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Mi vecina. Un fetiche embarazoso
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Marta, mi vecina, vivía en el piso de arriba. Una chica de veinte y muchos; cabello largo y negro, ojos del mismo color. Guapa, constitución menuda, culito redondo, pechos más pequeños que grandes, firmes. Una chica que, como dicen los anglosajones, estaba fuera de mi liga. No solo era bien parecida, si no que sabía vestir. Faldas y pantalones a la moda combinados con las mejores camisas y los zapatos y zapatillas más elegantes. Esto, unido a su pasión por los perfumes, la hacían formar parte de los sueños húmedos e inalcanzables para el común de los mortales.

Los martes, sobre las nueve, hacía el amor con su novio. Un tío alto, guapo. Con un cuerpo esculpido por los mismísimos dioses. Citando a mi hermana, un tío que visto desde atrás, empezando por la espalda ancha, pasando por un culo de concurso y terminando por unos gemelos interesantes no tenía desperdicio. De lo otro no hacía falta hablar, saltaba a la vista y… se oía. Sí, la chica se volvía loca a juzgar por los gritos pidiendo más… ¿más? A tenor de como chirriaban los muelles de la cama pongo en duda que se pudiera ir más allá.

Un día, hace un par de semanas, el flamante chico de mi vecina se fue de viaje por negocios y, curiosamente, caprichos del destino, tuve la oportunidad de hablar con Marta, en mi piso, acompañando el encuentro con dos botellines de cerveza. Difícil concentrarse estando con ella, solo el aroma de su piel y la calidez de su voz eran suficiente para poner nervioso a cualquiera. Sin embargo, la conversación fluyó hasta ser algo agradable. En un momento dado, el asunto se encaminó hacia el sexo. Yo no tenía mucho de que alardear, de hecho, llevaba años en el dique seco.

-Pues no estás tan mal. -me dijo Marta.

-Ya, eso lo dices para quedar bien. Tú te mueves en otra división.

La chica sonrió, pero negó con la cabeza.

-No te creas. Tampoco tengo todo lo que quiero.

-¿Qué quieres?

-Vaya, vaya… eres más atrevido de lo que pensaba. -respondió sonriéndome.

-Es un secreto… embarazoso. Pero te lo voy a contar. Es la primera vez que hablo de esto con alguien, seguro que tu opinión sobre mí cambia.

-No creo. -respondí con educación.

-Seguro que sí. -dijo.

Durante unos segundos guardó silencio, su rostro pensativo, indeciso, despertó mi curiosidad.

Al fin habló.

-¿Sabes cuál es el momento en que me siento más a gustito?

-No. -dije de manera innecesaria.

-Cuando llego a casa, no hay nadie y me tiro un pedo.

Mi cara de sorpresa no pasó inadvertida… sabía que hay gente a la que le gusta hablar de culos y pedos. Tuve una compañera que un día me contó que a su amiga Ana le habían tocado el culo. "En la fiesta había alguna Ana y muchos anos" me contó divertida.

-Bueno, todos nos… -empecé a decir.

-Lo mío es diferente… me gusta y me excita mucho. Llego a masturbarme y casi casi a correrme mientras suelto ventosidades y me toco.

La imagen de Marta dándose placer a si misma despertó a mi pene. Cambié de posición y me dispuse a hablar, pero ella, ruborizándose, se me adelantó.

-Suena tan guarro. Por supuesto, de esto no he hablado con nadie… imagina que se me escapa cuando estoy con mi novio… ¡qué vergüenza!… tú que crees que debo hacer.

Me tomé unos segundos para responder y dije.

-Yo creo que, si esa es tu fantasía, deberías hablarlo… es difícil, lo sé, si no hablarlo, quizás al menos probarlo.

-¿probarlo?

-Sí, buscar a alguien que…

-¿Alguien como tú?

-Yo… yo te refieres a…

La conversación continuó y quedamos en hacer una prueba al día siguiente que era sábado.

Llegué a su casa a la hora de la comida. Marta vestía pantalones negros de andar por casa y una de esas camisetas que deja un hombro al aire. Era casual y aun así la combinación de colores de camiseta y calcetines llamaba la atención. Yo llevaba pantalones de deporte y una camisa vaquera.

-He pedido pizza, coca cola y cerveza por si quieres… la cerveza me da gases. -Comentó.

Comimos bastante deprisa y bastante cantidad mientras hablábamos de temas triviales.

Una hora después nos sentamos en el sillón, vimos la tele durante una hora y luego, tras apagar el aparato, Marta se sentó cerca de mí.

Noté que usaba colonia.

-¿Estás cómodo? -me dijo.

-Sí. -respondí con visible nerviosismo.

En ese momento ella se acercó más y me dio un beso en los labios.

-¿mejor?

-Quizás otro. -dije acompañando palabras y hecho.

Su boca sabía muy bien y me atreví a meter la lengua.

-Vamos a mi habitación. -anunció.

La seguí a su cuarto.

Ella se tumbó de lado mientras yo permanecía de pie, echando un vistazo a la coqueta decoración. Olía a rosas.

-¿No te tumbas? -me invitó.

Yo me senté en la cama a su lado y la acaricié el brazo. Luego la toqué el trasero y agarré una de sus nalgas. Se sentía firme y tierna a un tiempo.

Marta dobló la rodilla, se tiró un sonoro pedo y se puso colorada. El primero es el más embarazoso.

El olor no era agradable, pero tampoco me disgustó en exceso.

-Acércate y tócame las tetas.

Yo me tumbé a su lado y comencé a sobarle los senos y ella dejó escapar un nuevo cuesco.

Excitado por el ruido, la besé en la boca.

Luego, instintivamente, hice que se tumbase boca abajo y acerqué mi nariz a su culo.

Aspiré.

Marta se mordió el labio y gimió.

-Te toca. -dijo incorporándose y empujándome sobre la cama.

-¿Puedo bajarte los pantalones?

-Sí, estoy en tus manos. -contesté.

Ella me bajó los pantalones y los calzoncillos dejándome con el culo al aire. Luego, dándome un azote me ordenó.

-Tírate uno.

Tarde un minuto o así. Me sentía observado por esos ojos negros. Finalmente salió. Una ventosidad larga, ruidosa y maloliente.

– Qué mal huele. -dijo Marta en voz alta.

Yo intenté levantarme y disculparme. Tenía la cara roja y caliente por la vergüenza.

-Calla. -dijo dándome un azote.

Luego metió su cara en la raja de mi culo y sacando la lengua me lamió el ojete.

Mi pene creció desmedidamente.

Ella sacó el rostro, se puso de rodillas en la cama, se bajó los pantalones y las bragas y poniéndose a cuatro patas se tiró el tercer pedo de la tarde dejándose caer sobre la cama. Su mano fue de inmediato a buscar su coño y empezó a frotarse como poseída mientras su culito se contraía y relajaba.

No pude aguantar más y eyaculé contemplando como mi vecina se masturbaba.

Permanecimos cinco minutos más en la habitación y luego me vestí.

Marta hizo lo propio y me acompañó a la puerta.

-¿Lo has pasado bien? -dije.

Mi vecina sonrió y me dio un beso en la frente.

Antes de que la puerta se cerrase me dio tiempo a oír dos cosas.

"Gracias"

Y un pedete.

Fin

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