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El lector (parte 2)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Final de la parte 1:  «Un puto exceso de vida. Eso es lo que era Alejandro. Tenerlo para una noche era una exageración. Me había dado tanto placer que no podía imaginar más. Estaba saciada y agotada, y ni siquiera me había penetrado. Viendo que estaba muy cansada, me propuso dormir un rato. Lo abracé como abrazo a los que saben hacerme dormir. Puse mi cara contra su pecho, estaba en casa. Los tenía a todos latiendo debajo de sus costillas. Matías, el barbudo, Diego, el mozo, Lionel, el rubio, mis amores adolescentes, mis amantes fugaces, los que devoraba con la mirada en el metro, los que nunca tendría y los que recordaba. Me empezó a doler la cabeza. Cerré los ojos, lo respiré y me dormí al instante.»

No sé qué hora de la noche era. Creo que no había pasado mucho tiempo cuando sentí que Alejandro me acariciaba la espalda y las nalgas, en silencio y con ternura. Su mano era suave, su gesto leve y controlado, se ajustaba con exactitud a mis curvas. Se pegó contra mí y sentí su verga dura contra mi pierna. Un relámpago delicioso irradió desde mi clítoris. Después de tantos orgasmos y pese a tan poquitas horas de sueño, lo seguía deseando, y el hecho de no haber sentido su sexo todavía me daba aún más ganas.

Nuestros labios se volvieron a encontrar con un beso muy húmedo. Me encantaba sentir su lengua contra la mía. Agarré su sexo para masturbarlo lentamente. Alejandro hubo un delicioso suspiro. Empezó a amasarme la concha. A los diez segundos, le empapaba los dedos. Yo quería disfrutar de una penetración completa y profunda, me metí naturalmente en cuatro, con las piernas muy abiertas, arqueándome para presentarle mi culo. Se apoyó con las manos en mis caderas, consiguiendo un equilibrio perfecto entre delicadeza y firmeza. A los 33 años, estaba descubriendo la exactitud de los gestos que quisiera por parte un hombre. Los suyos. Sentí mis labios íntimos abrirse para envolver la masa dura de se deslizaba en su medio.

Avanzaba lentamente, como me gusta. Sentía mis carnes chorreantes estirarse para acogerlo, respirábamos hondo, era una delicia. Cuando entró totalmente, dejó de moverse unos instantes, dejándome disfrutar sentirme perfectamente llena. Quería que se quedara así para siempre. Un chasquido neto se escuchó en la habitación. Su mano acababa de caer sobre mi nalga derecha. Me arqueé y me enderecé, más por reflejo de rebelión que para evitar la siguiente cachetada que rápidamente reavivó el calor dulce y picante que había dejado la precedente. No estaba acostumbrada a recibir este tipo de gesto, no era algo que me excitaba. Hasta Alejandro. Alejandro lo hacía con morbo, maestría y virtuosidad, con una mano ágil, precisa, y una fuerza perfectamente dominada. La tercera me hizo gemir, no de dolor; pero por el placer de saber que estaba satisfaciendo algo de sus ansias de dominación.

Lo dejé agarrarme el cabello con la otra mano, obligándome a levantar el pecho y arquearme aún más, todavía empalada en su sexo. Empezó a mover lentamente, regalándome la sensación exquisita de sus idas y venidas. Apoyé una mano al cabecero de la cama y pasé la otra entre mis piernas para acariciarme. Tenía la boca entreabierta y gemía, esta posición me hacía sentir muy perra y con el amo que me tocaba para esta noche, me encantaba.

—Más fuerte… —le dije, moviendo mi culo insatisfecho.

Soltó mi cabello para agarrarme por las caderas y se puso a cacharme como yo quería. Duro. Sus caderas chocaban contra mis nalgas, su verga salía casi por completo y volvía a entrar brutalmente en mi concha. Me mojaba más que nunca y mi masturbación simultánea me llevaba paulatinamente hacia un nuevo orgasmo, al ritmo de sus movimientos. Cada penetración era un paso más en la escalera del placer. Giré la cabeza para buscar su mirada.

—Tenía razón, qué zorra que eres…

Le contesté moviéndome para darle el gusto de ver cómo me metía yo misma su verga, más rápido y más fuerte. Su cuarta cachetada en mi culo fue el detonante. Ahogué mi grito mordiéndome el labio inferior. Salió de mi sexo y sentí enseguida su lengua recorrerme, lamiendo mi goce con aplicación.

—Esto me lo quedo para mí, ya tuviste mucho —me dijo con una sonrisa, refiriéndose a la primera parte de la noche durante la cual había procurado escupirme en la boca el jugo de cada uno mis orgasmos que lamía escrupulosamente.

Me había dejado caer de costadito, Alejandro se sentó a mi lado. Me acariciaba el cabello con ternura. Cerré los ojos un instante para disfrutar de este momento de calma. Se escuchaban los pájaros de la madrugada en los árboles de la avenida, el día se estaba a punto de levantarse. Cuando los volví a abrir, se había acercado para poner su sexo a la altura de mi boca. Lo empecé a lamer dócilmente, disfrutando mi propio sabor, el limón tibio y suave de siempre. Mirándolo a los ojos, abrí la boca para chuparlo. Aumentaba la presión de mis mejillas y de mi lengua sobre su verga, creando una succión que sabía deliciosa. La rabia morbosa de Alejandro estalló de nuevo en sus ojos. Decir que le quedaba bien esta expresión de loco arrecho sería una pésima aproximación. No, no le quedaba bien, le volvía irresistible.

Conociendo sus aficiones, no me costaba mucho figurarme lo que atravesaba su mente al verme con la boca ocupada por su sexo. Probablemente me estaba imaginando prodigándole esta caricia oral atada con una de sus queridas cuerdas, la de fibra natural, seguro, que me inmovilizaría de rodillas, reuniendo mis muñecas y mis tobillos. Maestro entre los maestros para anudar, se las hubiera arreglado para que la cuerda, después de un par de vueltas alrededor de mi cintura, pase entre los labios de mi vagina y alcanzara mi espalda siguiendo la zanja de mi culo. Yo nunca había probado algo parecido, pero sentí mi clítoris volver a hincharse al imaginarme a su merced, condenada a dejarme cachar la boca sin poder moverme, para quedarme en el exacto punto entre el dolor y el placer procurado por la cuerda rugosa que partía mi intimidad.

Sin interrumpir mi mamada aplicada, volví a tocarme. Obviamente me mojaba de nuevo, entre la delicia de tenerlo en la boca y su mirada, me era imposible evitar entrar de nuevo en un estado de excitación intensa. Agarró mi mano y la puso de lado para tocarme él mismo, deslizando lentamente tres de sus dedos en mi concha. Solté su verga, gimiendo al descubrir una sensación extraña y agradable. Apoyaba firmemente una mano en la parte más bajita de mi barriga, mientras los dedos de la otra, orientando hacia arriba, hurgaban deliciosamente mi intimidad. Rápidamente, mi placer se encontró atormentado por unas ganas urgentes de orinar.

—¿Ya hiciste squirt? —me preguntó sin pararse.

—No, eso no sé hacer… —le contesté, jadeando— pero tengo que hacer pis. Déjame un minuto…

—Eso es, relájate. No vas a hacer pis, solo vas a soltar mucho líquido, confía en mí, relájate Sandra…

Sus dedos se movían más rápido y con fuerza, seguía presionando mi barriga. Lo que sentía era rico e insoportable. Era como si me mantuviera al borde del orgasmo y al mismo tiempo en los terribles segundos que preceden el momento de orinar, cuando ya no se aguanta. Respiraba hondo. Alejandro me seguía mirando a los ojos sin dejar de mover sus dedos, con un ruido que más y más se parecía al de una mano jugando con un charco. Después de un rato, el miedo de inundar la cama se alejó poco a poco. Me costaba mucho resistir y me estaba dejando caer lentamente hacia una liberación de esta tortura divina.

—Relájate… —me repitió.

Obedecí, exhalando y relajando los músculos de mi perineo que me empeñaba a mantener contraídos, últimos garantes de mi contundencia. Fue un instante de abandono total, me invadió el calor acogedor de la vergüenza provocado por la sensación de mearme encima al que se mezclaba el placer de un orgasmo. Alejandro estallaba en júbilo, su mano inundada por mis líquidos que habían chorreado en mis muslos y hasta mi culo. La retiró para hundir su cara entre mis piernas y, lamiéndome como un muerto de hambre, empezó a masturbarse.

Reconocí la alternancia de movimientos enérgicos y más suaves, el baile regular de las idas y venidas de su mano en su verga que ya había tenido la suerte de conocer con los videos que me había mandado. Se enderezó para mirarme. Sus labios mojados se quedaban entreabiertos, su placer subía fuerte y rápidamente.

—Quiero venirme en tu cara…

A modo de respuesta, sonreí, viciosa. Se acercó y siguió masturbándose a la altura de mis ojos. Siempre me fascinó ver a un hombre darse placer de forma solitaria, entonces, estar en primera fila para asistir al mejor momento me complacía totalmente. Alejandro exultaba, estaba a punto de explotar. Sosteniendo su mirada furiosa, abrí la boca y saqué un poco mi lengua, esperando recibir ahí un algo de su precioso jugo.

—Zorrita mía… —me dijo suspirando.

Sabía que él no iba a poder resistir mucho al verme así. Efectivamente, su suspiro se convirtió en un largo gemido, acompañando el brote cálido de su semen que cayó en choros,

en mi lengua, en mis mejillas, en mis cejas y en mi cabello. Se quedó unos instantes así, respirando hondo y mirándome, como hipnotizado por el retrato encantador que le regalaba, sonriente y llena de leche. Se acercó para besarme, con el mismo beso que el primer que habíamos compartido, un beso evidente entre dos amantes.

El día ya se había levantado. Nos metimos en la bañera, prendió el agua y empezó a jabonearme suavemente y con mucho cuidado antes de lavarme el cabello. Sus gestos eran de una delicadeza infinita. Eran gestos de amor.

Nos despedimos con sobriedad en el umbral de la puerta de su habitación.

Esperando en el paradero del bus, pensé que acababa de pasar la más hermosa noche de mi vida con Alejandro. Hasta la siguiente…

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