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El reloj de arena
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Tiempo de lectura: 9 minutos

El trabajo, la casa y otras muchas preocupaciones diarias la tenían un poco agotada, pero aun así accedió a pasar la tarde conmigo. Quería que se relajara y se olvidara un poco de todo, así que la invité a tumbarse sobre la cama para descansar mientras hablábamos de nuestras vidas.

Estábamos solos, en una habitación de hotel bastante acogedora. Acostados sobre una cama grande y confortable. Ella tumbada, me miraba mientras me contaba como le iban las cosas. Yo la escuchaba sentado a su lado, haciendo bromas a veces para que sonriera, acariciándole el pelo de vez en cuando y diciéndole algunos halagos, en parte porque me apetecía decirlos y en parte para hacerla sentir mejor.

Después de unos minutos de charla se fue animando y se reía con más facilidad y se acercaba un poco a mí. Yo la contemplaba con disimulo. Sentía una gran atracción por ella, pero quería mostrarme relajado. Me parecía una mujer muy guapa, con una sonrisa que me hacía sentir muy cómodo, unos labios que me seducían y una personalidad y forma de afrontar la vida que me hacía sentir admiración por ella. Todo esto, junto con algunas cosas mas… la verdad, eran motivos suficientes para desearla. Y me refiero a desearla mucho. Tanto como para llenar libros enteros con fantasías intimas que la tuvieran a ella como única protagonista.

Mis palabras y caricias parecían conseguir su objetivo y mi amiga se sentía relajada. Me acerque más a ella y le dije al oído que se acurrucara entre mis brazos. Buscamos una postura cómoda para los dos, pero ella pareció hacerse daño con algo que llevaba en mi bolsillo. Era un reloj de arena que me había guardado allí por la mañana, sacado de un juego de mesa que tenia de mi infancia y me olvide que tenía guardado. Hizo algunas bromas sobre ello… mientras yo dejaba el reloj en la mesita que había al lado de la cama y se refugió echando su cabeza sobre mi pecho. Fue entonces cuando quise que mis caricias fueran aún más tranquilizadoras.

Acariciaba su pelo, sus mejillas, sus brazos y a veces le buscaba las manos para hacerle cosquillas suaves en la palma con mi dedo pulgar. Parecía ahora completamente tranquila y me preguntaba como podía agradecerme aquello.

Supongo que podía haberle dicho que no tenía importancia, que todo lo hacía por ella. Pero se me ocurría algo que siempre me ha parecido un premio perfecto concedido por una mujer como ella. Un beso.

– ¿En la mejilla?

– Bueno… es que en la mejilla duraría muy poquito y yo querría algo mas largo.

– ¿Cómo de largo? – dijo mientras sonreía.

– Es difícil saber cuánto debe durar un beso de premio, pero yo creo que lo correcto es un beso en los labios.

– Umm, vale, pero ya que es tu premio dime cuanto debe durar.

Cogí el reloj de arena de la mesita y miré a mi amiga con una sonrisa pícara.

– El tiempo que tarde en caer toda la arena del reloj, ¿vale?

– Trato hecho.

Me acerque despacio a sus labios mientras daba la vuelta al reloj y lo colocaba a la vista. En el camino hacia su boca iba cerrando los ojos y colocando una mano en su cintura y la otra en su mejilla. Fue una sensación increíble desde el primer momento en que su labio superior se quedó entre los míos y pude saborearla, abriendo la boca lo justo como para poder chuparlo despacio y luego pasarme a su labio inferior. Poquito a poco inclinaba mi cabeza y dejaba que mis labios se deslizaran entre los suyos antes de empezar a buscar las caricias de su lengua. Sentía su roce, como mi lengua acariciaba la suya entre beso y beso y nuestras bocas permanecían juntas, y como mi mano se deslizaba sobre su cintura, atrayéndola un poquito hacia a mi. En aquel momento abrí un ojo disimuladamente, sin dejar de besarla, y vi que la arena del reloj estaba a punto de agotarse. Sin que se notara mucho, extendí el brazo y le di la vuelta.

Después de un ratito más de caricias y besos, ella miró al reloj y se dio cuenta. Había conseguido alargar aquel momento unos segundos más. Se empezó a reír, me miró, luego miro al reloj mientras se mordía el labio, y cuando la arena se había acabado por segunda vez, le dio la vuelta de nuevo.

Se incorporó en la cama, poniéndose de rodillas sobre ella y yo hice lo mismo. Nos acercamos el uno al otro como hipnotizados y empezamos a besarnos y acariciarnos, esta vez olvidándonos del tiempo. Dejaba que sus cabellos se deslizaran entre mis dedos a cada caricia de mi mano izquierda, mientras con la derecha buscaba el tacto de su piel bajo su camiseta. Al mismo tiempo buscaba con mi lengua la suya en el interior de su boca y la rozaba haciendo círculos alrededor de ella. La cogía entre mis labios entre beso y beso, la chupaba, la lamía y la notaba excitarme con su sabor y su humedad. Poquito a poco nos íbamos acercando más y empecé a besar su cuello, moviéndome milímetro a milímetro sobre el, probándolo todo con suaves pero intensos chupetones y besos. Mientras, mis manos subían de su cintura acariciando sus costados y se colaban bajo su ropa moviéndose hacia su espalda. Me acerqué a su oído solo para darme el capricho de susurrarle su nombre junto con un “te deseo” y luego mordisquear despacio el lóbulo de su oreja. Comenzaba a sentir mucho calor.

Casi sin separarnos, aun con mis labios saboreando los suyos, con nuestra respiración acelerada, centrados el uno completamente en el otro, comencé a quitarle la ropa. Ella me ayudaba, y pronto nos deshicimos de su camiseta y también de la mía. Aparté un poco su sujetador, aun sin quitárselo y le acaricié los pechos mientras jadeaba cerca de su oído. Los levantaba, los juntaba y masajeaba, dejando que las yemas de mis dedos se encargaran de endurecer sus pezones. Me iba excitando más y más y mí, en esos momentos amante, podía sentir como mi sexo se endurecía y apretaba contra ella.

Ahora si que sobraba su sujetador. En ese momento en que mis labios se movían por su cuello y bajaban hacia su escote con el deseo final de probar uno de sus pezones. Mirándola a los ojos saqué mi lengua e hice un dibujo húmedo siguiendo su aureola, parándome al final en un lametoncito lento y mojado, dejando todo resbaladizo para que mis dedos continuaran acariciándolo mientras dejaba a mi boca repetir con el otro pezón.

Empecé a sentir que mi sexo se endurecía muchísimo. La punta se hinchaba y se calentaba volviéndose sensible y fue entonces cuando tuve la curiosidad de saber si mi amiga también me deseaba. Fui deslizando mi mano desde su pecho, pasando por su cintura, hasta la cremallera de su pantalón, la bajé poquito a poco y luego me las ingenié para desabrochar el botón. Así pude por fin introducir mis dedos para que la acariciaran por encima de su ropa interior, moviéndolos al principio solo para comprobar si notaba su humedad y después para que esa humedad se intensificara.

Me encantaba deslizar uno de mis dedos entre los labios de su sexo, presionando lo justo para que me notara trepar con el hasta la zona de su clítoris, donde me paré a dar un pequeño masaje en círculos, apretando un poquito, mientras notaba mis dedos empaparse. Sentir aquello me producía una sensación deliciosa. Básicamente se me hacía la boca agua y pensaba en la palabra “preliminares”. Si, eso era lo que quería en aquel momento. Recorrer su cuerpo hasta el último rincón con caricias y besos, con lametones y mordiscos muy suaves. Sin embargó hubo algo que por un momento me hizo perder la iniciativa.

Mi amiga desabrochó mi pantalón e introdujo su mano dentro de mi ropa interior para sostener mi miembro entre sus dedos. Lo acariciaba de arriba abajo haciéndome perder las fuerzas, apretando con sus dedos solo lo necesario y prestándole mucha atención a la punta, que era la parte que mas placer me provocaba al notar como me tocaba.

Quise recuperar mi posición de amante que buscaba hacer sentir relajada a su compañera, así que traté de recobrarme lo justo para ser capaz de meter mis dedos bajo su ropa interior y moverlos lo mas hábilmente que supe sobre su clítoris. Lo mimé un poco con las yemas de mis dedos, aprovechando su humedad para que mi mano resbalara sobre el lentamente, acelerando durante breves instantes para hacerlo vibrar, luchando para no perder las fuerzas del todo con las caricias que ella dedicaba a mi tronco firme.

Al cabo de un rato quise desnudarla completamente y aproveché para que se tumbara.

Los dos nos terminamos de quitar la ropa. Fue increíble acariciar sus muslos al tiempo que bajaba su pantalón y luego terminar de desnudarla ayudándome de besos y caricias pensadas especialmente para ella. Cuando quedó tendida en la cama, desnuda, empecé a besar la cara interna de sus muslos y a recorrerla poquito a poco con mi lengua mientras sentía como me acariciaba la cabeza. Después, me tomé un pequeño instante acariciándola con mis dedos y concentrando en el interior de mi boca mi saliva para que quedara en la punta de mi lengua. Así, pude luego pasarla lamiendo todo su sexo dejando bien mojado su clítoris. Absorbí el exceso de saliva cogiéndolo con mis labios y chupando despacito, mientras me abría camino separando un poco sus piernas y sintiendo su piel. Me sentía especialmente a gusto viendo como levantaba sus caderas y jadeaba cada vez que mi boca entraba en contacto con su fuente de placer, absorbiendo su clítoris, haciéndolo vibrar con mi lengua, besándolo y sujetando sus piernas para que no se apartara de mi boca ni un segundo en algún movimiento involuntario de su cuerpo. Casi me hundía la cabeza entre sus muslos para dejar que me perdiera entre ellos con lametones largos que hacían que la punta de mi lengua separara los labios de su sexo. Me permitía el lujo de meterla un poco dentro de ella y jugar a explorarla, besando como si besara los labios de su boca, dándole así un anticipo de mis dedos que pronto empezaría a introducirle. Los metía, los giraba y los movía hacia dentro y hacia fuera mientras seguía con mi capricho de saborear su clítoris con chupetones y pasaditas de mi lengua bien mojada, poniéndole cara de estar disfrutando como un loco y mirándola a los ojos.

Me fui acelerando, moviendo mis dedos para llenarla completamente y sacándolos luego de su interior solo un poco para poder moverlos mas rápido mientras cogía su clítoris con mi boca. Lo chupaba dejando que se me escapara un poco resbalando entre mis labios y volviendo luego a por el con la punta de mi lengua, que lo rodeaba, rozándolo antes de repetir el proceso de colocar mis labios sobre el y absorberlo despacio. Me excitaba tanto aquello que empecé a pensar lo placentero que sería que terminara corriéndose en mi boca.

Hubo una pequeña pausa de segundos para sonreírnos de forma cómplice, respirar y expresar lo bien que lo estábamos pasando y después, ella volvió a tomar la iniciativa tumbándome sobre la cama y colocándose sobre mi. Me dejó besarla y luego meter uno de sus pezones en mi boca mientras buscaba mi miembro con su mano y colocaba la punta en su entrada, dejándose caer lentamente para que terminara llenándola. Noté como la punta hinchada se abría camino y su calor interno lo recorría milímetro a milímetro hasta que entró del todo. Tuve algunos espasmos de placer que seguro que notó, y cuando quise darme cuenta estaba respirando aceleradamente mientras le susurraba al oído el placer que sentía por como movía su cuerpo para hacer que entrara y saliera de ella. Notaba la calidez de su interior y me hacía perder las fuerzas mirar hacia abajo y ver su pecho agitarse y como mi sexo se perdía muy dentro de ella cada vez que movía sus caderas. Acariciaba su trasero y me movía siguiéndola, sujetándola a veces para que no bajara y ser yo quien levantara las caderas haciendo que su cuerpo se agitara con algunas embestidas.

Y así nos fuimos acelerando. Usaba mi dedo pulgar para acariciar su clítoris al tiempo que ella se movía sobre mí, cogiéndome las manos y colocándolas sobre sus pechos para que los sujetara y acelerando cada vez más. La contemplaba desnuda, meciéndose, haciéndome sentir todo su calor mientras yo le acariciaba los costados y la cintura hasta que llegó un momento en que echándose hacia delante acercó sus labios a mi oído y sin dejar de moverse, con la respiración entrecortada, me dijo que iba a correrse.

La besé, me perdí entre sus cabellos, jadeando, acariciando su cuerpo y sintiéndome completamente dentro de ella, hinchadísimo, endurecido, caliente… Acerqué como ella mis labios a su oreja y le pregunte si quería terminar en mi boca, permitiéndome probar su orgasmo, que intentaría con todo mi empeño que fuera intenso.

– Solo tienes que posar tu sexo sobre mis labios y dejarme disfrutar de ello. – Le sugerí en voz bajita.

Parece que la idea le sedujo, así que sosteniendo la base de mi miembro entre sus dedos se lo sacó despacio y, aun estando sobre mí, acercó su sexo hasta mis labios, lo abrió un poco para que pudiera lamerlo con mas facilidad y me dejó espacio para que acompañara las caricias de mi boca con el movimiento de mis dedos dentro y fuera de ella.

Se movía sobre mí, rozándose con mi lengua que en ese momento era solo para ella, dejando que cogiera su clítoris con mis labios y saboreara y besara con deseo mientras la acariciaba, acercándola para que mis labios no se detuvieran en su cometido ni un instante. Mi amiga respiraba y echaba la cabeza hacia atrás, dejándome ver su cuerpo moviéndose sobre mi desde esa posición privilegiada.

De pronto girándose un poco cogió mi pene y empezó a masajearlo con sus dedos. Giraba la yema de su pulgar sobre mi glande y luego recorría todo el tronco dejándolo deslizarse entre su mano. Me miró mientras yo saboreaba hasta el último milímetro de su clítoris y la acariciaba por dentro con mis dedos dejando la otra mano para acariciar su cintura y no dejar que se apartara de mi boca y, de pronto, empezó a correrse.

Me había estado aguantando para coincidir en lo posible con ella y me pareció un gran momento para dejarme llevar. Mientras notaba sus espasmos y un pequeño temblor en su cuerpo por el orgasmo, tuve yo otro con las caricias que su mano no dejó de dedicarme. Descargue algunos chorros calientes que bañaron sus dedos mientras mis labios en forma de “o” absorbían su clítoris y mis dedos terminaban de moverse al ver que ella había terminado.

Quedamos a gusto, pero yo al menos aun la deseaba. Era increíble ver su sonrisa y sentirla relajada después de ver como tenía un orgasmo que quise sentir como dedicado “solo para mi”. Acariciarla, besarla para hacer que se calmara, contemplarla y sentir el tacto de su piel o su pelo era todo lo que quería en ese momento. Terminó acurrucada entre mis brazos, respirando cada vez más lento y lamentando que tuviera que marcharse pronto y no hubiera tiempo para repetir.

A veces me hablaba, luego me miraba, me sonreía y me daba un beso corto antes de volver acomodarse, con sus piernas abrazándose a las mías.

Hablamos de la próxima vez.

– Sería perfecto que cuando te marches, yo coloque el reloj de arena y cuando toda haya caído vuelvas a entrar por esa puerta – Le dije.

Ella sonrió, se levantó para mirar la hora del mundo real y empezó a vestirse.

La ayudé.

Tal vez suene empalagoso o una tontería, pero en aquel momento noté que si le ayudaba a abrocharse el sujetador o a buscar su ropa por la habitación tendría unos segundos más de contacto con ella. Quizá un abrazo desde atrás, un beso en los hombros, un halago al oído…

Llegó el momento en que tenía que marcharse y volver a su rutina normal. Le dije que se llevara el reloj como recuerdo. Siempre podía decir si alguien le preguntaba que se lo había encontrado tirado por ahí, le había hecho gracia y por eso lo tenía. Lo cogió, y para darme algo que yo pudiera recordar, le dio la vuelta para que la arena empezara a caer y me besó en los labios el tiempo justo que tardo en agotarse esta. Luego lo se lo guardó.

Si tienes tantas ganas como yo de que esto se repita, seguro que nos vemos antes de lo que piensas. – Me dijo.

Y se marchó. Seguro que tenía más ganas que ella. Esa mujer me encantaba.

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