—“Aníbal, te gusta?”
—“Escuchame bien Luis, sos mi amigo desde la niñez así que me conocés tanto como mi madre. Si llegara a decir que no, de manera urgente, tendrías que llevarme a un neuropsiquiátrico por presentar un cuadro de locura en estado muy avanzado”.
El objeto de este diálogo era una dama, por debajo de los treinta, que destacaba nítidamente por encima de todo lo que la rodeaba. Si hubiera vestido una túnica de arpillera que dejara a la vista solamente cuello, cabeza, manos y pies igual estaba hermosa. Con lo que tenía puesto, los calificativos imaginables para describir su belleza, se quedaban cortos.
—“La he conocido hace unos días por mi trabajo, querés que te la presente?”
—“Sé que este ofrecimiento tuyo lo hacés pensando en darme un gusto enorme, y te lo agradezco, pero no”.
—“No lo puedo creer. Seguro que todos los presentes quisieran recibir esa invitación. Querés que te lleve al loquero?”
—“Todavía no. Voy razonar en voz alta, por favor, si encontrás algo errado corregime”.
—“Perfecto, te escucho”.
—“Vamos a considerar el asunto en dos tramos. El primero es imaginando el pensamiento de ella, que estimo sería así: «Ahí viene Luis con un boludo que quiere conocerme, pensando que podrá obtener algo con un apretón de manos, porque beso en la mejilla ni loca. Con toda suerte tengo preparadas un montón de excusas para que el asunto dure poco. Espero que en ese mínimo contacto no me pegue alguna enfermedad infecto-contagiosa»”
—“Estás exagerando un poco”.
—“Es verdad, pero poco. Vamos al segundo tramo, es decir, qué pienso yo, un tipo común y corriente. Cuál puede ser el placer que justifique ir a mendigar el saludo de una mina que maneja su belleza como un arma y así tiene a disposición centenares de tipos atados de pies y manos. De puro curioso, ¿cuál es tu relación laboral con ella?”
—“En realidad es propiamente con el dueño de una agencia de publicidad, donde ella hace tareas de modelaje y yo hago la provisión de materiales de electricidad para el estudio de filmación. Días atrás, cuando fui a entregar un pedido ella participaba pasando lencería y al verla casi me da un infarto, por supuesto que prolongué mi estada mirando y en un descanso me la presentaron”.
A mis treinta y tres, soltero, con un trabajo que me da buenos ingresos no me puedo quejar. Tengo las comunes expansiones a cualquier tipo de mi edad y disfruto de un grupo de buenos amigos, hombres y mujeres.
Al segundo año de haber empezado la carrera de contador conseguí trabajo en un estudio con la idea de hacer algunos pesitos y adquirir experiencia. Ahí permanecí diez años, tres como estudiante y siete ya recibido. En ese lapso, por simple empatía, uno de los socios de mayor edad, me enseñó su especialidad en el estudio y que hoy es mi medio de vida. Que consiste en hacer que el fisco se lleve lo menos posible y además que ese dinero proporcione máxima ganancia corriendo moderados riesgos.
Unos días después recibo llamada de Luis.
—“Amigo solterón, tengo para vos una oportunidad única”.
—“Seguro que me estás por meter en algo raro”.
—“No, esto es serio, te acordás del minón que quise presentarte en la discoteca?”
—“Sí señor, imposible de olvidar”.
—“Hoy, haciendo una entrega de materiales, llegué justo en un descanso donde estaban tomado algo y hablaban del tema impuestos. En eso ella dice «A veces tengo la sensación de que trabajo para darle dinero a los parásitos del estado», ahí intervine yo diciéndole que tenía la solución. Le conté de tu actividad y me pidió que te diera su teléfono para que la llames y acuerden una cita; te mando el contacto”.
—“Gracias por acordarte de mí, ya veré qué hago”.
Con inmensa suerte tengo diez buenos clientes, a quienes hago ganar bastante, los libero de una tarea compleja y tediosa, y por eso pagan buena pasta y con gusto. Parte de lo que cobro queda fuera y acá facturo lo apropiado para que ninguno quede en evidencia.
Colaboran conmigo dos hermanas, alrededor de los veinticinco, solteras, lindas, educadísimas, reservadas y con muchísimas ganas de trabajar y aprender; al punto tal que en dos años podían llevar el estudio casi solas.
Enfrascado en mejorar una alternativa suena el teléfono y en la pantalla veo Luis.
—“Hola amigo, no insistas que entre semana no salgo a la noche”.
—“Te llamo por otra cosa. Vine a la agencia de publicidad a cobrar y justo me encuentro con Susana que me reclama por no haber recibido tu llamada”.
—“Me estás hablando en chino, a qué Susana tenía que llamar?”
—“Hace diez días te mandé un contacto, tenías que llamarla para concertar una cita pues quiere saber si podés ayudarla. La tengo al lado y te escucha”.
—“Susana, creo que hay un pequeño malentendido y estimo que conviene solucionarlo, pues de lo contrario, la posible relación comercial tendrá un mal comienzo. Tu interés en saber si mi actividad puede servirte de ayuda debe moverte a llamar a mi estudio, concertar una cita, y luego concurrir en el momento acordado para hablar. De ser al revés yo me convertiría en el interesado, y no es así”.
—“Entendí, me das tu teléfono?”
—“Para concertar la reunión tenés que hablar al estudio pues ahí manejan la agenda, y aunque parezca mentira ese número no lo sé, pero seguro que figura en guía. Luis, te cuento que si llegamos a un acuerdo con Susana la voy a tomar porque es tu amiga, pues ya tengo el número que clientes que puedo atender sin apremios. Un gusto saludarlos a ambos, y que sigan bien”.
Concretar la cita, acordar el servicio que pretendía, establecer la remuneración, determinar la manera confiable de comunicarnos y agarrarme un metejón de la gran puta fue casi al unísono. Parece ser que le caí bien pues los contactos fueron aumentando en frecuencia, duración y sin relación con lo que nos había reunido.
Por una cuestión de simple equidad mantuvimos estricta separación entre lo profesional y lo personal. Sus ingresos duplicaban los míos y mi única intervención era para que invirtiera bien y fuera moderada en sus gastos.
Su actividad era irregular en horarios y tiempos en función de los requerimientos recibidos y ello, así como la obligaba a viajar varios días a los lugares elegidos para el modelaje, otras veces renegaba de aburrimiento, pues mi compañía estaba reducida a los rutinarios horarios de oficina. Sin embargo, nos llevábamos bien y pronto decidimos convivir, eligiendo la casa de ella que era más cómoda y adaptada para una activa vida social.
Yo mantuve mi departamento sin cambios. Amplio, muy cómodo, de tres dormitorios por si algún día quería formar familia y ubicado sobre lo que es mi estudio. Al tiempo de empezar vi que mis dos empleadas hacían malabarismos para llegar al trabajo cuando algo alteraba el funcionamiento del transporte. Tanto es así que en alguna jornada de esas, trabajaron ocho horas y viajaron cuatro, entre ida y vuelta, hasta la casita que alquilaban. Cuando los ingresos lo permitieron acordamos construir dos departamentos pequeños arriba del mío, ellas pagarían en cuotas a convenir. Hoy disfrutamos de cercanía e independencia. A la casa de Susana llevé algo de ropa y pocas cosas más.
Cuando a mi novia le tocaba viajar por algunos días me quedaba en casa y, si teníamos ganas, comíamos con Eva y María algo que hubiéramos pedido. Una de esas noches suena el teléfono.
—“Hola mi amor, ¿qué estás haciendo?”
—“Cenando”.
—“Escucho voces de mujeres”.
—“Sí, son Eva y María que vinieron a acompañarme”.
—“Se juntaron en casa?”
—“No, en la mía”.
—“Por qué no en la nuestra?”
—“Porque ahí pesa más tu ausencia”.
—“Mi amor, ya falta poco para terminar estos compromisos y en adelante no tendremos que estar separados a cada rato. Me quedan nada más que dos, pues ya acordé trabajar solamente acá Tengo que preocuparme por tus compañías femeninas?”
—“Por el momento no, más adelante no lo sé”.
—“Esa contestación no me gusta, explicate”.
—“Es simplemente que no sé predecir el futuro”.
—“Bueno, me quedo más tranquila, mañana te llamo, un beso enorme, te amo”.
—“Yo también preciosa”.
Días después recibo la infaltable llamada de Luis.
—“Hola Aníbal, ¿estás en el estudio?”
—“Sí, aquí estoy”.
—“Necesito hablar con vos, no serán más de diez minutos. Si estás disponible voy para allá”.
—“Te espero”.
Un rato más tarde lo tenía sentado frente a mí.
—“Hermano, me duele en el alma lo que voy a decirte, pero mayor sería el dolor si vos te enteraras que, sabiéndolo, me quedé callado”
—“Cagamos, esto sí que pinta mal, te escucho”.
—“Tu novia hace rato que te engaña, y lo hace en el estudio de filmación”.
—“Cómo lo supiste?”
—“Por una conversación de dos muchachos que también trabajan ahí, aunque en papeles menores. Ellos hablaban con total tranquilidad pues soy nada más que un proveedor de quien ignoran todo. Presté atención cuando uno le preguntó al otro «Ya te pajeó Susana?», «Eso es lo mínimo, pero lo que más me gusta es cuando el viejo dispone que se la meta por el culo», «Y le entra toda?», «Si amigo, veintidós centímetros íntegros, que algo de dolor produjeron las dos primeras veces, pero después ya se retuerce de gusto».
—“Pará un segundo, Eva si tenés a mano un antiácido, serás tan amable de traérmelo. Ahora sigamos”.
—“Por supuesto que quedé quieto simulando ordenar lo que había llevado y parando la oreja a lo que seguía, «Acaso don Elías es su dueño?», «Con lo que le paga, hace rato que la compró>, «Contá, contá», «No sé cómo hace, pero de todas las que trabajan aquí, esta mina es la única que logra provocarle una erección, entonces una vez al mes inventa una filmación en su quinta que es para comer, beber y coger durante tres o cuatro días. Son cuatro o cinco mujeres y la misma cantidad de hombres», «Si es esa cantidad de días, el viejo tiene muy buen rendimiento», «No, solo acaba dos veces, al llegar cuando se la chupa y el último día en que se la mete por el culo», «Y entre medio ella se aburre», «Qué se va a aburrir, coge con todos para que don Elías mire, pero sin usar la boca, que solo es de él. Y de cada reunión ella se va con lo que yo necesito para vivir seis meses», sinceramente lamento muchísimo ser mensajero de esta mierda”.
—“Estás seguro que no es una fanfarronería?”
—“A mí también me entró esa duda, así que con el pretexto de dejar en el escritorio el remito, me guardé cinco tarjetas de memoria de las cámaras. Después de hacer copia de tres, hoy llevando las facturas las volví a su lugar. Hermano, las dejo acá y te ruego me perdones porque fui yo quien te la presenté”.
Apenas Luis traspuso la puerta, sin bajar las cortinas que dan privacidad al despacho, hice correr una de las tarjetas y antes de llegar al final ya estaba hecho mierda. Las escenas no dejaban lugar a dudas de que ella se prestaba con agrado a todo lo que hacían. Más aún, en determinados momentos parecía buscar algo más de lo que había dispuesto quien dirigía la filmación, y si algo faltaba para terminar de demolerme estaba la escena de mi novia con don Elías. En ese registro, relativamente corto ella, estaba arrodillada en el piso, entre las piernas del hombre, con la boca haciendo maravillas en el miembro erecto, mientras el macho ufano y sonriente le decía a los presentes «Muchachos aprendan a cuidar lo que tienen en casa para que no les pase lo mismo. El cornudo trabajando para hacerme ganar más plata mientras su bomboncito me saca la leche».
Parece que mi aspecto era francamente deplorable, porque al entrar Eva con mi pedido largó una pregunta con tintes de exclamación
—“¡Por Dios Aníbal, qué te sucede!”
Llegar a mi lado y ver en la pantalla a Susana, gritando su placer ante las embestidas de un extraño que, encaramado en su espalda, la horadaba cual martinete neumático, hizo innecesario responder. Ahí llamó a su hermana.
—“María traé alguna bebida fuerte, una taza de café bien cargado y una gaseosa fresca. No te demores por favor”.
Algo repuesto del impacto que me había trastornado fui consciente de dos cosas, la primera que no estaba en condiciones de pensar o actuar con un mínimo de aplomo, y la segunda que necesitaba ayuda de alguien confiable por madurez, criterio y confianza. Intentando escarbar en la memoria el primer nombre que me llegó fue el de don Facundo Argumedo, uno de los primeros clientes, que cada vez que tomamos contacto se me reveló como la persona que hoy necesitaba. Sin vacilar lo llamé
—“Hola Don Facundo, le habla Aníbal”.
—“Hola Aníbal, sé quién habla y esta comunicación no me gusta”.
—“Mil disculpas por haberlo molestado no debí llamarlo”.
—“Ni se te ocurra cortar. Cuatro años hacen que nos conocemos y prestás servicios excelentes a mi empresa, y en ese lapso, cuando mucho me habrás hablado tres veces. Lo que no me gusta de esta llamada es que rompe la rutina, y esa alteración, casi siempre, es mala seña”.
—“Señor, tiene razón, pero el problema no es suyo sino mío”.
—“Hijo, decime por qué me llamaste a mí”.
—“Don Facundo, estoy destrozado anímicamente, no puedo ni pensar. Recurro a usted convencido que tiene la experiencia y el aplomo necesarios para ayudarme, no solo a salir de la crisis sino también en una dirección racional a futuro”.
—“Estoy en mi despacho, podés venir?”
—“Ya salgo para allá”.
—“No te muevas de tu estudio, en quince minutos mi auto te buscará”.
Frente a él ni me preocupe en disimular.
—“Aníbal, qué puede ser que te ponga tan mal, tu aspecto da miedo”.
—“Mal de amores señor, nada más que eso”.
Le conté todo, incluyendo lo visto en los videos, haciendo hincapié en la participación vejatoria de uno de mis clientes, Elías Quinteros con idéntica antigüedad que mi interlocutor.
—“En los negocios es de malas artes, competimos en algunas cosas, pero en general todos lo conocen así que están precavidos y causa poco daño. Es incomprensible que haga esto, cuando el tipo de relación comercial que tiene con vos tiene una sola base, que es la confianza. En primera instancia, que quisieras hacer”.
—“Romper ambas relaciones y vengarme de los dos”.
—“Mi sugerencia es primero Elías y después ella. La venganza contra ese basura debe ser muy bien elaborada de manera tal que nadie te relacione con eso, pues de lo contrario dejarías de ser confiable para la clientela.
Dejá que yo me encargue de este asunto. Solo necesitaría un dato que me permita demostrar su acción fuera de la ley”.
“Es algo que hice días atrás. Deposité en la cuenta a nombre de un secretario de gobierno una suma importante. Como el beneficiario era otro, don Elías optó por usar el procedimiento más barato, que por supuesto es el menos seguro. Cualquiera lo puede encontrar, es Fulano”.
—“Qué coincidencia, justo el que hace la adjudicación de una licitación en la que ambos participamos. Me viene como anillo al dedo. Como soy parte interesada es lógico que busque la manera de dejarlo fuera. Cómo estás con el trabajo?”.
—“Al día, a tal punto que estamos buscando la trampa”.
—“Aclará que no entiendo”
—“Estamos cumpliendo con la segunda parte del dicho «Hecha la ley, hecha la trampa» que consiste en encontrar la fisura que beneficie a mis clientes, siempre dentro de la ley”.
—“O sea que estoy beneficiado. Podés cerrar el estudio durante una semana?”
—“Sin problemas, porque cualquier urgencia se resuelve electrónicamente”.
—“Me gustaría que aceptes la invitación a pasar ese tiempo en mi quinta de descanso, mientras hago la parte que me toca. Tenés alguien que te acompañe?”
—“Sí, las dos chicas que trabajan conmigo. Son una rara mezcla de empleada, madre y esposa, aunque nunca entraron a mi cama”.
—“Listo, hoy es miércoles, el viernes a la mañana los van buscar. Lleven nada más que los enseres personales, allá hay gente que se va a encargar de todo, en caso de necesidad solo tenés que pedir. Te prohíbo comprar aunque sea una galletita. Una sugerencia, con tu novia, solamente cortá sorpresivamente. Ese tipo de personas solas se castigan, su debilidad las llevan por caminos que inevitablemente terminan en el abismo, y es por eso el dicho «En el pecado está la penitencia»”.
Regresado al trabajo llamé a las dos mujeres, aunque la que decide y habla es Eva.
—“Tienen algún compromiso hasta dentro de diez días?”
—“No, estábamos esperando invitación para presenciar en primera fila la ejecución de tu novia”.
—“Lamento decepcionarlas, quería invitarlas a descansar una semana en la quinta de don Facundo Argumedo. Me aconsejó llevar malas compañías y por eso pensé en ustedes”.
—“Claro, por eso arriba, en el segundo piso, nos hiciste construir un departamento para cada una”
—“Eso es porque les tengo desconfianza y quiero controlarlas de cerca”.
—“Para eso nos hubieras hecho dormir con vos”.
—“A tanto no me animo”.
—“Dejemos de hablar macanas. Cuándo salimos y qué hay que llevar?”
—“Salimos el viernes a la mañana, llevamos dos portátiles por si acaso y los enseres personales. En el caso de ustedes creo que con dos bombachas, cepillo de dientes, malla y un peine es suficiente. Esto es en serio, me dijo don Facundo que si llevamos, aunque sea una galletita, corta la relación con nosotros, y él no habla al vicio. Tenemos que estar listos temprano porque nos avisarán un rato antes de venir a buscarnos”.
Algo repuesto por la ayuda de las mujeres y la conversación con este generoso cliente, tenía que organizar mis movimientos próximos. Primero con mi novia, para lo cual le mandé mensaje «Cuando tengas un momento libre llamame». Al rato lo hizo.
—“Hola mi amor, algún tema en especial”.
—“Me han surgido dos tareas, una complicada y larga para don Argumedo, y otra más moderada para don Elías. Por ello el primero nos ofreció pasar la próxima semana en su quinta, y de esa manera olvidarnos de las cuestiones domésticas dedicándonos a trabajar y descansar. Sería desde este viernes hasta el sábado de la semana siguiente; vos cómo tenés organizada tu actividad?”
—“Nada fuera de lo común, pero aprovechando que no vas a estar esa semana propondré que un compromiso de varios días, que tenemos pendiente, lo hagamos ahora”
—“Antes que me olvide, lo ubicás a don Elías? Luis me dijo que varias veces lo vio presenciando alguna filmación”.
—“Sí, ya se de quien hablás, es uno de los dueños del estudio, un señor mayor con el que no he tenido contacto fuera de los saludos y algunas palabras”
—“Hoy y mañana dormiré en mi departamento para, con tranquilidad, preparar lo que tendremos que llevar, tanto para el trabajo como para la estadía. En algún momento iré a casa para sacar aquello que pueda necesitar. Nos vemos en unos días. Un beso”.
El jueves fuimos con María y Eva a la casa que compartía con Susana a sacar mis pertenencias, dejando lo mínimo, que en un bolso mediano cabía.
Esos días descansé de lo propiamente laboral porque mis compañeras, seguramente instruidas a mis espaldas por don Facundo, inventaron un sinfín de entretenimientos que me hacían llegar a la cama cansado y habiendo tomado una pastillita inductora del sueño. Aquellos que no creen en la existencia de los ángeles tendrían que haber visto trabajar a estas dos mujeres para salir del escepticismo. Así fue como el dolor menguó muchísimo, aunque no desapareció.
Durante esa semana las comunicaciones con Susana fueron diarias pero de corta duración. En mi caso representaba un esfuerzo fingir normalidad. El viernes, último día del período de descanso, le avisé que al mediodía siguiente llegaría a casa.
—“Qué lástima, justo nos salió un trabajo que me obliga a partir el sábado temprano, estando previsto regresar el martes”.
—“Sin problemas, no veremos cuando vuelvas. Avisame con tiempo así te espero en casa”.
El lunes temprano me llamó don Facundo diciéndome que leyera el diario y viera un canal de noticias, pues ambos se estaban ocupando de don Elías. El periódico informaba de una investigación en curso sobre una coima pagada para influir en la adjudicación de una licitación y la televisión tenía móviles enfrente de la quinta del personaje investigado. Hice caso a la sugerencia y al rato mostraron la salida del auto del dueño de casa donde iba él acompañado de mi novia. La llamada de ella, indicando el cambio de programación, no se hizo esperar.
—“Hola querido, han surgido inconvenientes así que se suspendió el trabajo; en una hora estoy en casa”.
—“Perfecto, te espero.
En diez minutos estaba en la casa que compartíamos, y en el living preparé toda la escenografía, televisor encendido de espaldas al ingreso, pen drive conectado, imagen de la pantalla detenida en el momento apropiado, volumen graduado, bebida cola de mi gusto en un vaso con hielo, cigarrillos y encendedor a mano. Al lado del sillón un bolso pequeño con las pocas pertenencias que me faltaban llevar.
Terminada esa preparación abrí la ventana que da a la calle para observar su llegada desde atrás de la cortina. Después de estacionar el auto hubo algún minuto sin movimiento perceptible, pues tenía vidrios polarizados. Luego bajó ella cerrando la puerta y, estaba saludando con la mano, cuando descendió el cristal de la ventanilla mostrando a don Elías que le hacía señas de acercarse. Aceptando la indicación se agachó, siendo tomada del cuello para recibir y devolver un beso prolongado y pasional. Cuando se dio vuelta para caminar hacia la entrada yo había corrido la cortina y me mostraba de cuerpo entero moviendo la mano en señal de saludo con una semisonrisa en la cara.
Al ingresar venía pálida y con evidente nerviosismo.
—“Hola mi amor, lo que viste no es lo que parece”.
—“Disculpame, estoy desorientado y necesito explicación. Qué es lo que parece y qué es lo que realmente ha sucedido?”
—“Parecía que nos estábamos besando pero en realidad estaba hablándome al oído para que no escuche su chofer”.
—“Gran suerte, tenía la sensación de estar viendo cómo me crecían unos cuernos”.
—“Ya que estás inspirada quizá me puedas ayudar con un problema, cuya solución no encuentro, y amenaza romperme el corazón. Es posible que vos descubras la razón para convencerme de que estas imágenes parecen una cosa pero es otra”.
—“De qué imágenes estás hablando?”
—“De estas que me mandó un amigo. Son cinco videos pornográficos hechos con un realismo increíble, que justifica felicitar a todos los que intervinieron en su hechura. Para mi gusto hay uno que se lleva el premio mayor, no solo por las escenas excitantes sino también por las palabras de los actores”.
—“Degeneradito, estabas entretenido en eso y juntando leche. Espero que no la hayas desperdiciado en una paja y la estés reservando para mí”-
—“Depende de tu disposición, porque a veces llegás tan maltrecha del trabajo, que en lugar de querer gozar conmigo estás desesperada por un largo baño de inmersión, crema en todo el cuerpo y luego descanso en cama confortable sin que nada altere ese momento de relajamiento”.
—“Estás exagerando, es verdad que a veces llego cansada, pero no para tanto”.
—“Según mi memoria es eso y mucho más. Recuerdo varias oportunidades, sobre todo luego de algunos días ausente, cuando aceptaste un masaje pero por encima del largo camisón que vestías y al llegar a tetas o nalgas te quejaste de dolor, pero no me permitiste ver cuál podría ser la causa”.
—“Y ahora te apareció la faceta de hombre celoso que desconfía de su novia, sin recordar cuanto amor te he demostrado a lo largo de toda la relación”.
—“Tenés razón en mi demostración de celos, pero ellos se originan en que te quiero muchísimo y no estoy dispuesto a compartirte. La razón te abandona cuando me atribuís desconfianza. Si hubiera tenido dudas sobre tu leal proceder, o sobre ese cariño tan aclamado innumerables veces, no estaría destrozando mi corazón con las imágenes que me muestra la pantalla”.
—“No entiendo por qué una película pornográfica te afecta tanto anímicamente”.
—“Sentate acá un ratito y vas a tener la respuesta”.
Apenas se ubicó a mi lado activé la reproducción y apenas apareció claramente la primera imagen de tres personas desnudas puse pausa. En ella estaba Susana, mirando la cámara acostada de frente sobre un tipo que, de espaldas al piso, la tenía penetrada por la vagina. El complemento era otro sujeto que, encaramado y tomándola de los hombros, había hecho desaparecer su miembro en el recto de la hembra. Si hubiera sido una foto para ser expuesta podría haber sido titulada ‘Testículos a la Intemperie’. La mujer, objeto de esa doble invasión, mostraba una expresión placer supremo y los ojos semicerrados, como quien desea anular todos los sentidos menos el del tacto, para que nada le dificulte sentir la fricción de los dos cilindros que la horadaban.
Tras apreciar la imagen unos instantes reanudé el movimiento y consecuentemente el sonido. Lo primero que se escuchó fue la voz femenina en un quejido placentero «Siiii, más, más». Si algo podía agregarle mayor significado a la escena fue la aparición de un tercero, totalmente vestido con una cámara colgada al cuello, caminando hacia el trío, abriéndose la bragueta y sacando el pene «Vamos puta, chupá y sácame la leche». La contestación de la aludida reveló cabalmente cuál era su situación «Si querés lo hago, pero después vos te arreglás con don Elías. Bien sabes que mi boca es solo de él».
—“Necesitás que avancemos algo más?”
—“No por favor, déjame que te explique, es algo que viene de antes de conocerte y que ya tenía acordado terminar. Te amo, no me dejes”.
—“Después de escuchar tus palabras de amor, debo reconocer que sos una incomprendida. No es justo que debas soportar un compañero incapaz de entender tu manera de expresar un afecto tan grande, así que me voy. Espero que la próxima elección sea con mejor suerte”.
—“Te vas?”
—“Naturalmente”.
—“Y tus cosas?”
—“Lo único mío que queda en esta casa se encuentra dentro del bolso”.
Y sin una palabra más regresé a mi casa. Seguramente ella se lo contó a don Elías porque éste nunca más requirió mis servicios, y su actividad económica, dependiendo en gran medida de contratos con el estado, quedó casi paralizada al ser eliminado de la lista de proveedores. De mi ex novia no tuve noticias hasta el día que sonó mi intercomunicador.
—“Aníbal, Susana Garrido está en la entrada y quiere verte”.
—“Hacela pasar por favor”.
Verla caminar, precedida por María, me dio la sensación de estar frente a una indigente pordiosera.
—“Te escucho”.
Me contó que en el año y medio transcurrido desde la ruptura había ido cuesta abajo. Cuando Quintero se aburrió de ella también empezó a decaer el modelaje así que tuvo que ingresar en la prostitución. El nivel de clientes y de ingresos descendió parejo con la pérdida de la lozanía y empezó a vender sus pertenencias. Acceder a los ahorros en la cuenta del exterior excedía su capacidad por lo cual consultó a un inescrupuloso que la timó. En concreto, me pedía si era posible ver el estado de esa cuenta.
—“María, serás tan amable de traerme la carpeta de la señora”.
El orden reinante en la oficina hizo que en dos minutos tuviera ante mí lo pedido. Al dejar la carpeta me sorprendió su pregunta.
—“Esta es la basura que te engañó?”
—“María, nunca te oí hablar así”
—“Eso es porque no viste lo que yo vi. Cuando te dieron la hermosa noticia de los frondosos cuernos que portabas, tu estado deplorable me hizo pensar que estabas al borde de la muerte. Seis meses te costó salir del pozo, ciento ochenta días nosotras dos sufriendo al verte sufrir, llorando la impotencia de no poder aliviar tu dolor. Y cuál era la falta, el delito, el pecado que estabas purgando, solamente haber amado. A ésta, decirle basura, es alabarla. Permiso”.
Sin levantar la vista del papel con los datos necesarios, entré en la cuenta. Di vuelta la pantalla y le mostré que tenía un saldo de veinte mil dólares.
—“Querés que los transfiera a tu vieja cuenta de ahorro?”
—“Sí, por favor”.
—“Listo”.
—“Cualquier palabra que diga es nada frente a tu bondad y generosidad”.
Me dio pena verla salir encorvada y llorando, acompañada por las palabras de mi empleada.
—“Volvé cuando quieras, para mí es un placer verte hecha mierda”.
Entonces llamé a mis ángeles guardianes.
—“Más de cinco años llevo teniendo dos esposas con quienes no compartí la cama. Las amo. Podré tomarme el atrevimiento de darles un beso?”
—“Si no lo hubieras pedido, nosotros lo hubiéramos hecho sin tu permiso. Empezá vos María que sos más calentona”.
Sin decir una palabra ambas, tomándome de las manos, me llevaron al sillón de tres cuerpos que teníamos en el sector recepción y me sentaron con Eva a mi lado mientras María permanecía de pie frente a mí para levantar el ruedo del vestido arriba de las rodillas y sentarse a caballo de mis piernas y juntando sus labios con los míos. Un beso tierno, delicioso, delicado, donde cada movimiento de lengua, en un idioma sin nombre pero universalmente conocido, hablaba de deseo carnal empapado de afecto. Luego se levantó y después de bajarme los parpados, se dedicó a maniobrar bajo la atenta mirada de la que permanecía a mi lado.
—“María, qué estás haciendo!”
—“Shsss”.
—“Eso no está bien, no es propio de una dama educada, escuchá lo que digo!”.
—“Te escucho hermanita”.
—“No me mientas, ya le bajaste el pantalón y su miembro llena tu boca”.
—“No te enojes, te juro que soy puro oídos para vos”.
—“Me oís pero estás chupando como si en ello te fuera la vida!”
—“No me desconcentrés que estoy en lo mejor”.
—“Frená, que recién abrió los ojos y los tiene vueltos hacia atrás, pará de una vez que está convulsionando!”
—“Listo, no podés quejarte pues te hice caso y frené, la leche estaba riquísima”.
Todo este diálogo lo escuche desde alguna nube en la cual estaba acostado, agradablemente relajado, hasta que paulatinamente fue ganándome la tensión y llegó el momento en que, súbitamente, se produjo la explosión. Tres o cuatro espasmos expulsando semen, diestramente aspirados por la boca ordeñadora, me dejaron vacío e inerme. Cuando me repuse y abrí los ojos todo estaba normal y solamente Eva a mi lado.
—“Y María?”
—“Preparando la comida, ya se dio en el gusto, ahora que trabaje”.
Luego de almuerzo y sobremesa coincidimos que era buen momento para descansar. Mientras ellas dejaban todo limpio y ordenado yo me acosté solo en bóxer, cual es mi costumbre, y apenas me tapé con la sábana ellas entraron.
—“¡Qué sorpresa!”
—“Pensábamos ayudarte a descansar”.
—“Y qué las hizo pensar que necesito ayuda”.
—“Perdón por la molestia, nos equivocamos”.
Al verlas girar para irse, salté de la cama y las abracé haciendo que sus cabezas quedaran apoyadas en mis hombros.
—“Qué sería de mí sin ustedes, a quienes debo estar vivo y sano. Me permitirían descansar teniéndolas abrazadas así como ahora?”
—“Hijo de puta”.
—“Eva, nunca pensé escuchar eso de vos”.
—“Son las palabras de una mujer a quien tus palabras casi le detienen el corazón”.
Me costó convencerlas, pero al final accedieron a acostarse una a cada lado, solo en ropa interior, abrazándolas para mantenerlas pegadas a mí. Apenas empezaron a desvestirse sonó el teléfono de María.
—“Amiga, menos mal que llamaste, me había olvidado de la salida. No vemos en un rato”.
—“Eva, parece que nos abandonan”.
—“No te quejés Aníbal, estás livianito y te dejo en buena compañía. Mi hermana es buena persona, pero tengo la sensación de que su sangre es templada, tirando a fría, me voy a arreglar, no sé a qué hora regreso”.
Si darnos tiempo a saludar salió rápidamente transformando el trío en dúo. En seguida la sábana, que tenía en la cintura, subió hasta los hombros llevada por Eva que, en corpiño y bombacha, había entrado a la cama.
—“Esto sí que es noticia de último momento, por favor contame eso de que sos templada tirando a fría”.
—“Me lo dice por comparación con ella que es más tentada. Si le gusta un hombre que conoce y, después de algún tiempo de frecuentarlo, le agrada, intima. Yo en cambio si no tengo una atracción profunda con algún sentimiento de base, no permito ningún contacto que dé pie para algo más”.
—“Y en mi caso, he podido generar algún sentimiento de base de cierta importancia?”
—“Por supuesto, te odio profundamente”.
Mientras dialogábamos metí mi brazo por debajo del cuello para atraerla y hacer que su cabeza descansara sobre mi hombro.
—“Ya es un avance, solo es cuestión de cambiar el sentimiento”.
—“No creo que te sea fácil pues todavía me duelen tus palabras”.
—“Querida, con el sujetador colocado no puedo acariciarte la espalda”.
—“Degenerado, lo que pretendés es remover todo lo que te impide agarrarme libremente las tetas”.
—“Primero me tengo que hacer perdonar esa broma de mal gusto, y trataré de lograrlo a base de besos, muchos, pequeños, cortos, pero cargados de afecto”.
—“Te veo venir, lo que pretendés es calentarme”.
—“Bueno, si se da no me voy a oponer”.
—“Perverso, malvado, aprovechador, mierda, tonto, pelotudo”.
Después de cada palabra cerraba la boca rápidamente metiendo los labios hacia adentro para evitar mi beso, así que los depositaba en mejillas, frente, orejas, cuello, párpados, todo menos boca.
—“¡Qué hacés agarrándome una teta!”
—“Es que no sabía dónde poner la mano”.
—“Ahora entiendo, y la mano no sabe dónde poner los dedos, por eso es que me retuerce los pezones”.
—“Perdón, la voy a cambiar de lugar”.
—“¡Asqueroso, me estás agarrando el pubis!”
—“Fue una casualidad. ¿En serio que estás enojada?”
—“Por supuesto”.
—“Y el enojo es lo que te hace mojar la entrepierna de la bombacha?”
—“Me debe haber salido un poco de orina”.
—“Qué raro porque tiene densidad como de un gel”.
—“Entonces no sé qué será ¡no te pongás encima!”
—“Es para que mis manos no se ubiquen en algún lugar inapropiado”.
No me contestó, simplemente cerró los ojos y giró la cabeza hacia un costado sin mostrar gesto de desagrado. Los suaves movimientos de pelvis provocando el roce de los sexos dieron lugar a que frunciera su ceño, y aflojara la tensión de mantener las piernas juntas. Cuando, al movimiento, agregué besarle el cuello llegando hasta el lóbulo de la oreja, sus brazos subieron para cruzarlos en mi nuca, buscar mis labios con los suyos y abrir al máximo las extremidades llevando las rodillas a los hombros.
—“Haceme tuya amor mío”.
Sin dejar de besarla bajé mi calzoncillo, hice a un costado su bombacha y después de ubicar la entrada hice un lento pero progresivo ingreso hasta tocar fondo. El recorrido por ese túnel poco usado, ensanchando a presión las paredes y sintiendo los quejidos que me alentaban a seguir, fue casi tan placentero como una corrida.
—“Sí mi vida, hasta que no entre más, llename de leche, haceme tocar el cielo con tu pija”.
—“Si no te estás cuidando acabo afuera”.
—“Ni se te ocurra, descargá adentro todo lo que tengas y si me preñás mejor todavía”.
Dos veces se corrió antes de mi orgasmo, quedando ambos agotados pero sin romper el abrazo, ahora ella la sobre mí.
Cerca de las nueve de la noche llamó María preguntando si la comida alcanzaba para ella. Una interrogación de mera cortesía porque bien sabía que cuando su hermana cocinaba siempre la tenía en cuenta. Al llegar, y después de saludar, fijó su mirada en Eva y sonrió.
—“¡María, qué me estás mirando!”
—“Hermana querida te felicito, tenés cara de bien cogida. Para vos Aníbal también va mi felicitación por haberte llevado un premio grande, pero además te agradezco que la hayas hecho disfrutar a conciencia. Su cara lo dice. A ambos los conozco bien y los dos son bichos extremadamente raros, por lo cual me atrevo a dar por seguro que, sin decirse nada, en el fondo de sus almas, se han prometido fidelidad, lo cual me da mucha bronca, pues yo querido amigo, tenía unas inmensas ganas de probarte. Sean felices aunque yo me tenga que morder”.
Así comencé esta nueva y hermosa etapa de mi vida.