Marta, una muchacha de tez pálida, miró el reloj por enésima vez. Faltaban diez minutos para la reunión trimestral del departamento de ventas. La pantalla del portátil que tenía enfrente mostraba una presentación con gráficos de calidad, el resumen era impecable, pero fallaba un pequeño detalle, los resultados. Las ventas eran muy pobres. Una gota de sudor resbalo por su cuello deslizándose por la espalda. Ya no podía hacer nada, solo le quedaba esperar que sus compañeros de departamento tuvieran peores resultados.
Cinco minutos. Le daba tiempo a ir al baño otra vez. Caminó con prisa y se metió en el aseo para mujeres cerrando el pestillo. Levantó la falda, bajó las bragas y ajustó el trasero en la taza del retrete. En su vejiga apenas había orina, pero se esforzó en demostrar lo contrario apretando. El resultado fue unas gotas de pis y un sonoro pedo. Tiró de la cadena, despegó el trasero, pasó un trozo de papel higiénico por la raja del culo, se subió las bragas y dejó caer la falda. Después de lavarse las manos con jabón y echarse unas gotas de colonia en el cuello, salió en dirección a la sala de reuniones.
Estaban todos allí a excepción del jefe.
Clara, la más veterana, llevaba pantalones. A su lado Raquel tocándose la melena rizada y Lucía, luciendo labios color carmín, reían abiertamente mientras comentaban sus aventuras con los clientes. Los varones se encontraban algo separados, Tomás, un joven que no llegaba a los veintiún años, Paco, vestido con corbata y José, de mediana edad, velludo y con barba de cuatro días.
La llegada de Don Pedro, impecable en su traje azul oscuro, interrumpió la chachara. Su frente despejada denotaba inteligencia, su barba, dónde crecían pelos blancos, infundía respeto. Cuando comenzó a hablar, su voz ronca pareció llenar cada rincón.
– Bien, aquí estamos de nuevo para evaluar los resultados. Como sabéis acabamos de terminar el periodo más importante de ventas y es hora de ver como hemos salido en la foto. Paco, empiezas tú y luego ya sabéis, vais presentando.
Las exposiciones, que no llegaban a los 10 minutos se fueron sucediendo. Clara, Raquel y Tomás, tenían los mejores números, por encima del objetivo. Paco aprobó por los pelos. José y Marta, empataron con unos resultados muy por debajo de lo esperado. Don Pedro, sin disfrazar su enfado, tomo la palabra nuevamente.
– Marta, José, vuestros números son muy muy pobres. No alcanzan lo mínimo exigible en esta empresa. Como sabéis, el trabajo de comercial se valora en base a las ventas. Vuestra exposición, sobre todo la de Marta, ha sido muy buena. Parece que sois conscientes de lo que ha fallado y las propuestas de mejora podrían funcionar.
Durante un instante José se aferró a la esperanza. Incluso Marta, pesimista por naturaleza, creyó ver en las palabras de su jefe una oportunidad.
Estaban equivocados.
– Pero esto no quita para que el resultado sea el que es… un resultado nefasto. – continuó hablando tras una pausa.
– ¿Qué voy a hacer con vosotros? ¿Os despido?
– Deles una oportunidad intervino Raquel.
– ¿Una oportunidad? Así por la cara. – replicó Don Pedro.
– No, por la cara no. Pero puede imponerles un castigo dijo Raquel.
Don Pedro miró a su empleada y sin inmutarse dijo.
– Vale. Haremos como en una peli que vi. Tú y Clara castigareis a vuestros compañeros.
– ¿Cómo? – intervino Clara.
– Con un paddle. – respondió Don Pedro sacando el instrumento del cajón.
Los presentes quedaron de piedra con la propuesta. Raquel, pasada la sorpresa, se pasó la lengua por el labio superior y Tomás tuvo un amago de erección. En unos segundos, el ambiente de competitividad había dejado paso a un nuevo elemento. La tensión sexual.
– La idea es dar diez azotes en el culo a los perdedores.
– Eso tiene pinta de doler. – dijo Paco.
– Exacto, dolor y humillación. Si con esto no reaccionan para la próxima vez pues no me quedará más remedio que echarles a la calle. ¿De acuerdo?
Tanto Marta como José, pillados en el momento, asintieron. La idea de perder el trabajo no les cuadraba.
José fue el primero en enfrentarse a la tabla. Se apoyó sobre una mesa estirando los brazos y sujetando el borde con las manos. Raquel rodeó la cintura del comercial con las manos y le desabrochó el cinturón y el botón del pantalón. Clara tiró de los pantalones hacia abajo y luego hizo lo propio con los calzoncillos dejando a José con el peludo trasero al aire.
– ¿Quién se encarga de atizarle? – interrogó Don Pedro.
– Yo misma. – respondió Clara cogiendo el instrumento de madera.
José, con las mejillas acaloradas por la vergüenza, intentó contraer los glúteos en un vano intento de proteger su retaguardia. El paletazo, contundente, aterrizó en medio del culo pintándolo de rojo.
– Uno. – contó Raquel metida en el papel.
El correctivo no dejaba indiferente a nadie y a pesar de ser varones, Paco, Tomás y el propio Don Pedro, notaban cierta excitación en sus partes.
– Prepárate para el segundo. ¡Listo!
Y sin esperar respuesta Clara volvió a azotar las desnudas nalgas del empleado haciéndolas temblar.
José notaba el escozor en su trasero.
Los golpes siguieron a intervalos regulares. Después del sexto, Raquel ofreció al azotado la posibilidad de llevarse las manos al culo y frotarlo mitigando el escozor.
La tregua apenas duró un minuto y nada más recuperar la posición, Clara reanudó el castigo. Poniendo punto final al mismo con un contundente zurriagazo.
José se reincorporó con el rostro tan colorado como el culo y las lágrimas a punto de brotar.
– Bien hecho. Puedes vestirte. – dijo Don Pedro dando una palmada en la espalda a su subalterno.
Luego, todos los ojos se posaron en Marta. La mujer tragó saliva y con un nerviosismo visible apoyó los pechos sobre la mesa agarrando el extremo de la misma. La cabeza apoyada sobre la mejilla derecha.
– Tomás, tú eres de los que mejores números has hecho. Si no te importa, coge el paddle y calienta el trasero de tu colega.
Tomás, algo nervioso, cogió el instrumento de castigo mientras Raquel tomo la iniciativa de desnudar a Marta. Le soltó la falda y le bajó las bragas dejando el pálido culo a la vista de todos los presentes.
Tomás observó las nalgas de su compañera, tragó saliva y preguntó.
– ¿Preparada?
La mujer respondió con un sí inseguro y luego apretó los dientes aguardando el golpe. Las posaderas temblaron al recibir el impacto. Aquello dolía más de lo que creía.
Paco tomó la palabra y con algo de retraso dijo el número.
– uno.
Los siguientes azotes no se hicieron esperar.
– dos, tres, cuatro.
Tras el quinto, Raquel se interpuso en medio y masajeó las nalgas de su compañera musitando unas palabras de ánimo en su oído.
Dos minutos después, las nalgas de Marta volvieron a temblar con un nuevo golpe.
– Seis.
La mujer que estaba siendo azotada cambió la pierna que soportaba el peso de su cuerpo haciendo que la nalga derecha cayese un poco.
– Siete. – contó Paco.
Marta resopló y a continuación aguantó la respiración mientras la tabla impactaba por octava vez en sus posaderas.
El escozor era importante y las lágrimas aparecieron en los ojos de la comercial.
Sin tiempo para controlar las emociones el noveno golpe coloreo el pompis desnudo.
Marta dio unos saltitos y se llevó las manos a las nalgas.
– por favor, escuece mucho. – imploró.
– Solo falta uno. – dijo Raquel acariciándole el cabello.
Marta no apartaba las manos de su trasero por voluntad propia y tuvo que ir Paco a retirarlas sujetando los brazos de la castigada sobre la mesa.
Matías, en cuanto vio el terreno libre, descargó un nuevo golpe rápido sobre el culo de la mujer.
– Bien hecho. Sigues con nosotros. – intervino Don Pedro.
Marta se incorporó subiéndose las bragas mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Don Pedro la abrazó paternalmente para consolarla.
Luego Clara le ofreció la falda y Marta se vistió metiendo la camisa por dentro.
Diez minutos más tarde todos salieron de la sala.
Raquel se acercó a Marta y José que comentaban la jugada.
– Marta, si te escuece me ofrezco para extender cremita en tus nalgas.
Luego, mirando a José añadió.
– La oferta también es para ti, si quieres a la hora de comer te pongo cremita.
El hombre se ruborizó, pero no rechazó la oferta.
Fin