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Este sí sabe mamar
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Tiempo de lectura: 2 minutos

Era un 25 de diciembre, me dirigía al trabajo, aún estaba oscuro, eran las 6 de la mañana. Me detuve para cruzar la calle, unas cuadras antes de llegar a mi trabajo, había varias personas esperando algún camión y otros esperando a cruzar la calle como yo.

De pronto un chico me dice “¿puedes ayudarme a cruzar la calle? Ando toda mareada.”.

Yo tengo 45 años, y él tendría unos 25.

Le dije, “claro” y cruzamos la calle. Entonces me preguntó que si podía apoyarse en mi brazo era algo incómodo, pero como estaba oscuro le dije que sí. Caminamos varios metros, y me dijo “¿no tienes frío?”. Le dije que no. Después me dijo “¿puedo?”. Apuntando hacia mi bulto. Miré a los lados y le dije, “claro”.

Comenzó a darme una rica sobada por encima del pantalón. Bajó el cierre y metió la mano mientras caminábamos. Me dijo, “quiero mamártela”.

Le pregunté, “¿aquí?”. “Vamos allá al matorral”, me dijo. Cruzamos la otra calle y nos fuimos al matorral. Llegando ahí como toda una golosa se arrodilló frente a mí. Para ese entonces yo tenía la verga ya bien parada y chorreante de lava.

Me bajó los pantalones a la rodilla me bajó el bóxer y como becerro caliente, comenzó a mamarme el garrote. Subía y bajaba de mi falo, desde la punta de la cabeza hasta la base de la raíz, no sé cuánto tiempo tenía que no mamaba ese chico, porque lo hacía con una desesperación, como si fuera su único alimento y tener días de no haber probado bocado.

Sus mamadas eran tan ricas, qué el falo comenzó a hincharse, yo sentía qué me estaba formando una vergotota a puras chupadas.

Después de 15 minutos de esa mamada intensa, le avisé que me iba a venir, y él no se despegó, siguió mamando, exploté en su garganta, le sujeté con fuerza la cabeza hacia mí. No iba a permitir que se fuera. Cuando recuperé el sentido lo solté, él siguió mamando ya más tiernamente. Y me preguntó que si me quería volver a venir.

Yo sí quería, pero ya estaba amaneciendo, le dije que, en otra ocasión, Por cierto, le dije “¿cómo te llamas?”. Me dijo “Donovan”.

Me subí el bóxer, me abroché el pantalón, él se levantó, y nos fuimos de ahí.

Jamás lo volví a ver.

Pero cada vez que paso por ese lugar para ir a mi trabajo lo recuerdo lujuriosamente.

Quisiera volver a encontrarlo, por lo menos una vez por semana.

O me encantaría tener otra experiencia similar con jóvenes de 20 años para arriba.

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