Es de noche. Una fresca brisa de septiembre entra lentamente por mi ventana entreabierta.
Me encuentro tumbada en mi lecho.
El calor de las sábanas y a la vez el frío que deja tu (aún) ausencia.
Te echo de menos, Carlota.
Hace ya una semana que el encuentro en el que nos conocimos terminó y ya te echo de menos, Carlota.
Mi cuerpo necesita el tuyo, Carlota.
Te deseo como nunca he deseado a nadie, Carlota.
Empiezo a pensar en ti y a deslizar sensualmente mi menudo cuerpo entre las sábanas. Mis delicados dedos de pianista van deslizándose suavemente mis pechos, acariciando mi esbelto abdomen, mi vientre, mi marcada pelvis, hasta llegar a mi monte de Venus. Y así de arriba a abajo… De abajo a arriba… Hasta que tengo una mano estimulando suavemente mi clítoris y otra mis pezones.
PIENSO…
En tu profunda, melancólica y a la vez sensual mirada de ojos cafés, aún más imponente detrás de tus gafas grandes de cristales rectangulares y montura azul marino. Cada vez que me hablas de las luces y sombras de tu paso por esta dura vida, cuando te centras más en las sombras, acentúa esa tristeza y melancolía que tanto la caracteriza, hasta derramar amargas lágrimas, mientras que cuando me cazas mirándote disimuladamente con deseo, acentúa esa sutil sensualidad.
En tu larga, lacia y castaña cabellera con un sensual flequillo recto. En como te sueles dirigir a mí con una sonrisa coqueta mientras te decantas tu lacia melena, moviéndola coquetamente cada vez que te vuelves hacia mí.
En tu tierna, hermosa y peculiar sonrisa llena de vida, que puedo recrear cuando de noche contemplo la luna en sus fases de cuarto creciente y menguante. Esa sonrisa pura, noble, franca. También sensual cuando me cazas mirándote con deseo.
En tu piel de tonalidad lunar, muy blanquita pero a la vez con mucha tendencia a ruborizarse a la mínima de cambio y con sus imperfecciones debidas al acné que para nada quitan lo hermosa que eres.
En las abundantes curvas de tu hermoso cuerpo. Muy alta para ser mujer (rondando el 1,90), gordita, bien proporcionada y de complexión fuerte. En tus grandes ubres, imperfectas pero a la vez hermosas y abundantes. En tu imponente barriga, a la vez bien proporcionada. En tus fuertes y gorditos brazos, en tus abundantes caderas, nalgas, muslos y largas piernas…
En la primera vez que te vi. Y en cuando empecé a hablar contigo el día siguiente. Durante ambos días, llevabas puesta una camiseta azul de tirantes anchos revelando discretamente tu grande y precioso escote, en el que se podía entrever un sujetador negro, unos pantalones tejanos cortos de medio muslo que revelaban muy bien tus curvas y unas de esas chanclas negras de cuero y plataforma de cuña que te gusta tanto lucir y con las que tengo tanto fetiche.
En tu cuerpo arrapado al triquini negro de cuerpo completo con aperturas en los laterales de tu imponente cintura, dejando entrever la abundancia de tus carnes.
En tu olor a mujer, algo que sobre todo pude intuir aquellos días que tenías la menstruación y sufrías tanto con tu dolor de ovarios. Recuerdo que tenías la piel más sonrojada que lo que ya se te suele ruborizar habitualmente, y me abrazabas y me besuqueabas con aún más frecuencia.
En lo noble, sensible y cariñosa que eres. Tu peculiar voz hablándome de ti y de tu paso por esta dura vida, con sus luces y sombras, al compás de sonrisas, llantos y abrazos de consuelo. Tu peculiar voz poniéndose sutilmente sensualona cuando me diriges palabras cariñosas y me abrazas o me das besos en las mejillas y en la frente, casi devorándome.
En aquella vez que volví de comprar unas cosas y cuando entré a la habitación te cacé con la puerta del lavabo abierta haciendo tus necesidades. Te ruborizabas y respirabas y te mordías el labio sensualmente mientras apretabas, algo que, no sé por qué, me excita muchísimo.
En las largas conversaciones que teníamos en la intimidad de la habitación del hostal donde nos encontrábamos alojadas y que unos pocos días después de empezar a conocernos me propusiste muy amablemente compartir, ya que la tuya, a diferencia de mía, tenía una cama para dos personas.
En la noche que me instalé a tu habitación. Me diste una caliente bienvenida con el cabello suelto y sin nada más ni nada menos que una camiseta roja de tirantes anchos, unas sexys braguitas negras y tus chanclas negras de cuero y plataforma de cuña alta. Ufff… Tal y como ya te imaginaba en mis fantasías más eróticas desde el primer momento que te vi. Una vez dejé la maleta, me abrazaste muy fuertemente hasta cogerme en brazos, teniendo en cuenta lo grande y fuerte que tú eres a mi lado y lo pequeña y frágil que yo soy a tu lado. Solo hacía un par de semanas que nos conocíamos, pero ambas ya sentíamos una fuerte conexión, como si nos conociéramos de toda la vida.
En nuestros largos cálidos e intensos abrazos. Mi menudo y delicado cuerpo pegado al tuyo, grande y fuerte. Tus grandes brazos mi castillo, mi muralla de protección. Tu respiración el aire que necesito para vivir. Tus dulces latidos sincronizándose con los míos mi reloj. Tu corazón mi cielo.
En aquella mañana que estábamos desayunando en la mesita de la terraza de la habitación del hostal. Llevabas el cabello suelto y nada más ni nada menos que una camiseta de tirantes negra, las chanclas de plataforma y unas braguitas negras, como sueles ir para estar por casa. Estabas comiéndote lentamente un plátano bastante grande, que ibas mojando con crema de yogur a medida que te lo comías, primero lamiéndolo lentamente con los ojos cerrados y después, una vez limpio de yogur, mordiéndolo muy despacito. Mientras ibas comiendo, se te derramaban algunas gotas de yogur en tus gafas, en tu cabello y en tu escote. Ufff… También pienso en aquel mediodía que fuimos a comer en el chiringuito de la playa. No llevabas nada más ni nada menos que tu sensual triquini negro bien arrapado a tus abundantes curvas y tus chanclas de cuero y plataforma. Fuimos a comer musclos con limón. Te los comías pasando los labios y la lengua muy lentamente, cerrando los ojos. Mientras comías sensualmente, tus grandes ubres y pezones se endurecían por momentos y de vez en cuando, quizás para disimular, volvías la cabeza y movías juguetonamente tu larga y lacia melena
En la fiesta de la última noche. No nos separamos la una de la otra ni un segundo. Nuestros cuerpos abrazados, bailando al ritmo de la música. Yo bien elegante, con mi vestido largo rosa de flores y mis sandalias negras de plataforma. Tú bien hermosa y sexy, con tu blusa blanca abotonada de manga larga arremangada hasta los codos, tus pantalones negros de cuero y cortos de medio muslo y tus botas altas negras de cuero, plataforma y tacón. Las intensas miradas que ambas nos dirigíamos cada vez que sonaba una melodía romántica. A veces ambas llorábamos de la emoción con ciertas canciones. No hacían falta palabras. Las miradas ya lo decían todo.
En todas las noches que hemos dormido abrazadas. Sentir tu grande y carnoso cuerpo pegado al mío, pequeño y delgado.
En solo un mes ya podría decir que somos mejores amigas. Pero con solo mirarnos, ya sabemos que es mucho más fuerte que una simple amistad lo que nos une. Mi intuición ya me asegura que con el pasar de tiempo nuestra relación pasará a algo romántico, serio y verdadero.
De puertas para fuera eres una mujer muy discreta. Pero de puertas para dentro… Ay, Carlota… Espero tener la suerte de descubrir algún día lo que mi intuición ya me dice.
Y así es como pienso en ti hasta llegar al orgasmo y sentir mis braguitas completamente empapadas, Carlota.