back to top
InicioAmor FilialCrónicas de un fotógrafo frustrado (I)

Crónicas de un fotógrafo frustrado (I)
C

el

|

visitas

y

comentarios

Apoya a los autores/as con likes y comentarios. No cuestan nada.
Tiempo de lectura: 20 minutos

Esta es la historia de Joaquín, un joven soñador de 22 años. En este humilde relato les voy a contar cómo su carrera de fotógrafo artístico y su vida sexual dieron un giro inesperado tras una extraña situación familiar. Joaquín vivía con su familia en una ciudad de la provincia de Buenos Aires. Antes que nada, cabe aclarar que, desde que terminó la escuela secundaria, el protagonista de este relato dedicó su tiempo a estudiar fotografía. Cuando cumplió 18 años, sus padres le regalaron una excelente cámara profesional para que él pueda cumplir su tan ansiado sueño de convertirse en un fotógrafo de los más destacados. Desde entonces dedicó todo su tiempo libre a tomar fotografías de lo que sea que considerara que fuera digno de inmortalizar en una imagen.

Apenas tuvo su nueva cámara, pensó que era solo cuestión de apretar el botón ante una linda postal y dejar que la calidad de su herramienta de trabajo hiciera el resto. Pero mientras avanzaba en la carrera, se dio cuenta que había muchas más cuestiones que un fotógrafo debía tener en cuenta. Sus profesores de la carrera le hicieron descubrir que existe un mundo enorme tras el bello arte de retratar objetos, personas o paisajes. Además de la edición fotográfica, los docentes le enseñaron que, como todo buen fotógrafo, debía escoger un género en el cual debía especializarse.

Ya transcurrido el primer año de sus estudios en la escuela de artes visuales, comenzó la crisis más grande en la actividad con la que el joven tanto había soñado. Pasaba las tardes enteras fotografiando todo lo que se le pusiera enfrente: paisajes, plantas, animales, objetos. Incluso les pedía a sus compañeros de clases que modelaran para sus retratos, pero ninguna de sus obras le daba la certeza de que su fuerte fuera algún género en particular.

Su familia veía su rostro cada vez que volvía de sus clases y se daba cuenta de la frustración que lo invadía por no poder avanzar en algo tan primordial en el mundo de la fotografía. Susana, su madre, compartía esa frustración con Joaquín. Sus intentos de consolarlo y de convencerlo de que pronto iba a superar su crisis eran constantes.

Su familia estaba conformada por Susana, su madre, Jorge, su padre, quien no vivía en casa desde que se separó de su madre hacía dos años, y Rocío, su hermana mayor por tres años. Todos ellos notaban el bache anímico que le generaba a Joaquín no poder dar en el clavo en su actividad, pero la única que realmente lo sufría con la misma intensidad que el joven era su madre. Ella miraba cada una de sus fotografías intentando convencerlo que era muy buenas. Pero, así como su madre lo conocía a la perfección, él también la conocía muy bien; lo suficiente para saber que era muy mala mentirosa. Su boca decía que su trabajo era excelente, pero sus ojos no contenían ese brillo cuando veía algo que realmente le agradara.

Debido a su frustración, en su cabeza ya se había instalado la idea de abandonar la fotografía para siempre y dedicar su tiempo a otra actividad en la que realmente tuviera talento. Un jueves después de una clase de edición realmente larga y agotadora, Joaquín volvió a casa dispuesto a sentarse en su computadora y empezar a buscar en internet la posibilidad de comenzar una carrera distinta. Pero a partir de ese jueves la situación iba a cambiar tras una sorprendente noticia que su mamá le iba a contar. El joven cerró la puerta de entrada y su madre lo esperaba en el living.

-¡Hola Joaco! ¿Cómo te fue hoy? – preguntó ella con la voz cargada de entusiasmo.

-Como siempre ma, ya me estoy cansando de esto – dijo con la voz apagada mientras dejaba su mochila en el piso.

-Lo sé Joa! Es difícil salir de este tipo de bloqueos mentales. Pero vamos a tener una visita que te puede ayudar mucho – dijo ella tratando de mantener el misterio.

-Quien ma? – preguntó el, intentando descifrar quien podía ser capaz de ayudarlo en su “bloqueo”.

-Tu tía Carmen viene a pasar un mes con nosotros mientras sigue con su tratamiento y me dijo que te quiere ayudar en lo que pueda con tu carrera de fotógrafo -dijo Susana con cada vez más entusiasmo.

-Qué bueno ma! – dijo su hijo tratando de mostrarse igual de emocionado que ella.

-Yo sé que no te convence la ayuda que te pueda llegar a dar la tía, pero yo tengo toda la fe de que te va a ayudar a superar tu crisis – dijo ella con una sonrisa realmente esperanzadora en su rostro.

-Eso espero ma! Me voy a duchar y después seguimos charlando – contestó el sin tanto convencimiento.

La noticia realmente lo sorprendió. Carmen era la hermana mayor de su mamá y vivía en un pueblo del interior de Buenos Aires. Hacía varios años no veía a su tía Carmen; la última vez había sido en una navidad cuatro años atrás y se tuvo que esforzar bastante para formar una imagen clara del rostro de su tía. Sabía que Carmen era tres años mayor que su madre, quien en ese momento tenía 52, por ende, su tía debía estar transitando sus 55 años.

La mayoría de los médicos afirman que las enfermedades físicas son el síntoma de algo que nos afecta en lo emocional y su tía Carmen era el mejor ejemplo de esa afirmación. Ella había quedado viuda de forma repentina, y la angustia generada por semejante perdida la había llevado a padecer algunas complicaciones cardíacas, una enfermedad que le había afectado muchísimo su calidad de vida y que la obligaba a realizar tratamientos constantes para evitar que su padecimiento siga empeorando.

Las expectativas que su madre había generado con respecto a la ayuda que podía brindar la tía Carmen tenían una explicación: el difunto esposo de Carmen había sido fotógrafo profesional y había trabajado para una de las revistas de moda más famosas del país. Incluso la tía de Joaquín había sido la modelo de varios de los trabajos que su difunto esposo había realizado.

Joaquín se dio una larga ducha caliente para relajarse tras el extenuante día en la escuela de artes visuales y, estando un poco más relajado, se tiró en su cama a tratar de verle el lado positivo a que su tía estuviera cerca para ayudarlo a salir de su crisis. El joven pensó que lo que realmente necesitaba era la ayuda de su difunto tío y no de la tía Carmen. Pero después de unos minutos recordó que su madre le había contado que sus tíos eran realmente muy unidos y compartían muchas cosas de su cotidianeidad; quizá la tía Carmen tenía en su cabeza algunos secretos sobre el excelente trabajo de su marido. Además, la experiencia como modelo podía servir para darle algunos consejos y así conseguir buenos retratos.

Esa noche, Joaquín, su madre y su hermana Rocío compartieron la cena como cada noche. Susana se ocupó de contarles a sus hijos los detalles sobre la visita de su tía. Ella les aclaró que su tía no iba a vivir con ellos, sino que había alquilado una casa apenas cruzando la calle en la que ellos vivían. Pero que Carmen viviera en otra casa no significaba que pasara menos tiempo con su hermana y sus sobrinos. El motivo por el cual la tía Carmen había decidido alquilar la casa de enfrente era la importancia que ella le daba a su privacidad; no era negociable el espacio propio que la tía exigía; más allá de su enfermedad, era una mujer que no le gustaba depender ni compartir espacio con absolutamente nadie. Después del breve tiempo de meditación que había tenido en su cuarto, las esperanzas de Joaquín por avanzar en su carrera estaban algo renovadas. Quien se mostraba realmente alegre por la visita de Carmen era Rocío, su hermana. Desde que Rocío se había enterado de la enfermedad cardíaca de su tía, ella se mostraba muy preocupada. Pero al saber que su querida tía iba a vivir a solo unos pasos de su casa, estaba dispuesta a pasar mucho tiempo con ella y a acompañarla en todo lo que necesitara.

El sábado por la mañana un taxi se estacionó en la puerta de la casa de la familia y la tía Carmen se bajó por la puerta trasera del auto mientras el taxista bajaba dos maletas realmente grandes y pesadas. Si Joaquín no hubiese sabido que la mujer que bajaba del taxi era su tía, no la hubiera reconocido debido al largo tiempo que había pasado desde su última visita.

Carmen era una típica mujer de 55 años; su estatura era media tirando a baja, de a aproximadamente 1.60. Usaba su cabello corto con un blanco platinado de tintura y un peinado revuelto que le daba un aspecto muy juvenil. Pero el cabello de Carmen, más allá de ser muy bonito, no era lo que más llamaba la atención; detrás de unos anteojos recetados con marco azul oscuro muy a la moda, se lucían sus ojos de un intenso verde oscuro y de forma almendrada que le daban a su rostro una mirada realmente atractiva. Su nariz respingada era otro de los atributos por los cuales había sido envidiada por muchas de sus amigas. Su piel blanca casi pálida quedaba adornada por unos rojizos pómulos algo exagerados por el maquillaje. Y para darle un toque final al bello rostro de la tía, lucía una boca algo grande para el tamaño de su rostro que ella pintaba con labial rojo oscuro. El detalle de un pequeño lunar sobre el lado izquierdo de su labio superior la convertía en una mujer realmente hermosa.

El rostro de la tía Carmen era la prueba irrefutable de que, en algún momento de su vida, había sido modelo de revistas. Pero su figura no se había conservado tanto como la belleza del rostro; su cuello ya mostraba marcadas arrugas desde la parte baja de su mentón hasta el comienzo del torso. Su altura no le daba el estilo y la elegancia de las clásicas modelos de lencería y el paso del tiempo y la falta de ejercicio le habían provocado un pequeño aumento de peso. Al llegar, Carmen vestía un vestido enterizo color verde oscuro que dejaban ver una silueta algo descuidada con sus pechos talle 95 algo afectados por la gravedad y unas caderas algo anchas para su altura. Más allá del paso natural del tiempo en su cuerpo, la tía Carmen no dejaba de ser una mujer muy atractiva para su edad.

El taxista dejó las maletas en la puerta de la casa, mientras la tía se acercaba a la entrada con sus brazos abiertos y una sonrisa enorme dibujada en sus carnosos labios. Susana, Joaquín y Rocío la esperaban en la puerta para abrazarla después de mucho tiempo sin verla. Los cuatro se fundieron en un tierno abrazo familiar y entraron a la casa para comenzar treinta días de los más atípicos, sobre todo para el joven Joaquín y su carrera como fotógrafo.

-¿Cómo están mis sobrinos preferidos? -dijo la tía exaltada por su emoción y con su inconfundible voz chillona.

-Somos los únicos sobrinos que tenés tía -dijo Rocío a modo de broma.

-Por eso son mis preferidos -respondió Carmen.

Luego de compartir un café y la típica charla de dos hermanas que no se ven hace tiempo, Carmen tomó una ducha y alzó sus valijas para comenzar a disfrutar de su hogar momentáneo y de la privacidad que ella tanto valoraba.

-Mis amores, voy a ordenar mis cosas en mi casa y a descansar un rato. Sobrino, tu mamá me dijo que andas preocupado por la universidad – le dijo a Joaquín mientras acariciaba su cabeza con sus dedos decorados con anillos de oro.

Parecía una muestra de cariño demasiado infantil para un joven en edad universitaria y eso a Joaquín le resultó algo incómodo. Además, no recordaba a su tía Carmen fuera tan demostrativa como para expresar su afecto con caricias. El joven intentó responder sin demostrar sus nervios.

-Si tía, me cuesta encontrar el género ideal para poder sacar fotos.

-Algo me contó tu madre. Si querés mañana a la tarde te espero en casa y te muestro algunos de los trabajos de tu tío. Y algunos de sus apuntes de la facultad te pueden servir – dijo Carmen con la voz algo quebrada por el recuerdo de su difunto esposo.

-Obvia tía. Me encantaría, ahí estaré. Prepará algo rico de comer – bromeó Joaquín para intentar romper con el incómodo silencio que se genera al nombrar a un muerto.

-¡Te espero hermoso!

Carmen saludó a su hermana con un fuerte abrazo y un beso en la mejilla, repitió el saludo con Rocío y lo mismo hizo con Joaquín, pero el abrazo duró un poco más y el cuerpo de la tía se había pegado mucho más firme que los abrazos anteriores. Joaquín pudo oler el dulce aroma del perfume importado de su tía y la dureza de sus pechos apretando su torso. La altura de Carmen permitía abrazar a su sobrino casi por debajo de su pecho. El joven sintió cómo las palmas de su tía subían y bajaban de su espalda, a escasos centímetros de su culo.

El joven no sabía si su familia lo había notado, pero el sintió que el acercamiento de su tía había sido demasiado cercano, o quizá era su imaginación. Ni su madre ni su hermana dijeron nada al respecto, pero el joven sabía que a su hermana no se le escapaba ningún detalle. Esa noche Joaquín pudo dormir muy poco tiempo. Se fue a la cama con el fuerte perfume de su tía impregnado en su piel y con su figura bajo ese vestido verde pegado a su torso. Cerca de las 3 de la mañana, Joaquín se despertó algo molesto y se dio cuenta que su verga estaba realmente dura y su ropa interior bastante pegajosa. En ese mismo momento entendió que la falta de actividad sexual, la frustración por su carrera y la visita de su tía viuda iban a ser una combinación muy rara y excitante.

Debido al insomnio que había sufrido ese sábado por la noche, se despertó muy tarde el domingo por la mañana. Joaquín abrió los ojos, miro el celular y el reloj digital marcaban las 11:30 de la mañana. Algunas gotas de lluvia golpeaban suavemente la ventana de su habitación. Joaquín se levantó y en la cocina encontró a su madre y a su hermana charlando y tomando café.

-Buen día hijo – lo saludó su madre -la tía te espera para almorzar y mostrarte algunos trabajos de tu tío -dijo ella mostrando entusiasmo por la ayuda que Carmen le podía brindar a su hijo.

-Genial ma, me doy una ducha y voy a su casa -respondió Joaquín con las esperanzas renovadas por comenzar a avanzar en su carrera.

Tal como le dijo a su madre, el joven tomó una larga ducha caliente y se vistió para ir a almorzar con su tía. Luego de vestirse y peinarse, tomó el estuche de su cámara y guardo su herramienta de trabajo con sus respectivos accesorios. Se despidió de su madre y de su hermana y cruzó la calle rumbo a la modesta casa que su tía había alquilado mientras se quedaba en la ciudad.

Joaquín tocó el timbre y algunos segundos después Carmen le abrió la puerta y lo invitó a pasar. El maquillaje y el peinado de su tía estaban tan impecables como el día anterior cuando había bajado del taxi. Lo único que había cambiado era su vestimenta: llevaba una blusa negra con tres centímetros de escote que dejaban ver el comienzo del profundo surco entre los pechos de su tía; un hermoso collar de oro decoraba su cuello y dejaba caer un adorno del mismo material entre sus tetas. Joaquín intentaba desviar la mirada, pero el colgante y las pecas color café con leche en los pechos de la tía le hacían muy difícil esa tarea. Las anchas caderas de Carmen lucían realmente llamativas bajo un jean ajustado color celeste; cuando Carmen le dio a espalda a su sobrino mientras caminaba hacía la cocina, Joaquín quedó deslumbrado con la firmeza que el jean les daba a las nalgas de su tía. Más allá de su medio siglo de edad y sus problemas de salud, Joaquín pensaba que la figura de su tía seguía siendo digna de atraer miradas de deseo. Lo que nunca se había imaginado era que el deseo también podía venir de su sobrino preferido.

Aunque habían pasado varios años desde que tía y sobrino no compartían tiempo juntos, Carmen aún recordaba la comida preferida de Joaquín y había decidido agasajarlo con ella; al entrar en la cocina, el joven vio una pequeña mesa cuadrada con dos juegos de cubiertos y platos cuidadosamente acomodados y una enorme fuente de lasaña en el centro de la mesa. Al ver y oler el manjar que su tía había preparado, a Joaquín se le hizo aguan la boca y se le dibujó una enorme sonrisa en su rostro.

-No sé si vas a aprender algo de fotografía sobrino, pero por lo menos vas a comer la lasaña más rica del mundo – dijo Carmen mientras corría una silla e invitaba a sentarse a su invitado.

-Guau tía -exclamó Joaquín -que rico aroma que tiene esa lasaña -dijo mientras se sentaba en la mesa y el aroma de la exquisita pasta se mezclaba con el dulce perfume de su tía.

-El aroma no es nada, espera a probarla -dijo ella convencida de que sus dotes culinarios iban a dejar satisfecho a su sobrino.

Carmen sirvió una abundante porción de lasaña en el plato de Joaquín y sirvió una igual para ella. Antes de sentarse, acercó a la mesa una botella de vino que parecía muy costoso, lo destapó y sirvió media copa para cada uno.

-Salud sobrino, por el nuevo fotógrafo de la familia – dijo ella levantando su copa y dedicándole a su sobrino una enorme sonrisa con sus carnosos labios pintados de rojo oscuro.

-Salud tía – respondió Joaquín mientras levantaba su copa – pero todavía me falta mucho para ser fotógrafo.

-Tu tía te va a ayudar a ser uno de los mejores – lo animó ella y acto seguido acarició el mentón de su sobrino con su delicado pulgar. Joaquín seguía sorprendido con las demostraciones de afecto de su tía, los cuales le generaban sensaciones muy extrañas, entre ellas, un deseo inesperado.

Tía y sobrino disfrutaron entre charlas el manjar que Carmen había estado preparando desde temprano. Ambos comieron dos enormes porciones y se tomaron la botella del exquisito vino. A medida que las copas y los platos se vaciaban, la confianza entre ellos crecía y la tensión de tanto tiempo sin verse iba desapareciendo.

-Tía, mamá me contó que viniste a hacer un tratamiento médico ¿Cómo venís con eso? – preguntó Joaquín realmente preocupado por el estado de salud de Carmen.

-Te voy a ser sincero Joaquín porque sos el único que me preguntó sin miedo a hacerme sentir mal y no me gusta que me tengan lástima. Los médicos dicen que hay esperanzas de poder vivir mucho tiempo más con medicación y tratamientos. Pero también está la posibilidad de no salga todo bien – dijo Carmen con voz algo acongojada – Hago todo lo que me dicen los médicos y por eso vine a hacer el tratamiento, pero más allá de eso también quiero vivir y disfrutar del tiempo que me quede de la mejor manera y sin privarme de nada.

-Pero vas a ver que va a salir todo bien tía. Acá te vamos a cuidar y, si haces todo lo que dicen los médicos, no te va a pasar nada – respondió el joven con el optimismo necesario para animar a su tía.

-Gracias mi amor, y espero que así sea. Pero también quiero estar preparada para lo peor y la mejor manera de hacerlo es vivir y disfrutar al máximo de todo lo que me gusta, sobre todo, pasar tiempo con mi familia.

Luego de responder, Carmen se acercó a Joaquín y le dio un fuerte abrazo apoyando todo su cuerpo en el de su sobrino. Él le devolvió el abrazo de manera instintiva y, como en el día anterior, Carmen aprovechó ese abrazo para acariciar suavemente toda la parte baja de la espalda de Joaquín con las palmas de sus manos. El estrecho contacto y las caricias de su tía subieron la temperatura del joven y se desprendió sutilmente del abrazo para que su tía no note la tensión sexual que iba aumentando poco a poco.

-Bueno, basta de hablar de enfermedades y vamos a lo que importa – dijo Carmen al darse cuenta de la incomodidad que se había generado en esa demostración de cariño – Ponete cómodo en el living sobrino que voy a buscar otra botella de vino y llevo la caja con los trabajos de tu tío.

Joaquín estuvo de acuerdo con el plan y se puso cómodo en el amplio sillón de cuerina negra de tres cuerpos que estaba en el centro del living de la casa temporal de su tía. Mientras en la habitación de al lado se escuchaba como Carmen revolvía sus cosas buscando los recuerdos de su difunto esposo, Joaquín veía como la intensidad de la lluvia aumentaba tras el cristal de la enorme ventana entreabierta del living de su tía.

Unos minutos más tarde, Carmen entró al living con una nueva segunda botella de vino y dos copas, y las dejó en la pequeña mesa ratona de vidrio en el centro del living. Carmen volvió a salir del living rumbo a su habitación y Joaquín aprovecho para mirar disimuladamente las caderas menearse de lado a lado al ritmo de la caminata algo exagerada de su tía. El joven llenó por la mitad ambas copas y segundos después Carmen apareció con una enorme caja de cartón que apoyó en el amplio sillón.

Ella tomó un sorbo del exquisito vino, ya algo desinhibida por el alcohol, y sacó la tapa de la caja que había traído de su habitación. Joaquín pudo ver como una gran cantidad de álbumes de fotos, revistas y papeles casi rebalsaban de la caja.

Carmen fue pasando una a una las fotos de cada álbum mientras le daba a su sobrino una breve reseña de cada una. En todas ellas se podían ver a mujeres bellísimas posando para alguna marca de ropa importante. Joaquín estaba estupefacto viendo la calidad de las fotografías, sobre todo al saber que habían sido sacadas veinte años atrás y con cámaras mucho más rudimentarias que la que sus padres le habían regalado a él.

El reloj del living anunciaba que ya eran cerca de las 3 y media de la tarde; ni Carmen ni Joaquín se habían percatado del paso del tiempo. Pasaron más de tres horas mirando fotos de mujeres de espalda, de frente, rubias, morochas, pelirrojas, más altas, más bajas y en cada una de ellas, Carmen le explicaba a su sobrino quien era la modelo y para que marca y revista era cada fotografía. A medida que pasaban las decenas de fotos, la ansiedad y la curiosidad de Joaquín iban en aumento por ver la faceta de modelo de la persona que tenía sentada a su lado.

La segunda botella de vino estaba llegando a su fin, al igual que el contenido de la caja de recuerdos de la tía Carmen. Joaquín miró el interior de la caja y notó que solo quedaba un enorme álbum con una portada de un color distinto al resto; una cubierta de terciopelo rojo cubría el enorme libro de fotos.

-Bueno sobrino, llegamos a los mejores trabajos de tu tío – dijo Carmen con algunas palabras que salían de su boca con algo de dificultad a causa del vino.

-Seguramente porque fueron con la modelo más linda de todas – contestó Joaquín de forma muy audaz. Carmen le dedicó una sonrisa entre tierna y picarona dibujada en sus labios adornados con una pequeña mancha de vino tinto.

-Lo mismo decía tu tío cuando yo era su modelo. Me tocaste el alma con esas palabras sobrino – dijo Carmen aun sonriendo pero con un llanto atravesado en su garganta por el recuerdo que había revivido Joaquín.

Al darse cuenta que los recuerdos le estaban jugando una mala pasada, ella decidió eludir ese momento y bebió de su copa el último sorbo de vino que le quedaba. Aunque era demasiado vino para un trago, Carmen lo terminó de un trago con un fuerte movimiento hacia atrás de su cabeza y siguió con la muestra de fotografías.

– Todo tuyo sobrino, te doy el honor de abrir el álbum de las mejores fotos de tu tío – dijo Carmen mientras le cedía el aterciopelado álbum a su sobrino.

Joaquín tomó el álbum y, con la torpeza característica que el alcohol provoca en los dedos, desató el nudo de la cinta roja que rodeaba el grueso libro. Abrió la delicada tapa y comenzó a pasar los folios con fotos dignas de un profesional, con una mujer realmente hermosa en cada una de ellas. Su tía posaba con distintos atuendos en cada una de las fotos de ese último álbum: vestidos de gala, vestimenta informal, ropa de verano, de invierno, distintos tipos de maquillajes, algunas tomadas al aire libre, otras en espacios cerrados, pero absolutamente todas con la figura de la mujer que tenía sentada a su lado, pero con veinte años menos.

El joven pasaba una a una las páginas del álbum observando cada detalle de la juventud de su tía Carmen. En muchas de las obras, el look era similar, pero en otras cambiaba rotundamente; el pelo que ahora era de un color casi platinado, había pasado por muchos estilos. A veces pelirrojo, a veces rubio, negro azabache, en algunas fotos se la podía ver con el pelo corto, y en otras con el pelo hasta la mitad de la espalda, pero en todas ellas se podía distinguir algo que era inconfundible; el verde oscuro y la forma almendrada de sus ojos miraban el lente de la cámara con un nivel de seducción nunca antes visto por Joaquín. El característico lunar en la parte superior izquierda del labio de su tía era otro de los exquisitos rasgos que le daban belleza a ese sensual rostro. En las campañas de ropa de verano Joaquín no pudo evitar observar la figura de su tía dos décadas atrás; la turgencia de sus pechos y la firmeza de sus caderas eran realmente dignas de fotografiar.

Si con sus 55 años, Carmen aún era objetivo de miradas de deseo, en sus tiempos de modelo era casi imposible desviar la mirada de tan sensual figura. Cuando el joven veía fotos de su tía con estilos que mostraban un poco más sus transparencias, las pasaba rápidamente para no demostrar que su virilidad comenzaba a despertarse con las hermosas curvas que se habían inmortalizado en ese álbum. Joaquín se moría de ganas de mirar más detenidamente las campañas de bikinis para los que había modelado su tía, pero esa modelo estaba atenta a cada reacción suya.

-Es increíble el trabajo que hacía el tío – dijo Joaquín mientras cerraba la contratapa del álbum rojo – No puedo creer que estuvimos cuatro horas mirando fotos tía – expresó mientras miraba como el reloj marcaba las cuatro y cuarto de la tarde.

-Se pasa volando el tiempo cuando uno lo disfruta sobrino – contestó Carmen con la sensibilidad a flor de piel tras haber revivido tantos recuerdos con quien había sido su compañero de vida – ¿Tenés algo que hacer Joaco? Me queda un vino más – prosiguió Carmen a modo de invitación.

-Para nada tía. Es domingo y mamá y Rocío deben estar haciendo limpieza y no tengo ganas de colaborar con la limpieza – contestó el joven seguido de una pequeña carcajada.

-Va a ser nuestro secreto sobrino – susurró la tía mientras guiñaba su ojo izquierdo de forma sugerente – voy al baño y traigo la otra botella. En la caja están los apuntes de tu tío; fíjate si hay algo que te pueda servir Joaco.

Carmen se levantó con algo de dificultad y con las piernas un poco flojas por el vino. Caminó torpemente hacia el pasillo, entró al baño y cerró la puerta mientras su sobrino miraba, esta vez sin disimulo, el meneo de sus caderas al alejarse del living.

Aun con la sensación de haber bebido de más, Joaquín siguió el consejo de su tía y revolvió la enorme cantidad de papeles escritos a máquina guardados en la caja. Sacó de ella todos los papeles y notó que en el fondo de la caja descansaba, casi imperceptible, un sobre de papel madera cerrado con cinta. Joaquín miró hacia el pasillo para asegurarse de que su tía seguía ocupada y tomó el sobre. Lo abrió sigilosamente y sacó un pilón de aproximadamente 50 fotos impresas en papel fotográfico de la mejor calidad. La modelo de esas fotos ocultas seguía siendo Carmen, pero lo que dejó boquiabierto a Joaquín fue que muchas en muchas de esas fotos, su tía posaba con lencería extremadamente sexy, e incluso completamente desnuda en algunas.

El joven no podía creer lo que había descubierto. La forma en la que estaban guardadas esas fotos demostraba que nunca habían sido publicadas en ninguna revista o cartel publicitario. Ese sobre de papel madera contenía una faceta oculta y atrevida de su tía Carmen y su difunto esposo. Joaquín comenzó a pasar una por una las fotos del sobre y con cada nueva imagen, la excitación y la dureza en su entrepierna iba en aumento. Carmen posaba con lencería de encaje de todos colores, medias de red y en algunas hasta se la podía ver con looks mucho más ligados a las típicas fantasías sexuales; corsets que apretaban fuertemente su cintura y marcaban fuertemente el tamaño de sus tetas y su bellísimo culo; botas altas de cuero, prendas de brilloso látex. Llegando a la mitad de la pila de fotos, Carmen posaba arrodillada en lo que parecía ser una cama redonda de motel, con un pequeño hilo como tanga y diminutas pezoneras como única prenda en su torso. En las ultimas diez fotos Joaquín pudo ver a su tía completamente desnuda posando como una actriz porno mientras su cuerpo brillaba por el aceite que recubría sus turgentes tetas y su perfecto culo. Lo único que llevaba esa joven modelo caliente de las fotos era el colgante de oro que adornaba ese día el cuello y el pecho de su tía.

Joaquín reposaba en el sillón mientras con su mano derecha pasaba una a una las fotos y con su mano izquierda masajeaba por encima del pantalón la dureza que crecía rápidamente en su entrepierna. Quizá fue por el vino o por la excitación de ver a su tía Carmen en una faceta tan inimaginable para él, pero el joven perdió la noción de donde estaba y con quien estaba hasta que una voz detrás suyo le dio un susto tremendo.

-Pensé que había perdido esas fotos Joaco – dijo Carmen con voz llamativamente calmada mientras sostenía una copa casi llena de vino parada detrás del sillón que ocupaba su sobrino.

-Pe… perdón tía! Vi un sobre en la caja y pensé que eran apuntes – contesto Joaquín tratando de guardar torpemente las fotos dentro del sobre de papel madera mientras sus latidos subían rápidamente el ritmo.

Carmen rodeó el sillón con una sonrisa desconcertante en su rostro y regando el aroma de su dulce perfume por toda la sala. Había aprovechado su ausencia para volver a ponerse su fragancia. Ella se sentó tranquilamente junto a Joaquín y apoyó en la mesa ratona una segunda copa vacía y la llenó casi hasta el borde con la última botella de vino recién abierta. Tomó la pila de fotos de las manos temblorosas de su sobrino y empezó a pasarlas una por una, mientras que, con la mano libre, jugaba con su collar y se tocaba el pecho con una sonrisa de nostalgia en su rostro. Joaquín no sabía que pensar; quizá su tía estuviese borracha, pero lo cierto era que a su tía parecía no importarle que su sobrino haya visto sus fotos eróticas guardadas en el fondo de esa caja.

-Gracias por encontrar estas fotos Joaco. Pensé que se habían perdido. No te das una idea de lo valiosas que son para mí – dijo Carmen y luego le dio un estrecho y apretado abrazo a su sobrino. El aroma del perfume mezclado con el vino invadió el olfato del joven.

-De… de nada tía, pero no te molesta que vea estas fotos? – preguntó Joaquín algo confundido.

-Fui modelo Joaco, y me animé a sacarme estas fotos. No me da vergüenza que veas la imagen de los mejores momentos de mi vida – dijo ella mientras seguía pasando las fotos sin poder sacarles la vista hasta que su mirada se desvió hacia el relieve del pantalón de su sobrino – Aparte veo que no te disgustaron mis fotos secretas – susurró mientras observaba con mirada picara la entrepierna de Joaquín.

El joven se dio cuenta que, al igual que la faceta prohibida de su tía ya no era un secreto, su excitación tampoco lo era.

-Si, si ti… tía. Son excelentes trabajos de fotografía – contestó el mientras se acomodaba el pantalón y trataba de encarar la incómoda situación desde un lugar profesional y creativo. Carmen notó la vergüenza y el pudor en el hijo de su hermana y aprovecho su respuesta para volver a revivir lo que ella llamaba “los mejores momentos de su vida”.

-Me dijiste que todavía no podías encontrar cual es tu mejor temática para hacer fotos, no Joaco? ¿Y si tu género ideal es este? – preguntó Carmen mientras dejaba las fotos de sus desnudos sobre la mesa y tomaba un largo sorbo de su copa.

-No sé tía, nunca pensé en hacer fotos de… este tipo de fotos – dijo Joaquín muy avergonzado.

-Joaco! ¿Querés ser fotógrafo o no? Dijiste que son excelentes trabajos. Olvídate que soy tu tía y pone el profesionalismo y la creatividad por encima de todo. Esas son palabras de tu tío – dijo Carmen con la nostalgia aun presente en su voz y en su mirada.

-Puede ser tía. ¿Vos serías mi modelo? – preguntó Joaquín intentando vencer la vergüenza y tomando un poco más de vino.

-¿Y quién más sino sobrino? Prepara tu cámara que me voy a cambiar. Vas a ser mi fotógrafo personal, y quédate tranquilo que este va a ser un secreto entre vos y yo – dijo Carmen mientras volvía a guiñar el ojo. Terminó lo que quedaba en su copa y se fue saltando de emoción a su cuarto.

Joaquín tenía una enorme mezcla de sensaciones: vergüenza, pudor, adrenalina, pero la mayor de todas esas sensaciones era la excitación y el bulto bajo su pantalón seguía ahí para hacérselo saber. El joven respiro profundo, abrió el estuche de su cámara y comenzó a prepararla para una sesión de fotos que en su vida imaginó hacer.

Pasaron unos quince minutos y el joven fotógrafo ya estaba con su cámara lista en sus sudadas y temblorosas manos. La puerta de la habitación de su tía se abrió; por el pasillo apareció Carmen con un largo piloto de lluvia negro cubriéndola desde el cuello hasta por debajo de sus rodillas, mostrando solamente sus pies descalzos. La madura mujer había sacado su artillería pesada de maquillaje; sus hermosos ojos verdes estaban perfectamente delineados, sus pómulos resaltaban gracias a gran cantidad de rubor y sus carnosos labios brillaban con una gruesa capa de labial rojo intenso. El lunar sobre su labio lo remarcado delicadamente con un lápiz de maquillaje negro. Carmen había peinado su cabellera platinada con bastante spray dándole un look muy jovial y atractivo y, nuevamente, había aplicado más perfume por más que el aroma no saliera en las fotos.

-Bueno Joaco ¿Quién está conmigo ahora? ¿Mi sobrino o un fotógrafo profesional? – preguntó Carmen parada junto al sillón y desprendiendo lentamente los botones del sobre todo negro.

-Un… un fotógrafo profesional tía – dijo Joaquín mientras levantaba su cámara y se ponía en posición para capturar imágenes.

Carmen desprendió el último botón de su abrigo y lo abrió de golpe. Lo saco por encima de sus hombros y lo dejo caer a sus pies. Puso sus manos en su cintura y tomó la pose de modelo que Joaquín había visto en las fotos del sobre. Un corpiño de encaje negro cubría sus enormes pechos adornados con algunos brillos, su abdomen lucía completamente descubierto dejando ver algunas estrías, pero ninguna marca que le quitara belleza a la figura de esa hermosa mujer cincuentona. Una pequeña tanga haciendo juego con el corpiño cubría su entrepierna y en el medio de sus enormes nalgas se podía ver un fino hilo metiéndose en su profundo y bello culo. Unas medias de red muy similares a las de las fotos cubrían sus piernas y les daban un aspecto muy sexy desde su cadera hasta la punta de sus pies.

Joaquín admiro por unos segundos a su modelo, apuntó su lente y comenzó apretar repetidamente el disparador desde varios ángulos mientras Carmen cambiaba de pose moviendo sus manos y poniendo su cuerpo en diferentes posiciones. La temperatura del joven artista subía con cada disparo de su cámara y comenzó a transpirar sin control.

-El fotógrafo tiene que guiar a su modelo e indicarle donde y como ponerse, señor fotógrafo – dijo Carmen con tono sugerente y provocativo.

-Si, te… tenés razón tía. Tirate en el sillón y posa ahí bien sexy – contestó Joaquín enfocándose poco a poco en cada foto y dejando de lado el pudor.

Carmen se dio cuenta que Joaquín comenzaba a entrar en confianza y decidió dar un paso más. Se acostó en el sillón como lo había indicado en su sobrino, llevo sus manos a la espalda y desprendió su corpiño dejando caer sus enormes tetas totalmente desnudas. Joaquín tuvo que bajar unos segundos sus cámaras para ver directamente con sus ojos los enormes pezones rosados que lo miraban desde el sillón junto con los seductores ojos verdes y la sonrisa atrevida de su tía.

Joaquín siguió fotografiando mientras Carmen dibujaba diferentes poses con su cuerpo en el rechinante cuero del sillón. Varias fotos después, Carmen se paró y se quitó las medias de red y su finísima tanga para quedar completamente desnuda ante la obnubilada mirada de su sobrino, quien volvió a mirar sobre el lente de la cámara unos segundos y siguió presionando el disparador.

El contador de fotos de la pantalla de la cámara mostrada que había tomado casi 200 fotos.

– Ya creo que saqué bastantes fotos, tía. Ahora solamente queda editarlas – dijo Joaquín secándose el sudor de su cara y tomando un poco más de vino.

-Ese trabajo te lo dejo a vos para que lo hagas tranquilo que tu casa. Hacelo cuando no estén ni tu madre ni tu hermana en casa por favor, por favor – dijo Carmen tomando los recaudos necesarios – vení, déjame verlas – invitó la mujer a su sobrino mientras le indicaba con su mano el lugar a su lado, totalmente desnuda.

Joaquín suspiró hondo y se concentró para no tener una nueva erección. Pero apenas se sentó junto al cuerpo desnudo de Carmen, la dureza de su pene no se hizo esperar. Con el dedo tembloroso empezó a pasar las fotos con el botón de su cámara mientras su tía las miraba en la pequeña pantalla. Él no podía despegar la mirada de los enormes pezones de su tía y sus excitantes curvas rozando en la cuerina empapada de transpiración. Podía sentir la mezcla de los olores más íntimos de Carmen a centímetros de distancia.

-Estan hermosas Joaco! No puedo esperar a verlas editadas y terminadas. Gracias por este regalo – dijo Carmen y lo abrazó con su cuerpo totalmente desnudo y pegándose lo más posible al joven en instintivo intento de contacto corporal.

Joaquín le devolvió el abrazo y al levantar la mirada sobre el hombro de su tía vio, como alguien espiaba desde la ventana entreabierta del living; era Rocío, su hermana, quien al notar que habían descubierto su trabajo de espía, salió corriendo hacia su casa.

-¡Rocío nos vio Tía! Estaba espiando en la ventana – dijo Joaquín con las palpitaciones al máximo.

-Ay no Joaquín. ¿Y ahora qué hacemos? – pregunto Carmen alterada.

Unos segundos después, el celular de ambos sonó al unísono advirtiendo la llegada de un nuevo mensaje. Rocío era la remitente y había escrito el mismo mensaje para ambos: “Mamá va para allá, llega en 5 minutos, me deben una”.

Continuará…

Compartir relato
Relato anterior
Relato siguiente
Autor

Comparte y síguenos en redes

Populares

Novedades

Comentarios

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Los comentarios que contengan palabras que puedan ofender a otros, serán eliminados automáticamente.
También serán eliminados los comentarios con datos personales: enlaces a páginas o sitios web, correos electrónicos, números de teléfono, WhatsApp, direcciones, etc. Este tipo de datos puede ser utilizado para perjudicar a terceros.