manos de la casada la levantaba mientras la tomaba de la cintura y la pegaba a su bofo cuerpo.

-¡Mmh…! suena que será muy divertido- soltando un gemido por tan dominante acción la mujer le respondía acercando sus labios al odio del director.

Rigo ya sin querer perder más tiempo, puso a su lado derecho a la hembra y tomando una de sus colosales nalgas, se dirigieron hacia la que sería su máquina para hacer ejercicio. Samantha soltando una sensual sonrisa por el atrevimiento del viejo, siguió caminando mientras se apoyaba de él. Y es que al estar tanto tiempo en aquella difícil posición, sentía sus piernas adormecidas lo que le dificultaba el caminar por su propia cuenta.

El catedrático ya teniendo a la que se en breve se volvería su amante delante del sillón, no pudo evitar comenzar a besar el hombro de la mujer, que estoica recibía aquellos besos.

-¡Muac! ¡Slurp! ¡Muac!- Samantha solo escucha aquellos ruidos que hacia el viejo cada que le soltaba un ensalivado beso mientras sentía como la mano que tenía en una de sus nalgotas, ya sin ningún tipo de pudor comenzaba a cerrarse y abrirse, provocándole un cierto dolor por lo rudo que estaba siendo. Pero lejos de molestarse más levantaba sus nalgas para que siguieran con tan soez caricia.

-No sabes cómo soñé por muchos años con este momento, ricura. ¡Muac! De tenerte para mi solito. ¡Muac! Aún recuerdo cuando usabas esos shorts de licra en mi clase y se te marcaba toda la panocha ¡Mmmh! Nomás hacías que se me pusiera dura la verga. ¡Muac! Tenía ganas de quitarte la ropa y darte una cogidota ahí delante de todos tus compañeros de clase ¡Muac!- el viejo entre besos y gemidos le contaba sus tan profundos y perversos secretos que tenía con ella desde que era una adolescente.

Samantha cerrando sus ojos y con su respiración pesada intentaba imaginar aquellos medios días en las canchas de futbol con el sol cayendo a plomo mientras ella y sus compañeras hacían los ejercicios que les pedía su profesor. En aquel entonces todo aquello le parecía una clase de educación física común y corriente. Pero ahora, al escuchar de viva voz de ese cerdo sus verdaderos motivos por los que le pedía que en su clase no usara el pants y mejor usara solo el short de licra, la hacían hervir en calentura. El imaginar como el viejo no le quitaba la mirada a su intimidad mientras hacia los ejercicios como lo había hecho unos minutos, la estaban volviendo loca.

-¡Mmaahh! Entonces… desde que… era su alumna… lele gustooommahh- manteniendo sus ojos cerrados para seguir recreando esas imágenes y moviendo sus caderas mientras con sus piernas friccionaba su vagina que soltaba cada vez más jugos que podía sentir como comenzaban a deslizarse por sus piernas, Samantha le hacia la pregunta, aunque el viejo ya se lo había dicho, ella quería escuchar la respuesta lo más clara y concreta posible.

-¡SIII!- en lo que se escuchó como un grito de liberación, fue la respuesta que dio aquel hombre. -¡SI! ¡SI! ¡SI! y ¡¡SIII!! Desde la primera vez que te vi entrar por aquel portón con tus 2 coletas y tu uniforme, quedé cautivado de ti. Pero cuando te vi en mi clase con esa playera y ese short, moría de ganas por cogerte. Deseaba encuerarte en medio de la cancha y ahí mismo hacerte mía. Llenarte de mecos la panocha para dejarte panzona y tus papás no tuvieran otra opción que aceptar que te casaras conmigo para que fueras mi esposa, mi mujer, mi hembra- salpicando de babas el hombro y el rostro de la mujer, Rigo expulsaba cada vez más todo eso que por muchos años tuvo que reprimir.

De estar pensando en sus clases de educación física, la casada no pudo evitar imaginar aquel futuro que le había contado su viejo maestro. Ese donde no existía una carrera universitaria, viajes nacionales e internacionales, Roberto ni mucho menos su amado hijo Daniel. Tan solo ella con su vientre hinchado, vestida de blanco, diciendo “Acepto” al sacerdote en el altar mientras con una de sus manitas sostenía la gorda mano de su querido maestro que ahora se convertiría en su esposo. Todo aquello le resultaba tan bizarro, pero eso no evito que sus labios esbozaran una sonrisa mientras se mordía su labio.

-“¿Mis papás lo hubieran aceptado? ¿Me hubiera hecho tener más hijos de el? ¿Cómo sería ser su esposa?”- mil y una pregunta giraban en su cabeza. Cada que una nueva pregunta se formulaba, era como si una daga perforara su útero, provocándole unas ricas punzadas.

Samantha no era consciente del tiempo ni nada a su alrededor, ella solo continuaba con sus mundanas fantasías. Hasta que la voz de Rigo lo saco de sus pensamientos.

-Ya échate en el sillón, mamacita. Que ya no aguanto las ganas jejeje- casi aventando a la casada, hizo que esta se tuviera que meter sus manos para apoyarse en el asiento del sillón. El viejo no buscaba ser un caballero con ella, lo único que imperaba en su calva cabeza era el ya poderse enchufar a esa hembra.

Samantha tan solo volteo su rostro para mirar al viejo por tan impaciente acción. Pero lejos de recriminarle solo le sonrió. Sin emitir ni una sola palabra, la mujer se giró para poner sus prominentes posaderas en el sillón. Manteniendo su mirada nuevamente fijamente a la del viejo, fue apoyando su espalda en el respaldo del sillón mientras subía sus 2 piernas, abriéndolas lo más que podía, quedando en forma de una “M”, mientras con sus manos se arremangaba su vestido dejando de nueva cuenta expuesta su vagina que solo la cubría esa delgada y transparente tela de su tanga. Todo esto sucedía mientras ambos permanecían en silencio. Tan solo se escuchaba el ligero sonido del aire acondicionado y de sus pesadas respiraciones, pero la tensión sexual que había en el ambiente se sentía como una losa muy pesada en aquel cuarto.

Rigo manteniéndole la mirada a Samantha, comenzó a desabrocharse el cinto para posteriormente hacer lo mismo con su pantalón que cayó hasta sus tobillos. La curiosidad de la pelirroja casada pudo más, rompiendo el contacto visual comenzó a descender la mirada hasta que pudo ver lo que llamaba su atención. Su sorpresa fue mayúscula al poder ver la carpa que hacia ese bóxer gris que tenían una enorme mancha de líquido preseminal, era tanta que la casada podía ver como una viscosidad amarillenta se formaba en medio de la mancha.

El viejo mirando como su miembro era devorado por la mirada de aquella mujer, no la quiso hacer esperar más y poniendo sus manos a los lados de su bóxer de un jalón los dejo caer junto a sus pantalones.

-¡Mmmahh!- fue el gemido que dejo salir Samantha disfrazado de un suspiro al mirar el miembro que se cargaba su ex mentor. Por primera vez en su vida, veía un pene que no fuera el de su esposo. Y vaya que le había asombrado lo que veía. Era muy diferente al de su esposo, el pene de Roberto era rosado y de un tamaño y grosor que para su pobre vida sexual le resultaban aceptables. Y no es que Roberto tuviera el pene pequeño o algo así. Tan solo que lo que Samantha estaba viendo le parecía irreal. La verga que se gastaba Rigo era lo opuesto a la de Roberto, esta era morena, con un tamaño que rondaría los 18 – 20 cm. Pero lo que llamo completamente la atención de la mujer fue sin duda alguna el grosor, el tronco de la verga esa muy gordo, era como si algo dentro de ella estuviera obstruyendo la circulación de sangre e hiciera que pareciera que fuera a explotar en cualquier momento. Samantha dejando de mirar esa protuberancia en el tronco, miro el glande y pudo ver que este era un poco más pequeño, pero sin dejar de ser de una buena proporción. Podía ver como la cabeza brillaba gracias a esa baba que estaba soltando lo cual la hacía más llamativa para esos ojos de color miel.

El viejo dando pasos de pingüino ya que los pantalones en sus tobillos le dificultaban su caminar se acercó hasta quedar en media de las piernas de Samantha quien la veía expectante para ver cuál sería su siguiente paso. Apoyándose con una de sus manos en una de las rodillas de la mujer, Rigo fue bajando hasta casi quedar de rodillas lo que permitió que su verga quedara a escasos centímetros de la aun fiel vagina.

Ahora que veía más de cerca aquella cosa, la casada veía las grandes proporciones que tenía. En su vida solo el pene de su esposo se había adentrado en su cavidad amatoria. Pero al ver las dimensiones de ese pene, un miedo comenzaba a apoderarse de ella. No encontraba lógica de como eso entrara dentro de ella, sin duda alguna le rajaría la vagina en 2, pensaba espantada.

El viejo como si pudiera leer los pensamientos de la casada y adelantándose a cualquier miedo que ella pudiera tener. Tomo con su mano libre su verga y comenzó a pasársela por encima de la tanga. Tal acción tomo por sorpresa que continuaba debatiéndose el continuar o no.

-¡Aaammmh!- fue el gemido de genuino placer que Samantha saco del fondo de cuerpo al sentir aquel pedazo caliente de carne hacer contacto con su también caliente y sensible vagina.

-¡Ufff!… que caliente tienes la panocha, chichona jejeje. Se nota que tienes hambre de verga jejeje- mirando su encharcada vagina el viejo en tono burlón se regocijaba de poder tener a esa hembra en ese estado de calentura. –¿Te gusta cómo te tallo la panocha con la verga, nalgona?- Rigo queriendo disfrutar ese momento lo más que pudiera. Quería empujar a que la fiel casada se comportara como una autentica puta y comenzaría haciendo que aceptara que todo eso le gustaba.

Pero para su mala suerte Samantha no emitió ni una sola palabra, a cambio tan solo quejidos combinados con gemidos eran los sonidos que salían de su boca. Pero no es porque no quisiera, es más, ella intentaba que de su boca saliera la afirmación a la pregunta del director. Pero eran tanta las sensaciones que estaban atacando el cuerpo de la mujer que su voz se había diluido.

Aunque tal acción había molestado levemente al hombre, no quiso apresurar las cosas. Ya tendría tiempo de sacarle su lado más pirujo cuando tuviera su verga adentro de ella. Mientras continuo un poco más con el roce de su verga por toda la zanja de esa vagina. Samantha tan solo era una espectadora en primera fila que veía como aquel trozo de carne rozaba por encima de la tanga su anhelante vagina, mientras ya comenzaba a hacer unos ligeros movimientos de cadera. Incluso ya podía ver como el enorme tronco brillaba gracias a todos sus jugos vaginales que habían quedado impregnados en la tanga. El viejo volviendo a agarrar su verga la retiro un poco de la vagina para poner su cabeza justo en la entrada y darle ligeros empujones. Lo que hizo que Samantha soltara gemidos de placer.

-¡Mmmhhh! ¡Ahhh! ¡Mmmhhh! ¡Siii!- eran los gemidos de goce que Samantha emitía con cada ligero empuje que el viejo hacía.

Samantha sin percatarse, puso sus 2 manos en sus pechos y comenzó a masajearlos mientras sentía esa rica comenzó en su vagina y en su hinchado clítoris. Gracias a que la tela de la tanga era tan delgada, no le provocaba ningún tipo de dolor al glande del viejo por el constante roce de cada empujón.

-Bueno, ya es hora de darte la cogida que andabas buscando, putita jejeje. Esta va en honor de tu pinche esposo ¡JEJEJE!- con su risa burlona mientras tomaba su verga y le daba golpes con ella a la hinchada vagina, Rigo le decía para quien sería dedicado el primer palo.

Pudo escuchar como el nombre de Roberto llegaba a sus oídos. Pero estos no ocasionaron ningún eco dentro de ella, estaba hipnotizada viendo como aquella verga con cada golpe que le daba a su vagina se erguía con unos hilos transparentes que podía asegurar eran la mezcla de los fluidos de ambos sexos por los ricos roces que se habían dado. Ya su cabeza tan solo podía pensar en lo que va a sentir cuando albergue esa verga en su vagina.

Rigo soltando su verga palpitante, dirigió su temblorosa mano hacia el pequeño triangulo de tela que servía como una última defensa para esa vagina. Sus ojos los tenia completamente abiertos mientras pasaba saliva cada segundo. Sentía que en cualquier momento le daría un paro cardiaco por lo rápido que su corazón palpitaba. Por fin vería por primera vez esa vagina completamente desnuda y a su completa disposición. Mientras que Samantha lo miraba al rostro con sus ojos entre abiertos y una sonrisa de viciosa.

Estaba jalando la tela hacia un lado cuando unos fuertes sonidos alarmo a la pareja.

-¡TOC! ¡TOC! ¡TOC!- fueron los fuertes golpes en la puerta lo que hizo que la pareja volteara al mismo tiempo.

-¡VAYANSE QUE ESTOY OCUPADO, CHINGADA MADRE!- sin moverse de la posición en la que se encontraba y con un semblante molesto y desesperado. El hombre de manera enérgica lanzaba un grito cual, si de un león se tratase, el cual estaba a punto de devorarse a su presa.

Samantha por su parte continuaba recargada en el sillón y con sus piernas abiertas. Pero dado al impertinente que se encontraba detrás de esa puerta y había dado tan fuertes toquidos, unas leves señales de cordura volvían a su cabeza.

-¡NO ME IRE A NINGUNA PARTE! ¡NECESITO HABLAR MUY SERIAMENTE CONTIGO SOBRE LOS FONDOS DE LA ESCUELA, RIGOBERTO!- una voz femenina le respondía desde el otro lado de la puerta. Rigo al instante supo de quien se trataba lo que hizo que se levantara como resorte mientras se subía sus pantalones y bóxer entre maldiciones por cortarle la oportunidad de cogerse a tan suculenta hembra. La mujer por su parte al ver la acción del director, rápidamente bajo sus piernas y comenzó a acomodarse su vestido mientras se acicalaba su rojiza cabellera y se quitaba las gotas de sudor que tenía en su rostro. Mientras hacía eso, aquella voz femenina le resultaba familiar pero no recordaba de dónde.

-Una disculpa, mamacita. Pero nos arruinaron nuestra sesión privada de ejercicio jejeje- acabándose de abrochar su cinturón y agachando su mira hacia el sillón, el viejo con una sonrisa pícara se disculpaba mientras veía que los ojos de la casada que hace unos segundos irradiaban fuego del mismo infierno, ahora poco a poco volvían a la normalidad.

Tomando su saco que había dejado en el sillón y sosteniéndolo en su entre pierna para que pudiera ocultar su aun prominente erección. Se dirigió hacia la puerta a paso veloz para quitarle el seguro y dejar entra a la mujer que se encontraba del otro lado.

-¡¿Dime cómo es posible que la Secretaria de Educación no nos dieran el aumento de fondos que nos habían prometido desde el anterior curso escolar?!- sin siquiera dejar que Rigo le diera la bienvenida, la mujer entro y sin detener su marcha, llego hasta el escritorio para sentarse mientras en todo el recorrido le cuestionaba su falla. Sin percatarse de la presencia de Samantha.

Ese tipo de discusiones entre ambos ya era el pan de cada día. Rigo por lo general siempre lograba evitar esas discusiones, pero cuando era atrapado por ella, sabía que tendría que aguantar su reprimenda. Por lo general siempre callaba y dejaba que ella hablara, porque para su desgracia todo lo que le decía era cierto. Pero hoy al estar ahí la mujer que casi hacia suya, no quería quedar como un agachón. Así que agarrando valor camino también al escritorio para confrontarla y demostrarle quien era el que mandaba en esa escuela.

-Espérate tantito, recuerda que aquí yo soy el director y como tal, me debes respeto. Aparte, ¿que son esos modales de no saludar a la madre de uno de nuestros alumnos?- el hombre tratando de sonar lo más serio que podía ya que su respiración aun tenia los estragos de su excitación, giraba la silla donde se había sentado la maestra para que pudiera ver de la madre a la que se refería.

El rostro de la maestra cambio en unos segundos de enojo a asombro al ver a aquella mujer. Mientras que Samantha mantenía su mirada en el suelo con la mente dispersa, intentado poder asimilar lo que había ocurrió hace unos segundos.

-¡Samantha! ¡¿Eres tú?!- la maestra levantándose de su asiento se acercó a la distraída mujer mientras tocaba su brazo haciendo que levantara la mirada del suelo para poder ver de quien se trataba.

-¡¿Maestra Myriam?!- grata fue su sorpresa al mirar que de quien se trataba era aquella maestra que al igual que Rigo, le había impartido clases cuando estudiaba ahí.

-¡Si! ¡Soy yo, muchacha!- diciendo eso, maestra y ex alumna se fundieron en un abrazo mientras los ojos lagañosos de Rigo miraba aquella escena. Y es que él no sabía que Myriam había sido la maestra de Samantha. Sabía que esa maestra ya tenía más de 20 años trabajando ahí, pero dado a que nunca fueron amigos ya que él siempre la acosaba y ella jamás le dio entrada, no sabía muchas cosas de ella tanto laborales ni mucho menos personales.

Myriam quería ponerse a platicar con la que hasta la fecha consideraba su mejor alumna desde que impartía clases. Pero rápidamente recordó en el lugar y el motivo por el que estaba ahí. Recomponiendo su postura y girando su torso hacia la dirección de Rigo, continuo con las preguntas hacia él.

-Entonces, me podría decir porque nuestro brillante director no consiguió el aumento de presupuesto?- en tono sarcástico la mujer cuestionaba las gestiones del hombre, todo esto ante los ojos de Samantha.

-Este… este… jejeje. Digamos que el presupuesto va a tardar en llegar un poco más de lo esperado- Rigo sintiéndose juzgado tan solo se limitaba a sonreír con una risa nerviosa mientras le daba largas a la maestra.

-Es muy raro, ¿no? Eso viene diciendo desde hace mucho tiempo. Pero bien que tiene dinero para remodelar su oficina con cosas caras e irse de vacaciones mientras que la escuela se cae a pedazos- Myriam sin pelos en la lengua y sin importarle que escuchara alguien ajena a los problemas de la escuela como Samantha, continuo con aquel interrogatorio.

-Es que ese era presupuesto exclusivo para el director, maestra jejeje- metiendo uno de sus dedos al cuello de la camisa para dejarlo respirar un poco mejor, el viejo comenzaba a ponerse tenso ante tales acusaciones. Miraba a Samantha quien, aunque no entendía bien que era lo que sucedía, lo miraba con cierta molestia. Pero no era por las tranzas que hacía en la escuela, sino porque su cabeza poco a poco iba disipando aquella neblina lujuriosa y caía en cuenta de que casi iba a sucumbir ante el.

-¡No sea ment…- de forma brusca la maestra fue interrumpida justo cuando en verdad iba a sacar todos los trapitos al sol sobre las tranzas que sabía, había hecho el obeso sujeto desde que había tomado el cargo como director.

-Bueno, bueno vean la hora que es jejeje. Me tengo que ir ya. Tengo una reunión en el sindicato. Me gusto charlar con ambas, pero es hora de marcharme. ¡Adiós!- Rigo a paso veloz y sin dejar de hablar durante su huida para no dejar que aquella docente siguiera con sus comentarios, salió de su oficina y se fue de la escuela mientras su esquelético amigo quien se estaba quitando una que otra rama que se le había pegado lo veía salir de ahí.

-¡Maldito! Siempre me hace lo mismo, me deja con la palabra en la boca- con un visible disgusto en su rostro, maldecía mientras caminaba hacia la puerta y veía que ya no había rastro de Rigo.

Estaba meditando esas cosas, cuando recordó que Samantha estaba ahí. Volteo a mirarla y le causaba cierta preocupación la mirada que tenía, pareciera como si hubiera visto a algún fantasma. Ni si quiera le hacía caso cuando la maestra desde la puerta le decía que salieran de ahí. Así que sin más remedio, ella tuvo que ir por ella lo cual hizo que la casada diera un ligero brinco al sentir como la mano de la maestra la tomaba de su brazo para guiarla fuera de esa oficina. Y es que Samantha continuaba tan metida en esas imágenes que su cerebro poco a poco le mostraba de lo que había hecho hace unos minutos que la comenzaban a atormentar.

-Vente Samantha. Salgamos de aquí. Vamos al salón de maestros para tomarnos un café- sin poder oponerse a la invitación de la mujer, Samantha tal si fuera una muñeca de trapo fue guiada por ella. Ni siquiera se dio cuenta del saludo que el viejo Goyo le mandaba mientras pasaba a unos cuantos metros de él.

-Pinche culona, ni me saludo. ¿Pinche marrano, ¿qué le hiciste a mi funda?- maldiciendo a su obeso amigo pero sin perderle el caminar a Samantha, siguió mirándola hasta que ambas mujeres entraron a aquel salón.

Después de unos minutos en los que Samantha ya un poco más tranquila gracias al té de manzanilla que prefirió ella tomar en vez del café. Escuchaba a su ex maestra sobre las vivencias que habían tenido y le comentaba como ella siempre había sido su alumna más destacada. Samantha podía ver que aunque los años habían cobrado factura en su ex maestra, esta aun mantenía su figura y parte de su belleza aun la conservaba. Y es que para una mujer que ya estaba en las 5 décadas, se conservaba de buena manera. Sus manos y rostro denotaban aquellas arrugas y manchas por su vejez, pero no deja de lucir aun esa viveza que en sus épocas de gloria tuvo, era de complexión delgada pero con una bien marcada silueta en sus caderas que lucía con ese vestido que llevaba puesto, que tenía un cinto, lo que dejaba mas visibles esa parte de su cuerpo. Y aunque prácticamente era nulo su volumen de pecho, lo compensaba con las colosales nalgotas que se cargaba, que incluso rivalizaban con las de Samantha.

Las mujeres tocaron muchos temas tanto profesionales como personales en los que ambas pudieron saber más una de la otra y así poder actualizarse. Pero Samantha fiel a su curiosidad, no pudo evitar preguntar a la maestra sobre esa discusión que había tenido con el director.

Myriam primero pidiéndole disculpas por haber presenciado aquella discusión le comenzó a contar por las carencias que la escuela comenzó a pasar desde que Rigo tomo las riendas. Si bien, la escuela no es que antes viviera en abundancia, si se podía decir que era solvente en los materiales que se necesitaban los maestros para la enseñanza. Pero de un tiempo a la fecha todo eso se había acabado, diciendo Rigo que los fondos habían sido recortados. Cosa que ella no creía ya que había hablado con maestros de otras escuelas públicas y estos le habían informado que a sus escuelas no les habían hecho ese mentado corte. Y de manera paralela a ese recorte, Rigo había comenzado a remodelar su oficina con muebles importados y aparatos electrónicos de alta cálida. Pero dado a que él era el director y ella solo una maestra, sus constantes reclamos no eran escuchados por la Secretaria de Educación.

-¿Porque usted no fue la directora de la escuela?- dándole un ligero sorbo a su te, la mujer le preguntaba mientras veía lo deteriorado que estaba ese salón y haciendo memoria, si había notado que el aula donde estaba su hijo estaba en las mismas condiciones sin mencionar las fachadas de los diferentes edificios donde estaban los demás salones. Aparte, ella sabía que la maestra Myriam era la persona ideal para que se hubiera hecho cargo de la escuela. No entendía como el maestro Rigo había quedado como director.

-Jajaja ay mi niña- con una sincera risa como si le hubieran contado el chiste más gracioso del mundo la maestra le respondía. -Pues esto se maneja como todo en México, con tranzas y compadrazgos. El anterior director me había postulado a mi como su sucesora y todo iba bien, pero de la noche a la mañana el director cambio de idea y puso a Rigo como el director, diciendo que era lo justo ya que era el docente con más años trabajando aquí. Aunque también es el maestro que más indisciplinas tiene. Después de unos años me encontré al ex director en un seminario y ahí fue donde me dijo toda la verdad. Que una noche uno de los lideres del sindicato de maestros le marco por teléfono y le dijo que, si no le daba el cargo a Rigoberto, él se encargaría de congelarlo sin poder cobrar sus cheques de jubilación y taparía a sus hijos para que no pudieran ejercer como maestros ya que ellos también habían estudiado lo mismo que él. Así que viéndose acorralado tuvo que ceder. Yo intente confrontar a Rigoberto, pero sin pruebas me fue difícil el hacer algo- Myriam con un semblante de tristeza le contaba la historia a una sorprendía Samantha que no daba crédito de lo ruin que podría ser aquel hombre que consideraba en sus años de adolescente como un maestro ejemplar.

-Pero entonces ¿porque no se fue a otra escuela? Estoy segura que hubiera tenido posibilidades de haber sido directora- le cuestionaba la decisión a su ex mentora.

-Jajaja que te digo. Soy una romántica empedernida, Samantha. Esta fue la escuela que me abrió sus puertas cuando yo era una jovenzuela que apenas había salido de la Universidad. Le tome mucho cariño y me jure que aquí permanecería toda mi vida profesional sin importar si lo hago como maestra, directora o la conserje. Amo esta escuela y amo a mis alumnos- sus ojos reflejaban completa sinceridad. Ella amaba tanta su profesión que todos los galardones y premios que había recibido por su extraordinaria labor en educar a tantas generaciones de adolescentes, no le llenaban tanto como el recibir una felicitación de los padres de familia o de sus mismos estudiantes que con los años se los había encontrado y veía que ya eran todos unos profesionistas o personas de bien.

Samantha no pudo evitar soltar unas lágrimas de felicidad por tan lindas palabras que había dicho la maestra. Sabía que todo lo que decía era cierto porque tuvo la fortuna de haber sido su alumna y había visto lo apasionada que era a la hora de educarlos. Incluso recuerda aquellas horas que se quedaba después de clases para darle clases extras a sus compañeros que iban más atrasados y no recibía un dinero extra por eso.

-Pero no llores porque me harás chillar a mi también jijiji- Myriam tomando una servilleta de la mesa se limpiaba los ojos ya que podía sentir como unas lágrimas se comenzaban a formar en su lagrimal.

-¡RIIIIING!- el ruido del timbre las saco de aquel bello momento que estaban pasando.

-¡Chin! Ve la hora que es, los muchachos ya saldrán a su recreo. Fue un gusto volver a verte y charlar contigo, Samantha. Pero tengo que ir a calificar unas tareas- levantándose de su silla y la casada secundándola se dirigieron a la puerta mientras continuaban charlando.

-No maestra, el gusto fue mío de poder verla de nuevo y ver que sigue siendo tan extraordinaria maestra. Por cierto, ahí le encargo a mi hijo, se llama Daniel Jauregui Santillán va en primero- ya ambas en la puerta, veían como comenzaban a hacer acto de presencia los primeros alumnos que salían de sus salones.

-Así que Danielito es tu hijo. Por eso es tan inteligente y responsable, salió idéntico a la madre. No tienes de que preocuparte, es un alumno extraordinario, es el número 1 en todas sus clases- con una risa apenada por el parecido de madre e hijo, Samantha le agradecía por ese cumplido. Mientras se sentía orgullosa al escuchar que su hijo era el más aplicado.

Luego de decirse una que otra cosa e intercambiar números telefónicos para estar más en contacto, la maestra de despidió y se fue perdiendo entre la multitud de alumnos que salían a su media hora de descanso. Samantha ya iba con rumbo a la salida ya que esos recuerdos de los que sucedió en la oficina del director de nueva cuenta comenzaban a aparecerse en su cabeza, cuando a lo lejos vio a su hijo que caminaba por detrás de las aulas mientras giraba su cabeza hacia todos lados como si alguien lo estuviera siguiendo. Así que decidió ir con él para ver que le sucedía y despedirse.

Mientras tanto Daniel.

Había salido de su salón para ir directo hacia la tiendita para comprarse algo de desayunar, pero justo en ese momento vio como Brayan y sus amigos venían hacia él. Con el temor recorriendo todo su cuerpo por lo que había sucedido ayer, el chico solo atino a recular y comenzar su huida mientras los demás estudiantes servían como obstáculos para que aquel pandillero y sus amigos no lo alcanzaran. Rápidamente llego justo a la espalda de los salones que se encontraban más al fondo de la escuela donde casi nadie nunca iba. Intuía que tomar ese camino le serviría para caminar más rápido y llegar a la bodega donde su viejo amigo lo podría defender. Pero su sorpresa y suspenso fue mayor cuando giro su cabeza y miro que Brayan ya no se veía. Aunque una parte de el sintió verdadera paz al pensar que se había enfadado de tener que caminar entre tanta gente y prefirió claudicar el intento. Su sexto sentido lo mantenía alerta ya que presentía que algo malo iba a ocurrir y por desgracia tenía razón.

Daniel ya había llegado a la última aula en la que no había ni un alma a la redonda, estaba por girar a la esquina para así llegar a la puerta que lo llevaría directo a la bodega cuando fue rebotado por un cuerpo, haciendo que el chico cayera de nalgas al suelo.

-¡BUUU!- fue lo que dijo Brayan en tono de burla al ver la cara horrorizada del gordito, como si hubiera visto a un fantasma. -¿Acaso intentabas escapar de mí, marrano?- rápidamente cambiando su cara burlesca por una seria se ponía de cuclillas para acerca más su rostro.

-Nononono- dado al pavor que tenía, Daniel comenzó a tartamudear al tener tan de cerca aquella mirada.

-¿Sabes algo, marrano? Hoy no tengo tiempo de juegos. Hace rato que mi mamá salió de la junta me regaño porque el maestro le dio muchas quejas de mí y me dijo que en la casa se las iba a pagar. Así que tengo que liberar mi enojo con mi costal de boxeo favorito. Así que levántate para emparejarte el otro ojo jajaja- haciendo una señal, sus amigos tomaron de los brazos al indefenso puberto y lo levantaron mientras el pataleaba y movía sus brazos intentando liberarse.

-¡NOOO BRAYAN! ¡PORFAVOR NO ME PEGUES! ¡TE LO SUPLICOOO!- con sus ojos vidriosos queriendo llorar por la impotencia de no poder hacer nada. Daniel deseaba que en ese momento le pudieran salir alas y salir volando de ahí para ya no volver jamás. Pero tan solo miraba con pánico como Brayan se ponía de pie mientras se arremangaba la camisa del uniforme para comenzar con su martirio.

-¿De qué hablas, marrano? Si hasta tú me pones de pechito. Mira que venir a la parte más sola de la escuela donde nadie nos ve. Me cae que a ti ya te gusta que te de tus madrazos jajajaja- poniendo su brazo en el hombre de Daniel, en tono burlesco de nueva cuenta, le comentaba lo tonto que había sido al tomar aquella ruta.

Brayan dando otra seña a sus amigos que no dejaban de reír por los hirientes comentarios que le decía al indefenso chico, hizo que lo soltaran dejándolo de pie. Daniel pensó en correr, pero para su desgracia lo tenían acorralado sin ningún lugar a donde ir. Brayan ya estaba quitando su brazo del hombro de Daniel para empezar con su sesión de terapia cuando el grito de una voz femenina lo detuvo.

-¡DANIEEEL! ¡ESPERAME HIJO!- tastabillando por lo complicado que era caminar por aquel camino ya que carecía de cemento y estaba repleto de raíces que sobresalían de la tierra de los diferentes árboles que se encontraban por ahí, sin mencionar la lama que había en el suelo. La casada se fue acercando poco a poco a esa pequeña aglomeración de estudiantes que había a unos metros de ella.

-¡Chin! ¡Es la mamá de este wey! ¡Mejor vámonos!- el grupito se decían entre ellos mientras veían como aquella pelirroja mujer ya estaba cerca e intuían que se meterían en problemas ya que lo más seguro es que Daniel los delataría con ella.

-Aguántense, no sean jotos- Brayan de forma autoritaria los calmaba. -Tu no vas a decir nad…- apenas iba a persuadir a Daniel cuando Brayan pudo ver detrás de uno de sus amigos la melena pelirroja de la mujer.

Pero grande fue su sorpresa y la de sus amigos cuando vieron de cerca a aquella mujer. En su prematura vida jamás habían visto a una mujer tan guapa y atractiva en su vida. Ni las modelos de los videos porno, se comparaban a aquella diosa. Por su parte Samantha, al llegar y mirar como aquellos chicos la veían embelesados, solo se limitó a levantar su mano y hacer una señal de saludo mientras le sonreía a cada uno de ellos.

Aquel grupo de chicos le parecían un grupo normal, pero el que le llamo fuertemente la atención fue el chico que estaba de frente a Daniel. Le daba la impresión de que él era el líder de dicho grupo ya que sin duda alguna era el más guapo de todos. Aunque aún era un puberto, no demostraba el ataque del acné en su rostro como en los demás, su piel era blanca y sus ojos negros con una mirada era penetrante. También veía como tenía un piercing en la ceja izquierda y su cabello lo tenía peinado para arriba con unos rayitos de color amarillo en las puntas. Su complexión era delgada pero no escuálida sino más bien atlética. Tenía unas pulseras de picos y una cadena con una calavera como dije en su cuello. Entre más veía al chico, Samantha más caía en cuenta que ese chico debería de ser uno de esos chicos problemas que nunca faltan en cualquier escuela. Lo cual la alarmo al ver a su hijo junto a él y recordar que ayer le había dicho que había hecho nuevos amigos.

-“¿Acaso ese será su nuevo amigo?”- pensaba con inquietud la mujer. -Mi amor, ¿Qué haces aquí?- pasando entre los chicos que tenía enfrente, la casada se acercó a su hijo mientras lo tomaba de su mejilla.

-Es que…- Daniel aun con el miedo que le había provocado el casi recibir su segunda paliza, le hacía no poder hilar una oración completa y más sabiendo que si decía algo que echara de cabeza a Brayan. Prácticamente estaba firmado su sentencia de muerte.

-Estábamos jugando, doña- al mirar como el obeso chiquillo no podía emitir palabra alguna y con miedo de que aquella hermosa mujer comenzara a sospechar, Brayan rápidamente respondió haciendo que Samantha lo volteara a mirar.

-Pero no jueguen aquí, está muy peligroso. Se pueden caer- con verdadera preocupación por la integridad de ellos, la mujer les recomendaba que evitaran aquel lugar mientras los chicos decían que si tan solo moviendo la cabeza.

-Una disculpa, doña. Es que estábamos jugando a las alcanzadas y su hijo vaya que nos resulta difícil atraparlo todos los días jajaja- en tono irónico y poniendo de nueva cuenta su brazo en el hombro de Daniel, Brayan le respondía a la mujer.

-Entonces ellos son los amigos nuevos que me dijiste que te hiciste ayer y te invitaron a jugar futbol, amor?- volteando a mirar a su hijo y con una ligera intriga, Samantha esperaba expectante la respuesta.

Daniel sintió vergüenza al ver como su madre ventilaba delante de ellos que habían mentido y no les había dicho a sus padres que había sido víctima de una golpiza por el chico que tenía a un lado. Seguro que todos ellos pensaban que era un cobarde por preferir callar aquel maltrato que había recibido ayer. Con la mirada hacia el suelo en señal de sentirse derrotado y viendo que su mentira había terminado, el chico entendía que era hora de contarle la verdad a su madre aceptando las dolorosas consecuencias que estas conllevaban.

-¡SÍ! Esos somos nosotros. Mucho gusto doña- justo antes de que Daniel abriera la boca, Brayan como si le leyera la mente de lo que estaba a punto de decir se adelantó y de la forma más amigable posible le respondió a Samantha. Cosa que dejo asombrando tanto a Daniel como a su grupito que reían entre ellos cuando habían escuchado que el cobarde chico le había dicho a su madre que eran sus amigos.

-¡Oh! Mucho gusto… este… me llamo Samantha y ¿tu?- con un tono de no estar muy convencida con aquella amistad la mujer se presentaba. Total, ya tendría tiempo de charlar con su hijo sobre lo mala influencia que podría ser esa amistad.

-Yo me llamo Brayan- el chico tomando a Daniel del cuello en forma de hacer notar lo buenos amigos que eran, le respondía mientras miraba aquellas colosales montañas de carne que se podían notar en la parte delantera del vestido.

-Mucho gusto. Bueno solo venía a despedirme de ti mi vida. Ya me voy a la casa. Nos vemos al rato. Te amo. ¡Muac!- Samantha volviéndose a dirigir hacia su hijo le daba un beso tronado en la mejilla mientras los demás chiquillos morían de envidia, en especial Brayan ya que él quería ser quien recibiera tan cariñoso beso.

Daniel estaba tan sorprendido por todo lo que había sucedido que ni siquiera había puesto atención a tan vergonzoso acto que había hecho su madre delante de aquellos chicos.

Samantha despidiéndose con un saludo al aire de los demás estudiantes y volviéndoles a reiterar que no jugaran en esos lugares se marchó no si antes regalarles a aquellos pubertos calenturientos un involuntario pero exquisito meneo de caderas.

Después de que aquella pelirroja mujer se perdiera de la vista de aquellos chicos, estos de nueva cuenta centraban su atención en Daniel que de nueva cuenta sentía como el pavor volvía a su cuerpo, presagiando lo que le estaba por pasar.

-¡Ahora si Brayan, pártele su madre jajaja!- los chicos de forma eufórica le decían a su líder que comenzara con golpiza que tenía prepara para ese indefenso chico.

Daniel ya no gritaba ni lloraba, era como aquel preso resignado que esta delante del verdugo que acabara con su vida. Pero en eso sus ojos vieron algo que no entendía.

-¡Vámonos!- dándole la espalda a Daniel y tan solo diciendo eso, se comenzó a alejar del chico mientras sus achichincles veían atónitos la acción.

-Pepe… ro Brayan. ¿No le vas a partir su madre al marrano?- uno de los chicos le pregunto mientras se acercaba a él.

-Si sigues chingando al que le voy a partir su madre es a ti- girando su mirada y mirándolo con enojo le respondía, haciendo que el chico tragara saliva. -Ya les dije que nos vamos- al escuchar aquella orden, los demás chicos se fueron sin protestar mientras dejaban a un confundido Daniel ahí parado.

Nadie entendía el porqué de aquella acción del Brayan. Ni el mismo estaba completamente consciente del porque lo hizo. Tan solo podía pensar en aquella mujer que acababa de ver y sentía como su pene daba señales de vida en sus pantalones. Todo eso lo tenía confundido, al final ya tendría más días para madrearse a ese gordo, pensaba el chico.

Una hora más tarde en la casa Jauregui.

Samantha apenas había entrado a su casa y había comenzado a llorar. La culpa de la casi infidelidad que había estado a nada de consumar la tenían con un cargo de consciencia como jamás antes había tenido. Y es que, aunque con el viejo verdulero había tenido un ligero desliz que no había pasado mas allá de un no tan ingenuo abrazo. Lo que había vivido en aquella oficina había superado cualquier límite de moralidad, prácticamente se le había ofrecido al director de la escuela de su hijo como si fuera una prostituta.

-Soy una estúpida. ¿Con que cara voy a ver a Roberto? El siempre tan bueno y atento conmigo y yo comportándome como una cualquiera. ¡Dios ayúdame por favor!- la mujer recriminándose se ponía a mirar el retrato religioso que tenía pegado a un lado de su cama en búsqueda de alguna señal que pudiera sanar su alma tan dañada.

Tomando su teléfono intento contactarse con su esposo, pero este jamás le contesto ninguna de sus insistentes llamadas. Samantha se sentía sola flotando en medio del mar mientras la peor de las tormentas la azotaba. Mirando desde la cama su reflejo en el espejo, un ataque de ira se apoderaba de ella y es que recordaba que todas esas pecaminosas desgracias habían comenzado desde que había vuelto a vestir de una forma más ligera. Recordaba todas las veces que tanto su madre como Roberto, le habían comentado la forma en que debería de vestir una mujer casada, pero ella fiel a su terquedad intentaba regresar a sus años de gloria. Ahora veía a su cuerpo con odio de nueva cuenta y pensaba que era algo así como la caja de pandora, ya que cada que se destapaba, aunque fuera un poco, algo muy malo ocurría. Sin perder tiempo se quitó el vestido quedando en su erótica lencería que también sin el más mínimo miramiento se despojó de ella, enfundándose en su camisón de dormir y se volvió a acostar en la cama mientras sollozaba de tristeza.

Las horas pasaban y aunque su ánimo le pedía seguir en la cama, veía que ya no tardaría en llegar su hijo y lo que menos quería era el que la viera en ese estado tan lamentable. Así que, tomando fuerzas de lo más profundo de su ser, se levantó y se dirigió al baño. Suponía que la mejor forma de recobrar energías era con un baño. Así que desnudándose le abrió a la regadera y comenzó con aquel baño. Mientras estaba debajo del chorro de agua no pudo evitar comenzar a llorar de nueva cuenta al recordar lo vivido, pero a diferencia de hace rato, ahora no solo recordaba lo que paso en aquella oficina sino también lo vivido con el verdulero, el conserje y con el taxista. En un principio no paraba de recriminarse por todo eso, de cómo se había dejado manosear con aquellos viejos feos que podrían ser sus abuelos. Pero para su sorpresa las lágrimas poco a poco fueron dejando de salir de sus ojos y fue cambiado por un ya familiar calor en su vientre. Y es que entre más recordaba lo viejos y feos que eran esos sujetos, un morbo comenzaba a nacer dentro de ella, uno que le insinuaba lo degradante que sería para ella, una mujer guapa y atractiva el estar con alguien tan feo y viejo. Justo en ese momento su cabeza de nueva cuenta jugándole una mala pasada, le ponía imágenes de los enormes bultos que se les marcaban a esos viejos. Eran cosas que consideraba irreales. Pero al recordar aquella verga babosa que se había tallado contra su hinchada vagina hace unas horas y la había visto en todo su esplendor le confirmaba que si eran reales. Aunque la verga de Rigo era la más pequeña de la de todos esos viejos, su grosor sin duda alguna no le envidia nada a la de los demás.

Sin darse cuenta su calentura se había apoderado de su cuerpo, haciendo que una de sus manos comenzara a masajear sus enormes y duros pechos mientras que su otra mano comenzó a sobar con toda su palma su carnosa vagina.

-¡Aaah! ¡Mmmhhh! ¡Aaaah!- era los gemidos que comenzaban a salir de los labios de Samantha mientras tenía los ojos cerrados y se recordaba a ella abierta de piernas en la oficina de Rigo. Pero con la ligera diferencia que ahora no solo era Rigo quien estaba presente, sino que eran los 4 viejos quienes estaban completamente desnudos mientras se masajeaban sus erectas vergas alrededor de ella.

-Esto mhhh… esta mal aaah… pero… pero… porque mmh… se sienta tan bien ¡AAAH!- la mujer se decía entre jadeos y gemidos mientras continuaba estimulando sus zonas erógenas. Justo fue cuando estaba terminando aquella oración que presa de la calentura introdujo uno de sus dedos en su hambrienta panocha que por instinto aprisiono aquel dedo, provocándole un gran placer a Samantha. Y es que aún no entendía como aquella escena con tan deplorables sujetos la tenían en ese nivel de excitación. Tan solo sabía que entre más se imaginaba a ella abierta de piernas, masajeando su vagina y pechos, mientras ellos la miraban con esos ojos de lujuria y se masturbaban, más caliente se iba poniendo.

Ya no importándole nada y dejándose guiar por las necesidades que en eso momento tenía su cuerpo. Dio rienda suelta a sus deseos mundanos.

-¡Aaah siii! ¡que ricooo! ¡mmmh! ¡Síganme viendo viejos rabo verdes! ¡¿Les gusta como me toco para ustedes?!- desatando sus más bajos instintos, la casada comenzó a exclamar las primeras peladeces que se le venían a su cabeza mientras comenzaba a descender su cuerpo hasta que sus rodillas se apoyaron en el piso, pero sin dejar se dedearse su encharcada panocha y ya pellizcando ligeramente sus erectos pezones. Todo esto mientras seguía con los ojos cerrados imaginando toda esa escena con los viejos.

-¡Si! ¡¡Si!! ¡¡¡Si!!! ¡Miren lo cachonda que me ponen por sus peladeces que me dicen y la forma vulgar en la que me miran! ¡mmmh! ¡aaah que rico siento mi vagina!- mientras más vulgaridades decía, sentía como su cuerpo la premiaba con más placenteras descargas de electricidad que recorrían toda su espina dorsal y hacían que cada poro de su piel se estremeciera.

A lo largo de su vida jamás había sido una mujer practicara habitualmente el masturbarse. Tal vez cuando iba en la secundaria o preparatoria que comenzaba a explorar y descubrir los placeres que su cuerpo le podía regalar fue cuando más exploro ese camino. Pero dada a la poca por no decir nula educación sexual que había tenido de sus padres y a los sermones dominicales en los que el sacerdote de la iglesia les decía que todas esas acciones eran pecados que Dios les cobraría cuando le fueran a rendir cuentas. Hizo que la adolescente en ese entonces se alejara completamente por el miedo de ser juzgada por Dios. De esa forma es que la mujer encontró una salida y fue el sentirse deseada y amada por todos a su alrededor, eso le ayudaba a mitigar esos deseos en la noche. Pero ahora después de varios años de estar casada y estar reprimida, sus hormonas que se encontraban en un profundo letargo, se comenzaron a despertar con aquellas miradas y caricias del verdulero, haciendo que a la postre todas ellas llegaran a su grado más alto de ebullición con las zorradas que había hecho esa mañana, dejándole como única opción el tocarse para mitigar aquel asfixiante pero placentero calor que estaba sintiendo en ese momento.

-¡Sigan…seee tocandose sus enormes pe…nesss! ¡aaahh! ¡¿Que se sentirá tocar esas cosotas?! ¡mmmm… quisiera tocarlas!- en su fantasía los viejos no emitían ni una sola palabra, tan solo se masturbaban de forma desenfrenada mientras veían a Samantha masturbarse y diciendo aquellas guarradas.

Ya sintiendo que algo muy dentro de su vagina se comenzaba a formar, introdujo un segundo dedo y como si estuviera poseída comenzó con un vaivén feroz de sus dedos, entrando y saliendo a gran velocidad de su inundada vagina haciendo que en el baño aparte del ruido de la regadera, sus guarradas y gemidos, se escuchara un ¡chop, chop, chop! por el chapoteo que hacían sus dedos al entrar y salir de su vagina.

-¡Si! ¡¡Si!! ¡¡¡Si!!! ¡Que ri…coooo! ¡Ya vieneee…! ¡Ven… gan… seee conmigooo aamhh mmmhhh ahhhh…!- meneando salvajemente sus caderas como si estuviera montando una de esas mortales vergas y arqueando su espalda al punto que termino cayendo de nalgas en el piso pero con las piernas bien abiertas elevadas sin dejarse de masturbar, abrió los ojos como plato intentando dar un gran grito que quedo ahogado para luego dejar sus ojos en blanco mientras sentía como una gran cantidad de chorros calientes salían de su panocha a la par que en su fantasía, los viejos se corrían y la llenaban de abundante semen caliente en gran parte de su cuerpo. Con cada nueva descarga de nuevos caldos, sentía como su cuerpo se estremecía, sintiendo como su vagina succionaba sus dedos como si se los quisiera devorar. Con las pocas fuerzas que le quedaban retiro sus dedos y se dejó caer en el piso. Su cuerpo había quedado sumamente sensible, sentía cierto dolor cada que el chorro de la regadera golpeaba contra sus pezones que aún permanecían como roca o el chorro tocaba su rojiza vagina. Pero eso no le importaba mucho a la casada, en toda su vida, jamás había llegado a un clímax tan intenso y placentero, dibujándosele una gran sonrisa en su rostro mientras respiraba entre cortadamente.

Después de unos minutos que le sirvieron para recuperar el aliento, Samantha termino de ducharse y comenzó a alistarse para recibir a su hijo. Ya se había cambiado y ahora se encontraba sentada en su tocador acicalándose su cabello. Aunque aún tenía esa tristeza en sus ojos de lo que había pasado en la escuela, aquel baño y sobre todo aquel intimo masaje que se había dado le habían servido para liberar demasiado estrés, ahora la pregunta que rondaba la cabeza de la mujer no era de la casi traición que casi le iba a cometer a su esposo. Sino por qué había fantaseado con aquellos viejos mientras se tocaba y como es que dicha fantasía le había hecho tener el mayor placer sexual en toca su vida. Mientras más pensaba en eso, su rostro más se ruborizaba de la pena al imaginar que tal vez le excitaban los viejos.

-Tu estás loca. Tan solo pensaste en ellos por todo lo vivido con ellos en los últimos días- intentando calmarse y encontrando una respuesta medianamente creíble, la mujer continuó arreglándose.

La tarde continuó de una manera tranquila. Su hijo llego y dado a que no pudo hacer nada de comer, decidió consentirlo encargando unas pizzas para comer ambos mientras veían alguna película o serie que su hijo quisiera ver. Samantha y Daniel se pasaron la tarde viendo la tele, sin que ninguno de los dos tocara el tema de Brayan. Al final Samantha no tenía ánimos de entrar en una discusión con su hijo y Daniel en realidad no tenía nada que decir y más con aquella acción que tuvo aquel chico al no golpearlo.

Sin darse cuenta la noche había llegado y con ello el miedo de nuevo se apoderaba de Samantha al recordar la discusión que había tenido esa mañana con su esposo. Roberto en todo el día no le había devuelto una llamada o enviado algún mensaje. Lo que le dejaba entre ver que el seguía muy molesto con ella y con justa razón pensaba ella ya que lo había contra decido delante de otras personas. Daniel dándole un beso en la mejilla se despidió de ella, diciéndole que ya era noche y se iría a dormir. La mujer saliendo de sus pensamientos, le regreso el beso y lo acompaño a su recamara para luego de dejarlo acostado ella irse a la suya. Ya de nueva cuenta vestida con su camisón se metió a la cama y tomo su libro para ver si con eso se podría tranquilizar y encontrar las palabras perfectas a la hora de que llegara Roberto. Pero justo estaba por abrir su libro cuando escucho que la cerradura de la puerta principal se abrió. Samantha tomando con todas sus fuerzas su libro, comenzó a rezarle a todos los dioses que le ayudaran. En esta ocasión sentía un vacío en su estómago, pero no era placentero como las otras veces, esta vez era un vacío que le provocaba angustia y miedo. Justo en ese momento miro como se abría la puerta del cuarto y entraba su esposo.

-Buenas noches- fue el escueto y gris saludo que el hombre le dijo a su esposa mientras le daba la espalda y comenzaba a desvestirse.

-Bubuenas noches amor. ¿Cómo te fue?- la mujer intentando no soltarse a llorar, le respondió de la forma más dulce posible.

-Bien- fue la constatación fría que recibió de nueva cuenta por parte de él.

Ya no pudiendo contener sus lágrimas de culpa y tristeza la mujer comenzó a disculparse por lo de esa mañana.

-Amor… snif… perdóname por lo de esta mañana no fue… snif… mi intención- Roberto volteando su mirada vio como de los ojos de su esposa rodaban lagrimas mientras continuaba sosteniendo con todas tus fuerzas su libro entre su pecho.

El hombre aun con sus pantalones puestos, pero con su torso bien trabajado al desnudo se arrodillo del lado de la cama del que duerme su esposa y tomando una de sus manos se la beso mientras con un rostro de verdadero arrepentimiento ahora era el quien se disculpaba.

-No tienes por qué pedirme perdón, amor. Aquí el único culpable fui yo y mis celos estúpidos. Tu estabas emocionada de ver a tu profesor de la secundaria y en vez de dejarte charlar cómodamente con él te hice una escenita de celos como si fuéramos unos niños. Te pido una disculpa de corazón, amor- el hombre tomando firmemente la mano de su amada y permaneciendo con una rodilla en el suelo, le pedía disculpas.

-Pepero…- Samantha sin entender la situación y aun con una lagrimas que surcaban sus mejillas lo veía asombrada ya que su esposo era muy raro que tomara esa postura donde él era el que se tuviera que disculpar.

-Estaba muy molesto en la mañana, pero después Conchita mi secretaria me hizo ver lo infantil que me había portado contigo y en la tarde no quise venir a comer con ustedes porque se me caía la cara de vergüenza. Pero en verdad quiero que me perdones, Samantha- Roberto con verdadero arrepentimiento por su comportamiento ahora no solo la tomaba de la mano si no que le daba tenues besos en ella.

-No tengo nada que perdonarte… snif… amor. Yo también tuve parte de culpa por tomar esa postura… snif… pero qué bueno que Conchita intercedió y pudo solucionar el problema. Mañana que la veas le agradeces de mi parte, ¿si?- sonriendo aun con lágrimas en su rostro, la mujer acercaba su rostro al de su esposo para darle un beso.

Después de la reconciliación entre ambos, Roberto termino por desvestirse y ponerse su pijama para meterse en la cama. Ya con la luz apagada y ambos acostados, continuaron una breve conversación.

-Aparte ahorita que venía para la casa, me sentí más estúpido al recordar los celos que me dieron en la mañana. Como le podría tener celos a ese tipo, ni volviendo a nacer podría tener una oportunidad contigo. Ya que tú eres la mujer más hermosa de este mundo y el… mejor dejémoslo así jajaja ¡Muac!- mientras reía, con su brazo atrajo a su amada esposa hacia el para darle unos besos en su frente.

Samantha sintiendo un frio que recorría todo su cuerpo al escuchar esas palabras. Tan solo le hacían recordar lo vivido esa mañana, haciéndole sentir como si unas dagas atravesaran su corazón. Porque para mala sorpresa de su esposo, ella estuvo nada de haberse entregado a ese inferior hombre. Pensaba la mujer mientras se hacía bolita e intentaba meter su rostro entre la cobija por miedo de ser juzgada.

Manteniéndose en silencio sin responderle a su esposo mientras el reía, ella se limitó solo a voltearse dándole la espalda. El cargo de consciencia de a poco volvía a ella y sabía que no tenía nada que decir si es que no quería perder a su esposo. Roberto al sentir la postura que había tomado su esposa, intuyo que se había molestado por hablar mal de ese sujeto que resultaba ser un amigo. Así que intentando no arruinar aquel momento en que ambos se habían reconciliado tan solo le dijo que mejor ya era hora de dormir, soltando a su esposa. A los minutos la mujer pudo escuchar los leves ronquidos de Roberto lo que le decía que su esposo ya se encontraba en los brazos de Morfeo. Pero ella entre más intentaba cerrar los ojos, las imágenes de aquel obeso tipo encima suyo, restregando su pene contra su intimidad hacían acto de presencia. Hasta que después de unas horas donde el cansancio pudo más, la mujer también cayo rendida.

A la mañana siguiente la mujer escuchaba entre sueños como su esposo le llamaba mientras él ya se encontraba metiéndose a bañar.

-¡Se me hizo tarde!- decía la alarmada mujer mientras de un brinco se levantaba de la cama.

Ella era la primera en levantarse para preparar el almuerzo, pero dado a que ayer no podía conciliar el sueño, le causo factura esas horas en vela. Rápidamente dirigiéndose a la cocina preparo el almuerzo lo más rápido posible. Por fortuna para ella todo salió bien y la familia desayuno como de costumbre mientras Roberto felicitaba a su hijo por lo buenos comentarios que le habían dicho ayer en la junta. Después de almorzar padre e hijo se despidieron de Samantha y se marcharon. A diferencia de los días anteriores, la mujer rápidamente se metió a la casa, sin esperar a su joven admirador. Así que sin perder tiempo se fue a su cuarto y prefirió recuperar esas horas de sueño que había perdido ayer.

Mientras tanto Roberto y Daniel ya se encontraban en la entrada de la escuela y para sorpresa de Roberto, ni el tilico intendente ni el mantecoso director se encontraban ahí. Roberto no prestándole de más importancia se despidió de su hijo y se marchó en su coche mientras Daniel entro a la escuela. El motivo de que ninguno de aquellos sujetos se encontrara ahí es que ambos tenían miedo de que Samantha hubiera contado algo de lo de ayer y el hombre trajeado hubiera ido a darles la golpiza de su vida.

El día paso sin mayores aspavientos para la casada que se entretuvo limpiando la casa y preparando la comida. Hacer el aseo, comer con su familia e irse a dormir. Así fue los demás días hasta que llego el viernes, un día antes de la gran noche.

Ya era pasado mediodía y en la escuela sonaba el timbre notificando que las clases acababan de concluir. Los chicos como es habitual salieron en estampida buscando la libertad. Mientras Daniel con un paso tranquilo era casi de los últimos en salir. El chico iba caminando por la calle mientras iba tomándose un raspado que había comprado afuera de la escuela mientras pensaba en como desde el día que su madre fue a la escuela, Brayan había cambiado con él. Desde ese día no había vuelto a tener contacto con él. Pensaba que tal vez le había tenido miedo a su madre y por eso es que había decidido alejarse. Pero lo desecho rápido esa idea, nadie le podría tener miedo a su madre (solo si se enojaba) ella era un pan de dios. Con su mirada y su sonrisa podría descongelar el tímpano de hielo más gélido que existiera. Sin encontrar una respuesta exacta prefirió dejar de lado todo aquello y continuar con su vida, al final todo volvería a como era antes, pensaba el chico.

Justo en ese momento y para sorpresa de Daniel, Brayan de la nada aparecía y le cortaba su camino. Tan solo que a diferencia de las demás veces que lo había visto, ahora se encontraba solo pero no por eso dejaba de ser alguien intimidante.

-Brayan, ahorita no tengo dinero. Me lo acabo de gastar en mi raspado. Si quieres te lo doy, pero no me pegues- el chico pensando a lo que venía, quiso adelantarse para ver si así podía evitar que le fueran a pegar. Pero tan solo veía que el pandillero se le quedaba viendo sin emitir ninguna palabra. Los segundos pasaban y Daniel sentía que habían pasado horas, temía que en cualquier momento sin avisar tan solo sintiera el mismo golpe. Pero sin más, Brayan comenzó a hablar.

-Le dijiste a tu jefa que éramos compas, ¿no?- apenas Daniel le iba a explicar el motivo cuando de nueva cuenta Brayan comenzó a hablar. -Entonces serás mi compa, pero a escondidas. Ya no te hare nada mientras que tú me ayudes con mis tareas- Daniel ni siquiera había escuchado eso último, con el solo hecho de escuchar que el bullying de la escuela le estaba ofreciendo su amistad no pudo evitar sonreír. -¿Entendiste?- Brayan al mirar que el chico lo veía con una sonrisa estúpida, le pregunto si había escuchado el acuerdo.

-Sisisi, entiendo- el gordito afirmaba apenas medio entendiendo las cosas. Aun pensaba que era el amigo del chico más temido de la escuela y eso lo llenaba de mucha emoción.

-Bueno, me voy. Nos vemos luego marran… ¿Cómo te llamas?- intentando verse educado con su nuevo amigo, el chico intento evitar llamarlo por el apodo denigrante que le había puesto con sus amigos. Quería comenzar de la mejor forma posible aquella nueva amistad.

-¡Daniel! ¡Me llamo Daniel- con un brillo en sus ojos y una sonrisa de oreja a oreja le respondía.

-Bueno. Dani nos vemos luego- dando media vuelta se comenzaba a alejar, pero fue detenido por la voz de su nuevo amigo.

-Si quieres puedes venir mañana a mi casa. Mis papás no estarán y podemos jugar videojuegos mientras comemos pizza- con verdadera alegría le daba la invitación mientras se acercaba a él.

Aunque Brayan tenía otros planes con esa amistad, el escuchar que habría pizza le llamo mucha la atención mientras sentía como sus tripas se alborotaban. La pizza era de sus comidas favoritas, pero por desgracia casi nunca podía comerla por la pobre economía que había en su casa. Así que, al ver aquella oportunidad, no la quiso desperdiciar.

-¡Arre! Mañana te guacho en tu casa entonces. Pásame la dire por whats- sacando ambos su teléfono, intercambiaron números y sin más cada uno se fue por su lado. Daniel muy alegre de por fin tener un amigo y no cualquier amigo, sino el más popular y temido de la escuela. Mientras Brayan se alejaba con una sonrisa maliciosa.

-Tal vez mañana se me haga ver de nuevo a la pelirroja- decía en voz baja mientras le hacia la parada a un microbús y se subía en el.

Daniel llegando a su casa, corrió en búsqueda de su madre para contarle tan buena noticia. Pero se la encontró ocupada en la sala con Doña Carmen viendo los últimos detalles de la salida de mañana. Por lo que su madre no lo pudo atender y prefirió irse a su cuarto en vez de escuchar esa aburrida platica. Suponía que a la hora de la comida aquella señora se habría ido y entonces les podría decir a sus 2 padres juntos la gran noticia que les tenía. Pero para su mala suerte Doña Carmen se quedó a comer para también hablar con Roberto sobre la noche de mañana, haciendo que su padre tampoco le hiciera caso. Después de la comida y ya sin su padre y Doña Carmen, su madre ahora si le pregunto qué era lo que le tenía que decir, pero con un tono de fastidio por averse sentido desplazado tan solo le dijo que nada y se fue a su cuarto. Así termino aquella jornada hasta que llego el tan esperado día para los 4 involucrados.

Samantha se levantó con un mejor humor del normal. Pudo ver que su esposo ya no se encontraba en la cama. Sabía que se había ido mucho más temprano para adelantar algunos documentos que tenía pendientes para salir antes y poder ir con ella al bar. Puso música y se puso a hacer la limpieza de la casa para después preparar el almuerzo para ella y su hijo. El día corría de forma maravillosa para la joven casada. Hasta que en la tarde cuando estaba arreglando la ropa que se pondría, escucho que sonaba su celular y se dio cuenta que se trataba de su esposo.

-¡Hola, mi amor! Justo me agarraste en la elección de cual vestido me pondré para al rato jijiji- como si se tratara de la primera cita de 2 enamorados, la mujer se acostó en la cama mientras movía sus pies en el aire.

-Este… justo de eso te quería hablar, amor- de fondo se podía escuchar maquinaria pesada y los gritos de varia gente que se podía imaginar eran los albañiles que Roberto tenia a cargo. -Sucedió un percance en la construcción y tuve que venir para solucionarlo. La verdad no creo que vaya a poder llegar a la hora que te había dicho- entre gritos el hombre le decía y es que, con los fuertes sonidos de la maquinaria, apenas y así se podía oír.

-Pero tú me habías dicho que si iríamos…- con un tono de tristeza combinado con enojo la casada le recriminaba. Había estado esperando tanto esa noche pensando que sería especial, que al escuchar aquella mala noticia, tan solo le daban ganas de llorar por la impotencia de que su esposo prefiriera atender su trabajo y no a ella.

Roberto alejándose cada vez más de las obras, prefirió entrar a su coche para así poder escuchar de mejor manera las quejas de su esposa.

-Lo sé, Samantha. Pero entiende que no es mi culpa, hubo un ligero deslave a la hora de estar construyendo el estacionamiento subterráneo y 2 de mis trabajadores resultaron heridos, pero gracias a Dios nada de peligro- el hombre le contaba lo complicado que estaba siendo su día, esperando recibir palabras de ánimo de su querida esposa, pero tan solo recibía todo lo contrario.

-¡Eso no importa! Tú me habías dado tu palabra de que hoy saldríamos y estas rompiendo tu promesa- con voz entre cortada y con ligeros pujidos, Samantha le respondía a su esposo quien se comenzaba a sentir mal por no poderle cumplir a su esposa.

-No llores, amor. Mira, que te parece si te van con Doña Carmen al bar y yo llego allá. Te prometo que cuando me desocupe, me voy directo para el bar- Roberto fiel a no romper sus promesas y mucho menos la promesa que le había hecho a la mujer que más amaba en su vida, rápidamente le encontró una solución a su problema.

Samantha al escuchar aquella propuesta no le convenció del todo ya que ella quería que el estuviera desde el inicio con ella. Pero sabía que aquella idea no era tan mala. Aparte, si había dicho eso, es porque si tenía planeado ir.

-¿Me prometes que si vas a ir?- con voz chiqueada la mujer le preguntaba.

-Jajaja claro que sí. Ahí estaré, chiqueada- recordando su etapa de novios, Roberto sabía que cuando Samantha hacia aquella voz es porque no tenía otra opción más que aceptar fuera cual fuera la petición que quisiera.

Samantha contenta porque su salida seguía en pie, se despidió de su esposo para terminar de arreglar su ropa y para que su amado terminara lo más antes posible aquel percance. Luego de ya tener todo listo le marco a Doña Carmen para contarle lo que había pasado con Roberto y ver si se podía ir con ella al bar. En primera Doña Carmen lamento por los trabajadores que resultaron lastimados y en segunda acepto sin rechistar a la petición de su nena. Quedando en la hora en que pasarían por ella dieron por concluida la llamada. Justo la vieja había acabado de colgar cuando Erasmo salió del baño con una toalla enrollada a la cintura dejando al descubierto su tremenda panza completamente velluda. Al enterarse de la noticia de que Samantha se iría con ellos no pudo evitar ponerse aún más de buen humor. Así que apurando a su pareja a que se metiera a bañar él se comenzó a vestir y ponerse las mejores garras que tenía en su ropero. Quería darle una buena impresión a la pelirroja. Samantha miro el reloj y pudo ver que tan solo tenía hora y media. Así que sin perder más el tiempo se metió al baño.

La mujer era muy meticulosa en su aseo personal, pero en esta ocasión lo fue aún más. Era la primera vez después de mucho tiempo que saldría de noche y quería verse espectacular para su esposo y en parte también para ella misma. Pasando un rastrillo por todo el largo y ancho de sus torneadas y femeninas piernas en búsqueda de algún vello, los cuales prácticamente eran nulos. Luego comenzó a enjabonar su parte íntima y pudo sentir como unos diminutos vellos púbicos hacían su aparición. Aunque sabía que a su esposo no le agradaba que se depilara esa zona, hoy quería sentirse lo más femenina posible, así que tomando de nueva cuenta el rastrillo elimino cualquier evidencia de que ahí alguna vez hubieran existido vellos. Mientras enjabonada cada rincón de su cuerpo, podía sentir que su piel era lisa y sedosa, había erradicado todos aquellos inconvenientes.

Después de poco más de media hora de bañarse, por fin salió de la ducha y tomando la secadora se sentó en su tocador y comenzó a secar su abundante melena roja. Luego de tener su cabello seco, continuo a pintarse su rostro de una forma sobria, ya que ese estilo combinaría con su vestimenta. No se veía igual de sexy que la vez que se maquillo y fue a la casa de Doña Carmen, pero su propia naturaleza hacía que emanara seducción de igual manera. De lencería había optado por otro un bóxer de algodón color blanco completamente y el brasier era del mismo color. Sin perder tiempo en mirarse en el espejo porque ya era tarde, rápidamente tomo su vestido y se lo puso. Era un vestido que le llegaba a media pantorrilla de color blanco con vivos en negro. Tenía un discreto escote y le llegaba debajo de los hombros. Justo estaba poniéndose unas zapatillas cuando escucho que su hijo desde la planta baja le llamaba.

-¡Mamá ya llego Doña Carmen por ti!- y en efecto. La mujer puntual a la cita ya se encontraba en la banqueta junto a Erasmo. Pero la mujer llevaba consigo una bolsa de plástico.

-“Chin ya llegaron y yo aun no estoy lista”- pensaba la casada mientras se apresuraba a terminar de ponerse las zapatillas. -¡Dile que ya ahorita bajo!- gritándole a su hijo, Samantha terminaba de ponerse las zapatillas y ahora tan solo se miraba en el espejo en búsqueda que su maquillaje y peinado continuaran intactos.

-Mijo, voy pasar. Le tengo un regalo a tu mami aquí- señalando a la bolsa la mujer le decía a Daniel quien, sin darle mucha importancia a la bolsa, dejo pasar a la mujer mientras el continuaban mensajeándose con su nuevo amigo para ver a que horas llegaría.

Doña Carmen como si estuviera en su casa, a paso veloz se dirigió a la recamara principal y sin tocar se metió mirando a su querida “hija” sentada en su tocador. Lo cual le trajo unos recuerdos de cuando su difunta madre también pasaba horas en su tocador cepillando su rojizo cabello mientras ella acostada en la cama la veía y platicaban sobre los chismes de la colonia.

-Tu siempre tan chula, mija- fue lo que le dijo la señora mientras se acercaba a ella.

-Hola Doña Carmen. Disculpe por aun no estar lista, es que se me vino el tiempo encima. Pero ya solo me ando dando unos pequeños retoques. ¡Muac!- abrazando y dándose ambas un beso en la mejilla, se disculpa por su retraso mientras de nueva cuenta le daba la espalda y se volvía a pasar un poco de polvo por sus mejillas.

-No tienes que pedirme perdón, mi niña. Recuerda que te conozco desde siempre y se cómo volvías loco al pobre de Roberto con lo mucho que lo hacías esperar cuando te arreglabas jajaja- ambas mujeres reían mientras recordaban la cara tortuosa de Roberto siempre sentado en la sala por horas mientras Samantha se arreglaba. -Quise llegar a la mera hora porque te tengo un rega…- la señora ni termino la oración al prestarle atención al vestido que llevaba puesto su hija putativa. -A ver, ¿qué es eso que llevas puesto?- con una mirada de disgusto le preguntaba mientras la miraba de arriba abajo.

-Ay que tiene mi vestido jijiji. ¿No cree que es bueno para la ocasión?- modelándole su vestido, Samantha le preguntaba mientras veía la cara de negación de la señora.

-Ya te dije la otra vez que dejes de vestirte como señora. Mírame a mi- la mujer ahora era quien le modelaba. Llevaba un vestido rojo debajo de la rodilla, dejando al descubierto sus piernas cazcorvas. Tenía un escote ligeramente pronunciado, dejando ver parte de esos caídos y pequeños pechos. Mientras que, por lo gorda, parecía más bien una piñata la pobre señora. En sus pies llevaba unas zapatillas ortopédicas y la cereza del pastel era su maquillaje, si alguien en la calle la confundía con un payasito que va a una fiesta infantil no se debería de sentir equivocado. Prácticamente se había empanizado el rostro con colores muy llamativos que no le ayudaban en nada. Pero Samantha al tenerle gran cariño, la veía con ojos de amor y aunque si le parecía un tanto excesiva su vestimenta, también sabía que a ella siempre le había gustado vestir así.

-Si se ve muy guapa, Doña Carmen- con autentica sinceridad la elogiaba. -De seguro quiere conquistar unos cuantos corazones hoy jijiji- con cierto toque de coquetería la mujer le insinuaba dicho comentario mientras reían juntas.

-Gracias mija. Pero no, hoy voy con mi hombre. Tal vez, luego solo salimos nosotras y entonces si conquistamos a unos cuantos jajaja- ambas mujeres riendo por aquellos comentarios adúlteros, seguían su charla. -Por cierto, sabiendo lo mojigata que te volviste, sabía que te vestirías justo como estas ahorita. Por eso es que te traje ese regalo, mija- estirando su mano con la bolsa de plástico, se la entregaba a Samantha. Que al abrirla se quedaba asombrada por lo que había dentro.

-¡Wow! ¿En verdad son esos?- metiendo una mano, mostraba lo que había dentro. Eran los 2 vestidos que había visto en el local, pero no se había atrevido a comprar, aunque le habían gustado. -No se lo puedo aceptar, Doña Carmen. Son parte de su negocio y no está bien que lo ande regalando- metiendo ambos vestidos a la bolsa, intentaba regresárselos pero recibía una negativa de la señora.

-Tonterías, Samantita. Este es un regalo que te quiero dar. ¿Acaso una madre no le puedo dar un regalo a su hija? ¡Chihuahua!- con un tono de molestia falsa, Doña Carmen cruzaba sus manos dejando a Samantha con la mano extendida.

-Bueno eso si jijiji. Muchísimas gracias en verdad. ¡Muac!- acercándose a la chaparra mujer, Samantha la abrazaba y le plantaba otro beso pero ahora en su arrugada frente, haciendo feliz a la señora.

-De nada mija. Pero volviendo a los vestidos. Considero que el blanco hoy es el indicado para que haga su debut- quitándole la bolsa, sacaba el vestido y se lo ponía por encima mientras con una señal de sus dedos le daba el visto bueno.

-Si me gustaría. Pero a Roberto no le gustara verme con ese vestido puesto porque es muy chiquito- aunque se moría de ganas por medírselo y salir con él al bar. Sabía que el usarlo solo le ocasionaría muchos problemas con Roberto y no quería que se estropeara esa noche por su culpa.

-Tu déjame a Roberto. Si te dice algo yo lo calmo. O dime, ¿no te gustaría usarlo?- agachando la mirada por pena, tan solo movía la cabeza de forma afirmativa. -¿Ya ves? Póntelo y si no te sientes cómoda pues te pones ese vestido que traes puesto ahorita. Te dejo para que te lo midas. Te espero aquí afuera- dándose la media vuelta la mujer salió del cuarto sin dejar que la pelirroja mujer pudiera decir algo más.

Mordiéndose el labio inferior de nervios, rápidamente se quitó el vestido que traía y en un santiamén ya traía puesto el nuevo vestido. Antes de avisarle a la mujer que estaba afuera, Samantha se fue a mirar al espejo y veía lo bien que le queda el vestido de la cintura para abajo se pegaba de manera perfecta a su cuerpo, pero aunque en un principio pensaba que este le llegaría a media pierna, la verdad era que le quedaba un poco más arriba por sus proporciones mientras que de la parte trasera, pareciera que estaba a punto de estallar ya que el pobre vestido se expandía lo más que podía para poder albergar aquel par de enormes y jugosas nalgas, dejando visible el contorno de su bóxer por lo ceñido que le quedaba. Mientras que en la parte superior el escote V dejaba prácticamente al descubierto su brasier mientras se giraba para verlo de atrás y de igual forma al tener toda su espalda al descubierto, su brasier quedaba completamente visible. Lo que a su criterio no se veía muy estético. Pero para su gusto, sus pechos llenaban de gran manera ese sugerente escote, haciendo que se dejara de ver holgado y quedara completamente lleno.

-Doña Carmen ya puede entrar- con una tenue voz, le informaba a la viejita que ya entrara para que le diera su visto sobre cómo le quedaba el vestido.

La señora al entrar quedo fascinada y orgullosa por lo que veían su viejos y cansados ojos. Le quedaba aún mejor de lo que había imaginado. Con una gran sonrisa en su rostro y comenzando a aplaudir le daba el visto bueno sobre cómo le quedaba. Aunque había algo que no le agradaba del todo.

-Se te ves precioso, mi amor. Pero date una vuelta para verte mejor- Samantha haciéndole caso, comenzó a darse una vuelta lenta mientras agachaba la mirada aun con algo de pena. -Espérate ahí- la señora deteniendo la vuelta, se acercó a la casada que se encontraba dándole la espalda.

Sin avisarle, con sus manos desabrocho el brasier y se lo quito antes de que pudiera reaccionar Samantha. Sintiéndose desnuda por aquella acción, llevando sus manos a sus melones que aún permanecían adentro del vestido mientras que volteaba su rostro completamente colorado para cuestionarle tal acción.

-Pero porque hizo eso?- Samantha girando completamente su cuerpo hacia la señora le preguntaba pero no en un tono molesto, sino más bien con una mueca burlona.

-Ay mija, se te veía horrible el brasier así todo salido. Este tipo de vestidos todos destapados es para que tengas a las niñas libre- sin ningún tipo de pudor, la señora se tomaba sus aguados pechos. -A ver, quítate las manos para ver cómo se te ve- pareciendo una orden, la señora le decía.

Samantha concordaba con Doña Carmen en eso de que el brasier de plano no le iba con el diseño del vestido. Pero por su cabeza no había cruzado la idea de quitárselo. Aunque girando su mirada hacia atrás, podía ver en el reflejo del espejo lo bien que se veía su espalda desnuda ya sin el brasier. Haciéndole caso a la mujer, lentamente fue bajando sus manos hasta que dejo visible la parte superior del vestido. Grande fue la sorpresa de la señora al ver lo perfecto que se veía. Pareciera como si la casada llevara un brasier invisible ya que sus pechos se mantenían completamente erguidos. Incluso le parecía a la señora que el haberlos liberado de su prisión los había vuelto más grandes. El ver aquellos enormes globos de carnes mantenerse estoicos era como una burla para la gravedad que no tenía ningún efecto en ellos.

-Mírate en el espejo y dime si te gusta cómo te ves o no- la señora mirando que en todo ese momento la casada tenía su mirada hacia un lado, le pidió que ahora fuera ella la que viera lo bien que se le veía el vestido.

Samantha sin responder de nueva cuenta giro para mirarse en el espejo y al igual que Doña Carmen quedo fascinada por la vista que tenia de su propio cuerpo. Una sonrisa de orgullo inundaba su rostro mientras una de sus manos de posaba a un lado de uno de sus pechos.

-Entonces si te gusto, ¿verdad?- Doña Carmen sacándola de sus pensamientos le pedía una respuesta aunque por su rostro de felicidad ya lo tenía claro.

-Si…- fue la respuesta en susurro que dio la mujer mientras volteaba su mirada hacia la señora.

-Pues no se diga más. Ese vestido te llevaras hoy. Aunque también deberías ponerte una tanga o algún calzón más chiquito porque esa carpa de circo que llevas puesta se te marca toda. También date una manita de gato, mi vida. Píntate mejor, así como el día que fuiste mi local. Y por Roberto no te preocupes, yo me encargo de él. Te voy a esperar abajo. Apúrate- pareciendo tarabilla, la mujer no dejaba de darle órdenes a la casada mientras salía del cuarto sin dejarla hablar de nueva cuenta. Pero de manera obediente se puso a hacer al pie de la letra todo lo que le dijo. Empezando por quitarse su bóxer y ahora sacando una pequeña tanga de hilo dental de color blanca, que al mirarse en el espejo apenas y eran ligeramente visibles los hilos de los costados. Luego fue a su armario para sacar de lo más profundo unas zapatillas rojas de tacón alto y por último se volvió a maquillar mientras sonreía.

Mientras abajo, Erasmo ya se encontraba en la sala viendo un partido de futbol mientras esperaban a que bajara Samantha. El viejo era alguien muy desperado, pero dado de que se trataba de Samantha, el viejo era capaz de esperar una eternidad si fuera necesario.

-Jejeje pinches arrimados del frustra azul, se los andan chingando los chiqui tigres jejeje. Me cae de a madres que como Papá América no hay 2. No por nada somos el rey de copas y el rey de las remontadas. ¡Ódienos más, perros!- como típico americanista promedio de primaria trunca el viejo habla solo mientras veía el partido.

Después de poco más de media, Doña Carmen que se encontraba con Daniel en las escaleras platicando. Escucharon como la puerta del cuarto de Samantha se abría y comenzaban a escucharse los tacones de sus zapatillas bajar por las escaleras. Ambos quedaron con la boca abierta al ver el a aquella irreconocible mujer.

-¿Que les pasa? Parece que vieron a un fantasma jijiji- la pelirroja mujer en tono de burla les preguntaba mientras movía sus brazos y manos hacia los lados mientras hacia una mueca como si de un monstruo se tratara.

-Te ves… preciosa mamá- fue lo que Daniel apenas y pudo articular al ver a su madre. Era la primera vez que la veía vestida y maquillada así desde que tenía uso de razón, pero sin duda alguna había quedado asombrado para bien.

-Tu siempre tan lindo mi vida. ¡Muac!- propinándole un beso en su mejilla por tan lindas palabras, la mujer le dejaba marcados sus labios en su mejilla.

-Bueno, ya vámonos Doña Carmen- reanudando su caminar, la casada tomo del brazo a la viejita que no podía emitir aun palabra por lo hermosa que se veía su niña.

-“Es la viva imagen de ti, Victoria”- mirando hacia arriba, la mujer decía en sus pensamientos mientras recordaba a su gran amiga.

Fue en eso que Erasmo escucho el ruido de unos tacones acercándose hasta que estos se detuvieron y escucho en la entrada de la sala la voz de Samantha que le llamaba.

-¡Oiga! Ya vámonos- con un tono de impaciencia la mujer le decía al viejo quien había quedado paralizado por aquella imagen que tenía delante de sus ojos.

Subiendo y bajando la mirada por todo el cuerpo de Samantha, sentía como su lengua se trababa y su corazón bombeaba sangre como loco, llevando la mayor cantidad hacia su verga. Apenas pudiendo emitir de su boca un.

-¡¡¡Wow!!!

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