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Familia muy unida… demasiado (5)
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Y así llegó el día en que papá debía partir para la montaña. El presidente de la República iba a inaugurar la obra, colocar la primera piedra le dicen y papá debía estar presente como responsable, junto al presidente de la compañía y al ministro de Obras Públicas. Vino un carro de la compañía a buscarlo a casa para llevarlo al aeropuerto, así que nos despedimos de él en la intimidad de nuestro hogar. Comenzaba de esta manera mi responsabilidad como jefe de la familia, especialmente como encargado de atender a mi hermosa y maravillosa madre. La encomienda más importante de mi vida. Estaba realmente emocionado por ello.

Por la televisión pudimos ver al día siguiente el acto de inauguración, donde papá destacaba como proyectista y responsable de la obra. Todos estábamos emocionados por él, pero especialmente mamá. Se le notaba excitada, se movía mucho en el sofá donde estaba sentada a mi lado. Me apretaba la mano, la acariciaba y hasta lagrimeó un poco. Mis hermanas estaban muy ansiosas también, adoraban a papá y estaban orgullosas de él, pero de vez en cuando volteaban a mirar a mamá y luego a mí, hasta que al finalizar el acto, mamá me tomó de la mano y me dijo al oído:

– Vamos a mi habitación, no aguanto más. Te necesito, ¿entiendes?, te necesito – y subimos rápidamente, para darle a mamá lo que tanto estaba deseando.

Una vez en la habitación, mamá se convirtió en una fiera, literalmente me arrancó la ropa, se desnudó a sí misma y me abrazó con fuerza, luego nos besamos con pasión y me pidió que la hiciera feliz, que le apagara su incendio, porque estaba muy necesitada.

La acosté en su propia cama, la que de ahora en adelante sería testigo de nuestras pasiones y me metí de lleno entre sus gloriosas tetas. Se las besé, toqué, lamí, chupé con verdadero sentimiento. Eran las mejores tetas que había probado en mi vida, las más hermosas, turgentes y suaves al tacto. La hice delirar durante un buen rato, porque esas dos maravillas eran de lo más sensibles. Ella sentía en grado sumo cualquier caricia que le diera en ellas, especialmente en sus deliciosos pezones. Su canalillo, ese delicioso valle entre sus dos montañas, también era zona altamente erógena. Sus dulces gemidos me volvían loco. Luego bajé por su abdomen en busca de su ombligo, algo de su anatomía que producía en mí una gran atracción, algo que no sabía explicarme. Sería tal vez que lo consideraba la conexión primaria con ella, pero no. Ese era su ombligo, conexión con su madre, ¿¿¿no conmigo??? En fin, allí me regodeé durante un buen rato, hasta que seguí mi camino por la ruta del placer, hasta su pubis, coronado con una pequeña y bien cuidada mata de vellos, cortos, suaves y agradables al tacto. El resto de su tesoro estaba muy bien cuidado, vellos muy cortitos, perfectamente peluqueados. Sus labios mayores, abultados por la excitación del momento, aparecían brillantes, relucientes. Se notaba que estaban lubricados por sus fluidos, que ya brotaban abundantes. Hurgué en ellos y encontré sus pequeños y delicados labios menores y su espectacular clítoris, aún encapuchado, pero abultado, creciente. Allí me esmeré en su placer y por supuesto, en el mío, porque para mí, darle placer a ella me lo otorgaba a mí también. Recordé que mi padre me había dicho alguna vez que en el sexo y en el amor era más importante dar que recibir. Pasaba mi lengua de arriba abajo, recorriendo toda su vagina, degustando su botoncito y volviendo a lo mismo, una y otra vez. Ella gemía, ronroneaba como una gatita y disfrutaba de mis servicios, a la vez que mesaba mis cabellos, hasta casi hacerme daño. De pronto, sin aviso, explotó en un orgasmo delicioso, de esos que le hacían arquear la espalda de manera extrema. Lo disfrutó, porque dejé de mamarle mientras ella tenía sus espasmos. Luego, al recuperar su ritmo respiratorio, le puse mi endurecido pene en la boca, al que entonces le dedicó su mejor atención. Me dio una mamada profesional, sin ningún tipo de rubor.

De seguidas y antes de que ella lograra hacerme acabar, la tumbé sobre la cama y la penetré profundamente, de un solo envión. Ella chilló de placer, muy quedamente porque era una hembra silenciosa, pero chilló. Durante unos largos minutos le bombeé duramente, hasta que alcanzó su deseado segundo orgasmo del día. Entonces la volteé para que me cabalgara, cosa que ella hacía con mucha gracia y soltura. Era un verdadero espectáculo verla moverse sobre mí, adelante y atrás, arriba y abajo, movimientos circulares hacia la derecha y hacia la izquierda, luego me exprimía con fuerza, utilizando sus poderosos músculos vaginales, sus tetas brincaban al son de sus movimientos de cadera, aparentemente sin control, me parecía que se le desprenderían de su piel de un momento a otro, hasta que sintió nuevamente los espasmos de otro poderoso orgasmo. Una vez recuperado su ritmo respiratorio, la puse en cuatro sobre el colchón y la penetré desde atrás, con fuerza, hasta sentirla gemir. Luego de un suspiro que me enamoró, comenzó a darme una “culeada” digna de una mulata caribeña. Durante unos minutos mantuvo un ritmo infernal, hasta que exploté dentro de ella con varios chorros de esperma. Al finalizar, ella logró también su orgasmo final, extenso, epiléptico. Fue una delicia, un polvo para recordar. Se tumbó en la cama, a mi lado y me miraba a los ojos con una ternura increíble, con amor, con satisfacción. Y me dijo:

– Te amo, mi vida, éste ha sido uno de los mejores polvos de mi vida. Me has dejado rota, agotada… creo que tú y yo la vamos a pasar muy bien, de aquí en adelante. Esa verga tuya me vuelve loca, no sé, es una delicia. Me tienes loquita, no me reconozco…

Nos dimos una buena ducha en su baño y me fui a mi habitación a vestirme. Luego bajé a la terraza, a fumarme un cigarrillo y tomarme una cerveza mientras digería lo que estaba ocurriendo en mi vida. De la noche a la mañana había pasado de una vida satisfactoria a una especie de limbo, donde vislumbraba un futuro de pasiones desbordadas, sin límite. La verdad, mi madre, Anaís, era una hembra sensacional. Ninguna otra mujer con la que hubiera estado antes se le acercaba ni remotamente. Era la mejor, con distancia. Suculenta.

Mientras estaba en esas cavilaciones, se apareció Bea, escoltada por su fiel Pepe y se sentó a mi lado, con las manos entrelazadas entre sus hermosas piernas y me miraba, como con cierta picardía.

– ¿Qué te pasa? – le pregunté.

– Los escuché… Mamá siempre ha sido bastante silenciosa, pero no sé si es que por la novedad presto más atención, pero la oímos gemir y gritar. Parece que la hiciste muy feliz, que la dejaste muy satisfecha. Me alegro por ella… y por ti también, porque sé que era tu fantasía.

– Gracias, hermanita; si, parece que ella quedó satisfecha, pero imagínate por un momento como me siento yo. Estoy en las nubes, mamá es una diosa. Nunca me imaginé ni remotamente algo parecido. No es lo mismo follar con una mujer madura que esté buena, como “mis amigas” que hacer el amor con Anaís. Ella es la mujer más hermosa del mundo, en mi opinión y además, para más morbo, mi madre. Estoy en el cielo… y no quiero bajar de allí. Te lo juro, hermanita, me tiene loco…

– Ya bajarás, todo vuelve siempre a su nivel. Estas deslumbrado, pero dentro de unos meses, ya estarás más terrenal, más con los pies en la tierra. Una vez escuché a papá decirle a mamá que ella era una súper hembra, capaz de complacer al más exigente de los hombres. Y parece que es así… Una cosa… ¿Tú crees que sus hijas seremos parecidas? ¿Crees que ese comportamiento… sea heredable, genéticamente hablando?

– No lo dudo. Soli y tú son tan hermosas como ella, tú eres una versión de mamá con 20 años menos y Soli va camino de ser hasta más voluptuosa que ustedes dos. Y de temperamento, dudo que sean menos ardientes. Supongo que por ahí habrá dos felices hombres que algún día se beneficiarán de eso, que se sacarán la lotería con ustedes.

– ¿Sabes que… las dos… somos… vir… vírgenes?

– Si, lo sé.

– ¿Cómo lo sabes?

– Porque estoy seguro que si alguna de ustedes dos lo hubiera hecho ya, me lo habría hecho saber. La confianza que nos tenemos da para eso y más, ¿o me equivoco?

– No, tienes razón, creo que te lo diría… y estoy segura que Sole lo haría.

– Bueno, ya llegará el momento, solo hace falta que aparezca el “propio”, el hombre indicado para cada una de ustedes y entonces, ya sabrás…

– Ese es el problema, hermanito, que no espero que aparezca nadie; los muchachos que conozco no tienen esa vena romántica que creo que se necesita. Como dice Soli, ellos van directo: “¡Qué, chama, vamos a darle! Y ya, a los carajazos, como si se tratara de un partido de futbol. No tienen delicadezas con una chica, como a nosotras nos gustaría. Creo que ese momento es realmente importante en la vida de una mujer, que tiene que ser con alguien que te quiera y te respete, que te haga sentir que importas, que no eres un simple objeto… y nunca he conocido a nadie así. No sé si será que soy una romántica y ya ese tipo de hombres no existen… pero yo los veo a papá y a ti, como son con mamá y con nosotras y creo que todavía hay esperanza. ¿Sabías que para mamá su primera vez fue traumática? El tipo era buena persona, estaba enamorado de ella, pero no tenían experiencia y no sabían que hacer o cómo hacer las cosas, así que todo fue a los trancazos, con muy poca ternura y más bien muchos nervios. Al final, ella me contó que fue horrible, que sufrió mucho, no solo dolor físico, sino también emocional. Yo no quiero pasar por eso, quisiera que fuera algo para recordar, algo inolvidable… pero tal vez estoy siendo muy soñadora… no sé… – me dijo, bastante triste.

– No te preocupes, hoy en día la gente tiene mucha más información que antes, ya te tocará tu turno y estoy seguro que el hombre que tú escojas, sabrá tratarte cómo te mereces, si no, tú no lo escogerías. Ten fe, será memorable… ya verás… – le dije, como para tranquilizarla.

Allí quedó la conversa, me levanté y me fui a la calle, a ver a los amigos, un rato.

Continuará…

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