El futbol es un deporte de hombres, con razón siempre fui malo jugándolo. Todos los niños le gustan el futbol y por eso me obligaban a jugarlo de pequeño, pero sabía que mi lugar no era en la cancha. Lo supe cuando me recorrió un cosquilleo por todo el cuerpo cuando mis demás compañeros me insultaban diciéndome “Niñita, puto, marica”, cada vez que fallaba un tiro.
Todos estaban alocados por el mundial, y yo no era la excepción. A todos los varones les gusta jugar con pelotas. Algunos con pelotas de deporte, otros, como yo, con las pelotas que les cuelgan a los verdaderos machos. Mi lugar no es en la canche, mi lugar es estar arrodillado frente a una gran verga. O varias vergas, por eso, les hables a mis amigos del servicio militar, proponiéndoles que viéramos los partidos juntos, entre otras cosas que no eran necesarios aclarar.
Nos reunimos en la casa de uno de ellos, en los tres partidos que jugó México. Los machos, vestidos con una playera de la selección mexicana, estaban sentados en la sala viendo el partido y tomando cerveza. La mariquita, la mujer, el pito chico, es decir, yo, estaba en la cocina, sin nada de ropa que me cubriera excepto un mandil blanco, preparándoles de comer. Algo básico, hamburguesas, hot dog y nachos.
Desde la sala me gritaban: “Mujer, esclava, tráenos más cerveza”. Yo iba corriendo a obedécelos, sabiendo que me darían una fuerte nalgada al pasar frente de ellos. Otros entraban a la cocina por más cerveza, y de paso, a manosearme. Me nalgueaban, me apretaban mi verguita y mis huevitos y me metían los dedos en el culo, o de plano, la verga.
La cocina estaba detrás de la sala, separado por una barra donde estaba cortando los tomates y la lechuga, por lo cual, era fácil ponerse detrás de mí, usándome a sus antojos sin perderse ningún detalle del partido. Obvio se quejaron que la comida no estuviera lista para el medio tiempo. ¿Qué esperaban? Si los seis me cogieron durante los partidos. En la misma posición estuve gimiendo como perra mientras era usada por esos machos y sus ricas vergas que me llenaban el culo de leche. Mi verguita se corrió en cada cogida que me dieron, salpicando la barra con mi miserable semen, el cual tuve que limpiar con mi lengua. El semen de ellos saben mucho mejor que el mío, por eso les dije algunos que no se corrieran adentro, que echaran su rica leche en un frasco vacío. Los pitochicos como yo solo podemos usar semen como aderezo, y fue lo que les puse a mis hamburguesas y a mi hot dogs. Así saben más ricos.
Después de comer, me dedique hacerle una mamada a cada uno de ellos durante el segundo tiempo. Tenían su atención en el partido y en el placer que no me forzaron, aunque no necesito tener una mano en mi nuca para tragarme toda una rica verga hasta los huevos. Los saboree a mi gusto hasta que acabaron en mi boca.
El juego se acaba y ellos se marchaban felices, no por el partido sino por mí, su putita especial. Pero a veces una puta no es suficiente, no lo fue cuando México perdió contra argentina. Estaba borrachos, molestos y rabiosos. Yo estaba hambriento de todos ellos, listos para contentarlos a cualquier costo por tal fatídico desenlacé que tuvo el partido.
Casi siempre me cogían por turnos o en dos, pero cuando México perdió contra Argentina todos se echaron contra mí. Era el jodido paraíso, ser usado por todos ellos a la vez, teniendo mi culo y mi boca llena de vergas, mientras masturbaba a los demás. Sin descanso, salía uno, entraba otro. Me movían, me cargaban, me empujaban, hicieron conmigo lo que quisieron y se los agradecí cuando vaciaron sus bolas por todo mi cuerpo. Suspiraba de placer y me quede dormido hasta la noche. Ya todos se habían ido, excepto el que vivía ahí, que ya estaba listo para cogerme de nuevo.
Mi correo, por si quieres saber más, o tener más de mí. [email protected]