Estábamos, en la segunda parte del relato, en que Mar se vino mientras el cornudo le hablaba por teléfono y yo me la estaba cogiendo. Después, sacó del refrigerador el segundo vasito con lefa, lo llevó a la recámara y regresó conmigo a la sala.
Al terminar de lavar los trastes, me preguntó “¿Jugamos ajedrez?”. Ya sabía yo que ella aprendió en el Cbetis y que después de allí sólo jugó con Bernabé y con su hijo mayor, a quien ella le enseñó desde que él era niño. Asentí y trajo a la sala el tablero. Jugamos a la suerte los colores y acomodamos las piezas en la mesa de centro.
Me senté en la alfombra del lado que me correspondía. Seguramente yo sé menos que tú, así que te pondré un grado de dificultad: giró 180º el tablero y se inclinó para que le chupara la raja y el ano. La vagina aún estaba mojada del flujo de su venida y se notaba en sus verijas las chorreaduras de éste. “Límpiame las piernas, la raja y el culo”, me pidió con una voz de puta.
Conforme saboreaba su sexo se me fue endureciendo el falo y se sentó de golpe en mí. “Ya tiré P4R”, dijo y entendí lo del grado de dificultad: mala visibilidad, reconocer el avance de las piezas en sentido contrario y, por si fuera poco, después de hacer ella una tirada, se mecía en círculos sobre mi pene apachurrándome los huevos. La tranca no se me bajaba y hubiera sido más fácil jugar con los ojos vendados si ella me decía el movimiento que hacía.
–Sospecho que así juegas con Bernabé –aseguré, disfrutando de su movimiento.
–Sí, ¿no te gusta?
Resumiendo, quedamos tablas y con muchas ganas de cambiar el juego. Como pude, con muchos trabajos y sin sacarle la verga, me la llevé cargada a la cama. Ahí, ella me puso bocarriba, me chupó los huevos depilados, como ella los quería, mientras jugaba con mi falo. Después me montó.
–Antes de cabalgar para bajar el desayuno, vamos a probar la segunda muestra de leche –dijo, tomando el segundo vaso con semen y lo vació en su boca.
Me gustó la manera pícara en la que me miró antes de besarme. ¡Ese beso! jugó con su lengua en mis encías y en el interior de mis mejillas. Sacó la lengua para tomar el resto de semen que había quedado. “Saca la lengua, te va a gustar”, dijo, y yo obedecí lamiendo el interior del condón. Volvimos a besarnos y, al terminar la prueba del sabor, ella se acomodó y comenzó a masajear mis testículos con sus nalgas. Aguanté para no venirme antes de escuchar los gemidos y gritos “¡Qué rica verga, papasito, sígueme cogiendo!” Entonces descargué lo que había acumulado por tanta calentura en esas horas y al volcar mi simiente en ella le grité “¡Eres una puta hermosa, Mar!”. Fue un chorro grandioso en esa pepa que ya me estaba llenando los huevos con tanto flujo que se desbordó en los saltos que dio sobre mi pubis. Quedó yerta sobre mí, expeliendo las rápidas respiraciones de su aliento en mi cara, y recibiendo el aire de mis jadeos. Quedé a punto de perder el sentido cuando sentí que las contracciones de su vagina me exprimían. De cualquier forma, dormimos con los vellos encharcados por el líquido de nuestro placer…
–¡Válgame Dios, cuánto dormimos! –dijo Mar al mirar el reloj despertador de su buró–. Debo hacer la comida –concluyó antes de meterse al baño.
Al salir de asearse miró el vello de mi pubis con lamparones de lefa y flujo, se agachó y me lamió. “Tú sólo lávate las manos, más tarde te bañarás porque no debes llegar así a tu casa…”, me dijo, e hincada, y siguió lamiendo mi sexo. Mi miembro creció de inmediato. Ella se dio cuenta y salió rumbo a la cocina.
Yo no había reparado en que, tanto la ventana de su recámara como la de la sala tienen, además de los visillos, unas cortinas que no permiten la luz y que siempre estuvieron cerradas pues son las que dan al jardín de acceso. Eso me corroboraba que a Ramón le gusta cogerse a Mar por toda la casa, y por ello, las recámaras de sus hijos están arriba, con acceso por el jardín.
Al salir de la recámara, me imaginé a Mar siendo cogida por su marido en cada uno de los lugares donde se posaba mi vista: la barra de la cantina; el sofá; cada uno de los sillones y las sillas; sobre la mesa del comedor; en la mesita del antecomedor y los bancos de éste; también en los de la cantina, etc. ¡Qué cogidas tan lindas pueden hacerse con ese cuerpo que tiene Mar!
–¿No quedó algo de la deliciosa crema de champiñones? –pregunté.
–Después de lo que me has demostrado, te haré, con mucho cariño y agradecimiento, la crema de champiñones que también le encanta a mi hijo y comeremos unas chuletas para no cocinar más –dijo Mar cuando reparó en mi presencia–. Abre una botella del vino que quieras, preferentemente tinto y pones dos copas en la mesa –me ordenó.
Cuando regresé de cumplir la misión, me fijé lo que ella hacía. Partió finamente ajo, cebolla y champiñones frescos. Los colocó en un sartén donde puso a calentar mantequilla. Cuando los tuvo sancochados, los metió a la licuadora. En todo ese tiempo la estuve acariciando en las nalgas (¡qué hermosas nalgas!) y besándole la espalda. Cuando apagó la licuadora, me puse en cuclillas para lamerle las nalgas y el culo, ¡me faltaba lengua! De pronto se volteó hacia mí, puso uno de sus pies sobre mi rodilla y me dijo: “También me gusta por delante”. Me invadió el perfume “a puta muy cogida”, como dice Bernabé, que salió de su panocha, lo cual fue una invitación para acercarle mi nariz y boca.
Pronto bajó la pierna y le besé y lamí el ombligo apretándola de las nalgas. “Voy a seguir con la sopa”, me dijo y se volteó para colocar una cacerola donde vació un poco de aceite de oliva y le prendió fuego a la hornilla. Segundos después. tomó lo que había molido en la licuadora y lo vació a la cacerola. Le molió una parte minúscula de pimienta roja y nuez moscada, y movió constantemente; también yo mantenía mi constancia acariciándole el pecho con mis manos, las nalgas con mi pene y besándole la nuca hasta que dijo “ya está”.
Sirvió dos platos y me pidió que los llevara a la mesa. Ella llevó los cubiertos. ¡La crema era una delicia!, y yo me sentí halagado de que la hubiese hecho para mí. Ella terminó pronto y se levantó de inmediato, advirtiéndome que la esperara allí. En la cocina se veían sus nalgas y las piernas parecían escurrir de ellas y se alcanzaba a escuchar el freír de las chuletas que en menos de dos minutos estuvieron listas pues estaban delgadas y con rica grasa en un costado.
Al sentarse levantó una pierna y la puso sobre las mías, “Vi que las mirabas desde los pies hasta las nalgas, con la bocota abierta”. “Sí”, dije soltando el tenedor después de meterme el bocado de carne, para acariciarla. “Las dos carnes están riquísimas, ¿qué le pones?”
–A la que estás masticando, solamente pimienta negra y sal. A la que tienes en la mano, mucho ejercicio diario y crema de mi marido una vez a la semana, que luego me la limpia Bernabé con la lengua…
Terminamos la carne y se levantó para ir a la cocina llevando los trastos al fregadero, volviéndome a decir que la esperara. El movimiento de sus carnes al moverse con rapidez para prender la cafetera y extraer el postre del refrigerador, me tenían, otra vez, con la boca abierta. Regresó con un par de platos con el postre.
–Es pera en almíbar que les hice el domingo, también pensé en ti –señaló, volviendo a subir sus piernas acariciando mi crecidísimo pene con su pie–. Me agrada que te embobes al verme encuerada, eres como todos.
–¿Quiénes más te han visto así? –pregunté asombrado.
–En vivo, sólo ustedes tres; en fotos, no tengo idea, pero son varios cientos. Algunos me envían sus fotos mostrándome una erección que, dicen, la causaron mis fotos. Otros más me mandan unas video corridas abundantes donde están diciendo guarradas de mí, mientras escupen la leche. ¡Son divinos! Tú también te has masturbado con mis fotos, me has contado.
Platicamos más de sus contactos por correo electrónico y le confesé que yo también quería tomarle unas fotos y video. “Me lo hubieras pedido desde antes, ya dejaste pasar mucha acción”, dijo. Ella se levantó por el café y yo por mi teléfono, que ya se había cargado. La fotografié como quise, una de ellas con el vapor del café que salía de su tasa y se metía en la pepa. Otras más, de espaldas, cuando caminaba hacia la cocina llevando los trastos. Después vinieron otras posando en la cama; sus manos en mi sexo haciéndome una paja: la cara de ángel que pone al mamar la verga; el ojete cuando se abrió las nalgas: mi verga en su mano cuando la dirigía hacia su pucha. Ella tomó una de mi rostro lleno de su flujo, después de haberse pajeado en mi boca y mi nariz cuando yo estaba acostado, “Ésa me la envías por correo… y las demás también, ya escogeré cuales les enseño a mis admiradores”. En fin, cada vez que me acordaba de accionar la cámara, lo hacía; pues con las cogidas y los mimos, me olvidaba de tomar las fotos o videos.
A las nueve de la noche me levantó de la cama y me dijo “Ven a bañarte y encúlame allí”. Le cumplí el último deseo y dejé en su recto el poco semen que me quedaba. Me vestí. Ella apagó la luz y abrió la cortina gruesa, dejando sólo el visillo. Salimos de la recámara y le di un último beso antes de que ella abriera la puerta para despedirme.
No había caminado más de dos pasos y sonó el teléfono. Se prendió la luz de su recámara y me acerqué a la ventana, donde pude ver que ella, después de acomodar su teléfono, se quitaba la bata para acostarse. No se escuchaba bien, peo me imaginaba lo que ella decía. Veinte minutos más, después de que se pajeó frente al teléfono, cortó la comunicación y volteó hacia la ventana; me lanzó un beso al aire y con un movimiento de mano me dijo adiós, antes de apagar la luz.