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Quiero follarte
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Me dijo: "Voy detrás de ti", en la cola del supermercado. Me giré y tuve una visión mágica: la mujer que me había interpelado era joven, alta, guapa. Iba también un poco desastrada, todo hay que decirlo: vestía leggings y una chaqueta de chándal y calzaba unas zapatillas playeras de las que sobresalían por la puntera los dedos de los pies cubiertos por unos calcetines azules. "Vale", le respondí. "Vale", le dije tres horas después en mi cama cuando me propuso hacerme una mamada. Desnuda, Lucía, este es su nombre, era irresistible. Su piel era suavísima; su culo era pequeño y apretado, de bonitas curvas; sus tetas, grandes y redondas, estaban adornadas por unos pezones muy morenos dentro de una pequeña areola; su cintura era fina, y sus piernas delgadas y bien formadas. "Pero quiero follarte", objeté, "si me haces la mamada, no hagas que me corra…, soy hombre de pocos disparos", reí. Agarró con una mano mi polla y se la metió en la boca. Empezó a cabecear, abajo arriba, abajo arriba, sin ayuda de sus manos. Cerré los ojos e introduje mis dedos entre mi pubis y su torso para acariciar sus tetas. De vez en cuando la oía gemir. Esto me satisfacía, pues era una señal de que le estaba gustando mamármela. "Ah, Lucía, me gusta", murmuré. Empecé a pensar en que estaría mejor que Lucía me terminara, en derramar mi semen en su boca. Así se lo hice saber: "Sigue, Lucía, sigue", dije muy excitado. "Mmm, mmm, mmm"; "Sigue, Lucía"; "¡Mmm!"; "Oh, uf, Lucía-a-aahh". Me corrí. Tragó mi semen.

Lucía gateó sobre mi cuerpo y, al acercar su rostro al mío, me besó en los labios cariñosamente. Luego sé dejó caer de costado y, pegada a mí, acostó su linda cabeza en mi pecho; dio un suspiro. Habló en voz baja: "Me ha gustado mucho tu polla, me la tienes que meter, Juan", este es mi nombre; "Vale, pero deja que me reponga", dije, "a mi edad, ya te avisé, tengo pocos disparos"; "Bah, qué edad tienes, tonto…"; "Treinta más que tú seguro"; "Oye, no soy una niña", dijo Lucía fingiendo indignación; "Ja, ja, no, no lo eres", reí; "¿Serás mi novio, Juan?"; "Búscate a uno más joven…"; "No me gustan los niñatos, me gustan los hombres": dicho esto me besó en los labios de nuevo. Así, acurrucado junto a Lucía, acaricié sus caderas, sus muslos, sus tetas: todo un placer para mi sentido. Mi dormitorio, tenuemente iluminado por una lamparita de mesa, cálido por el calor que habían emanado nuestros cuerpos, era un nidito de amor perfecto. Así por la nuca a Lucía y la besé largamente, introduciendo mi lengua en su boca hasta rozar su paladar y recorrer sus encías.

Lo del supermercado fue por la tarde; en mi casa era de noche: nos entró hambre.

"¿Qué tienes para comer?", me preguntó Lucía; "En la nevera hay cosas", respondí; "Te advierto que cocino de maravilla", dijo Lucía, juguetona. Se levantó de la cama y cubrió su desnudez con un jersey rojo y ancho que estaba colgado en el respaldo de una silla, le quedaba grande. La miré con detenimiento mientras ella se recogía su melena en un moño. No pude menos que elogiar mi suerte por haber dado con una mujer como Lucía.

Acostado, oía el trajín de Lucía en la cocina: el abrir y cerrar de nevera y armarios, el chasquido de un mechero, el golpeteo de un cuchillo… Me decidí a levantarme para ver qué preparaba Lucía. Cuando entré en la cocina, un agradable olor a cebollas sofriéndose en aceite de oliva satisfizo a mi olfato: era un olor familiar, hogareño ese. Emprendí unos pasos hacia Lucía que, dándome la espalda, se empeñaba en remover algo en una sartén. Me puse justo detrás de ella, me pegué a ella. Mi polla creció bajo el pantalón del pijama que me había puesto. Metí una mano entre sus muslos bajo la falda del jersey. "Mmm, Juan, deja que me concentre"; "Lucía". Seguidamente me bajé el pantalón, le subí el jersey y pasé mi polla por la rajita de su culo. "Mmm, Juan, qué dura la tienes"; "Lucía". Separó los muslos Lucía y puso el culo en pompa. Yo sostuve mi polla y la apunté más abajo, hacia su coño; y moví mi cadera hacia delante cuidadosamente hasta conseguir penetrarla; en ese momento, Lucía dio un gritito de cuyo significado y consecuencias no tenía duda: me voy a follar a Lucía, aquí, de pie, en la cocina. "Ay, sí, sí, sí, sí, Juan, ah, ay, fu, oohh…, sí, sí…, más, más…, aahh, oohh". Mi polla, entrando y saliendo, cada vez estaba más mojada por sus fluidos. "Se va a correr", pensé, y di más vigor a mis arremetidas. "Oh, oh, hu, sí, sí, Juan, no puedo más…, córrete, córrete por favor". Me costaba correrme debido a la reciente mamada; no obstante, me concentré admirando la belleza de los hombros y espalda de Lucía y eyaculé.

Si olía a cebolla quemada, no nos importó después de semejante polvo.

Después de cenar, nos volvimos a acostar. Chupé con deleite las tetas de Lucía, lamí los pliegues de su cuello… ¿Todo eso era para mí? Ella me estuvo chupando la polla durante casi una hora: ya sabéis: lo de los disparos…

Me desperté muy temprano la mañana siguiente. Lucía aún dormía. Metí dos dedos en su coño caliente y lo estuve excitando hasta que se humedeció. Entonces, me subí sobre Lucía y la penetré. Ella dio un suspiro lastimero y entreabrió los ojos; sólo susurró: "Juan", me abrazó y se dejó hacer. Ah, qué placer, ah, qué delicioso es el olor del amor, el sudor, el semen, los flujos se entremezclan creando un perfume único; los sonidos del amor, únicamente resuellos y gemidos se oyen. Follar en la intimidad, amorosamente a una mujer es una experiencia única. Sí, Lucía, sí, mi amor, seré tu novio; sí, Lucía, y nos casaremos.

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