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Qué fácil entró, veremos cómo sale
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Tiempo de lectura: 10 minutos

—“Jacinto, qué susto, qué hacés acá con esa pistola.” 

—“Raúl, estoy en mi casa; yo te debo preguntar qué hacés aquí desnudo.”

A esta instancia llegué al cabo de un tiempo de acumulación de detalles que aisladamente nada dicen, pero reunidos e hilvanados me llevaron a prestar atención y analizar el comportamiento de mi señora, Selene, con la cual llevo diez años de matrimonio sin tener hijos. Ella es una mujer atractiva, empleada comercial, que cuando la conocí a sus veintidós años me atrajo más fácilmente que un electroimán a un alfiler. Para un hombre de treinta y dos era un bocado más que apetecible.

Mi esposa tiene una hermana casada dos años mayor, también sin hijos, siendo su única parentela. El contacto era frecuente entre las dos mujeres mientras yo trataba de espaciar las oportunidades, porque con Luis, esposo de mi cuñada, muy pocas cosas compartía.

Mi concuñado es un pelotudo importante. Intelectualmente muy básico, lo único que mueve su voluntad es la obtención de placer, en forma de comida, bebida o sexo. Fuera de eso su mayor esfuerzo es concurrir a la dependencia municipal en horario laboral, que siempre es reducido pues ocupaciones urgentes lo obligan a retirarse antes de su conclusión. En ese trabajo muy bien remunerado, conseguido por su padre mediante amistades políticas, disfruta una sola vez al mes cuando le toca de firmar el recibo de haberes, lo que significa que en la caja de ahorro le han acreditado el dinero.

Mi cuñada es una buena mujer que, por proximidad se contagió, primero adaptándose y luego asumiendo la misma postura vital de su marido. Hoy ambos enfocan la vida de la misma manera.

Hará unos cuatro meses los contactos de Selene con su hermana se intensificaron telefónicamente y por visitas de la menor a la casa de la mayor, incluyendo cenas, que cuando yo esquivaba, ella iba sola. En una de esas reuniones, a la que no fui, se produjo el primer episodio poco común. Esa noche regresó cuando estaba dormido, tanto que ni la sentí. Al despertarme por la mañana me llamó la atención el olor a cigarrillo que traía en su ropa, puesta sobre la silla. A mi pregunta contestó que después de comer habían ido a una confitería a tomar algo y a eso se debía.

La próxima semana la acompañé a cenar y la reunión terminó en el horario habitual. Lo único llamativo fue una conversación en voz baja de Luis con Selene cuando fueron a la cocina llevando la vajilla usada.

Pensando que lo mejor es curar en salud y convencido de no aceptar una infidelidad, decidí recordarle mi postura sobre el tema inventando una conversación entre amigos, en la cual uno dijo que mientras fuera algo ocasional y sin comprometer los sentimientos aceptaría que su mujer estuviera con otro. Yo, por el contrario, fijé mi posición diciendo que no estaba dispuesto a compartir nada, y que si mi esposa deseaba intimar con otro hombre no iba a oponerme, pero primero debía avisar y cortar la relación actual. No es ilógico que pueda darse una atracción arrolladora hacia otro varón, pero no permitiría que obrara a mis espaldas.

En la siguiente oportunidad, con el pretexto de ver una película que me interesaba, evité la consabida cena, y cuando se cumplió el horario acostumbrado de regreso hice el esfuerzo de permanecer despierto. Quería verla llegar por lo cual me trasladé al living donde encendí el televisor.

Eran más de las tres de la madrugada cuando abrió la puerta. Saludo mal vocalizado y paso vacilante indicaban exceso de bebida; nada raro en alguien de baja tolerancia al alcohol. Lo que sí llamó mi atención fue la blusa abierta hasta la mitad y el corpiño corrido mostrando una areola.

—“Parece que estuvo buena la farra”.

—“Sí, tendría que haber rechazado las dos copas que me sirvieron”.

—“Y cómo viniste?”

—“Me trajo Luis”.

—“Que descanses, yo en seguida voy”.

Mi mente perversa le dijo al corazón doliente «Si no aparecieron es porque están echando raíces, pero no te apures, ya crecerán», a lo que el órgano que palpitaba al galope respondió «Callate hija de puta». En ese estado me fui a la cama para intentar dormir, cosa que hice tarde y en medio de pesadillas.

A partir de ese momento suspendí toda intimidad y, decidido a confirmar fehacientemente la infidelidad reemplacé las cenas por vigilancia estacionado a media cuadra de la casa de mi cuñada, teniendo siempre buenas excusas para el caso de llegar a casa más tarde que ella.

Una de esas veces salieron los tres más otro varón, con el cual me había saludado alguna vez, de nombre Pedro, amigo de Luis. El seguimiento me llevó a una discoteca en la cual permanecí a cierta distancia observando la actividad de los cuatro. Fue evidente que la elección de Pedro era decisión de Clara pues su esposo estaba emparejado con Selene. El lugar elegido para estar, mientras no bailaban, era un rincón con poca luz, cosa que contribuía a disimular la exteriorización de la excitación que cargaban. Haciendo un gran esfuerzo presencié besos, chupada de tetas, manos moviéndose debajo de la falda, boca saboreando pija, y cabalgata sobre la pelvis del macho que, estirado, estrujaba los pechos de mi esposa. No me interesaba ver repetición y variantes de lo mismo, así que regresé a casa masticando odio, bronca y asco. Tripliqué la dosis habitual para el insomnio y me desperté al mediodía sin haberla oído llegar.

Ignoro de dónde saqué la energía para sobreponerme sin demostrar que estaba al tanto. Me costó varios días lograr la templanza suficiente para pensar mi futuro proceder. Dos cosas tenía por seguras, que este episodio no era algo fortuito o circunstancial y que mi venganza debía abarcar a los cuatro.

El viernes siguiente la invitación a cenar incluía el ofrecimiento de un postre de mi preferencia. Me excusé alegando la trasmisión de un clásico de fútbol pero pidiendo que me mandaran una porción de ese dulce manjar. Una hora después, tiempo suficiente para que el ambiente se caldeara, fui. Me abrió la puerta mi cuñada haciéndome pasar. Su cara de sorpresa y luego preocupación me indicaron que no era bienvenido y que mi presencia e ingreso representaban una seria incomodidad. Sugestivo era su aspecto, blusa mal abotonada, pezones erguidos, sin corpiño, y algo despeinada. Como conocía la casa encamine mis pasos directamente al comedor donde presumía que era la cena, mientras ella alertaba en voz alta.

—“¡Miren quien vino!”

Ante ese aviso una silla se movió ruidosamente, por lo que apuré mis pasos. Ya en el comedor vi que mi señora iba por el pasillo con algo celeste en la mano y entraba en el baño. Mientras mi concuñado guardaba apresuradamente algo en el bolsillo, el otro comensal, Pedro, hacía lo mismo. Quedaban libres en la mesa las dos cabeceras, así que ocupe una de ellas.

—“Cuñada, vengo a saborear el Imperial Ruso que te sale exquisito”.

—“Ya te traigo, lo tengo en la heladera, Luis servile algo de bebida”.

Cuando ella se alejaba pude percibir, a través de la delgada falda, que tampoco llevaba bombacha. Probablemente comer no era la principal actividad prevista, cosa que podría confirmar cuando mi mujer regresara del baño, algo que hizo en seguida. Me saludó sin acercarse y se ubicó en el asiento libre al lado de su cuñado pues Clara ocupaba la silla junto al visitante. Decidido a sacarme la duda me acerqué.

—“Querida, tenés algo raro en la boca”.

Mientras le miraba los labios pasé mi mano por las nalgas. ¡Sorpresa! tampoco tenía su prenda íntima. La constatación desató mi bronca levemente contenida. Esbozando una sonrisa, a todas luces falsa, llevé la mano abierta a su nuca subiendo por debajo del pelo, luego con los dedos engarfiados cerré el puño sobre un abundante mechón de cabello y la levanté haciéndola quedar de pie, frente a mí y de espaldas a los otros comensales. Con la otra mano levanté el ruedo de su vestido hasta la cintura mostrando sus glúteos desnudos. Las facciones contraídas, por donde corrían lágrimas, indicaban a las claras que estaba viviendo un momento particularmente desagradable; dolor por mi mano tomándola del pelo y vergüenza, no sé si por la exhibición obligatoria o por haber sido descubierta.

—“Que raro encontrarte sin nada abajo. ¿Sucedió lo mismo arriba?”

Mientras hacía la pregunta tomé el cuello del vestido y con un solo tirón saltaron los botones. El corpiño celeste quedó a la vista, y a la vista también asomaba del bolsillo de Luis un pedacito de tela igualmente celeste. Manejándola desde la nuca la hice sentarse y tomando el elástico trasero del corpiño lo estiré y solté, produciendo el típico chasquido al impactar en la espalda.

—“Esto era lo que llevabas en la mano al entrar al baño? A ver contame cómo es que al llegar yo estuvieras desnuda bajo el vestido”.

—“Fue un juego que se salió de carril, te lo juro”.

—“Y la bombacha?”

—“La tiene Luis”.

—“Así que te la hiciste sacar por tu cuñado”.

—“No, yo me la saqué dejándola sobre la mesa lo mismo que Clara. Ellos solo las guardaron cuando se interrumpió el juego”.

Mi respuesta fue tomar a Luis del cuello haciéndolo caer hacia atrás junto con la silla y, aprovechando el aturdimiento provocado por el golpe, le di dos patadas en el abdomen dejándolo sin aire en el piso. De su bolsillo saqué la bombacha de Selene y se la tiré a la cara.

—“Lo que ellos hagan no me importa. Vos recuperá lo tuyo y ponelo en su lugar que nos vamos. Se me pasaron las ganas de saborear ese postre que tanto me gusta”.

A partir de esa noche, y mientras maduraba mi venganza, corté todo contacto salvo lo imprescindible, y eso haciéndole notar lo que sentía por ella, que se traducía en odio y asco.

Ignoro la razón del fenómeno pero se da con muchísima frecuencia. El varón que participa del engaño pretende ser mejor que el engañado, y eso en todos los aspectos, empezando por la magnitud del miembro, apostura, simpatía, ternura, destreza en la cama, manejo de la lengua, lograr mayor satisfacción en la hembra y, como una especie de culminación, una cierta diplomatura en la relación infiel, ocupar el lugar del cornudo en la cama matrimonial.

Pensando que Luis, en su calidad de aprendiz de homínido, estaría entre esos que afianzan su personalidad menguando la de otro, me dediqué a exacerbar en mi mujer el deseo de vengarse del maltrato recibido. Si estaba en el baño, aunque fuera en plena defecación, abría la puerta de un golpe y la sacaba a empujones «Fuera puta, que necesito ducharme»; o mientras cocinaba «Movete ramera descerebrada que no puedo perder tiempo por tu culpa, o preferís que te acelere a golpes». De esa manera fui haciendo crecer la inquina durante cinco días. El jueves le avisé que al día siguiente me iría por todo el fin de semana a la casa de un primo, pues había reunión de pesca con un grupo de amigos. En realidad el que viajó fue mi celular y así todas las antenas del camino registrarían mi paso.

Después de contratar una empresa de seguridad para que, de manera encubierta, vigilara mi casa me fui a casa de mi hermana. El encargo a los contratados era que debían informarme de inmediato cualquier movimiento de ingreso o salida. Así fue como, el sábado a la noche, me enteré de la entrada de tres hombres y dos mujeres, dando por resultado mi encuentro, en la cocina, con Raúl.

Tenía ante mí un tipo en la treintena, algo más bajo que yo, muy flaco, de facciones comunes y teniendo el reloj pulsera como única vestimenta. Lo ciertamente destacable es que no tenía una pija, sino una semejante poronga estando en reposo. Erecta y horadando debía provocar estragos. Entre ambos hay una cordial relación profesional y comercial. Le proveo insumos y asesoramiento en el sistema informático de su negocio.

—“¡Madre santa! ¡Dónde me metí! Nosotros somos amigos de Luis y Clara y desde hace tiempo hacemos intercambio de parejas. Ayer nos llamaron invitándonos a participar con ellos y una pareja más. Pensamos que Selene y Pedro eran el matrimonio dueño de casa. Hace una hora que los conocemos. Vine a la cocina a tomar agua y me encontraste.”

—“Quienes están?”

—“Mi mujer, Selene, Pedro, y Luis con su esposa”.

—“Escuchame bien, nada tengo contra vos o tu señora. Si se mantienen callados y siguen mis instrucciones dentro de un rato se van a poder ir tranquilos. Voy a cambiar el plan. Vas a servir un buen trago para todos, y en los vasos de Selene, Pedro, Luis y Clara vas a agregar quince gotas de este somnífero. Durante la próxima media hora vas a actuar normalmente y haciendo además varias filmaciones de esos cuatro usando el celular de mi mujer, tratando de que muestren las caras. Dentro de un rato vas a escuchar la alarma de tu auto, cuando yo trate de forzar la cerradura; ante eso mirás por la ventana, te vestís y salís a ver qué pasó”.

—“Pero no exagerés rompiendo algo”.

—“Solo haré lo necesario para que se active el mecanismo. Cuando vuelvas decís que encontraste una rotura que hará difícil cerrar por lo cual tendrás que irte junto con tu señora. Sabés que te aprecio y no quiero hacerte daño, pero mi venganza tiene prioridad y si ponés en peligro lo que quiero hacer, los primeros disparos serán para vos y tu mujer. Ahora a trabajar según lo convenido”.

Cuando entró al living las voces de Selene y los dos hombres se escuchaban con nitidez y tan concentrados estaban en lo que hacían que ni cuenta se dieron de que los filmaban, mientras yo los observaba desde la puerta entornada.

—“Qué diría el cornudo si te viera quejándote de gusto al recibir carne por delante y por atrás.”

—“Callate y seguí fuerte que estoy por correrme.”

—“Luis, déjame que ahora yo le dé por el culo.”

—“Esperá Pedro, ya te va a tocar, ahora quiero llenarle los intestinos de leche.”

La actividad del camarista amateur se prolongó unos minutos con buenos enfoques de atrás, mostrando las dos pijas que alternadamente entraban y salían de los orificios disponibles ofrecidos por la hembra. La toma de adelante permitía ver las caras de los hombres congestionadas por el esfuerzo, siendo también testimonio las venas hinchadas surcando los cuellos. Ella por el contrario exhibía sus facciones distendidas, los ojos cerrados y mordiéndose el labio inferior, indicando a las claras su concentración en el roce que los miembros masculinos provocaban en vagina y recto.

—“Clara querida, tu hermana me está ordeñando con su culito delicioso y me parece que para vos no va quedar la cantidad de leche que te gusta, ¡me corro, uno, dos, tres, cuatro chorros me sacó!”.

—“No importa, dale en el gusto a esa puta que todo queda en familia. Después dedícate a fabricar más para mí”

Raúl, cumpliendo bien el papel acordado, pidió participar y para eso delegó la tarea de filmación en el esposo de Clara.

—“No me dejen al margen, yo quiero probar el culito de Selene”.

—“Estás loco si pensás que me voy a dejar meter eso que te cuelga”.

—“No seas mala, desde que lo vi sueño con entrar por ese agujerito. Lo voy a preparar bien y te doy mi palabra que, si la incomodidad te supera, me retiro inmediatamente”.

—“Vos no, dejá que me prepare Pedro que sabe hacerlo con delicadeza. El bruto de Luis que ni se acerque”.

Pareció un caso de trasmisión de pensamiento porque en un abrir y cerrar de ojos el citado estaba con un pote de vaselina en la mano al lado de mi mujer que, sobre rodillas y codos con la cabeza apoyada en la alfombra, ofrecía la grupa al gran maestro lubricador quien, orgulloso de su destreza, cumplía la tarea encomendada narrando su desarrollo.

—“Chiquita, vamos a preparar este puntito oscuro buscando dos efectos, el menos importante es la lubricación, que se logra simplemente aplicando la crema en cantidad suficiente, tanto en el ingreso cuanto en el interior y eso estoy haciendo”.

El dedo mayor hizo la distribución superficial dejando un pequeño montículo donde convergen las estrías.

—“Preciosa, ahora parás un poquito más la cola y aflojás como si estuvieras por soltar un gas, yo abriré un poco con las manos y la crema por simple gravedad entrará. Ahora viene lo más importante, a este chiquito hay que mimarlo y, con caricias, convencerlo de que su placer será mayor a medida que aumente la relajación. Hay que lograr que esté ansioso por abrirse, más aún, que se abra solo ante el simple contacto del glande que precede al cilindro perforante”.

Mal que me pese debo reconocer que la elección de mi mujer había sido inmejorable. En un concurso el fulano hubiera obtenido primer premio, con diploma y medalla de oro. El primer dedo hizo su ingreso con un deslizamiento asombroso rotando para distribuir el lubricante, salió dejando el ano abierto para recibir más crema y volvió a entrar para continuar la distribución. La cara de mi mujer era la de alguien que está al borde del orgasmo, cosa que sucedió cuando fueron dos los que ingresaron revolviéndose adentro.

Después de presenciar tamaña exhibición cambié mi primera intención de que esa reunión terminara en una carnicería, que por supuesto me llevaría a la cárcel. En mi fuero interno debía estar agradecido al lubricador pues su maestría me dio una nueva idea de venganza, simple, de fácil ejecución, efectiva y sin consecuencias negativas para mí. Si él no hubiera estado en la lista de las víctimas habría salido para abrazarlo.

Después de eso fui a darle un simple golpe al auto de Raúl y luego volví a entrar, viendo que mi amigo cumplía con lo pactado y se iba junto a su mujer.

Mi estimación resultó cierta, Luis propuso y Selene aceptó copular en la cama matrimonial, de cara a la fotografía que mostraba a los esposos en tiempos felices. La otra pareja pidió que les dejaran un poco de espacio pues deseaban participar de ese acontecimiento. Y allá fueron, y ahí les hizo efecto el somnífero.

El resto fue simple. Busqué en mi caja de herramientas un pomo de adhesivo instantáneo conocido como «La Gotita», un rollo de cinta de embalar y comencé la tarea. Dedo índice y medio derechos de cada hombre pegados con el líquido y ajustados con la cinta, luego otro baño de pegamento en la cinta que unía los dedos para introducirlos en el recto de las dormidas damas.

Me hubiera gustado estar presente en el despertar pero era mejor que no me vieran y, aunque en su fuero íntimo supieran que yo estaba detrás de lo sucedido, eso había que demostrarlo. Desde el celular de Selene me envié lo filmado por Raúl y me fui a la reunión de pescadores donde, como era de esperar, no pescamos nada pero nos emborrachamos mucho.

En el viaje me puse a pensar en lo que probablemente le pasaría a los involuntarios durmientes. En principio un desgarro en la mucosa del recto, pues al no saber que estaban pegados alguno iba a tratar de concluir la unión forzando el movimiento. Al no poder hacerlo sin dolor tendrían que recurrir a una guardia médica, que debería esmerarse para determinar el impedimento del desacople. Pero para llegar a eso había que vestirse y trasladarse, teniendo sumo cuidado en mantener la forzada unión, pues de lo contrario el intestino grueso quedaría colgando del ano. En resumen, un espectáculo digno de verse que, lamentablemente, me iba a perder.

En la tarde del domingo regresé a casa; mi mujer estaba sentada frente al televisor con evidentes muestras de incomodidad, lo cual me alegró pues eso era indicio de que la venganza algo de efectividad había tenido. Como si ella no existiera recorrí las dependencias observando que todo estuviera en orden.

—“Qué hacés?”

—“En vos, puta redomada, no puedo confiarme. Estoy controlando que nada fuera de lo común haya ocurrido en mi ausencia, porque el video que me mandaste, en cierto modo era lo esperable, has salido muy bien en las escenas teniendo sexo con Luis y Pedro. La única duda es si el envío lo hiciste por venganza o por equivocación, de todos modos te lo agradezco porque me evitaste el trabajo de buscar pruebas para el divorcio”.

—“¡Yo no te mandé nada!”

—“Qué raro, mirá mi celular, el envío fue hecho desde tu cuenta de WhatsApp”.

Ese fue el momento del derrumbe. Al día siguiente contraté un abogado para diligenciar el divorcio que ella firmó para evitar que sus amistades y compañeros de trabajo recibieran una copia del video incriminatorio.

Ahora a enfrentar el futuro aunque sea con indeseables cicatrices.

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