Desde que fui consciente de que me gustaban las personas de mí mismo sexo. Me considero bisexual, también me di cuenta de que me gustaban los maduros y las milfs poco menos que la gente de mi edad.
Personas hechas, sabias, morbosas y aunque a nadie le amarga un dulce, mi primera experiencia fue con alguien que me sacaba más de veinte años. En ese caso fue un hombre, pero si una mujer me hubiera seducido también lo hubiera hecho con ella.
Se mostró dulce considerado tierno y que procuró que esa situación fuera lo mas placentera posible para mi. Evitando posibles complejos.
Lo conocí una noche de sábado en una discoteca cualquiera.
Era un BMW enorme, alto, largo y ancho y eso que a primera vista el fulano no necesitaba compensar nada. Pero el tipo olía a dinero desde lejos, ropa cara, físico trabajado de gimnasio. Me sacaba veinte años pero me iba a llevar a un hotel de cinco estrellas.
Probablemente porque en su casa estaba su mujer, una mujer florero que tendría operadas hasta las pestañas y que con una alta probabilidad también se estaría follando a un jovencito. No le pregunté por ello claro.
Yo había estado haciendo la guarrilla en la pista de baile toda la noche. Altas sandalias de tacón, un short tan pequeño que la mitad de los cachetes de mi culo quedaban al aire y por la cintura asomaba la goma del tanga.
El top mostraba el pircing del ombligo, apenas tapaba mis tetas y desnudaba toda mi espalda. Por supuesto iba sin sujetador. Meneando el culo y provocando al personal, a chicos y chicas.
Así que cuando el maduro empezó a invitarme a copas sin importar el precio de la marca que me pidiera, me plantee follármelo. Junto a la barra noté su mano acariciándome el culo y le sonreí.
Abrí la boca esperando su lengua, crucé la mirada con la suya dándole mi saliva con el sabor del alcohol caro que él estaba pagando. El beso fue lascivo y dulce. Sus manos recorrían las partes donde mi piel estaba desnuda y yo amasé su polla por encima de los levis. Ya me tenía caliente y húmeda.
Su lengua me llegaba a la garganta y lamiendo su oreja le propuse irnos ya. Una vez decidida me agobiaba el olor a sudor y a alcohol y la muchedumbre. Estirada en el asiento de cuero del coche dejaba que acariciara mis muslos desnudos hasta casi llegar a mi pubis.
Yo no le tocaba para no pegárnosla, aunque sabía que estaba excitado. Hasta aparcar en el hotel donde me incliné sobre su pecho le abrí la camisa y le chupé los pezones, sin salir del coche.
Llegamos a la recepción cachondos donde nos dejaron pasar sin apenas trámites pues él conocía a la guapa morena que estaba tras el mostrador. Lo que me dio una pista sobre que yo no era la primera putita que se follaba en ese hotel.
En el ascensor volvimos a enzarzarnos comiéndonos la boca con ansia, sujetó mi culo justo donde terminaba el short apretándome contra su musculoso pecho lampiño.
En la suite nos esperaba una bandeja con una botella de champán y unas copas, un bol de fresas y nata. Todo un cliché pero desde luego efectivo. Me desnudó en la misma entrada, casi sin cerrar la puerta. Creo que una pareja que pasaba me vio el culo.
Él me estaba arrancando el tanga con los dientes de rodillas ante mí. Considerando que su precio no llegaba al euro no me importó que se quedara colgando de su boca.
– Eres preciosa. Me decía.
Recogí la botella camino del jacuzzi mientras él me miraba el culo que yo procuraba menear en su honor lo mas posible. Me siguió, librándose del resto de su ropa por el camino.
He de admitir que para andar por algo más de los cuarenta su cuerpo era estupendo, los abdominales marcado. Tenía buenos muslos, ni un pelo por debajo del cuello y una polla muy respetable que estaba cogiendo rápidamente un ángulo de cuarenta y cinco grados.
Me metí en el jacuzzi con la intención de hacerlo como en las películas, prescindiendo de las copas derramé el champán por mis tetas. Aceptó la invitación y acudió a chuparlas. Me lo echaba en la boca y sin tragarlo dejaba que rebosara por mi cuello y pecho dejando que acariciara mi piel con la lengua y mordisqueara mis pezones.
Guardé un poco en la boca y volví a besarlo pasándole el burbujeante líquido. Luego quise ser yo la que probara el sabor de su piel y terminé de derramarlo por su espalda a donde me desplacé.
Mordisqueé su nuca, lamí su columna, mordí sus dorsales, bajando acaricie su espalda con mis pezones erizados bajando por ella hasta el duro culo que mis manos amasaban desde hacía rato. Él apretaba las nalgas con miedo de lo que podría hacerle.
Se nota que esas mujeres que había traído a ese hotel no eran tan lascivas como yo. Y probablemente con su parienta tendría que conformarse con el misionero. ¡Que iluso!
Mi lengua de lagarta juguetona fue venciendo poco a poco la resistencia que su culo me oponía. Doblando el cuerpo y dejando más sitio para mis maniobras mientras descubría lo placenteras que pueden ser las caricias en sitios en las que no las han recibido nunca.
Cuando por fin clavé la lengua en su ano se le escapó un fuerte gemido. Sabía que iba por buen camino, tenía sus huevos pelados en una mano acariciándolos y notando la dureza del rabo en el índice.
Cuando apoyé la yema en el frenillo se le escapó un gemido. Mientras me preparaba a usar el de la otra mano para follarle el culo. Sabiendo que le iba a hacer disfrutar me dejó el camino libre relajando las nalgas. ¡Por fin! Usando el agua y el gel de baño que había en el jacuzzi fui abriendo su culo follándolo con un dedo y luego con dos.
Me deslicé entre sus piernas y alcancé el escroto con los labios metiéndome los testículos en la boca y sin sacar los dedos de su culo por fin tragarme su polla.
No soy de garganta profunda me gusta mas deslizar la lengua por el tronco o chupar el glande como un caramelo. Seguí con esos juegos hasta que se corrió en mi boca. Con ella llena de semen me incorporé para besarlo y compartirlo con él cambiándolo entre nuestras lenguas.
Visto lo que había hecho en su ano ya no le importó saborear su lefa de entre mis labios. Le gustó jugar con las salivas, lenguas, y su leche, lascivo y morboso sin que sus manos se separaran de mí cuerpo.
Ya limpios nos fuimos a la enorme cama donde lo puse a comerme a mí. No me iba a quedar sin mi ración de placer y aún no estaba segura de si se volvería a empalmar. Con las rodillas levantadas hasta los hombros puse a prueba sus músculos y agilidad ganados en el gimnasio caro para que me hiciera disfrutar a mí.
– ¡Cómeme!
Quería que su lengua me devolviera los favores prestados. Ahora era yo quien reclamaba mi orgasmo. Lo conseguí pronto, iba muy burra de toda la noche, y verlo desnudo y jugar con su cuerpo había terminado de calentarme.
También se dedicó a jugar con mi culito que se abría a los toques de la húmeda. No sólo a chuparme el coño y pronto dejé mis jugos en su boca.
Sabía que otra buena ración de lengua en su ano volvería a levantar su adormecido miembro, eso sí no se había preparado con una dosis de viagra para hacer frente a la noche.
Teniéndolo desnudo en aquella enorme cama volví a deleitarme con su cuerpo. A ser la más lasciva y viciosa de sus amantes, a lamer cada centímetro de su cuerpo y amasar cada músculo.
Sentada sobre su espalda, la humedad de mi xoxito resbalando a su columna, mis muslos rodeando su cuerpo y las manos en su piel.
Dejé caer saliva en su raja y volví a jugar con su prieto culo. Notando como se removida inquieto según se le endurecía la polla. Terminó de empinarse cuando volví a lamer el ano.
Se giró dejándome debajo de su poderoso cuerpo. Entre mis abiertos muslos notaba su rabo buscando los labios de mi vulva. Apenas tuve que darle un quiebro a mi cadera para que el poderoso glande se deslizara en mi interior. Cuando por fin se juntaron las pieles suaves de nuestros pubis depilados la que gemí fui yo.
Bombeaba fuerte, firme, seguro oyendo como gemía junto a su oído lamiendo su oreja. Mis rodillas rodeando sus corvas para sujetarlo contra mí, contra mi pecho. Mis manos agarrando con fuerza sus nalgas tirando de su cuerpo. Lo estábamos haciendo sin condón pero yo tomaba la píldora y conociendo su nivel no me preocupaba por su salud.
Ya estábamos los dos muy calientes como para aguantar mucho. No soy muy escandalosa cuando me corro pero me solté sin cortarme gritando de gusto, sabiendo que las paredes de la habitación serían gruesas. En mi cuarto me habrían oído gritar mis padres.
Se dejó caer a mi lado, respirando fuerte. Y yo me quedé relajada a su lado. Suponía que solo era un entretenimiento para él y que no pensaría en volver a verme. Pero antes de irse me dejó una perdida en el móvil, el desayuno pagado y una generosa propina que nunca le pedí.
Nunca pensé volver a tener noticias suyas. Pero el sábado siguiente me llamó para invitarme a cenar y me dijo que esta vez me llevaría a su casa. Me pidió que me pusiera un vestido bonito y que me recogería donde yo le dijera.
En esa ocasión conocí a su bella hija, muy íntimamente en su casa y en extrañas circunstancias. Lo dejo para una continuación que espero publicar en el apartado sexo en familia. Besos a todos y todas.