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Mi esposa argentina (parte 1)
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—Oye Carlos quiero que conozcas a una amiga argentina, te va a encantar.

Así me dijo mi amiga Carmen y tal vez esa sola frase cambió mi vida. Éramos pocas personas en esa cena, yo recuerdo estar hablando con el marido de Carmen y darme vuelta y verla y sentir que el piso se movía bajo mis pies. Ella le estaba dando el abrigo a Carmen y saludando a otra persona.

Era de una belleza que cortaba el habla, el pelo rubio pero de un tinte casi rojizo, alta y esbelta y a la vez ¿cómo decirlo? Contundente, como si estuviera a punto de destrozar la ropa que llevaba, eso, como si la ropa no le aguantara en el cuerpo.

Llevaba un jean no demasiado ajustado y una camisa y un suéter, pero todos los que estábamos en la habitación sentimos la tensión erótica que se desprendía de aquella mujer. Entonces ella habló y todos nos fuimos calmando, porque simplemente era encantadora, tenía sentido del humor y no era afectada, hablaba con una gran naturalidad y sencillez. Era como si la serenidad de su voz nos calmara un poco de lo fuerte de su imagen, especialmente a mí que no lograba dirigirle la palabra. Recuerdo que en esa primera visión me fascinaba su cintura tan pequeña en contraste con sus muslos que se adivinaban tan potentes bajo el vaquero, me recordaba un poco esas estatuillas de la fertilidad, pechos y caderas prominentes y cintura estrechísima. Durante un buen rato monopolizó la charla, contestando preguntas, contó que era argentina, que se había separado hacía poco, que estaba contenta porque había logrado revalidar su título de psicóloga

—Ya puedo hacer el mal de manera legal— dijo y todos nos reímos. Yo no podía quitarle ojo, noté que tenía pecas sobre una naricita muy pequeña, ojos azules muy grandes, piel muy blanca, tenía algo de irlandesa o italiana. Después supe que tenía esa mezcla de nacionalidades, además de española. Me preguntó a qué me dedicaba y entonces me dijo que su ex marido también era médico como yo, lo que no era extraño porque las seis o siete personas que estábamos allí trabajábamos en salud.

En un instante en que fui a la cocina ayudando con unos platos, coincidí con Pablo un tío que era kinesiólogo y con el marido de Carmen— Joder que tetas tiene la cabrona— dijo Pablo

— Que polvazo tiene tío— continuó — ¿Está liada con alguien?

— Carmen dice que quedo bastante hecha polvo luego de la separación— dijo el marido de Carmen sonriendo

— ¿Sabes cómo le saco la depresión yo a esa? follandole ese pedazo de culo toda la noche tío— dijo Pablo

Supongo que ya estaba yo enamorado porque me jodió la manera en que se hablaba de ella, aunque era de alguna forma un alivio que alguien pusiera en palabras como esas algo que también sentía, si, si, esas tetas, ese culo, follarle el culo, correrse en esas tetas, sacarle toda esa ropa que su cuerpo parecía no aguantar, que esa voz tan serena, se alterara, que ya no se riera, que perdiera un poco de esa suficiencia que parecía emanar, que ese rostro tan hermoso se deformara en un rictus de placer y tal vez de dolor.

Esa noche ni siquiera me atreví a pedirle su número, cosa que si hizo Pablo. Luego cuando me masturbé pensando en ella por primera vez, empecé a imaginar que era Pablo quien follaba ese culo macizo y redondo, quien la sostenía de esos muslos llenos y musculados, que era Pablo y no yo quien se metía un pie delicado en su boca mientras sostenía sus piernas en alto y su polla taladraba ese culo perfecto y el rostro de ella se desencajaba y él decía — Me voy a correr en tus tetas de guarra, a que si, a que si— entonces exploté.

—Dice Fer que le has parecido, muy majo y que se nota que no eres un giripollas

Así me dijo Carmen y la verdad es que me jodía un poco ese papel de celestina que jugaba, porque parecía más bien una fantasía de ella, de la que Fernanda, que así se llamaba la chica argentina no estaba ni enterada; pero a pesar de todo llamé al número que Carmen me dio y dos días después quedé con ella.

Quedamos en el parque del retiro a la tarde, ella estaba vestido con una minifalda y una americana algo larga, tenía unas botas cortas de media caña, estaba espectacular, me sentí intimidado y pensé realmente que había sido un error haberla llamado.

De entrada me contó de su separación— Estuve realmente perdida, fueron siete años con él, es triste que las cosas hermosas tengan un final— no supe si alegrarme o no de que fuera tan franca conmigo, igual me quería como mejor amigo o confidente

—Pero ahora mi vida se está encauzando, revalidé el título, te conocí a ti— Ella caminaba con las manos en los bolsillos de la americana, lentamente, yo veía sus piernas enfundadas en las botitas pisar el sendero como con cuidado y pesadez, no sé si sería por el taco de las botas, pero todo ella me parecía como pesado, fuerte, con poderío físico además de erótico. La frase te conocí a ti repercutió en mi cabeza como un golpe.

— ¿Y has salido con alguien en este tiempo?— pregunté estúpidamente por no saber que decir

— Carlos tú me gustas, me gusta cómo eres— me dijo sin mirarme

Ella seguía con las manos en los bolsillos, nos detuvimos, la giré hacia mí

—¿ Y cómo lo dirías en argentino?

— Vos me gustás— dijo ella, tomé su cara entre mis manos y planté un beso suave en sus labios

Luego tomamos unas cañas en una terraza, al sacarse la americana dejó al descubierto una camiseta con tirantes, sus tetas eran maravillosas, el pezón se transparentaba, lo imaginaba grande y rosado, tuve que contenerme para no pasar de tocar solo su vientre plano y firme por debajo de la camiseta mientras su lengua jugaba con la mía.

La verdad es que seguía intimidado; a pesar de toda la confianza que ella me daba nunca había estado con semejante pibon.

—¿Querés subir un ratito? me dijo con expresión lánguida cuando llegamos al portal de su edificio. Casi preferí que nos hubiésemos despedido, estaba bastante nervioso. Después de besarnos un rato en el sofá, ella llevo mi mano a su pecho, el tacto era tan suave y cálido, después fue como un sueño, ella misma me puso el condón luego de pajearme un buen rato, se montó sobre mi subiéndose la minifalda todavía con las botitas puestas, se había sacado la camiseta. El sujetador parecía que iba a explotar bajo sus tetas, sentí como mi polla se adentraba con facilidad y ella me apretaba con esos muslos poderosos que tanto me ponían, le fui bajando el sujetador y sus pechos asomaban por encima, sus tetas de guarra había dicho Pablo. Luego de un rato de estar ella montándome y yo sobando esas tetas y su culo, me corrí sin avisarle con una especie de aullido.

—Acabá mi amor, acabá — me dijo ella besándome sin dejar de subir y bajar sobre mi polla.

En vez de “correrse” ella decía “acabar” al llegar al orgasmo. También alternaba el “Tu” con el “vos”, a veces en la misma oración. Es decir a veces hablaba en argentino y otras en español.

Si estaba enojada o excitada tendía a hablar en “argentino”. Trataré de mantener en el relato esta forma de hablar que era tan particular en ella

Luego se corrió o acabó en mi boca, despatarrada sobre el sofá, sus tetas asomando sobre el sujetador, con las botitas puestas, su coño tenía labios hinchados y rosados y estaba a la altura del pedazo de mujer que era.

Un año después estábamos casados.

Yo acababa de cumplir 37 y ella 31.

La presentación a mis padres fue todo un hito. Mi padre era un contable de Móstoles que trabajó toda su vida en la misma fábrica de cocinas donde su padre fue operario, mi madre era dependienta en una tienda de ropa. De la misma manera en que ella estaba fascinada con Fernanda, la miraba con arrobo y ternura cuando hablaba, de igual modo mi padre la miraba con cierta desconfianza.

Cuando yo era muy pequeño recuerdo escuchar a Valdano hablar en la televisión y a mi padre decir: —Estos argentinos, si les dejas hablar macho…, si les dejas hablar.

Nunca supe que era lo que sucedía si les dejaban hablar, pero ahora cuando Fernanda contaba algo, al ver la cara de mi padre escuchando tenía la sensación de que estaba pensando lo mismo que hace treinta años con Valdano.

Yo la miraba venir hacía mí en una terraza o la veía dormir a mi lado y no acababa de creérmelo. Me daba cuenta de las miradas de envidia que despertaba el estar al lado de semejante mujer y la verdad es que no podía creérmelo.

Durante varios meses tuve un sueño recurrente en que ella me decía que todo había sido una mentira de Carmen y que en realidad era la novia de Pablo y me terminaba diciendo una guarrada, siempre de rodillas a mi lado en la cama, ese cuerpo que ya era mío, esa piel blanca, esas tetas imponentes con esas aureolas rosadas, esa culo que emergía quebrando la cintura tan pequeña

— Que gusto como Pablo se corre en mis tetas de guarra— me decía y entonces me despertaba.

Luego de los primeros meses me fui serenando y comencé a ser feliz como nunca lo había sido antes.

Fernanda me llenaba con su serenidad, con su increíble belleza, con su inteligencia, pero el hecho de mi timidez de siempre y tal vez porque ella era psicóloga o por esa labia que tienen en general los argentinos o por alguna inseguridad mía, no lo sé, pero me parecía que era ella la que siempre marcaba el ritmo y el tono de las cosas.

No desde una postura agresiva, sino con una dulzura extrema mezclada con sentido del humor.

— Pero no seas boludo tontito— me decía porque yo le insistía que me hablara así con deje argentino

—Claro que me encantó, no te diste cuenta— su cabeza en mi pecho, sus tetas increíbles aplastadas en mi abdomen, las montañas blancas de su culo al alcance de mi mano.

— Pero ¿has llegado a correrte la última vez?— le pregunté, ella me miró con una sonrisa de ternura

—Que tontito que sos, no importa que no haya acabado, que no me haya corrido, esa es una fantasía de ustedes la de tener el poder sobre el orgasmo de la mujer, yo disfruto con vos más allá de tener un orgasmo o no; porque me gusta todo de vos, todo.

Y luego me besó y después fue bajando por mi cuerpo y me hizo una mamada increíble, pasándome la lengua por los huevos, su melena rubia con tintes rojizos y castaños subiendo y bajando sobre mi polla, haciendo que me corra en su boca, tragando toda mi leche, mi mano aferrada a una de sus tetazas, mirando extasiado sus muslos musculados sus piernas flexionadas.

Pero… el tema es que no lograba ver colmada mi fantasía de dominarla completamente, por más que a veces ella se corría con su cara enterrada en la almohada mientras yo la follaba por detrás, mientras se masturbaba el clítoris, por más que el sexo con ella era mejor que todo el que había tenido yo hasta ese momento, por más que estaba enamorado y Fernanda era de una belleza acojonante, había una suerte de fantasía primera que no llegaba a satisfacer.

Por ejemplo una de las primeras veces que la follaba por detrás le di un azote en el culo y entonces ella me dijo —No Carlos no por favor— y por supuesto ya no lo volví a intentar.

Otra vez le pedí correrme en sus tetas y ella me dio el gusto ofreciéndomelas, juntándolas con sus manos, con sus dedos largos y finos sosteniendo sus hermosas tetas y luego mi leche estrellándose en ellas.

Pero a pesar de la sonrisa final con que dijo voy a limpiarme pude notar en su mirada como aquello no le había gustado del todo y por otro lado yo también noté en el momento que estaba a punto de correrme que algo había cambiado en su cara, que por un momento había perdido ese control sobre las cosas que siempre tenía, que por un lado mi fantasía parecía cumplirse pero a la vez me asustaba un poco esa expresión en su cara que no conocía, como si por un momento hubiese estado con una desconocida.

Así pasaron los seis primeros meses de matrimonio y fue entonces que Javi un amigo de la universidad y que era médico en Valencia me escribió. Javi era un tío muy moreno, algo pequeñajo aunque de complexión fuerte, muy extrovertido y hablador que siempre me había divertido mucho con sus coñas y sus tonterías. Quedé con él en un pub a una hora relativamente temprana pues se me ocurrió la idea de presentarle a Fernanda por sorpresa, ya que seguramente alucinaría de verme casado con semejante mujer, tampoco le dije nada a ella de la cita.

Le insistí para que se vistiera sexy esa tarde y me complació. Mi mujer estaba increíble con un vestido liviano pero ajustado al cuerpo, blanco con la falda a medio muslo, que dejaba ver esas pantorrillas tan potentes que me volvían loco y que imaginaba que enloquecerían también a Javi, el vestido tenía un escote por detrás por lo que dejaba ver su espalda desnuda y por delante sus tetas se marcaban tan fuerte que tenía otra vez yo esa sensación que la ropa no aguantaba su cuerpo.

Sandalias de diez centímetros de taco y su 1,72 hacían que luciera un poco más alta que yo por lo que imaginé que Javi quedaría flipando a colores con ella.

Fuimos a la barra, había muy poca gente a esa hora, recibí un mensaje de Javi que estaba aparcando y decidí salir a esperarle afuera, entrar con él, dejar que mirara a Fernanda a gusto y luego hacer las presentaciones.

Cuando nos encontramos en la puerta del pub fue lo normal en viejos amigos de juventud que hace un par de años no se ven, muchas bromas, la sensación de revivir esa camaradería de otros tiempos. Pero al entrar al pub las cosas iban a suceder muy distinto a lo que había imaginado.

Fernanda estaba de medio lado, así que no nos veía, sus increíbles piernas cruzadas y el camarero dándole charla en plan baboso. Nada más verla Javi se paró en seco, la miro una vez y dándose vueltas dijo —Ostias tío— volvió sobre sus pasos hacia la puerta, yo lo seguí sorprendido. Se paró detrás de una columna, el rostro serio

— Joder Javi que pasa— le dije

— Uff que corte macho— yo seguía mirándolo sin entender.

— ¿Has visto esa tía buenorra que está en la barra?— El corazón me dio un vuelco.

— Bueno esa tía era la esposa de un médico argentino que estuvo en Valencia— yo le seguía interrogando con la mirada.

— Joder a esa tía nos la estuvimos follando Chema y yo casi un año tío.

El corazón me latía como enloquecido y me quedé literalmente sin poder hablar, recuerdo que quise decir algo, ni yo sé bien que y no pude.

— Nos la estuvimos follando pero en plan muy borde, macho, bueno tu sabes lo borde que es Chema.

— ¿Chema?— dije con un hilo de voz

— Si Chema el que tú conoces joder.

Ahí caí en la cuenta de quién era el Chema del que me estaba hablando y las piernas me fallaron de un modo que tuve que poner una mano en la columna para no caerme.

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