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De la cabaña (parte 1)
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Nadie de los que estaba en esa borrachera, celebrada en la cabaña ubicada a las afueras de un pueblo turístico de México, sabía que soy bisexual.

Entre los compañeros de trabajo que asistieron estaba Julio, de quien yo creía que, si no gay, era bisexual, pero no intenté ningún acercamiento, ni mucho menos, pues se trataba de gente con la que convivía todos los días y no me interesaba darle a conocer a nadie mi condición.

Sin embargo, otro compañero, Erik, habitualmente muy serio, en algún momento de la fiesta, cuando bailábamos en grupo, me abrazó de una forma que encontré levemente inapropiada, pues una de sus manos me tocó ligeramente una nalga, pero no le di ninguna importancia.

El grupo se fue desvaneciendo: muchos ya muy borrachos se fueron a dormir, otros estaban muy cansados por el trabajo del día (nos fuimos a la cabaña después de terminar nuestras labores) y otros pensaban en el trabajo del día siguiente, porque se había combinado la fiesta con una actividad laboral que tendría lugar en esa zona turística.

Así que fuimos quedando en el exterior de la cabaña Julio, Erik y Katia, una mujer joven, de veintitantos (yo tenía 34), que me atraía mucho, y yo. En ese momento saqué un poco de mariguana y la fumé. Julio y Erik aceptaron, pero Katia no.

En algún momento se fueron juntos Julio y Katia, y me sentí un poco celoso, porque, si bien no pretendía intentar nada con ella, me gustaba mucho verla, fantaseaba con tocarla, besarla. La mariguana, el alcohol y la reciente presencia de Katia me habían excitado. Recordé el abrazo de Erik que hallé inapropiado, y en ese momento consideré que la mano de Erik en mis nalgas no fue un desliz accidental… Me cayó el veinte de que Erik quiso manosearme y me sentí súbitamente muy, muy caliente.

Mientras recordaba el incidente de su mano, Erik, junto a mí, decía algo que no entendía ni me importaba porque yo estaba ocupado con el abrazo-manoseo, y entre la borrachera y la calentura, mi cuerpo reaccionó casi solo: me fui reclinando, con las manos aún apoyadas en el barandal frente al que charlábamos. Estábamos solos.

Pensé que ese movimiento, inclinarme hacia el frente quedando con las nalgas paradas, Erik podría interpretarlo como una invitación, si es que el abrazo tuvo realmente la intención de ser un manoseo, o como un simple movimiento de borracho, sin ninguna intención sexual. Sin decir nada, dio dos pasos hacia atrás, puso una mano en mi cintura y, tambaleándose, apoyó su pelvis en mis nalgas.

Me asusté, porque si bien era la reacción que mi calentura buscaba, no estaba seguro de que fuera conveniente o prudente, y fue una sorpresa tremenda sentir su bulto en mi culo. Y empezó a restregarse mientras su pito crecía. Le pregunté que por qué hacía eso, él balbuceaba algo sin sentido. Yo tenía la intención de quitarme, pero cada vez estaba más caliente y empecé también a moverme.

Estuvimos así unos minutos, se me repegaba cada vez con más fuerza, cada vez su pene estaba más duro, y yo movía mis nalgas en círculos, pero luego oímos a Julio y a Katia acercarse, así que nos separamos. Cuando llegaron a nuestro lado estuvimos bromeando unos 10 minutos, ebrios, pachecos. Y yo seguía muy cachondo, con ganas de que Erik me pegara su pito duro. En algún momento nos dieron ganas de orinar, pero el baño de la cabaña estaba ocupado.

Julio se fue para un área cubierta de vegetación, mientras que Erik y yo orinamos en un lugar que no estaba a la vista de nadie. Erik terminó de orinar, en ese momento puse algo de saliva en mi mano y le toqué el pene, me puse más saliva, trataba, por una parte, de que no tuviera orina, y, por otra, de que disfrutara mi mano mojada.

Al contacto con mi mano comenzó a ponérsele dura la verga otra vez, tenía la punta llena de precum, lo que me hizo sentir cuán caliente se había puesto con los frotamientos de hacía unos minutos.

Me di cuenta de que ni Julio ni Katia estaban cerca, pero tenía yo tanta calentura como como miedo de que alguien nos viera. Había una zona pegada a la pared de la cabaña, le hice señas para que me siguiera. Una vez ahí, ocultos, me arrodillé frente a él, le bajé el cierre del pantalón y metí mi mano para sentir su pito. Hice a un lado su ropa interior y lo saqué: brillaba por la saliva que le puse con mis manos, por el precum…

Saqué mi lengua, lamí su glande, le puse mucha saliva para quitar cualquier rastro de orina, y metí su cabeza en la boca. Estaba yo fascinado, con un dolor en los testículos de la excitación que experimentaba ahí, arrodillado, con la verga de mi compañero en la boca. Él me tomó de la nuca e hizo una suave presión para que me la tragara toda. Su tamaño era perfecto para mi boca: lo me lo metí completo a la boca, inmóvil, y se sentía muy duro.

Lo lamí otra vez, me lo metía de nuevo completo, unos 10 minutos de alternar lamidas con mamadas profundas. Pero en algún momento oímos ruido, me asusté, dejé de chupárselo y me incorporé. Le dije que nos fuéramos a acostar. Iba con el corazón muy acelerado, tenía vergüenza por lo que hice, pero al mismo tiempo seguía caliente y feliz por probar ese pito delicioso.

Subimos a la planta alta de la cabaña, nos acostamos y nos cobijamos, completamente vestidos, me puse de lado y él se puso detrás de mí.

Sentí otra vez su pito duro frotándose en mi culo, metió mis manos por el pantalón y me agarró las nalgas con fuerza. Estaba claro que quería cogerme, y yo quería que me cogiera, pero no tenía condón a la mano, y había más gente en la misma cabaña.

Finalmente le dije que ya me iba a dormir. Se acomodó otra vez detrás de mí, de lado, y me fui quedando dormido…

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