Era difícil pensar que Omar y yo habíamos tenido relaciones sexuales unos minutos antes. La pasión se había apagado y habíamos encendido las luces. Ahora nos encontrábamos cada uno a un extremo de la habitación.
– ¿Cómo estás? – me preguntó.
No respondí. No sabía que decir y solo agité mi cabeza en señal afirmativa, pensando que con eso entendería que estaba bien. Guardamos silencio. Omar sacó un paquete de cigarros que tenía guardados y encendió uno. Fumó mirando hacia la ventana. Tenía la apariencia de un hombre sabio que meditaba sobre algún tema profundo. Era un filósofo desnudo. No me había percatado hasta entonces, pero mi tío Omar tenía un cuerpo hermoso: delgado, marcado, de piernas gruesas y un magnífico pene que colgaba entre sus piernas, el pene que me había convertido en mujer. Me sonrojé.
– ¿Por qué no me lo dijiste antes? – me preguntó de repente.
Tarde unos instantes en responder, pero al fin respondí con otra pregunta.
– ¿Decirte que?
– Que te gustan los hombres.
Nuevamente se hizo el silencio entre nosotros. Escucharlo decir esas palabras en voz alta me asustó y quise negarlo. Pensé en decirle alguna mentira, algo que le hiciera olvidar la idea de que yo era “joto”, pero sabía que no tenía ningún caso hacerlo. Habíamos tenido sexo e inventar una historia en ese momento no solo me parecía tonto, tampoco quería hacerlo. Me incorporé y caminé hacía donde él estaba. Tomé un cigarro de la cajetilla y me acerqué para que lo encendiera. Omar me miró sorprendido, parecía que me preguntaba “¿Estás loco? tú no puedes fumar”. Yo le devolví la mirada y le respondí del mismo modo “¿En serio, me emborrachaste, me cogiste y ahora piensas prohibirme que fume?”. Él pareció entender mi mensaje, me acercó su cigarro y encendí el mío. La primera bocanada me hizo toser, no estaba acostumbrado a fumar, pero después de las siguientes caladas comencé a disfrutarlo y entendí porque en las películas las parejas fuman después de coger.
– ¿Y por qué tendría que habértelo dicho? – respondí finalmente.
Al terminar mi cigarrillo busqué un pañuelo desechable y comencé a limpiar el semen que escurría por mis piernas. Sobre el papel había manchas rojizas.
– Me hiciste sangrar – le dije.
Omar pasó sus ojos del papel manchado a los míos.
– ¿Tienes relaciones con muchos chicos? – me preguntó.
Moví mi cabeza en señal de negación.
– ¿Son chicos de tu edad, algún hombre te ha obligado a algo?
– ¡No! – respondí – bueno…
– ¿Qué paso? – me preguntó con preocupación.
Lo miré a los ojos y le confesé su crimen.
– Tú… acabas de tomar mi virginidad.
Y al hacerlo comprendí la magnitud del evento que acababa de vivir. Omar me miró y después se acercó para tomarme entre sus brazos. Yo estaba confundido, por un lado sentía una inmensa alegría, estaba emocionado, pero no podía dejar de pensar que todo había sido un grave error. Lo abracé también, con fuerza, me llamó “Mi amor” y yo lo besé. Al separarnos Omar me preguntó si me había gustado y yo asentí con mi cabeza.
– No te preocupes por el sangrado, es normal la primera vez.
– ¿Cómo lo sabes?
– Solamente lo sé.
Omar y yo nos sentamos sobre la cama y entonces platicamos, teníamos muchas cosas que aclarar.
– Entonces, ¿desde cuándo te gustan los hombres?
– Desde hace poco, supongo.
– ¿Supones?
Es difícil de explicar. A mí siempre me habían gustado las niñas, nunca los niños, pero por alguna razón, yo siempre le he gustado a los hombres. Desde hace algunos años, comencé a recibir propuestas de chicos que me buscaban con intereses románticos. Había chicos que me regalaban chocolates o que me hacían llegar cartas de amor. En las cartas decían que yo les gustaba y me preguntaban si quería andar con ellos. En la escuela rondaban los rumores de que yo era la “novia” de tal o de cual, pero nunca pasó a más. Hubo una ocasión en que un valiente se atrevió a decirme cara a cara que yo le gustaba. Yo le respondí que dos chicos no podían estar juntos así y por un tiempo me libré de esas propuestas, pero en el fondo me sentía feliz de saber que yo les gustaba, de que yo era “bonita”.
Las propuestas, sin embargo, nunca cesaron y después de un tiempo otros hombres comenzaron a buscarme. Yo no podía entender porque lo hacían, pero tampoco podía negar que me gustaba que lo hicieran. En más de una ocasión me sentí tentado de aceptar la propuesta que me hacían e intentar ser la “novia” de un chico. Yo nunca había tenido novia y la posibilidad de tener “novio” parecía más cercana y más emocionante a la de tener novia.
– Me alegra que no hayas aceptado nunca – me dijo Omar.
Yo guardé silencio, y quise quedarme así, pero no pude hacerlo y le dije la verdad.
– Pero sí tengo novio.
– ¿Cómo?
– Tengo novio.
– Pero dijiste que esta era tu primera vez.
– Lo fue.
Omar parecía no entender lo que le decía y tuve que explicárselo.
– Tengo novio, pero él y yo aún no hemos tenido relaciones.
De todas las propuestas que recibí, hubo una a la que no pude negarme, y esta era la que me hizo mi mejor amigo: Julián.
– No lo conozco – me dijo Omar con molestia.
Una tarde me dijo que necesitaba hablar conmigo. Yo sospechaba lo que estaba a punto de decirme y quise huir, pero algo había cambiado en mí y deseaba escucharlo decirlo. Me dijo que estaba enamorado de mí y que deseaba que nos diéramos una oportunidad como pareja. Y yo acepté.
– Ya veo… ¿y por qué aún no han tenido relaciones?
– Nos preparábamos para hacerlo.
Afuera había terminado de llover y en la habitación reinaba el silencio. Omar y yo hablábamos en voz baja, como si no deseáramos que nadie escuchara nuestra conversación. Omar me abrazó y yo hundí mi cabeza en su pecho.
– ¿Por qué lo hiciste? – me preguntó.
– ¿Hacer qué?
– Ofrecerte a mí…
– ¡No lo sé! – respondí, pero si lo sabía – el alcohol… verte desnudo… ¡y tu estúpida película!
– Esa escena de sexo fue intensa, ¿verdad?
– Sí…
Guardamos silencio nuevamente. Recordé a Emma, sentada sobre Dubois, su rostro apasionado mientras era penetrada por el detective. Recordé cuanto había deseado sentir un pene dentro de mí, sentirme mujer. Y ahora finalmente lo había vivido. Busqué con mi mano entre las piernas de Omar y encontré su pene. Estaba erecto otra vez. Levanté mi cabeza y lo miré a los ojos. Masajeé su pene, retraía la piel y la regresaba a su lugar inicial. No hubo necesidad de hablar. Nos besamos.
Omar se puso de pie y buscó algunas cosas entre su habitación. Al regresar conmigo me quitó mi playera y me colocó una gargantilla de terciopelo negro en el cuello. Del centro colgaba una piedrecita blanca parecida a una perla. Me recosté en la cama y abrí mis piernas. Omar se colocó frente a mí, tomó una botella pequeña con un líquido transparente y comenzó a aplicarlo en mi ano. Después de lubricar abundantemente mi entrada se puso sobre mí y se dispuso a penetrarme otra vez.
– Hazlo lento, aun me duele – le pedí.
– Sí, mi amor…
Me penetró, y esta vez comenzó a hacerme el amor lentamente. Nos besamos. Nuestros cuerpos desnudos se frotaban y yo sentía un placer que nunca había sentido. Omar besaba mis pezones y acariciaba mis piernas. Yo recorría su espalda y sus nalgas con mis manos y me deleitaba con su cuerpo. El sonido de nuestros gemidos inundó la habitación nuevamente. El lubricante permitía que su pene se deslizara suavemente mientras entraba y salía de mí. Gozamos el uno con el otro, el siendo mi hombre y yo siendo su mujer. Sentía dolor en mi ano, pero yo era una hembra y sabía que podía soportar el pene de mi macho.
– Yo soy Dubois – me dijo Omar mientras copulábamos.
Omar no era Dubois, solo era un hombre que había tenido la suerte de haber tomado mi virginidad, pero había algo que era seguro.
– Y tú eres Emma – me dijo.
– Sí, yo soy Emma – le respondí entre gemidos.