No soy un gigoló aunque me dedico a seducir mujeres por dinero. ¿Que soy? ¿Prostituto? Ni siquiera es el dinero de ellas, ni es mi única fuente de ingresos.
Me lo tomo como si hiciera buenas obras, una especie de trabajo social, un hobby placentero. El rumor corre de boca en boca y así es como hago nuevas "amistades".
La cosa empezó como una broma. Un, no puedo decir colega pues es más bien un impresentable, dejó caer que su hermana era tan horrorosa que no encontraba a un tío que follase por muy borracho que fuera. Yo acepté el desafío, supongo que ese día iba muy borracho.
Al final la chica no solo no era tan fea sino que es una bellísima persona, desde luego mucho mejor que su hermano. En resumen nos lo pasamos muy bien los dos. Ella fue la primera y a partir de ahí surgieron más oportunidades. El asunto es un complemento para mis ingresos aparte de mi sueldo normal.
Los clientes son los maridos, amigos y amigas e incluso padres o hermanos. Alguien que quiera hacerlas disfrutar o pasar un buen rato o como regalo. A veces me dan datos sobre la victima, perdón, objetivo. Otras solo una descripción o un numero de habitación de hotel.
Y normalmente no son ni jóvenes, ni guapas, eso no es importante. Tampoco es que yo sea un adonis, no tengo mal cuerpo ni rostro, pero tengo cierto encanto, labia o como queráis llamarlo.
Así que al entrar en esa cara suite me sorprendí al ver a aquella tímida joven. Tendría diez y ocho o diez y nueve años enfundada en una ropa no demasiado sexi.
Llevaba una falda larga de tela ligera por debajo de las rodillas, la blusa tapaba todo el torso excepto parte de sus brazos finos, blancos, suaves.
El negro cabello caía por debajo de sus hombros. Su cara bonita adornada con un suave maquillaje. Los ojos pardos eran profundos, podía perderme en ellos.
Parecía tímida cuando me abrió la puerta, me habían dicho que se llamaba Noelia. Nerviosa, jugaba con la punta de un mechón de su cabello retorciéndolo entre sus finos dedos.
Lógicamente no me lancé de inmediato sobre ella. No soy ningún depredador. Me presenté e intenté hacerla reír con algunas bromas tontas. Su voz apenas era un susurro, un dulce y suave susurro. Conseguí arrancarle el primer beso, un suave roce en los labios.
– Hola, soy Alex. Tu hermana nos reunió aquí.
– Yo soy Noelia. Sí, me ha dicho que eres dulce y cariñoso y que puedo dejarme llevar contigo.
– Espero que pronto confíes en mí, sí.
Me lo devolvió, tímida, pero un poco mas fuerte con sus manos entre las mías. Eran suaves, me gustaba acariciárselas, con las uñas perfectas pintadas de rojo brillante.
– Eres muy bonita, eso no debería impedirte tener relaciones. ¿Eres tímida?
– Algo así. Sí.
Despacio fui incrementado la fuerza de mis besos buscando más y más. Sus labios, su lengua con la mía que entregó al primer roce. Empezamos a cambiar saliva y ella me daba la suya. Me di cuenta de que se lo estaba tomando cada vez con más ansia.
Solo separó los labios de los míos para decirme con una voz baja y suave y ronca por la excitación. Que fuera tierno con ella que era virgen.
– Nunca he estado con nadie. Ten cuidado por favor.
– Por supuesto, iremos a tu ritmo. Sólo relájate y déjate llevar por tus deseos, por tu imaginación.
Sonriendo le dije que por supuesto lo sería. Llevé una de sus manos a mi pecho para que me acariciara. Para que se soltara y empezara a conocer el cuerpo de un hombre.
Ni siquiera toqué el suyo hasta que ella me quitó la camisa. Dejé que sus manos siguieran las líneas de mis pectorales y abdominales para que cogiera confianza. Acariciaron mis pezones con suavidad, casi con respeto.
– Estás muy bueno. Has trabajado estos músculos.
– Me cuido. Y ahora te toca a tí, me gustaría ver más de ese cuerpo que escondes tanto.
Por fin la puse de pie y abrí su vestido al completo dejándolo caer al suelo. Su lencería carisma dejaba al descubierto su blanca piel, sus pechos menudos, apenas insinuados y una cadera fina, tan delgada era que se le marcaban los huesos, las costillas.
Se colgó de mi cuello para volver a besarme casi con desespero y yo por fin pude agarrar su prieto culo para pegarla a mi cuerpo. La suavidad de su piel me estaba volviendo loco. Volvió a darle otro ataque de timidez y solo dijo:
– Perdóname.
– ¿Por qué? No has hecho nada malo.
Mientras cogía mi mano, la llevaba a su pubis. De entre sus muslos había empezado a salir una polla que sin ser grande no era precisamente pequeña. Fina y recta, bien depilada, me desafiaba a rechazarla. Y parecía que nuestros besos y caricias la estaban poniendo bien dura. Tuve que apartar el encaje de la braguita para que no le hiciera daño.
Tenía que estar ciego para no haberme dado cuenta antes, pero me había despistado su timidez. No es que me gustara el engaño en que había caído. Pero la dulzura de aquella virginal muchacha hizo que volviera a besarla sorbiendo su lengua.
– No pasa nada. Para mí eres toda una mujer. Y lo vamos a comprobar. Sin prisa.
Prometí que no me iría sin hacerla mujer. Deseaba arrancancar la braguita de encaje y el sujetador a juego para disfrutar de la vista de su hermoso cuerpo andrógino desnudo.
– ¿Te hormonas?
– Desde hace poco, sí.
– Parece que te queda bien. Muy bien, por lo que estoy viendo. Vas a ser una mujer preciosa.
Creo que hasta se ruborizó con mis palabras. Pero ella se estaba excitando a pasos agigantados y queria más. Con mis caricias su polla se había puesto bien dura.
A mi también la situación y tener esa bonita estaca en las manos me estaba poniendo muy cachondo. Seguí desnudándola, con una sola mano solté el broche del sujetador y me quedé con la leve prenda en la mano.
Al fin pude contemplar los pequeños y duros pechos. El pezón orgulloso, rojo oscuro, coronando dos conos de carne apenas apuntados. De besar sus dulces labios pasé a la oreja, el cuello, el hombro y esas tetitas que me llamaban.
No soltaba su cadera, pero aún no quería librarla del delicado tanga. Solo seguía lamiendo su piel. Pasé por sus axilas, las costillas marcadas en busca del vientre plano y el ombligo. Mi legua humedeciendo su epidermis suave. Sus gemidos de placer alagando mis oídos.
Cuando por fin llegué al pubis era el momento de bajar el tanga por sus largos muslos. Aún quedó unos segundos retenido por la dureza de su polla. Pero conseguí sacarla por sus cuidados pies sin más incidentes.
Aprovechando que tenía mis manos por allí los leve a mi boca y me puse a chupar los dedos. Quería que se diese cuenta de que ninguna parte de su cuerpo me producía rechazo antes de llevar su rabo a mis labios. Y que todas ellas podían darle placer.
Subí lamiendo la pantorrilla y la cara interna de los muslos hasta que sonriendo y mirando sus bonitos ojos castaños pasé la húmeda por sus suaves y depilados huevos. Me dediqué a chuparlos un rato.
De ahí pasé a deslizar la húmeda por el tronco, fino y recto, con las venas bien marcadas, hasta llegar al glande, tan morado como el interior de una granada y duro como una roca.
– ¡Para! Vas a hacer que me corra.
– Mejor, déjate llevar.
Recibí su semilla en la boca con gusto. Desde luego no era la primera que probaba y sí la persona con la que estaba me gusta lo hacía encantado. Pero con ella fue especial.
Paladeé ese manjar un segundo antes de incorporarme y dárselo a probar en un lascivo beso. Abrió la boca recibiendo mi lengua, mi saliva y su semen con ganas atrasadas de lascivia.
Agarré su pétreo culito pegando su cuerpo al mío. Temblaba de anticipación y deseo. Besé su cuello y orejita. Le dije:
– ¿Quieres probar la mía?
– Estoy deseándolo. Es mi primera polla. ¿Sabes?
– Lo imaginaba, haz lo que quieras y lo que deseo yo, tanto como tú.
Le dije sonriendo. Me tumbé a su lado en el colchón. Aún respiraba fuerte, excitada. Abrí las piernas para que se pusiera cómoda entre mis muslos, de rodillas.
Ver su carita de vicio orientada hacia mí, algo tapada por los mechones que escapaban de su melena, mirándome a los ojos me excitaba mucho. Podía distinguir los pechos apenas apuntados. Había escondido su polla ya flácida tras el orgasmo entre sus piernas, debía ser su costumbre. Lo hizo sin pensar.
Durante un rato estuvo contemplando mi rabo, tenía una cara de vicio impresionante. Moviéndolo con la mano de lado a lado para verla entera. Levantado los huevos. Su curiosidad me estaba poniendo cardíaco.
Por fin se decidió a pasar la lengua por mi piel. Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando lo hizo. A partir de ahí todo fue rodado, empezó a chuparme los huevos. Subir por el tronco con la sin hueso hasta el glande.
Intentó tragarla pero le dio una arcada.
– Tranquila cielo. Eso no hace falta en absoluto. Solo lamela. Chupa el glande y los testículos como caramelos. Piensa en lo que te gusta a tí. De todas formas vas a conseguir que me corra. Puedes hacer feliz a cualquier hombre con esos labios y lengua.
Le decía bajito, suave, acariciado su cabello y hombros con ternura.
– Pero yo quiero más, lo quiero todo.
– No seas ansiosa, no tenemos prisa y ya te lo he prometido. ¿Querrías follarme a mí?
Intercalaba sus entrecortadas frases con lamidas a mi polla y gemidos de placer, pues de vez en cuando llevaba una mano a su polla y la acariciaba con suavidad. Se estaba volviendo a poner dura.
– ¿Me dejarías?
– Todo lo que desees cariño.
– Y ¿Tú me vas a penetrar? Quiero que me hagas mujer, pero tengo miedo de que me duela.
– Para eso está el lubricante. Vamos a hacerlo los dos. Solo disfrutar.
Con la húmeda repasando mis genitales y la conversación estaba más que excitado.
– Me voy a correr, cielo. ¿Donde quieres mi semen?
– No voy a perderla. En mi lengua.
Y así fue, siguió chupando hasta que me derramé en su boca. No se conformó y subió a besarme compartiendo mi lefa en un nuevo beso. Cruzamos las lenguas durante un rato sin dejar de explorar nuestros cuerpos en suaves caricias.
Los dos queríamos más. Ella buscaba mi polla que con sus caricias y nuevos besos volvía a ponerse dura. Yo acariciaba su culo, deslizaba un dedo por su ano, empezando a dilatarlo. Sin prisa con ternura.
Alcancé el lubricante y empecé a ponerlo con un dedo, luego dos abriendo su duro culito. Ella gemía.
– Montáme tú. Así tendrás más control.
Esparció más lubricante por mi rabo con su manita dulcemente. Haciendo que se pusiera más dura. Me tumbé boca arriba con la polla apuntando al techo.
Su cadera parecía pequeña entre mis manos mientras la subía encima de mí. Con las rodillas a los lados de mi cuerpo fue bajando poco a poco el culo. Mi polla entraba despacio pero firme. En ningún momento se echó atrás.
Los gemidos que salían de sus voluptuosos labios me indicaban que no le estaba doliendo y que le gustaba su primera vez.
– ¡Ufff! Que rico.
– Despacio, siéntela.
Aproveché para acariciar su dura polla que apuntaba hacia mi cara. Pellizcaba sus pezones con suavidad. Pero no quería que se corriera, la reservaba para mi culo.
Ella sí buscaba mi semen en su recto. No dejó de moverse arriba y abajo, sin prisa pero firme hasta que yo tuve mi orgasmo.
Se derrumbó, cansada, sobre mi pecho besándome el cuello, los labios y hasta los pezones. Yo la acariciaba con ternura, el cabello, la espalda y hasta sus duras nalguitas.
Su nabo duro estaba apretado entre nuestros vientres. Latía deseoso de descargar. Y yo quería que lo hiciera dentro de mí. Así que la levanté y me ofrecí. Quería ver si cara de vicio mientras me follaba.
Me tumbé de espaldas y abrí bien las piernas, levantadas hasta mi pecho.
– Te toca. Dilátame y lubrícame.
Clavó dos dedos con un buen pegote del pringue en mi ano. Yo notaba como hurgaba en mi interior. Me encantaba la sensación, estaba gozando.
– Venga póntelo en la polla y clávamela.
Con una sonrisita perversa empezó a acariciar su recto mástil con el lubricante. Los pezones parecía que querían escapar de su pecho.
-. ¿Estás listo?
– Ansioso. Dale.
Apoyó el glande en mi ano y empezó a empujar despacio. No era mi primera vez, pero tampoco es que estuviera muy acostumbrado a tener un rabo en el culo. Ayudaba el que el suyo fuera finito y que se lo estuviera tomando con calma.
No me dolió gran cosa y empecé a gemir y jadear como había hecho ella un rato antes. Se inclinó y empezó a acariciar mis pezones mientras me follaba.
Me di cuenta que empezaba a soltarse a pasos agigantados. Iba a hacer feliz a sus siguientes amantes con su morbo y lascivia.
Recibí en mi culo su semen e hizo algo que nunca hubiera imaginado cuando la vi entrar en la habitación. Se inclinó y empezó a lamer mi ano recogiendo el semen que salía cuando yo apretaba los músculos del vientre. Casi me vuelvo yo a correr en ese momento. Y ni siquiera tenía el rabo completamente duro.
La atraje entre mis brazos para descansar y recuperarnos.
– Si que estás aprendiendo, más de lo que te he enseñado.
– Eso es porque eres un maestro estupendo.
Me sonreía mientras me abrazaba con fuerza. Y yo la sujetaba entre mis brazos.
– ¿Estás contenta?
– Ha sido genial. Lo estoy disfrutando mucho. Creo que estoy cogiendo más confianza.
– Deberías vestir más sexy. Estos trapos no te hacen justicia. Tienes unas piernas muy bonitas, lúcelas.
– Hasta ahora no me atrevía. Quería ser invisible. Pero creo que poco a poco tendré más confianza para enseñar algo más.
Le iba arrancado confesiones mientras nos acariciábamos. Hacer un poco de psicólogo es parte de ese trabajo. Claro que es más fácil hacerlo desnudos, muy juntos en una cama que en un diván en una consulta.
Me contó que su hermana, que nos había reunido en esa habitación de hotel era quien más le estaba apoyando. Y que su determinación era firme.
Desde entonces ha seguido mejorando y ahora es una bellísima mujer con una polla fina y recta que me da placer de vez en cuando. Así como la mía le da gusto a ella, ya sin dinero de por medio.
Hemos quemado los trapos tras los que ocultaba su bello cuerpo. Viste mucho más sexi. Follamos juntos por que nos apetece y nos gusta.