No fue un día cualquiera. Nuestro primer día.
Podría haber sido un día cualquiera. De cualquier año. De cualquier mes. Pero no era así. Era nuestra primera vez. Después de justo un año (día arriba o día abajo), por fin me habías confirmado en Skype que apagabas el móvil. Que tu vuelo estaba a punto de despegar.
Me dio mucha rabia no poder acercarme al aeropuerto y dormir contigo esa noche, pero habíamos decidido que era mejor vernos sin mucha planificación. Sin mucho plan b, o sin buscar “la tapadera perfecta en casa”. Unos días atrás, charlando en Skype, me lo dijiste así.
“Iré cualquier día. Sin planificarlo, porque cada vez que lo planificamos bien, ocurre algo. Una vez nos hayamos visto… será más fácil repetir. Que vaya yo, o que tú vengas. Pero tenemos que vernos de una vez”.
Y me pareció bien. Es cierto que hemos tenido ocasiones para poder estar 4 días juntos. 24h al día (exceptuando aquellas en las que tuviera que trabajar), pero con la opción de dormir y despertarnos juntos. Pegados. Pero por distintos motivos, y después de varios intentos, no habíamos conseguido ponernos piel… y los dos lo estamos deseando. Toca desbloquear alguna pieza, y es mejor vernos “como sea” que vernos con todo bajo control.
Cuando me despido de ti, vuelvo a revisar por enésima vez el Keep. Tengo claras las instrucciones que me has ido dando a lo largo de estos maravillosos 365 días, pero quiero volver a leerlo para no fallarte. Sabes que odio fallar. También sé que lo sabes, y que forzarás mis fallos una y otra vez. Pero mi afán de superación y mis ganas de complacerte son tan grandes, que no será por esfuerzo ni por ganas, así que releo algunas de las notas que tengo apuntadas para esa primera vez:
El primer día llevarás calcetines negros lisos.
El primer día quiero que lleves cinco bridas en tu bolsillo izquierdo.
Cuando estés conmigo, quiero que estés siempre con las piernas separadas. Que estés accesible para mí.
Llevarás una camiseta tuya que voy a quedarme.
Me recordarás dos cosas que te has ganado en mis partidas al Preguntados.
Me dirás al oído que tienes más ganas de probarlo todo que yo.
Limpiarás mi coño, mi culo, mis piernas o cualquier cosa que manche después de cada uno de mis orgasmos.
Me darás las gracias cada vez que me corra, y por supuesto cada vez que te corras tú.
Pedirás permiso para correrte.
Tenía muchas cosas anotadas, pero aquello iba a pasar de un “simple” listado en Google Keep a una realidad en la que quería que todo saliera bien y estuvieras feliz de mi entrega y mi sumisión.
Eran casi las 9 de la noche y mi cabeza volaba de un sitio a otro a toda velocidad. En la mochila del trabajo tenía guardada la pala que nos tocó en un sorteo en Twitter, y que tenía grabados nuestros nombres. Esos nombres acabarían marcándose en mi piel, y lo estaba deseando.
Me puse a hacer cosas en la casa y algo menos de una hora después, y tras decenas de veces de abriendo Skype, leí que ya estabas en Madrid. Que era una lástima que no pudiera recogerte en el aeropuerto, pero que así tendrías algo de tiempo para preparar “algunas cositas” para el día siguiente.
Me habías dejado claras las instrucciones. Saldría de casa como un día normal. En el trabajo diré que me he cogido el día libre, y en casa que voy a la oficina. Me meto en el Uber y voy directo a Boadilla. Tengo la dirección de tu casa guardada en un Keep, así que lo único que tengo que hacer es avisarte en el momento en que me meta en el Uber, y estar atento desde entonces, porque ya me has anticipado que en el trayecto vas a volverme loco.
Me acuesto y no puedo dormir. Estoy nervioso. Estoy excitado. Doy vueltas y vueltas y por fin me quedo dormido. Al rato me despierto. Son las 3.15 y estoy soñando contigo…y no tardo en darme cuenta de que estoy duro debajo de mis boxer azules. Intento dormir, pero no soy capaz. Después de media hora, miro Skype y me encuentro una foto tuya que me vuelve loco. No me habías enviado nunca una foto en ropa interior… y entiendo que es el anticipo de lo que pasará al día siguiente.
Sobre las 4.30 consigo dormirme, y cuando suena el despertador a las 7 estoy desorientado y cansado, pero con una energía inusitada, y muchísimas ganas de salir de casa y acudir a tu encuentro. Mientras hago pis sentada, como cada día, abro Skype y te doy los buenos días. Estás inactiva, pero veo que tu última conexión ha sido a las 5 de la mañana, así que intuyo que los dos estamos igual. Son muchas ganas acumuladas desde hace un año. Muchas certezas y pocas dudas… más allá de las “colaterales”, con las que no nos va a quedar otro remedio que vivir.
Por fin se van todos de casa, y pido el Uber. Después de 7 minutos que se me hacen eternos, veo en la aplicación que el coche está esperándome debajo de casa. Salgo con la bolsa del portátil y unos nervios increíbles. Nada más sentarme en el Uber, y tratando de calmarme, abro Skype y te digo:
“Ya en el Uber, Ama. En 26 minutos estaré en la dirección que me diste”.
Pero no contestas.
Los primeros 15 minutos se me hacen interminables. Voy por la M40 y por fin siento el móvil vibrar en el bolsillo. Eres tú.
“Buenos días mi amor. Estoy muy dormidita, porque he dormido regular. Pero tengo muchas ganas de verte. Cuando llegues llama al timbre y al cruzar la puerta, quiero que te desnudes y que agarres con tus dientes la cadena del collar que he dejado colgado en el pomo de la puerta, por dentro. También encontrarás un pañuelo negro. Tápate los ojos con él, mi amor”.
Inmediatamente siento una erección recorrer mi entrepierna. El momento del collar cada vez está más cerca. Es un símbolo. Pero representa mi pertenencia real. Mi entrega absoluta. Tu posesión de mi cuerpo y de mi alma. Para siempre.
Por fin el coche está callejeando por Boadilla. Estoy nervioso y veo que en la aplicación de navegación se establecen menos de 1m para llegar al destino. Noto la boca seca y un vacío en el estómago por todo lo que significa esa primera vez.
Por fin llego al destino. Me despido del conductor y veo una vivienda unifamiliar de dos plantas con el número que me habías dado el día anterior. Respiro hondo para quitarme los nervios, como si estuviera tirando el tiro libre para ganar una final en un partido de basket. Llamo al timbre y sin escuchar nada, siento que la puerta se abre.
Voy caminando y veo la puerta entornada. De camino compruebo que tengo las bridas y que está todo ok, conforme a tus indicaciones. Cruzo la puerta y no te veo, pero tengo claras tus instrucciones. Cierro la puerta sin decir nada, me desnudo, dejo la ropa doblada a un lado y me tapo los ojos con el pañuelo negro. Muerdo la cadena del collar con la boca y me quedo esperando.
Me quedo quieto. Inmovil. Siento mi ridícula pollita gotear. Intuyo que me estás observando y noto la excitación recorrer mi cuerpo. Escucho mi respiración, y no veo ni escucho nada más, hasta que siento tus tacones pisar fuerte y dirigirte hacia donde estoy. Inconscientemente abro mis labios. Cada vez siento tus tacones más cerca, hasta que siento que me quitas el collar de la boca y lo pones en mi cuello.
No me muevo, pero cuando siento que has terminado de atarlo bien, mis brazos buscan tu cuerpo para abrazarte. Pero llego tarde. Tus labios se lanzan a los míos y nos besamos desesperadamente. Un beso apasionado y tierno a la vez. Un beso acompañados con te quiero, te amo, mi niña, mi chico… por favor… cuánto tiempo…
Y de pronto, me abrazo a ti y rompo a llorar. Siento que me estoy deshaciendo por dentro. Siento que el chicarrón del norte que soy saca toda la tensión, toda la espera, toda la ansiedad, y el amor hacia ti… y lloramos juntos. Lloramos y nos besamos. Nuestros besos se mezclan con las lágrimas de un amor eterno. Un amor al que llevábamos demasiado tiempo queriendo ponerle piel.
Pero poco a poco las lágrimas dan lugar a los mordiscos, a las caricias. Mis manos buscan tu cuerpo desesperadamente. Tu cuerpo está pegado al mío, y entonces un escalofrío de deseo recorre mi espalda.
“Te deseo mi amor. Te quiero…”
No contestas, pero tus labios y tu cuerpo responden por ti. Me agarras del collar y me quitas el pañuelo. Me llevas entre besos al sofá, y entonces puedo mirarte a los ojos. Esos ojos que me conquistaron desde la primera foto, y que llevo mucho tiempo deseando poder observar.
Seguimos besándonos. No podemos ni hablar. Entonces, levantas tu vestido y casi sin darme cuenta veo que no llevas ropa interior. Agarras mi pollita con la mano y me das paso dentro de ti. Dentro de ese coño que llevo un año soñando. Estoy dentro de ti, y entonces siento como presionas mi minúscula polla con tus músculos vaginales y como subes y bajas de mí mientras no hemos dejado de besarnos ni un segundo.
Estamos así un tiempo. No sabría decir si fueron 2 minutos o 5… pero debiste sentir que yo estaba cerca de correrme y saliste de mí.
“¿No pensarás correrte tan pronto, verdad puta? Ponte de pie”
Hago lo que me dices y casi tienes que empujarme para separar mis labios de los tuyos. Con una mezcla de excitación y vergüenza, observo que te has colocado de nuevo el vestido y que me observas.
“Qué graciosa tu pollita. No pensaba que era tan pequeña. Pero es mía y de nadie más, ¿verdad, cariño?”
Te contesto con un “sí, Ama” que casi no me sale del cuello, y te veo acercarte a una mesa donde hay muchos juguetes y lo que creo que es mi ropa. Sin dejar de hablar, me dices las ganas que tenías de este momento. Me dejas la ropa y te sientas en el sofá para observar cómo me visto para ti.
Empiezo con la ropa interior que habíamos elegido apenas hace una semana. Es roja, tal y como habías decidido, y siento que me queda bien. Tengo tantas ganas de vestirme para ti… pero estoy nervioso, y me cuesta mucho ponerme la ropa interior y el vestido entallado de cuero que habíamos elegido. Cuando voy a ponerme los zapatos de tacón rojos, miro al sofá y observo que estás masturbándote. Con tu vestido en la cintura y tus labios abiertos… escucho tus gemidos y no puedo evitar volver a ponerme dura ante la escena.
¿No sabes ponerte los zapatos, mi amor? ¿Te has quedado paralizado? Venga, cálzate y quiero que te des unos paseos por el salón”
Sin dudar un segundo me subo en los zapatos rojos de tacón. Tienen más tacón que mi pollita y me doy cuenta inmediatamente que he sido un poco ambicioso al pensar que podría andar con ellos sin caerme. Pero hago lo que me dices y torpe como un pato, doy varios paseos por el salón de tu casa. Me siento tan zorra… quiero provocarte y muevo las caderas de forma tan exagerada que a punto estoy de doblarme el tobillo y caer al suelo. Entonces te escucho:
“Baila para mí, zorra”
Te miro y sonrío. Sonríes y muerdes tus labios, mientras el vibrador que te compré hace unos meses entra y sale de tu coño cada vez más rápido. Bailo al compás de una música imaginaria. Me siento ridícula y excitada a la vez… y cuando bajo mis manos a ambos lados de mi cintura para parecer más puta de lo que soy, escucho como la intensidad de tus gemidos aumenta… y como te corres por primera vez.
Sin perder un segundo, me pongo de rodillas y, a cuatro patas, me dirijo hacia ti. Automáticamente abres las piernas y mi lengua comienza a lamer tu entrepierna y tu coño. Ohhh por favor. Llevo tanto tiempo esperando este momento que me equivoco y comienzo a comerte el coño, en vez de limpiarte, como me indicaste claramente. Entonces noto que tensas tu cuerpo y siento un bofetón. No me lo espero y creo que no tenías mucho ángulo. Me das entre el papo y el oído… y siento un pitido, que igualmente me permite escucharte:
“¿Te he dicho que me comas el coño, Pedro? Tienes que limpiarme. Nada más. Primer fallo del día, corazón… vete apuntando en tu cabeza”.
Aprieto la mandíbula y me concentro en limpiar tu coño, tu entrepierna, tu culo y el sofá. Y entonces caigo en la cuenta de que he estado a punto de cometer mi segundo error, y digo:
“Gracias por correrte para mí, Ama”.
Sonríes y me sueltas un “buena chica”, mientras con tus manos acaricias mi cabeza. Es entonces cuando siento que algo cambia y que comienzas a presionar mi cabeza contra ti. Pero no me atrevo a lamer, y sigo limpiando, hasta que escucho:
“Come puta. Ahora sí”.
Y mi lengua, con una ansiedad inusitada comienza a lamerte el coño, hasta el punto que siento que no estoy concentrado. Tus caderas empujan mi cabeza y siento cómo ese precioso coño depilado se roza con mi nariz, la mandíbula, mi lengua… te da igual, con tan de obtener placer vía rozamiento. Entonces, meto mis dedos dentro de ti y comienzo a masturbarte con ellos mientras con mi lengua no dejo de subir y bajar, y de dar círculos alrededor de tu clítoris que, hinchado… responde positivamente a mis estímulos.
Así estoy mucho rato, y cada vez me cuesta más respirar. Pero no quiero parar. No hasta que te corras. Y entonces lo siento. Siento que te estás empezando a correr y me dices:
“Más rápido… más fuerte. Quiero correrme”.
Y con mis dedos entro y salgo de ti a toda velocidad hasta que siento tu orgasmo empaparme la cara. Es un squirt increíble que me empapa la cabeza, el pecho y deja todo completamente mojado. Además no parece parar. Cuanto más fuerte y rápido entro y salgo de ti, más me mojas. Abro la boca e intento recoger todo lo que puedo… y cuando terminas… te dejas caer sobre el sofá y me dices:
“Muy bien cariño… me ha encantado. Ahora limpia otra vez”.
Te doy las gracias por correrte para mí, y vuelvo a limpiar. Limpio tu coño, tu culo, el sofá, tus piernas… y entonces me doy cuenta que estoy arrodillado sobre un suelo completamente mojado, y agacho mi cabeza para limpiarlo con la lengua. Entonces siento que te levantas, te quitas la ropa y te acercas a la mesa en la que hay juguetes. Mientras estoy limpiando con la lengua todo lo que hemos manchado, te colocas detrás de mí y siento que un plug se cuela en mi culo de zorra, mientras escucho.
“No sabes las ganas que tengo de follarte, mi amor… pero en este tiempo, te has vuelto virgen, así que esta primera vez, voy a prepararte un poco”
El plug se cuela dentro de mí con relativa facilidad. Cuando llega al fondo emito un gemido, y entonces, siento la correa tirar fuerte y llevarme a tus pies. Lamo ávidamente. Esos bonitos pies son objeto de mi deseo desde hace demasiado, y por fin puedo dedicarme a ellos. Lo hago con pausa, con devoción, con entrega… son los pies de mi Ama. No puedo creerme que por fin estemos juntos.
Después de un buen rato dedicándome a tus pies, y de volver a sentir cómo te estás excitando mientras te lamo, me dices que me coloque bien el vestido y que te acompañe. Sin dudar un instante me pongo de pie, recoloco mi vestido y, viendo que te has levantado y estás moviéndote hacia la puerta del salón, te sigo caminando torpemente con mis zapatos rojos de tacón. Te giras y me miras. Sonríes y dices que voy a tener que mejorar mis andares si quiero seducir a un hombre para ti, y me ordenas que me acerque caminando a cuatro patas y con la cadena en la boca.
Me acerco a tus pies con la correa en la boca. Envuelves la cadena en tu muñeca y comienzas a caminar para enseñarme la casa. Noto la correa presionarme el cuello porque me cuesta seguirte. Lo sabes y te aprovechas de ello. Por fin llegamos a la cocina. Me dices que estás sedienta, y me pides que te sirva algo de beber. Abro la nevera y te pregunto si prefieres una Pepsi o un Alvarinho. Contestas que una Pepsi está bien. Te has sentado en una silla que hay junto a una mesa accesoria en la cocina. Te sirvo la Pepsi y me quedo a cuatro patas a tus pies, y entonces veo un bol plateado con mi nombre. Te das cuenta que lo he visto y me preguntas si me ha gustado, a lo que contesto que sí… y que me hace muchísima ilusión.
Entonces, sin mediar palabra, te levantaste de la silla, te pusiste en cuclillas y measte dentro del bol diciéndome:
“Ahí tienes tu bebida, perro. En un bol personalizado, como los chucos con pedigrí. ¿Bebes conmigo?”.
Sonreí y dije que por supuesto, que lo estaba deseando. Así que me puse a lamer con la lengua, pero había bastante pis dentro del bol y el sabor no me resultaba agradable. Cuando viste que la velocidad de mis lamidas no era la que esperabas, me dijiste que parase. Te levantaste en dirección al salón y volviste con un strap al que le habías acoplado un dildo bastante grande de color morado.
En ropa interior, tal y como estabas, te pusiste el strap en tus caderas y me ordenaste colocar las manos en la espalda. Con un movimiento veloz, ataste una brida en mis muñecas y me dijiste que me pusiera a beber tu pis, mientras decías:
“Vamos a ver lo rápido que bebes sin poder apoyar tus manos. Quiero que te lo bebas todo, mi amor… pero no te preocupes si no puedes beberlo muy rápido. Mientras tanto, yo estaré entretenida follándote”.
Y casi sin avisar, sentí con un movimiento rápido, que retirabas el plug de mi culo. Apenas pude emitir un gemido cuando sentí que el dildo de tu strap entraba en mí. Intentaba mantener el equilibrio, pero me resultaba completamente imposible, porque tus embestidas eran bastante violentas, así que di por imposible seguir bebiendo y apoyé mi frente en el suelo para tener un punto de equilibrio y no caer al suelo sin poder apoyarme con las manos.
Al verlo, te reiste y comentaste:
“¿Ya te has rendido, mi amor? ¿Dónde está mi cántabro orgulloso que no se rinde nunca? Te recuerdo que no voy a parar de follarte hasta que termines y te bebas todo el pis del bol… yo no tengo prisa… y tú terminarás teniéndola, te lo aseguro”
Me daba cuenta que mi situación era delicada. No podía beber con el ritmo y la intensidad de tus embestidas, pero si dejaba la frente en el suelo, tu follada sería interminable, así que, entre jadeos y mientras escuchaba tus gemidos de placer, traté de levantar la frente un par de veces sin mucho éxito, pues tus movimientos me hacían perder el equilibrio.
Tu follada era cada vez más intensa. A medida que te excitabas más, la velocidad e intensidad de tus embestidas iba en aumento, así que tomé una decisión desesperada. Tirando de abdominales, me erguí un poco y coloqué la lengua sobre el bol para empezar a beber, pero sucedió lo inevitable. Perdí el equilibrio y metí toda mi cara en el bol, empapándome nariz, boca y ojos. Pero bebía todo lo que podía, sorbiendo como si se tratara de una sopa calentita en un frío día de invierno.
La escena te hizo reír, y me dijiste que si arrojaba mi bebida fuera del bol, tendría que beberla también… pero eso tampoco facilitaba mi tarea, ya que el suelo mojado se estaba convirtiendo en una resbaladiza pista de hielo. Volví a intentar beber, pero me di cuenta que cada vez que lo intentaba, tus embestidas eran mucho más violentas y me hacían caer de cabeza contra el bol o contra el suelo.
Entonces me di cuenta. Era como aquellos problemas que te ponían en la universidad y que no tenían solución, así que coloqué mi cabeza contra el suelo, levanté mis caderas para ofrecerte mi culo… y comencé a gemir sin concentrarme en otra cosa que en sentir el placer y el dolor del dildo entrando y saliendo de mí.
Cuando te diste cuenta de mi actitud, comentaste:
“Vaya. ¿Qué ven mis ojos? ¿Acaso mi puta se está rindiendo? ¿Tan pronto? No sabes lo que te queda por vivir, cariño… y te aseguro que a mis pies, rendirse nunca es la mejor solución”.
Sentí un hilo de decepción en tu voz y recuperé la energía perdida. Levanté mi cuello y seguí bebiendo, pero uno de tus “caderazos” volvió a hacerme caer. Volví a levantarme y bebí otro poco, pero repetiste movimiento… y también lo hice yo. Te reías y gemías a la vez, y yo gemía de dolor y rabiaba por dentro por la frustración de no poder terminar la tarea. Además, el culo comenzaba a arderme por la intensidad de tu follada.
Al cabo de un buen rato, y cuando prácticamente ya no quedaba pis en el bol, sentí que parabas. Aproveché el último gramo de mis fuerzas y metí la cabeza en el bol para lamer desesperadamente lo que quedaba, y entonces, casi a la vez que sentí que salías de mí, me dejé caer sobre el suelo de la cocina, empapando mi pelo y mi pecho del pis que se había salido del bol en mis múltiples intentos por cumplir tus órdenes.
Te reíste, te acercaste a mí y me diste un beso.
“Lo has hecho muy bien, cariño. Pero no quiero que vuelvas a rendirte tan rápido nunca más. Esto que acabas de vivir es un juego de niños comparado con las cosas que tengo pensadas para ti, así que aprende a pensar en situaciones de máxima tensión, o no lo vas a pasar nada bien, preciosa. ¿Está claro?
Contesté que sí, y me mandaste a la ducha. También me dijiste que me pusiera la ropa que habías dejado encima de la cama a continuación, y que tirase mi vestidito nuevo y la ropa interior a la lavadora, porque estaban manchadas de “algún líquido sospechoso”.
Nos reímos. Nos besamos, y me fui a la ducha feliz de estar a tu lado después de haberlo esperado tanto tiempo.