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Un cine solitario
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Sucedió un martes laborable cualquiera. Tenía que gastar vacaciones en el trabajo antes de que acabara el mes o las perdería, así que elegí algunos días al azar para no hacer nada más que descansar y estar ocioso. Sin embargo, esa mañana me estaba aburriendo un poco y necesitaba desconectar, por lo que me fui a un cine cercano a casa a ver una peli coreana de la que había leído buenas críticas en la prensa. Siempre me ocurre que como me gusta ser puntual acabo llegando a los sitios antes de tiempo y me toca esperar, y aquella no fue una excepción. Llegué a una sala pequeña y solitaria, sin demasiadas butacas y pude buscar con tranquilidad y sentarme en un asiento central que me había sido asignado, ya que estos estaban numerados. A mi derecha quedaba una silla vacía más y a continuación estaba el pasillo.

Respiré hondo y miré a mí alrededor. No había nadie. Estaba solo.

–Lógico, he llegado muy pronto, es temprano, todo el mundo está trabajando… –pensé.

De pronto, detrás de mí, escuché el sutil sonido de unas botas, ahogado en parte por la moqueta mullida de la sala, que se iba aproximando hasta donde me encontraba. Una mujer que calculé que debía tener algo más de 40 años, se dispuso a ocupar el asiento que había quedado libre a mi lado derecho llevando consigo una caja de palomitas de maíz. Tenía el cabello largo, ondulado y de color castaño claro, con algunas mechas rubias entre el que asomaban unos llamativos pendientes dorados cuya forma no supe identificar del todo. No quería mirar de forma muy descarada. Pude fijarme también en su vestimenta, que consistía en una camisa blanca escotada y una falda corta de cuadros grises cuyo tacto parecía muy agradable.

Nos saludamos cordialmente y nos dedicamos una breve sonrisa. Luego, en el proceso de ocupar su sitio y acomodar hubo algún roce casual. Pero nada destacable. Simplemente mantuve la vista al frente, ya que me puso algo nervioso y tragué saliva.

Ella, por otro lado, mucho más tranquila, decidió iniciar una conversación.

–Vaya, se nota que es martes por la mañana. Estamos solos. –Dijo para romper el hielo.

–Si, además creo que hemos llegado un poco pronto. No sé si irá llegando alguien más según se vaya acercando la hora de que empiece la peli. –Contesté tratando de no mostrar mis nervios.

Miró su reloj de pulsera, que tenía una esfera pequeña y redonda, y correas negras de cuero.

–Es verdad que aun falta un rato… Bueno, y es una película coreana en versión original y con subtítulos. A mí al menos me resulta difícil convencer a alguien para que me acompañe a ver este tipo de cine. Jaja.

–Es cierto –Sonreí– Tiene buenas críticas, sobre todo en la fotografía y el argumento, pero seguramente no será muy dinámica.

–Sí, creo que va a ser un poco aburrida, pero me pareció interesante el tema que trata. Ya sabes, lo social, la lucha de clases en una cultura distinta a la nuestra…

–Bueno, quizás nos sorprenda en otros aspectos.

–Perdona, te habré parecido un poco “enteradilla” con todo el tema de la lucha de clases, la cultura y demás. –se disculpó algo avergonzada

–En absoluto, yo también había leído algo de eso, creo que estamos al mismo nivel de parecer “enteradillos”.

Por un momento me dedicó una bonita sonrisa y se colocó el cabello con su mano derecha. Después se puso un par de palomitas en la boca, las masticó y tragó. Se inclinó ligeramente hacia mi asiento y me ofreció por si quería comer alguna. Por mi parte, al dirigir la mirada hacia ellas, no pude evitar detenerme un segundo en su escote.

Se dio cuenta y se cubrió con la mano.

–¡Oye, pero donde miras!

–Perdona, fue sin querer al ir a mirar las palomitas… –Corregí inmediatamente mi postura y miré al frente.

De pronto se empezó a reír.

–Era broma, era broma, jaja. Es lógico que echaras una miradita, yo también lo haría. –Dijo para tranquilizarme– Además has sido disimulado y respetuoso. Se nota que eres buen tío. –Añadió.

Me relajé un poco y sonreí de nuevo, totalmente avergonzado sin saber que más decir.

–Mira, para que veas que no me ha molestado, que me halaga que mires, y solo estaba bromeando, me voy a desabrochar un botón más de la camisa.

Aquello me descolocó y tuve que mirar sin remedio. Unos centímetros más de piel cubiertos por un bonito sujetador negro se dejaban ver ligeramente con un canalillo hacía unos bonitos senos de, al menos una talla 100, copa C. Después levanté de nuevo la vista hacia su rostro y me fijé en sus labios, gruesos y suaves, que relajados dejaban ver una pequeña parte de dos de sus dientes incisivos superiores. Sus ojos de color miel llevaban algo de rímel que potenciaba la profundidad de su mirada, a la cual me enfrentaba ahora directamente.

–Aprovecha para echar un buen vistazo, que cuando empiece la película y se apaguen las luces ya no verás nada. –Me aconsejó dedicándome una sonrisa torcida y pícara y señalándose el busto.

Y efectivamente las luces de la sala se apagaron de repente. Seguramente venían los anuncios, los trailers y después la película que ya no me importaba en absoluto.

–Aun puedo verte con la luz de la pantalla. –Fue lo único que se me ocurrió responder.

Pero yo ya no miraba su escote, si no que mientras pronunciaba la última frase, totalmente absorto, tuve la suerte de que ambos tuvimos la misma idea y nos fuimos aproximando el uno a la boca del otro, para terminar fundiéndonos en un beso húmedo y profundo que hizo que las palomitas acabaran desparramadas en el suelo.

Quise parar para pedir perdón, pero su lengua se introdujo en mi boca y me lo impidió dejando claro que no le importaba.

Comenzamos a saborearnos, me perdí entre sus cabellos sin tardar, buscando recorrer su cuello con besos y chupetones suaves. Mi mano izquierda reclamó su derecho a sentir las texturas de su ropa y se paseó sobre el tejido con pelillos, increíblemente agradable del que estaba hecha su falda de tubo, hasta llegar a su cintura, y así, poco a poco, se nos fue olvidando donde estábamos antes de ser interrumpidos por un momento de cordura:

Ambos levantamos la cabeza y observamos para saber si había alguien más viendo la película, pero por suerte seguíamos siendo los únicos. Ella se llevó el dedo índice a los labios en gesto de indicarme que procuráramos guardar silencio, ser cuidadosos, discretos… Y mi boca se posó de nuevo en el lateral de su cuello, cerca de su oreja izquierda y le hizo soltar un gemido contenido.

Reconozco que si volvía a unos minutos atrás en el pasado, seguramente habría deseado que ocurriera lo que ahora estaba viviendo. Estaba claro que era una mujer muy amable y atractiva, pero eso sí. Nunca me lo habría esperado. Habría sido cordial, tal vez hubiese aceptado la oferta de comer algunas palomitas de la desconocida y luego habría visto cine coreano de autor tranquilamente, para irme a mi casa en cuanto terminara la proyección sin recordar nada de la persona que se había sentado a mi lado. Sin embargo, la situación se había desarrollado de manera afortunadamente inesperada.

Las vistas de su escote, con un par de botones desabrochados se habían quedado grabadas en mi memoria, así que mientras su lengua y la mía se enfrentaban y enredaban en húmedo combate, acompañadas de un séquito de besos profundos, y suaves y juguetones mordiscos, la mano que había dejado aparcada en su cintura trepó y se detuvo sobre su pecho para masajearlo. Una señal en mi cerebro debió quejarse de que aquello no era suficiente y le ordenó desabrochar el resto de botones, colarse bajo la tela de la camisa y levantar el sostén para que la gravedad dejara caer una de sus tetas por debajo y poder darse luego el lujo de levantarla, mecerla y acariciarla. Creo que no olvidaré nunca aquella suavidad y como, cuando mis dedos la apretaban un poco, mi cuerpo empezaba a calentarse y a reaccionar con una erección que comenzaba a ser incómoda por escaso espacio que dejaba mi pantalón vaquero.

Desee llevarme su pecho a la boca y comérmelo durante un buen rato.

Mis labios bajaron desde su cuello en un decidido recorrido que debió parecerle una buena idea. Ella misma apartó su sujetador para que quedaran libres ambos senos y pudiera elegir con cual empezar. Así, mi lengua húmeda se paseó en círculos por la areola de su pezón izquierdo y luego lo lamió, como paso previo a llenarme la boca con él todo lo que pude. Me paré en su escote, hundiendo mi cabeza en medio un momento y pasando al lado derecho de su busto, donde reproduje el mismo comportamiento.

Siempre me han dicho que soy muy goloso y agradecido cuando me como unas tetas. Se nota que es algo que disfruto, sin importar el tamaño que tengan. Me gusta mirar a los ojos y fijarme en las reacciones, mientras experimento todo tipo de lametones, succiones, mordiscos suaves en los pezones… acompañado todo de caricias y masajes con las manos. Me excita el movimiento, lo blando y la sedosidad de unos buenos pechos, no puedo evitarlo. Me seducen ciertas reacciones, gemidos, suspiros… Me pierden las súplicas y peticiones…

–Uff, si, comételas. –Fue la susurrante súplica que deseaba escuchar de mi inesperada acompañante, intentando no armar mucho escándalo y removiéndose de gusto en la butaca.

Mis pupilas gozaban por contemplar el placer en su rostro. Sus ojos entrecerrados, la boca entreabierta y la respiración entrecortada. Se mordió el labio inferior con uno de sus perfectos incisivos mirándome directamente y fue entonces cuando supe que tenía que ir más allá y deseé centrar mis caricias bajo su falda. Ella no opuso resistencia cuando notó las yemas de mis dedos subir por la cara interna de uno de sus muslos. De hecho, como la prenda de vestir era algo rígida, me ayudo a levantarla y me dejó ver una bonita lencería de color negro opaco, salvo por un espacio transparente y punteado justo en la zona del vello púbico, que llevaba muy cortito y arreglado.

Miró por encima de los asientos hacia atrás para ver si alguien nos podía pillar. Yo en cambio, en ese instante ya estaba cegado por el deseo y solo nos veía a nosotros. Especialmente cuando posé mis dedos sobre la tela fina de su ropa interior y comprobé que la humedad la traspasaba y me mojaba. Aquella era una sensación táctil que me pedía ya piel con piel, así que no me recree demasiado y pronto metí mi mano bajo el tejido en busca de su clítoris.

Dio un pequeño respingo, y un suspiro.

Mi índice resbaló con facilidad, dibujó unos círculos con un poco de presión y se metió dentro de ella en busca de lubricación natural, para así poder volver a proporcionar más caricias de nuevo a ese botoncito que, en mi mente no dejaba de pensar que quería sentir en mi boca. Pero ahora mi boca estaba ocupada, no disponible. Besándola, recorriendo su cuello, su cuerpo, acompañando su placer en lo posible mientras había cambiado de estimularla con un dedo a hacerlo con dos, dentro y fuera repitiendo la misma operación de extender la humedad hacia su clítoris y estimularlo después directa y digitalmente.

En ese momento notaba una erección tan rígida que dolía. Dentro de mis pantalones sentía una calurosa llamada de atención, un deseo de liberarse y participar, acallado solo por mi cerebro que deseaba seguir gozando de tener el control y marcar el ritmo.

Me acerqué como pude para sentir su sexo con mis labios, saborearlo y respirar su aroma, pero resultó muy complicado con el reposabrazos que separaba nuestros asientos, así que acabé arrodillándome, dispuesto a colocarme en una posición sumisa, preparado para conquistar de nuevo mi posición de poder y dominio sobre el deleite de mi amante desconocida. Y por fin se las quité. Hasta los tobillos. Saqué sus preciosas braguitas negras por encima de sus botas y, puesto que no vi donde dejarlas sin que se mancharan debido al anterior desastre con las palomitas, actué rápido y me las guarde en el bolsillo del pantalón percibiendo como mi glande se acomodaba al nuevo bulto textil suave y mojado, que fue capaz de notar y proporcionarme cierto cosquilleo excitante, en el mismo momento que separaba un poco las piernas de mi desconocida y salivaba ante la visión de aquel coño que estaba dispuesto a comerme como si fuera mi último día sobre la tierra.

La miré directamente a los ojos.

La miré, si, y lo hice con todo el deseo que no podía contener más tiempo. Fui aproximándome con la lengua fuera, ya goteando saliva que cayó sobre su asiento. La abrí con mis dedos, y luego le di el lametón más eterno, mojado y provocativo que fui capaz.

Sus piernas me hicieron todo el sitio que pudieron y me acarició el pelo de la cabeza, atrayéndome sutilmente para que siguiera comiéndomela.

Lamí su clítoris y escupí sobre él y pronto empecé también a follármela con dos dedos mientras la saboreaba, a la vez que extendía toda aquella humedad. Me aceleraba chupándola, llegando todo lo dentro de ella que era capaz, alternando caricias, besos y mimos que pronto fui cambiando por apresurados roces, intensos chupetones y rápidos lametones. Y es que saber que aquello ya no tenía marcha atrás y que pronto, el orgasmo que me iba a regalar en la boca, me lo habría ganado a pulso, me mataba de satisfacción. Siempre mis pupilas buscando las suyas. Para dejar claro que si no se había corrido aún era solo porque yo había notado el inicio de sus contracciones musculares y había bajado el ritmo para prolongar su placer. Hasta que las caricias que aquella mujer hacía en mi cabeza, turnaron en agarrarme por el pelo y hundirme la cara en su coño y que no pudiera pararme ni apartarme ni un milímetro de allí.

Le di por fin el lujo y lo degusté con muchas ganas. Lamí, chupé y absorbí su clítoris con intención de no detenerme ni frenarme en ningún momento. Me la follé introduciéndole mis dedos a buen ritmo, provocando que su cuerpo se moviera y sus tetas se mecieran de manera insinuante y a contra-ritmo, y por fin, acabé notando su delicioso orgasmo que le causó espasmos y temblores en todo su cuerpo, y un último gemido, que tapándose además la boca, supo encajar en un momento en que el sonido de la película, por la tensión de la trama, tenía la suficiente potencia como para amortiguarlo y que nadie pudiera descubrirnos.

Hubo un instante, aunque breve para respirar y tomar posiciones relajadas de nuevo.

Me deslicé hasta mi butaca y me senté con las piernas abiertas, necesitando espacio para la sólida erección que aún tenía y que hacía asomar por la cintura de mi pantalón una parte de mi enrojecido e hinchado glande, y mientras, mi agradecida compañera de proyección, deslizo su mano por mi torso hacia abajo, e hizo el favor de liberar por fin la tensión, desabrochándome el pantalón, bajando la cremallera, y sosteniendo mi miembro, que ahora ardía y palpitaba entre sus dedos. Lo masajeó un poco subiendo y bajando la palma de su mano, y rápidamente se dio cuenta que ahora que había recuperado sus fuerzas, podía tomar la iniciativa y tomar el control de la situación.

Se levantó y decidió mantener mi polla rígida en un ángulo de 90° y sentarse sobre ella, de manera que acabo llenándola hasta el fondo en cuanto se dejó vencer por la gravedad y echó su cuerpo sobre el mío. Arqueó su espalda, gimió, e instintivamente mis manos surgieron desde atrás para agarrarle las tetas. Mi cara, por otra parte se perdió entre sus cabellos de nuevo en busca de permitirme respirar su olor. Así, subió y bajó sus caderas un par de veces, metiéndosela toda a un ritmo lento pero que permitiera mucho recorrido. Luego miró hacia atrás preocupada, se salió, se dio la vuelta para mirarme de frente y acercarse a mi oído, y me susurró.

–Creo que esto está siendo muy cantoso y nos van a pillar, así que mejor cambiamos de estrategia. –Y añadió dos palabras que entraron en mi cuerpo, por mis oídos como una sugerente descarga eléctrica.

–Déjame chupártela. –Pidió en amable y caprichoso tono.

Asentí con la cabeza y me relajé, esperando sus atenciones, mientras la veía deslizarse por mi vientre e ir descendiendo, hasta tener mi sexo justo delante de su cara y comenzar a pasarle su lengua de forma sensual desde la base hasta la punta.

Necesitaba aquello.

Se la metió en la boca y acopló perfectamente sus labios al glande, de manera que cuando bajaba su cabeza había cierta resistencia a entrar y se notaba como una caricia muy prieta y húmeda para mi, y cuando subía su cabeza, en cambio, salía sin dificultad, con un poquito de succión y mucha saliva que ayudaba en la lubricación y añadía un componente auditivo muy excitante para mis oídos.

Me fui rindiendo y deshaciendo de placer, usando las pocas fuerzas que me dejaba para acariciarle el pelo o los pechos, y me dejé hacer durante un rato lo que cualquier hombre habría calificado de una mamada nivel experto. Con esos bonitos ojos mirándome, su pelo acariciándome en cada movimiento acompasado de su cabeza, y su lengua hábil participando siempre donde y cuando se la necesitaba, con lametones en el frenillo, paseándose con círculos sobre el glande o incluso haciendo las veces de doble labio inferior al sacarse mi sexo de su boca.

Estaba a punto de correrme y se lo hice saber en voz baja. Pero ella sonrió y le dio un beso juguetón a la punta antes de volver a la carga pero con más intensidad. Se la metió todo lo que pudo y aceleró el ritmo, dejándome sentir sus labios a buena marcha en un extenso recorrido de caricias de subida y bajada que me hicieron retorcerme de nuevo.

Le advertí que iba a correrme, en voz bajita. Pero no frenó.

Lo repetí por si no me había escuchado. Pero aceleró.

E inevitablemente un intenso orgasmo acompañado de varias descargas de leche caliente en la boca de la mujer me hizo retorcerme en la butaca.

Y según fue recibiendo los chorros y no pudo contenerlos hizo el gesto de tragar, con una mirada que me golpeó como un látigo en medio del torrente de placer, haciéndolo sin entender por qué, más placentero y halagador.

Cuando mi cuerpo dejó de temblar fijó otra vez sus pupilas en las mías y abrió su boca para enseñarme su lengua y probarme que lo había ingerido todo, después estrujó con cuidado mi glande y lamió gentilmente las últimas gotas, se limpió los labios con el dorso de la mano y me sonrío.

La verdad es que nunca me ha resultado extremadamente morboso que una mujer se tragara el semen y nunca hago esa petición. Sé que suele resultar desagradable y costoso para la mayoría y, personalmente no me aporta nada, pero en ese momento me sentí muy agradecido, por el gesto y también porque en el lugar y la situación en la que nos encontrábamos, limpiar el desastre habría sido complicado.

Después de aquello y de recuperar el aliento, nos colocamos la ropa lo mejor que pudimos y nos sentamos sin tener mucha idea de cuánto le quedaba a la película para terminar. Luego me saqué la ropa interior del bolsillo y se la devolví.

–Quédatela. Así seguro que te acuerdas de mí. –Me dijo a la vez que me guiñaba un ojo.

–Sí, pero… No sé tu nombre y…

–Estoy casada –Me interrumpió.– Espero que no pienses que buscaba esto, o que hago esto todos los días o algo así.

–Que va, yo no… –Acerté apenas a responder.

–Para mí ha sido algo para recordar, algo que necesitaba y que ha pasado, no sé cómo, y no he querido frenarlo. –Volvió a cortarme.– Me lo he pasado como nunca, pero ahora espero poder volver a mi vida como si nada hubiese ocurrido.

Me sonrió, se inclinó hacia mí y me dio un beso profundo y húmedo. Después, se mordió el labio inferior de esa forma tan sexy, con sus preciosos incisivos, y como quien huye de la tentación, abandonó la sala de cine dejándome a solas con una enrevesada trama que ya nunca entendería, mis pensamientos sobre lo ocurrido, y recogiendo en lo posible las palomitas del suelo, para que las personas encargadas de la limpieza no tuvieran un trabajo extra por mi culpa… Ah, bueno, y con ropa interior de mujer, suave, sensual y semitransparente en el bolsillo, que efectivamente, me serviría para hacer memoria de aquel erótico encuentro con una desconocida en el futuro.

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