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Mi vida con Eduardo (I)
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Ya relaté mi primera vez con Eduardo, porque él me pidió que le escribiese. Ahora seguiré contando mi relación con quien es ahora mi pareja, mi hombre. Después de esa primera vez, Eduardo me siguió buscando, decía que le llenaba yo como mujer, que me consideraba mujer a pesar que yo no lo era físicamente. Eduardo olvidaba ese “detallito”, mi pequeño pene no existía para él, a veces lo tocaba y me decía que era como mi clítoris. Yo me ponía contenta y me abrazaba más a él. Con el tiempo compre dos prendas, una blanca y otra lila, que tapaba mis genitales y dejaba descubiertas mis nalgas y mi ano, lo que Eduardo buscaba y quería.

Usaba esa prenda debajo de la lencería que a veces Eduardo me compraba, a su gusto. Colales o calzones calados, negros o rojos, medias con porta ligas, petos como sostenes, blusones, babydolls, falditas cortas y calzas ajustadas, zapatos de medio taco y jeans elásticos ajustados comenzaron a ser parte de mi atuendo cuando él me visitaba o me llevaba a un lindo motel. Empecé a maquillarme un poco, labial, delineador, cosas así. Uñas pintadas que después removía para salir a mi trabajo, las uñas de los pies las pintaba también pero no las removía, nadie las vería y me gustaba mirarlas cuando él no estaba o me duchaba, me hacía recordarlo. Usaba siempre calzones, incluso en mi trabajo, me hacía sentir mujer, aunque me daba miedo que me sucediera un accidente y descubrieran ese detalle. Es que Eduardo a veces me llamaba solo para vernos afuera y en su auto, y me manoseaba allí y le gustaba descubrir que llevaba abajo los calzones que a él le gustaban.

Eduardo vivía con una hija de 17 años que no sabía nada de sus preferencias ni de mí. Por eso venía solo por unas horas a mi casa, al menos una vez a la semana. Me hacía el amor generalmente dos veces en cada ocasión, siempre ha sido muy prendido, apasionado. Empezamos a probar varias posiciones y modos, yo me dejaba llevar a como él me pusiera. Me encantaba cuando me ponía boca abajo en la cama, mis piernas abiertas y sintiendo sus caricias y mordiscos en mis nalgas, y sus besos y lengua en mi agujerito que siempre estaba limpio para su boca. Y luego con sus manazas me abría los cachetes y comenzaba a puntearme con su pene la entrada de mi anito ya lubricado con su saliva, hasta que metía su glande y luego su pene, a veces suave otras más fuerte según sus ganas.

En esas ocasiones yo gritaba un poco, pero él me inmovilizaba fuerte y yo tenía que soportar su penetración más ruda. Pero después era un goce sentirlo dentro, sacándolo y metiéndolo y yo sintiendo todo su peso de macho sobre mí. En esa posición me besaba el cuello y los hombros mientras me penetraba y me preguntaba “Francy, ¿quieres más…?”. Yo exclamaba: “¡Siii, sí amor mío…!”. Hasta que una vez, en plena posesión suya no pude contenerme y le dije: “Eduardo, amor, ¡te amo!”. De verdad lo sentí, me había enamorado como cualquier mujer. Él solo dijo: “Mi Francy…”. Esa vez acabó con más fuerza dentro de mí culito. Fue un momento maravilloso. Después, cuando reposábamos, yo abrazada a su pecho y él fumando serenamente, me pregunto:

–Francy, ¿de verdad me amas, o solo fue el momento de calentura?

–Sí mi amor, creo que me enamoré de ti –le respondí con dulzura. –¿Te complica eso mi amor?

–No bebé (así me llamaba a veces), es que no pensé que estuvieras prendida de mí, un tipo tan feo…

–¡Tonto…! para mí eres el más guapo, te siento ya como mi hombre –le respondí besándole la mejilla.

–Yo también estoy empezando a quererte Francy, eres tan especial, tan mujer a pesar de no serlo amor…Nuca me había sentido tan hombre como contigo.

“Lindo mi Eduardo”, le respondí, levantándome un poco para buscar su boca y besarlo, beso que él me respondió con calor, metiendo su lengua en mi boca. Por ese gesto comprendí que me deseaba nuevamente, y por sus manos que bajaron a mis nalgas para acariciarlas y apretarlas. Yo bajé mi mano hasta su pene y comencé a acariciarlo, como también sus testículos, todo esto mientras nos besábamos con ardor, sin separar nuestras bocas. “Te deseo Francy, ahora súbete tú amor…” me dijo en un susurro. Yo me levanté y pasé una pierna sobre su vientre, montándolo y mirándolo a los ojos, con malicia y entrega, él me sonrío y yo me derretí más aún.

Ya montada, tome su verga y la dirigí a mi agujerito que temblaba, aún húmedo por su anterior penetración (ya lo hacíamos sin condón), lo introduje un poco y él se arqueó y me penetro fácilmente, ya estaba lubricada. “Muévase bebé…”, me ordenó. Empecé a cabalgarlo como si fuera un potro, mi potro. Me movía hacia atrás y adelante, o me levantaba un poco y volvía a bajar para ser penetrada más a fondo. Eduardo gemía de placer y me apretaba con fuerzas mis nalgas, empujando mi culito más hacia él. Yo estaba como loca moviéndome encima suyo, y volví a decirle que lo amaba. “¡Te amo, te amo…!”, repetía yo; esas palabras lo hacían arder todavía más, hasta que con un bufido volvió a acabar dentro de mí y yo sentir su semen que me inundaba, caliente, delicioso. Me desplomé sobre su pecho y busqué sus labios, nos besamos con fuerza por largos minutos, yo aún con mi respiración entrecortada. Nos quedamos quietos y su pene poco a poco salió de mi traserito.

Luego de un rato cogí un papel absorbente del velador y le dije: “Amor, lo voy a limpiar”.

–No bebé, quiero pedirle algo especial… –me susurró al oído.

–¿Qué cosa mi vida?

–Límpieme con su boca, ¿quiere?

“Ohh”, exclamé. Ya había tenido el pene de Eduardo en mi boca, pero tenerlo así era algo nuevo para mí. Además él me complacía lamiendo y metiendo su lengua en mi ano (siempre limpio), así que teníamos esa confianza tan íntima. Confieso que la idea me excitó, la forma cómo lo pidió y mi deseo de complacerlo, hacerlo feliz. Era mi hombre y ya lo amaba. Así que bajé hacia su pene lacio y mojado de semen y empecé a lamerlo desde la base a la punta, sacando todo el semen acumulado en su piel. El gozaba y gemía suavemente. Esa vez tragué su jugo, me sentí su hembra dócil, entregada. Cuando terminé me dijo: “Gracias Francy, ven, quiero besarte”. Subí hasta su boca y apreté mis labios a los suyos.

–¿Sabes mi amor? –me dijo al oído.

–Dime Eduardo… –le contesté con dulzura.

–Solo quería saber hasta qué punto era tu entrega a mí, a tu hombre. Igual me gustó mucho mi bebé…

–Fue un momento de amor, Eduardo, vida mía –le susurré.

Sentí que era suya totalmente, que mi misión era hacer feliz a mi hombre, mi dueño. “Francy, mi Francy, soy feliz contigo mi linda mujer…”. Fui dichosa con esas palabras, y me apreté con más fuerza a su pecho viril. Sí, definitivamente me había enamorado.

Francy (Chile)

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