Después de nuestra extraña noche con Rebeca, las cosas se volvieron bastante extrañas. Era inevitable vernos y hablarnos, pues vivíamos juntos. Pero cada vez que lo hacíamos se sentía la tensión e incomodidad. Ese ambiente duró poco más que un par de semanas. Afortunadamente todo el tiempo que llevamos siendo amigos, además de las clases de baile que impartíamos juntos, ayudaron a que poco a poco las cosas se fueran relajando. Pero era claro que algo había cambiado.
Para comenzar Rebeca ya no pasaba tanto de su tiempo libre en nuestra casa. Por el contrario, siempre buscaba alguna excusa o algo que hacer para salir. Y cuando estaba, sobre todo cuando estábamos en la misma habitación, se le veía ansiosa y nerviosa. Incluso cuando dábamos clase, evitaba realizar conmigo las demostraciones de los pasos de bailes, a menos que fuera estrictamente necesario.
Hubo una ocasión, justo una semana después de nuestro encuentro sexual, en la que estábamos dictando una clase a un grupo de turistas. Nos habían pedido enseñarles a bailar específicamente bachata. Para los que no lo sepan, o apenas hayan escuchado algo sobre este ritmo. La bachata es un baile muy sensual, que, para bailarlo bien, es necesario tener una conexión muy fuerte con la pareja. O, en su defecto, sentir atracción sexual por el o ella. Por esta razón, durante esa clase, se sintió claramente la incomodidad de Rebeca al evitar realizar los ejemplos conmigo. Pero llegó un momento en que no pudo hacerlo más.
Necesitábamos explicar un paso en el que la pareja realiza una especie de ondulaciones con sus cuerpos desde la cabeza hacia las piernas. Pero para poder hacer este paso, es necesario que ambos estén muy juntos, con el hombre tomando con una mano la cintura de la mujer, y la otra puesta sobre su espalda. Mientras que la mujer rodea el cuello de su pareja. Ambos muy pegados en la zona de la cintura y la pelvis.
Cuando nos acercamos para realizar la explicación, sentía con mucha claridad la incomodidad de Rebeca. Tanta, que en ningún momento hicimos contacto visual. Y acabamos lo antes posible. Escenas fueron abundantes durante las siguientes semanas. Hasta que una tarde me cansé y decidí hablar con ella.
Tuve que esperar que Rebeca regresara después de una de sus salidas con excusas tontas. Cuando la oí entrar por la puerta la intercepté cuando se apresuraba a entrar en su habitación.
Yo: Qué hay Reb?
Rebeca: Hola
Su respuesta era cortante. Una simple formalidad.
Yo: Reb, podemos hablar?
Rebeca: Hablar? Paso algo? Cancelaron la clase de mañana?
Yo: No. Eso está bien. No es nada de las clases.
Rebeca : Entonces?
Ella se había movido hasta la puerta de su habitación y la había abierto. Hablaba con su cuerpo a medio entrar por la puerta.
Yo: Tenemos que hablar de lo que pasó. De lo de la otra…
Rebeca: Ya te dije que no pasó nada -me interrumpió.
Yo: Pues si pasó. O al menos así parece por tu actitud.
Apenas en ese momento ella levantó la vista y me miro a los ojos. No recordaba cuando había sido la última vez que me había visto a los ojos. Pero si dijera que fue mientras teníamos sexo, cuando ella estaba encima de mí, cabalgando mi polla, tal vez no me equivocaría.
Rebeca: Lo sien…
Yo: Yo entiendo que puede ser incomodo -la interrumpí yo esta vez- Se que puede que las cosas se sientan raras después de lo que hicimos. Pero son más raras si no lo hablamos. Somos adultos ¿no? Pues hablemos como adultos.
Ella no dijo nada, solo se quedó en silencio mirándome
Yo: Vamos. Hemos sido amigos por 10 años. Creo que me has visto hacer cosas peores que lo que pasó esa noche. Además, si crees que verte desnuda, va a cambiar mi imagen que tengo de ti, estás muy mal. Recuerda que fui yo quien te encontró toda bañada en vómito después del cumpleaños de Emilia en el 2014. Créeme, después de verte así no puedo verte de otra manera.
Rebeca: eres un pendejo -dijo soltando una pequeña risa.
Yo: eso es, así me gusta, que me insultes y me trates como tu hermano con deficiencia mental.
Rebeca: Lo siento. Puede que si tuviera algo de resaca moral después de esa noche. Se me hizo difícil procesarlo.
Yo: Lo se. Pero ya lo dijiste tu. Habíamos bebido, teníamos mucho tiempo de sequía sexual, y simplemente nos dejamos llevar. Además es normal que quedaras enamorada después de descubrir mis capacidades.
Rebeca: ¡Cállate idiota! Ni que hubieras sido tan bueno.
Yo: ¡Auch! Eso sí que hirió mi ego masculino -dije riéndome, muestran me presionaba el pecho con mi mano derecha fungiendo que me dolía.- Esperaba que fueras algo más suave conmigo. ¿Eso significa que no vamos a repetir?
Rebeca: ni que tuvieras tanta suerte. Mejores palos he rechazado. Además creo que después de mañana, ya no estaré de sequía.
En ese momento todo el buen humor que tenía por estar arreglando las cosas con mi amiga desapareció de golpe.
Yo: ¿Qué?
Rebeca: Si. Lo que pasa es que la otra noche que salí a buscar los víveres. Mientras regresaba me encontré con Santiago. ¿Lo recuerdas?
Yo: Claro, él y su hermano manejan la oficina de turismo -dije en tono seco. Ahora el cortante era yo.
Rebeca: Si, él. Pues me presentó a su primo. Rubén. Los va a ayudar con la oficina un tiempo. No te quiero dar muchos detalles pero solo voy a decir que es metro ochenta y nueve de sabrosura latina.
No era la primera vez que mi amiga me hablaba de esa manera sobre alguna conquista. Pero en ese momento lo sentí como un balazo de agua fría. No es que Rebeca me gustara como pareja. Pero si sentía celos, y de los fuertes.
Rebeca: Y pues bueno -continuó- me invitó a salir. Esta tarde nos encontramos y me dijo que quería ir a bailar conmigo. Así que quedamos en ir mañana por la noche. Bueno, tarde-noche en realidad. No sabía como pedirte que te encargues tu solo de las clases de mañana. ¿Puedes?
Por un momento se me ocurrió decirle que no. No me gustaba nada que fuera a salir con ese tipo. Pero después de todo lo que había pasado entre nosotros. Hacerlo, le daría más razones para continuar con la actitud de las últimas semanas. Así que acepté. Ella me agradeció y entro en su cuarto, cerrando la puerta tras ella. Y dando por acabada la conversación.
El siguiente día fue horrendo, a pesar de que las cosas con Rebeca volvían a ser mas o menos normales. Desayunamos juntos, y salimos a dar una vuelta por el pueblo, mientras conversamos de nada en específico. Pero durante todo ese tiempo yo no podía quitarme de la cabeza lo que Rebeca me había dicho la noche anterior. Saldría con ese tal Rubén, y seguramente terminarían la noche en su casa. O lo que era aún peor, en la cama de Rebeca. Lo que significaría que yo podría escuchar toda la noche lo que hicieran juntos. Esa idea me torturaba.
Después del almuerzo Rebeca fue a su habitación para arreglarse, mientras yo me quedaba en nuestro salón para preparar las cosas para la clase de esa tarde. A eso de las 6 pm Rebeca salió de su habitación. Se veía despampanante. Llevaba un vestido veraniego color rojo oscuro con motivo de puntos pequeños blancos. Era bastante holgado, exceptuando por la cintura, en la que se ceñía al cuerpo. Su escote en V y la espalda descubierta dejaban ver su blanca y nacarada piel. Se había soltado y alisado el cabello. Peinándolo para que la cascada de cabello castaño cayera sobre su hombro derecho. Y la cereza sobre el pastel, eran sus labios, que había pintado de un color rojo igual al de su vestido. Estaba hermosa, y todos los estudiantes que estaban en el salón esperando que comenzara la clase se lo comentaron.
Rebeca: ¿Y tu, que dices Mateo? -Me preguntó acercándose.
Yo: Concuerdo con todos, te ves muy bien
Justo en ese momento se escuchó el motor de una motocicleta justo frente a nuestra casa.
Rebeca: eso espero, porque creo que ya llegó Rubén. Y no creo que tenga tiempo de cambiarme.
Yo: ¿Te vino a ver en una moto?
Rebeca: supongo. Nunca lo he visto en auto.
Yo: ¿Y te vas a montar? ¿Así?
Rebeca: No sería la primera vez que me subo en una, vistiendo una falda. -mientras decía eso el timbre sonó- Bueno creo que me voy. No me esperes. Mañana te cuento todo. Mucha suerte.
Yo: Cuídate…
Sin ponerme atención se dirigió a la puerta. La abrió y salió.
Debo decir que la clase de esa tarde no fue la mejor que he dado en mi vida. Estaba muy distraído. Y me costaba mucho seguirle el hilo a los pasos que trataba de enseñar. Por esa razón la terminé antes de lo normal, y cuando todos se fueron, me encerré en mi habitación a ver algo en la televisión. Tratando de distraerme. Evitando pensar en lo que podrían estar haciendo Rubén y Rebeca en ese momento. Y fallando miserablemente en ambas cosas. Después de un par de horas, a las casadas supongo, terminé dormido.
Me despertó el ruido de la puerta al abrirse. Seguido por unos golpes y rechinidos se los muebles del salón al moverse. Maldije en silencio al pensar que había tenido razón y que ahora tendría que escuchar toda la madrigada los sonidos de sexo de mi amiga con ese tipo. Pero cuando tomé el celular me di cuenta que era temprano, apenas eran las 9pm. Lo que significaba que apenas llevaba unos 20 minutos dormido. Y, aun más importante, que no se habían demorado nada en regresar. Supuse que ambos debían estar muy cachondos y no querían perder el tiempo.
Inconscientemente agudicé el oído. Aunque no quería, me daba mucho morbo escuchar lo que hacían. Pero me di cuenta que había demasiado silencio. Incluso para una pareja que intentara no hacer ruido. Me levanté, y me acerqué a la puerta para intentar escuchar mejor. Nada.
Salí de mi habitación despacio y en silencio para evitar arruinar el juego previo, por si me equivocaba. Al asomarme al salón encontré a Rebeca sentada sobre el sillón, abrazada las rodillas y con la cara hundida en ellas.
Yo: ¿Reb? -me acerqué cautelosamente- ¿estás bien?
Rebeca: Si -respondió- Bueno, no. Ya ni siquiera lo se.
Yo: ¿pasó algo? ¿Dónde está tu sabrosura latina de metro ochenta y nueve?
Rebeca: No lo sé. La última vez que lo vi estaba camino al baño de hombre de la discoteca.
Yo: Vas a tener que explicarme porque no entiendo un carajo.
Rebeca: El tipo es un patán -dijo explotando. Al fin levantó la cabeza y pude ver como el rímel de sus ojos estaba corrido. Había llorado- Ni bien llegamos a la discoteca me pidió el trago más fuerte. Ni siquiera me preguntó qué quería. Solo lo ordenó. Quería emborracharme. Y cuando se dio cuenta que no estaba bebiendo se sacó a bailar. Si a eso se le puede llamar bailar. Lo único que hacía era frotarse y restregarse contra mi. Y cuando creía que nadie estaba viendo, Intentaba levantarme la falda.
Yo: Pedazo de idiota -dije sinceramente enojado.
Rebeca: Y eso no es todo. Creo que creyó que le estaba funcionando, porque finalmente se acercó y me habló al oído. Me dijo «mira lo que tengo para ti». Tomó mi mano y la llevo a su paquete. Estaba excitado. No espero a que yo le respondiera de ninguna manera. Simplemente dijo «te espero en el baño» y se fue. Yo también lo hice. Pero me fui de ahí. Pedí un taxi y vine a casa.
Yo: mierda Reb, lo lamento.
Rebeca: Lo peor de todo es que yo si quería coger. ¡Mierda! ¡Me muero de ganas de coger! Incluso toda esa mierda me tenía muy excitada. Pero tampoco le iba a aceptar. No sé qué clase de zorra cree que soy. Apenas nos conocemos.
Para ese punto ya no decía nada. Sabía que mi amiga no necesitaba consejos, y tampoco apoyo. Solo necesitaba desahogarse.
Rebeca: Me siento sucia. Caliente, pero sucia. Es verdad que a veces me gusta sentirme una puta. Pero no me gusta que los demás me vean como una. Carajo. Necesito una ducha.
Sin esperar respuesta o palabra de mi parte, se levantó del sofá y fue hacía el baño. Cerró la puerta de un golpe. Yo me quedé por un rato en el salón, tratando de procesar todo eso. Me sentía sumamente enojado con ese idiota, y por atreverse a hacerle eso a mi amiga. Pero a la vez estaba aliviado. Los celos que había sentido hasta entonces habían desaparecido. Con esa mezcla se sentimientos decidí regresar a la cama. Ya mañana se me ocurriría mejor que hacer con respecto a ese idiota, y también pensaría en como subir el animó de Rebeca.
Al pasar frente a la puerta del baño, me detuve al escuchar un ruido al otro lado. Sonaban como sollozos. Mi amiga estaba llorando. Abrí la puerta despacio para no asustarla. Y metí la cabeza por el espació que había dejado. Puede ver a Rebeca, aun vestida, sentada sobre la tapa del excusado. Pero no estaba llorando. Se estaba masturbando. La imagen que tenía frente a mi era terriblemente excitante.
Rebeca estaba sentada sobre la tapa del excusado, con su espalda apoyada sobre el tanque de agua y la cabeza echada hacia tras. Sus cabellos se regaban por los lados de la tapa del tanque. Tenía los ojos cerrados y la boca media abierta por los gemidos que se le escapaban. Aun tenía puesto el vestido, pero estaba levantado. Sus piernas abiertas le daban paso a sus manos que se daban gusto jugando y explorando su intimidad. Con su mano derecha utilizaba las yemas de los dedos para acariciar el clítoris, mientras que con los dedos anular y medio, penetraba en el interior de su vagina.
Me quede petrificado con la visión de lo que tenía frente a mi. No sabía que debía hacer. Si alejarme en silencio y dejarla terminar tranquila en su soledad, o aprovechar el momento y unirme a ella. Por suerte no tuve que tomar esa decisión. Pues en ese momento Rebeca abrió los ojos y me vio directamente.
Rebeca: ¿Te vas a quedar ahí parado toda la noche? -Me pregunto.
Sin responder me acerqué a ella, y sin mediar ni una sola palabra me agaché. Recorriendo la mitad del trayecto hasta la tasa del baño de rodillas. Al llegar a sus pues, tomé su pierna izquierda y la levanté a la atura de mi rostro. Con suaves toques, fui besando sus pies descalzos, y lentamente subiendo por sus fuertes piernas. Pasando mis labios meticulosamente por sus tobillos, sus pantorrillas, sus canillas y rodillas, sus muslos, sus caderas. Hasta finalmente estar frente con frente con su apetecible vagina. Acerqué mi rostro a su entrepierna, y con mis labios acaricié lenta y pausadamente alrededor de sus labios mayores, pero sin tocarlos, sintiendo como se estremecía con cada casi imperceptible ráfaga de aire que salía de mi nariz y se encontraba con su piel desnuda.
Para luego repetir el movimiento pero esta vez utilizando mi lengua, sin parar un solo momento, hasta dejar bien húmedo con mi saliva, cada parte de sus pubis, ingle y entrepierna. El penetrante ahora de su humedad entraba por mi nariz y me embriagaba de deseo y lujuria. Fui invadido por un impulso irracional de cogérmela en ese momento. Sin juegos previos, ni más esperas. Simplemente levantarme, y hundirle hasta el fondo mi tranca. Pero sabía que esta vez debía hacer las cosas de mejor forma. Si quería tenerla, de verdad poseerla, debía complacerla en todos los sentidos. Y sabía clara mente por donde debía comenzar. Al fin y al cabo ya estaba ahí.
Los gemidos de rebeca no se hicieron esperar. Desde el momento en que mis labios y legua tocaron sus labios vaginales pude escuchar como esos gritos se escapaban de su boca. Ataqué sin piedad y sin remordimiento. Movía mis labios mordiendo, presionado y halando los pliegues de carne. Por momentos centraba mi atención completamente en su pequeño botón de placer. Dándole al Clítoris la atención que se merece. Luego sumergía por completo mi rostro entre sus piernas para saborear gustoso cada gota del delicioso néctar que salía de su interior. El placer se fue apoderando de Rebeca por completo. Sus gemidos solo eran interrumpidos por cortas frases destinadas a dirigir mejor mis esfuerzos o para expresar lo bien que se sentía
Rebeca: Si!!! Así!!! No pares!!! Si!!! Más a la derecha!!! Eso!!! Ahora para arriba!!! Mierda!!! Dios!!!
Sus manos revolvían mi cabello y presionaban mi cabeza hacía su vagina. Su Espalda se arqueaba y sus piernas rodeaban mi cuello y hombros. Los espasmos continuaban y el incesante flujo de humedad me mojaba el rostro por completo. Yo continuaba lamiendo, besando y mordiendo.
Rebeca: Espera, Espera -dijo después de un rato.
Alejo mi cabeza de ella y torpemente se giró para quedar apoyada las rodillas sobre la tapa del inodoro y con las manos y la cabeza sobre el tanque. Dejando la erótica imagen de su parte trasera a mi vista. Frente a mi tenía tanto su chorreante vagina como su ano. No me pude controlar mas y me abalancé contra ella. Hundiendo nuevamente mi cara entre sus nalgas.
Con mi lengua recorría desde su clítoris hasta su ano. De vez en cuando usaba mis dedos para ayudarme a estimular ambos orificios alternadamente. Rebeca lo disfrutaba como nunca antes la había visto disfrutar algo. Sus gritos y gemidos eran tan fuertes que estaba seguro que toda la cuadra se había enterado de lo que estábamos haciendo. Pero ninguno se comparaba como el que soltó cuando le llegó el primer orgasmo de la noche. Cuando estaba a punto de correrse, apartó bruscamente mi rostro de sus nalgas, para luego cerrar sus piernas con fuerza, y hundir su cara entre sus brazos. Su espalda estaba arqueada, y temblaba tan violentamente que tuve que sostenerla para no caerse ser excusado.
Cuando terminó mi amiga se encontraba en un estado deplorable. Con su maquillaje corrido, y sus cabellos enmarañados. Su hermoso vestido arrugado y recogido solo cubría un pequeño espacio entre sus pechos y su obligo. Su pubis, ingles y muslos brillaban por la mezcla de fluidos vaginales y saliva.
Yo: Creo que ahora si necesita un baño -Dije mientras me levantaba con dificultad
Rebeca: Creo que si -Dijo riendo. Su voz aún estaba entrecortada por la agitación- ¿Qué haces?
Yo: me quito la ropa. Me voy a meter a la ducha contigo
Rebeca: ¿A si?
Yo: Si. No creas que esto se ha acabado aquí. Te voy a coger hasta que digas basta. Y siempre me ha gustado hacerlo en la ducha.
Rebeca se quedó mirándome con cara de asombro. Aunque en su expresión también se podía distinguir la lujuria. Estaba claro que ella aun no tenía suficiente tampoco. Tomando la iniciativa, se levantó de la taza del baño como pudo y me tomó de la mano. A rastras me llevó dentro de la ducha y abrió la llave de agua con su mano libre. No habían caído aun las primeras gotas de agua sobre su piel, cuando se abalanzó nuevamente sobre mi. Comiéndome la boca y recorriendo cada parte de mi cuerpo con sus manos.
Creo que nunca en mi vida me habían besado de forma tan caliente. El deseo que de Rebeca se desbordaba, y exudaba por cada uno de sus poros. Sus besos eran intensos. Diría que incluso agresivos. Más que pasión o lujuria, lo que demostraba mi amiga era necesidad. Actuaba de la misma manera que lo hubiera hecho un drogadicto al mostrarle un poco de polvo, después de semanas de abstinencia. Su lengua se repasaba meticulosamente cada rincón de la mía. Sus manos alternaban sus caricias entre mi pecho, abdomen, nalgas, y mi verga. Que para ese momento palpitaba intensamente debido a la excitación. Entre todo eso, Rebeca me rodeaba con su pierna izquierda. Restregando contra mi cuerpo su doblemente mojada vagina. Primero por sus jugos y ahora por el agua tibia de la ducha.
Mientras tanto, yo me dejaba hacer. Solo permanecía quieto. Casi petrificado. Fascinado por la idea de ser, al menos en ese momento, el objeto del deseo de mi amiga. Y que ese deseo haya llegado a tales extremos, que prácticamente se estaba follando a si misma, usándome como una herramienta. Y de esa forma. Desesperada y descontrolada. Mi amiga de hacía tantos años. Aquella con la que había compartido tanto. Ahora usaba sus mandos para masturbarme.
Siempre me ha gustado la sensación de ser masturbado por una chica. Dicen que no hay mano como la propia. Pero para mi eso nunca aplicó. De la misma manera que hay personas que tienen fetiches con los pies. Creo que puedo decir que yo siento un fetiche por las manos. Y no hay cosa más excitante para mi, que sentir las manos de una chica en mi polla, Subiendo y bajando. Jugando. Deslizando el prepucio y rozando mi glande con la yema de sus dedos. Pues esto era completamente diferente a eso. Pero a la vez era enormemente estimulante. No había caricias en lo que Rebeca le hacía a mi falo. Era un acto de lujuria pura. Su mano apretaba el tronco de mi pene como si quisiera exprimirlo y el recorrido de adelante a atrás, se asemejaba más a un apuñalamiento que a un acto amatorio.
Me masturbaba con rabia y locura. Y de esa misma forma introdujo mi miembro en su hinchada entrepierna. De una sola estocada. Fue tan repentino que mis gemidos se mezclaron con un grito de sorpresa al sentirme dentro de ella. Por su parte, mi amiga no se detuvo ni por una milésima de segundo. En el momento que mi polla la penetro, comenzó con un arrítmico movimiento de caderas. Ayudándose de sus manos que se habían clavado en mi espalda con las uñas y de su pierna que se enredaba entre las mías como una serpiente. Yo no la follaba a ella. Ella me follaba a mi. De haber sido en otro contexto, podría haber dicho que Rebeca estaba violándome.
Durante todo este tiempo. Rebeca tenía mi cara pegada a mi. Me besaba la boca, el cuello, el pecho. Y no fue Hasta que se alejó por un momento, para poder lanzar un intenso gemido, que pude ver su cara. La cara de una posesa. Rímel corrido enmarcaba sus ojos nublados por completo, con los que me miraban sin mirarme. Su boca, tenían labial embarrado por todas partes, lo que la asemejaba a una bestia que acabara de dar un gran mordisco a su presa y la sangre le manchara las fauces. Su cabello mojado se adhería a la silueta de su cabeza, cuello, hombros y espalda. Era la imagen de una ninfa de leyenda, salida de un lago. No, más bien, era la imagen de un súcubo salido de las pesadillas de un niño, o los sueños húmedos de un adolescente.
En ese momento ya no me pude controlar más. Tenerla así, completamente desatada, era una tentación insoportable. Todo su cuerpo, vibraba y pedía ser cogido, de la forma más salvaje y desenfrenada. Yo no era tan fuerte. Cómo una estatua que estuviera tomando vida. Lentamente me fui acompasando a los movimientos de Rebeca. Complementando el vaivén de sus caderas, con las mías. Respondiendo los rasguños, pellizcos, y agarrones de sus manos con las mías. Devolviendo cada beso, lamida y mordida.
Rebeca: ¡Ahhh!!! -Gritó en una mezcla de placer y dolor cuando atrapé su labio inferior entre mis dientes- ¡Que bruto eres!!!
Yo: ¿Quieres que pare? -Más que una pregunta, era una amenaza.
Rebeca: ¡NO! -suplicó desesperada- Cógeme, muérdeme, destrózame. Hazme lo que te de la puta gana. Estoy burrísima y no creo poder parar.
Eso fue suficiente para que yo dejara a un lado mi rol pasivo, que llevaba hasta ese momento. Ella me había dado carta blanca para hacer con ella lo que quisiera. Y la iba a provechar. Pero debía asegurarme. Con un gesto tosco, la separé de mi, casi arrancando su labio. Le sostuve la cara con ambas manos y la presioné contra la pared de la ducha. El gesto fue fuerte agresivo y dominante. Rebeca detuvo el movimiento de su cadera, y me miró con algo que se parecía mucho al terror.
Yo: No quiero más juegos -le dije sosteniendo su cara y acercando mi rostro al de ella- No quiero que me uses para tener sexo esta noche y mañana te levantes con cargo de conciencia y quieras fingir que nunca pasó.
Rebeca: Yo…
Yo: Tu, nada. -la interrumpí alzando la voz- Si es lo que quieres. Te voy a follar como nunca te han follado. Y mientras lo hacemos te voy a tratar como la puta zorra que eres cuando te entra la calentura. Pero de ahora en adelante, esto será de doble sentido. Tu podrás cogerme cuando te dé la gana, pero yo haré lo mismo.
Durante mi discurso Rebeca solo me miraba. Su miedo me excitaba muchísimo. Y mi actitud dominante a ella también, porque al descuido trató de comenzar el movimiento pélvico nuevamente. Yo la detuve empujando mi polla y presionado sus nalgas mojadas contra la pared. Ella soltó un pequeño gemido.
Yo: Durante el día, seremos igual que siempre, nada cambiará, seguiremos siendo los mejores amigos. Pero en la noche, o mejor dicho, cuando nos dé la gana de tirarnos un buen polvo, tú serás mi perra y yo seré tu consolador marca acme. ¿Quedó claro?
Rebeca: sssiii
Yo: No te escucho
Rebeca: Si
Yo: Si, ¿qué? Maldita sea
Rebeca: ¡SI! ¡Si a todo, mierda! Cómeme de una puta vez.
Callé su respuesta con un beso. Y antes de que pudiera reaccionar, comencé con el bombeo. Esta vez, yo llevaba la batuta. La presioné con intensidad contra la pared abaldosada de la ducha. Lleve mi mano derecha a su garganta y la así con la fuerza justa para tener el control sobre ella, sin hacerle daño. Mi mano izquierda, por su parte, alternaba apretones y pellizcos entre sus senos. Me encantaba sentir la dureza de los pezones de mi amiga. Eran pequeñas gemas oscuras de puro placer. Para ese momento, mis besos no eran, ni por asomo, muestras de cariño, ternura, o incluso deseo. El deseo se había superado ya hacer rato. Eran besos de pura y dura lujuria. Y los besos, que rebeca me daba en respuesta, no se quedaban atrás.
Por un momento dejé de jugar con los pezones de mi amiga. Que al sentir ausencia de mi mano soltó un quejido de protesta dentro de mi boca. Yo no le hice caso, pues necesitaba de mi extremidad para tomar mi miembro, húmedo y pegajoso, por el cóctel de fluidos vaginales, liquido preseminal, agua de la ducha y sudor. Retiré mi polla férrea de su guarida, ganándome una nueva y más larga protesta que fue acompañada de un mordisco en mi labio inferior.
Rebeca: ¿qué haces? Lo quiero adent… Aaaahhhh!!
La protesta de mi amiga fue interrumpida por un grito de pacer cuando sintió como pasaba mi glande por la entrada de su húmeda caverna. Con movimientos de pincel, repasaba con maestría cada pliegue y rincón de los labios mayores y menores. Sentía los temblores y ligeras convulsiones, que Rebeca daba como respuesta, a las caricias que mi miembro genital le daba al suyo. Era algo que no se esperaba para esas alturas del partido. De la misma manera que no se esperaba, que justo cuando estaba estimulando su clítoris con la punta de mi pene, con un rápido movimiento en picada, lo volviera a clavar en su interior.
Rebeca abrió los ojos en una mueca que se debatía entre la sorpresa, el placer y el dolor. Sin embargo la expresión se perdió en milésimas de segundos, puesto que no me entretuve, ni tuve reparos en retomar las embestidas nuevamente.
Mis movimientos, eran constantes, intensos y rítmicos. Cada embestida no solo la empujaba contra la pared sino que también la hacía levantarse unos centímetros del suelo. A veces haciendo que se parara de puntillas, y otras, incluso levantarse por completo del suelo, dando pequeños brinquitos. Con cada estocada sus nalgas chocaban contra las baldosas del baño, sonando como aplausos que siguen el ritmo de una comparsa. Tras un momento en ese ritmo, las piernas de Rebeca empezaron a flaquear, en parte por el cansancio de la mala posición, y en parte por el placer que estaba experimentando. Yo utilice mi mano que no presionaba su cuello, la izquierda, para sostener su muslo derecho. A su vez, ella posó sus manos sobre mis hombros para ayudarse a sostenerse.
No se cuanto tiempo estuvimos cogiendo en esa posición. Solo puedo decir que un par de veces ella trató de acomodarse subiendo su pierna y enroscándola en las mías. Presionado su sexo, aun más fuerte, contra el mío. Y en esas ocasiones, pude sentir ese leve temblor que había aprendido a relacionar con sus orgasmos.
Ella ya había terminado. Dos veces, si contamos con el orgasmo que le di con el sexo oral. Ahora me tocaba a mi. E iba a aprovechar la situación y las nuevas reglas que establecimos para hacer algo que llevaba tiempo deseando hacer.
Sin previo aviso, y sin que Rebeca se lo esperase. Me separé de ella a media penetración. La tomé de los hombros, y con un movimiento brusco y falto de cualquier cuidado, la gire. Mi amiga quedo de espaldas a mi, mirando la pared en la que sus nalgas había estado chocando, y apuntándome con ese hermoso y perfecto culo.
Las nalgas de Rebeca, son de ese tipo que aun siendo grandes, no pierden su forma. Incluso tienen cierto poder contra la gravedad, ya que más allá de un leve rebote, cuando camina, salta o baila, no parece que dicha fuerza de la naturaleza tenga efecto en ellas. Mas de una vez sorprendí a un par de desubicados, por la calle o en discotecas, que se las quedaban mirando, soñando despiertos poder hacer lo que yo estaba a punto de hacer.
Llevé mi mano derecha a mi boca y lamí las yemas de mis dedos medio y anular. Y con ese lubricante natural realicé caricias en una extensa línea recta que abarcaba desde la vulva hasta la entrada del ano. Cada recorrido extendía por toda la zona la humedad de los jugos de mi amiga. Con esos mismos jugos hice un pequeño masaje circular en ano, cerrado y estrecho.
Yo esperaba una negativa, o al menos alguna protesta por parte de mi amiga. Pero en lugar de eso lo que obtuve fueron leves gemidos de gozo, y un movimiento circular con su trasero que me guiaba a donde ella quería sentir mis dedos. Incluso, poco a poco, sacaba su culito haciendo que mis dejos entraran en su estrecha abertura.
Yo: Veo que ya te han dado por el culo -dije susurrándole al oído- Y además te gusta.
Rebeca: hay pendejos que no se conforman con un hueco, y quieren ambos -Dijo entre gemidos- pero cuando los tienen no saben qué hacer.
Yo: crees que yo no sé qué hacer con este lindo culito -dije mientras metía lentamente la punta de mi dedo por su ano.
Rebeca: ¡Aaaayyy!! -gritó, era un grito de puro placer- No, estoy segura que tu si sabes.
Yo: Pues te equivocas. Nunca me han dejado. Pero sé que tú me enseñaras lo que te gusta que te hagan ahí. Pero no ahora. Ahora quiero terminar de cogerte bien.
No había terminado la frase, cuando lentamente incrusté la cabeza de mi verga entre sus nalgas, y lentamente, dejándome resbalar, por toda la lubricación, fui ingresando de nuevo en su vagina. Más húmeda de lo que había estado, si acaso era posible. Retomé las embestidas lentamente. Como el pistón de un motor que vuelve a la marcha después de una fría noche de inactividad. Y con cada uno de mis movimientos Rebeca se inclinaba más hacia adelante, encorvaba más su espalda y presionaba contra mi sus deliciosas nalgas. Hasta que estuvo completamente apoyada con ambas manos contra la pared, y su culo a mi absoluta merced.
Nunca he sabido explicar el efecto que aquella posición tiene sobre mi. Es la postura que más me excita y que más disfruto. Tener a una mujer, de pie, de espaldas a mi. Con sus nalgas apuntándome y sus piernas abiertas, libera algo dentro de mi. Si de por si, suelo descontrolarme cuando la lujuria me invade. En esa postura es como si algo me poseyera. Un demonio de deseo que solo busca una cosa. Follar.
Eso fue exactamente lo que sucedió en ese momento. Las embestidas, que habían comenzado suaves, poco a poco se iban convirtiendo en desenfrenados asaltos a la retaguardia de mi amiga. Mis manos, que otrora había usado para darle placer a mi compañera de departamento, Ahora atenazaban con fuerza sus caderas. Y solo tenían la función de ayudar a que cada penetración sea más y más fuerte. Evidencia de eso eran las marcas rojas que dejaban a los costados de sus caderas. El sonido del agua de la ducha, fue acallado por los golpes que propinaban mis ingles y testículos al chocar contra las nalgas de Rebeca. Yo ya no podía pensar en nada. Lo único que buscaba era el climax que tendría al llenar con mi esperma el útero de mi amiga de tantos años.
De la boca de Rebeca escapaban sonidos que alternaban entre quejidos, jadeos, gemidos, y gritos. Para cualquier persona hubiera sido evidente que ella sufría a la par que gozaba. Para cualquier persona, que no fuera yo, claro está. Pero a pesar del dolor que le estuviera causando. Ella no me detenía. Es más me alentaba.
Rebeca: ¡Siii!!! ¡Por diosss! ¡Sigue, mierda! ¡Sigue! Esto era lo que quería. ¡Que rico!
A mi ya me daba igual. Sus grupos de placer, ya no tenían ningún efecto en mi. Pues ya no buscaba su placer, si no únicamente el mío. Llegue a un punto en que era imposible aumentar la velocidad de las embestidas. Penetraba su interior lo mas rápido y fuerte que era humanamente posible. Empecé a sentir que el clímax se aproximaba y que el ansiado orgasmo estaba cerca. De golpe baje la intensidad. Ahora cada vez que salía de su vagina era solo para entrar más fuerte y más profundo. Podía sentir como mi verga golpeaba algo en el interior de Rebeca. Y así hubiera seguido, pero sentí la corriente que salía expulsada de mi interior.
Me detuve. Con toda mi tranca dentro de ella. Sentía que había liberado litros de semen en el interior de Rebeca. Ella por su parte se quedó inmóvil. Entre cansada, adolorida y extasiada, lo único que podía hacer era respirar. Poyando su pecho y cara sobre las baldosas de la pared, su cuerpo oscilaba adelanta y atrás por su profunda y agitada respiración. Movimiento que se acompasó con el palpitar de la punta de mi pene.
Muy lento fui sacando mi polla del viscoso interior de Rebeca. Movimiento que hizo que volviera soltar un gemido, entre suspiros. En cuanto lo sintió afuera, se dio la vuelta para quedarse con su rostro a centímetros del mío.
Rebeca: No sé si lo que estamos haciendo está bien. -dijo sin dejar de mirarme- pero se siente tan rico.
Yo: Se siente putamente rico -Confirmé.
Rebeca: Espero que aún no te hayas cansado, porque después de ducharnos, ahora si de verdad, quiero terminar esto en tu cama.
No podía creer lo que me estaba diciendo. Después del sexo oral y la titánica cogida que acabábamos de tener en la ducha, Rebeca aun quería más. El apetito sexual de mi amiga rayaba en la ninfomanía. Y ahora estaba seguro que no se debía a al alcohol. Tal vez la última vez le pudimos echar la culpa al ron. Pero ahora no. Rebeca había aceptado el placer que tenía al acostarse conmigo, y ahora se estaba entregando completamente a el.
Definitivamente este año sabático se había puesto interesante…