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De las barbas a la policía (capítulo tres)
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Las barbas (A José). 

Volví a estar libre de ataduras, regresé a aquellos encuentros con William que bien sabía satisfacer mis deseos, que para ello me había enseñado ese mundo. Estuve con William, solo los dos sin más locuras o en orgias de las que él acostumbraba. El primer encuentro que tuvimos, por fin, me llevó a la línea del tren, a las afueras del pueblo y adonde me había invitado al principio cuando hablamos por primera vez. Ya no tenía sentido negarse a ir con él, además que aquella sensación de estar al aire libre daba cierto morbo a lo que hacíamos. Todo lo que podía ser el paisaje se había convertido en una oscuridad absoluta, las luces a lo lejos eran como esos faros que en el mar pudieran divisar los barcos.

A William le gustaba besar, era un maestro en todo, me besaba mientras su manos entraban por todos los lados y agarraba con fuerza o acariciaba con suavidad, también hablaba de lo que sentía, lo que hacía y lo que iba a hacer. Me puso como de costumbre a mamar su pinga cosa que me gustaba porque la tenía grande, con una piel muy tersa que daba gusto lamer. Pero nunca me dejaba mucho tiempo, porque lo que más le agradaba era mi ojete, lamerlo y cogerlo. No me hizo esperar mucho para recibir mi pedazo de carne como decía él a veces, otras, decía que me daría mi toma de leche. Me quedé con el pantalón bajado, las nalgas al aire, encorvado para recibir su pinga que ya me entraba bien con la saliva. Estuvimos singando un rato cuando sentimos que se acercaba el tren, estábamos al lado de la línea férrea. Se le ocurrió que nos quedaríamos allí, al lado delante los arbustos.

– ¡Quiero tenerte clavado cuando pase el tren!

Me dijo con esa lascivia que acostumbraba, le comenté que nos verían con la luz. Pero no me hizo caso, nos apartamos un poco y siguió él singando con fuerza. De pronto el haz de luz iluminó todo incluyéndonos a nosotros, William siguió moviéndose, metiendo y sacando su pinga agarrado a mis caderas, yo encorvado ocultando la cara. Cuando pasó la locomotora por el lado se escuchó un grito.

– ¡Mariconeees!

Después volvió la oscuridad porque era un tren de carga, el sonido ensordecedor y rítmico lo abarcó todo, William siguió al ritmo de los vagones para venirse casi cuando el tren pasaba y se perdía a lo lejos. Nos quedamos un rato así quietos, jadeábamos y sudábamos ambos.

– ¡Uf! ¡Rico! ¿No te has venido?

Era otra de las cosas de William, tuve gente que no le importó nada si había terminado yo o no. Lo importante era que ellos se venían y ya, William era diferente. Él sabía cuando me había venido, una vez cuando le pregunté me dijo que lo sabía porque apretaba el culo más de lo común. Me hizo masturbarme antes de sacar su pinga que ya no estaba tan dura. Como era ya una ley, me hizo vestirme sin evacuar su leche. Le ponía a millón saber que alguien se iba con su leche en el culo, yo ya estaba acostumbrado a ello. Incluso me agradaba saber que le ponía bien que me fuera así. Después nos fuimos cada cual por nuestro lado.

Aquella aventura ferroviaria con William me bastó para unos días sin que saliera a buscar nuevas aventuras o emociones, aunque a los dos días tuve la oportunidad de enrollarme en una, esperaba la guagua en una de esas noches calurosas en la avenida 41, cerca de Tropicana, lugar al que nunca había entrado, cuando vi a dos tipos que se interesaban en mí, bueno, como era un lugar de ligue, todo el mundo miraba a todo el mundo. No pasó mucho rato cuando uno de ellos, el más delgado se me acercó dándome la mano. Hablamos unas cuantas tonterías y fue directo al grano preguntándome si me dejaba singar, si quería y por último que si estaba de acuerdo iríamos a casa de un amigo de él, el otro que estaba algo apartado y que tenía una barba muy espesa y negra.

– ¡Anda, la vas a pasar bien! ¿Acaso no te gusta que te singuen dos machos como nosotros dos? – me dijo con desfachatez al ver que la duda me invadia.

Él otro era José, un tipo alto y robusto, todo peludo y que más tarde supe que trabajaba en la Biblioteca Nacional, dije que sí y fuimos, nos presentó y salimos caminando rumbo a la casa. Tremenda casona, de esas que hay en 5º avenida de los antiguos ricos, subimos a la segunda planta donde José tenía su dormitorio. Yo pasé al baño a lavarme, José lo había hecho en alguno de los baños de la casa, cuando salí el otro se metió a lavarse, en la cama estaba José acostado desnudo, con la pinga dura. Yo me acerqué y me senté encima de él dejando que su pinga rozara mi ojete y empezamos a besarnos.

El otro llegó y se nos unió, tenía un buen machete y estaba muy dispuesto a usarlo y rápido. Poniéndose un preservativo me dijo que me abriera las nalgas, escupió varias veces y trató de meter su pinga, pero no pudo, de verdad que era grande y sin algo de crema o lubricante, pues costaba. Se fue al baño en busca de alguna crema, momento que José aprovechó para susurrarme al oído.

– Haz que se venga rápido y regresas cuando se vaya, te quiero para mí y singarte toda la noche.

No le di paso, por mucho que quiso penetrarme, no pudo. Lo hice a propósito y eso le gustó a José que me guiñaba un ojo con picardía cuando el amigo no nos veía.

– Bueno, al parecer eres muy cerrado, pero ya que estamos aquí me sacas la leche mamando. – dijo el otro.

No tuve otra opción que dedicarme a mamar por turno a ambos. José se apuró en venirse mientras que al otro le costaba trabajo aunque finalmente logró eyacular en mi boca. Comentó algo de que al menos tenía buena boca para mamar pero que hubiera preferido singarme. Después nos vestimos y salimos, José dijo que acompañaría a su amigo y yo cogí otro rumbo aunque solo esperaba ver que giraban para regresar y esperar a José. Al cabo de unos veinte minutos llegó José, se alegró de verme allí esperándolo. Nos besamos en el portal, subimos a su dormitorio y nos desnudamos.

A José le encantaba besar, acariciar y yo salía ganando con todo ello. Fui yo quien tomó la iniciativa de sentarme sobre su pinga después de ensalivar bien. Él quedó encantado mirando lo que hacía, yo quizá por estar muy excitado o porque estaba acostumbrado, dejé entrar su sexo sentándome sobre él, despacio pero sin interrumpir recibiendo el doble goce que me propinaba y el que le daba a José. Fue una noche ardiente, hicimos el sexo la primera vez yo cabalgando como si fuera un jinete, besaba con pasión, no soltaba mis nalgas con sus manos grandes. La segunda vez fue en la ducha, porque al venirnos, yo le eché mi leche en su pecho. En la ducha seguimos besándonos, acariciándonos y por supuesto que no me negué a entregarme de nuevo a él. Me poseyó allí con las manos mías en la pared y el agua tibia cayendo sobre nosotros. Recuerdo que dormimos abrazados, satisfechos y cansados después de una noche tan marchosa. Por la mañana me despertó con besos y su pinga dura en mis nalgas.

-¿Quiero tenerte ahora antes de que nos levantemos? – me murmuró al oído.

Yo me dejé hacer, asentí y me quedé acostado bocabajo dándole la oportunidad de que me poseyera así. Me quedé con los ojos cerrados para sentir como me humedecía mi culo, como su pinga iba abriéndose paso entrando, cuando mis esfínteres se dilataron dejándolo pasar suspiré con fuerza y placer. Me singó así, suavemente mientras aguantaba mis manos y me besaba la nuca, las orejas, la cara, la boca. Yo con sus movimientos y caricias me vine antes, para él fue una sorpresa cuando me volví disculpándome de la mancha de semen en la sábana.

-¿Te viniste solo? Ni siquiera te has tocado.

-¡Papo, tú me tocaste donde debías!

Recuerdo bien que mientras desayunábamos me decía lo bien que la había pasado, que así le gustaba levantarse así, con la pinga parada y singar suavemente. Me dio su teléfono y que llamara, que siempre que tuviera tiempo fuera por su casa a dormir.

Comenzó así aquella interesante relación que al principio ardía por sí sola. No diría que nos amábamos pero sí que nos deseábamos. No sabía en aquel entonces que era un oso o la atracción por las barbas y vellos, él fue mi primer oso como tal porque a parte de una barba tenía mucho vello por el cuerpo, además que era enorme, grande y corpulento. Empecé a frecuentar su casa por las noches a dormir con él, y fui conociendo de él.

Me contó que aquel amigo nos había visto una vez y que le dijo que sí, que estábamos con mucha frecuencia y a lo que el amigo le respondió, que yo no era buena cama. Para José era mejor, así se mantenía alejado de mí y podríamos seguir con nuestra pasión.

Un día me invitó al cumpleaños de no sé qué amigo suyo, que le gustaría que yo fuera con él. La fiesta era cerca de su casa en Playa, había bastante gente y mucha bebida y comida. Era otro mundo, gente que tenía acceso a todo y se veía en la mesa y el bar. A mitad de la noche quedaban pocos y ya algunas parejas se retiraban a los rincones entre besos y caricias, nosotros no nos quedamos atrás, empezamos a besarnos, a acariciarnos y terminamos en una de las habitaciones haciendo el amor. José tenía facilidad o habilidad para penetrarme, es lo que más recuerdo, sabía cómo hacerlo y yo se lo agradecía. Allí de pie, yo con el pantalón y los calzoncillos bajados, inclinado algo mientras José me singaba. Cuando terminamos nos dimos cuenta que no estábamos solos, el amigo de José que cumplía años estaba allí mirándonos. Nos quedamos quietos como sorprendidos, mientras el amigo, que se llamaba Ramiro se nos acercó, agarrando con una de sus manos mi pinga dura y con la otra acarició mi culo lleno de la pinga de José que quiso sacarla, pero él le dijo que no.

-¡No, Pepe, no se la saques! Ya veo que sabe cómo disfrutarla.

Estuvo acariciando mi trasero, los huevos de José, el tronco de la pinga de José y el borde de mi culo húmedo. Terminó diciéndonos.

-¡José hoy es mi cumpleaños!

Estaba claro lo que quería, José sacó su pinga para dejar que aquel mulato se pusiera detrás de mí. José se situó delante, empezó a besarme, a acariciarme.

-Nene, es su cumpleaños, no le vamos a negar un regalo así, no te preocupes, yo estoy aquí mirando.

Quizá aquel idilio entre nosotros empezaba a llegar a su fin, José me ofreció como regalo de cumpleaños a su amigo. Al rato llegaron otros, unos miraban, decían algo y se iban, otros se sentaban allí mirando cómo me singaba. Era un regalo, un objeto, José me había regalado. Cuando el mulato terminó vino otro y cuando ese terminó otro quiso, yo protesté que me dolían las piernas pero eso no fue problema, me arrastraron hasta una cama y allí continuó el festín. Fueron cinco los que pasaron por mi dejando su semen, estaba molido, por suerte no me dolía pero no me sentía cómodo. Mi entre pierna y culo chorreaban semen de los machos que me usaron. Ramiro vino a la cama, trayendo un rollo de papel higiénico para limpiarme y así lo hizo, con suavidad. Quise levantarme pero Ramiro me dijo que no, que me quedara así, que retuviera la leche en mi culo, le obedecí y allí me quedé.

José vino a despedirse, me dijo que mejor me quedara a dormir allí y que descansara. No soy tan tonto, sabía que no se iba solo, me levanté cuando salió para ver con quien se iba. Por eso me quedé y me entregué a Ramiro y a otro más que se había quedado. Dormimos algo en aquella cama tan grande los tres hasta que Julián, un negro delgado y pingón, me despertó para que le bajara la pinga que la tenía parada. De tanto revolcarnos y movernos Ramiro se despertó y se nos unió, ya no me importaba nada. Claro que Ramiro había untado mi culo con lidocaína y no sentía nada, ellos igual. A eso de las siete nos acostamos de nuevo ya medio muertos.

A las doce Ramiro se levantó porque tenía que salir al trabajo dejándonos a Julián y a mí. A eso de las dos nos levantamos y salimos a la calle, Julián me invitó a su casa a almorzar. Vivía en La Víbora, en una casa de madera, humilde pero comimos bien. Julián era fotógrafo, después pasamos por el trabajo a buscar algo, por suerte ese día no trabajaba. Seguimos a casa de un amigo, un tal León, un tipo gordo y simpático.

-Este es el regalo de Ramiro.

Así me presentó, nos reímos mucho porque ya lo habíamos conversado. Buen humor, León nos mandó entrar al patio de su casa, conversamos un rato y después nos fuimos. Julián me acompañó hasta la parada de la guagua. Quedamos en vernos en otra ocasión.

A José, lo vi como a la semana en una parada, iba yo en la guagua y me quedé mirándolo como si mirara algo interesante, él igual miraba con sorpresa y atinó a hacerme un gesto de que lo llamara. Por el momento no lo llamaría. Llegando al pueblo me encontré con William que como siempre deambulaba en el parquecito, me llamó enseguida.

– ¡Oye, ven acá, chico! ¿Qué coño te pasa? Seguro que tienes a alguien que te está dando pinga a gusto.

A veces era muy vulgar hablando, pero no me molestaba, lo conocía. Nos sentamos en el parque lo más alejado de la única farola que mal alumbraba, allí se sacó la pinga indicando que me encargara de chupársela. No me costó que se le parara aquel trozo de pingón, estuve un rato mamando y tratando de tragarme todo aquello cosa que no siempre podía, él me había enseñado pero allí en el parque no me salía.

– ¡Ven, déjame darte un poco por culo!

Nos metimos detrás de uno de los matorrales, me bajé los pantalones y él se arrodilló para empezar a lamerme el culo, a humedecerlo, a lubricar antes de empezar a singarme como solo él sabía. Me provocaba placer, goce, sabía moverse bien y cualquier cosa que hiciera le salía bien. Era un bujarrón perfecto. No se demoró mucho, al parecer estaba ya bien caliente y tenía ganas.

– Vístete que veo a la rubia en la esquina.

Comprendí su apuro, en la esquina había un carro de policía. Salimos y nos sentamos en el banco, al rato se nos acercó un policía que nos pidió el carné de identidad y nos inquirió qué hacíamos allí. William le dijo que nada, que estábamos hablando, que yo había venido en la guagua y ya. Era casi la verdad, el policía se rio.

– ¡Ya, que no soy tonto, bien que los he visto detrás de ese matorral! – hizo una pausa y agregó señalando a William.- Le estabas cogiendo el culo a este y eso está prohibido en público.

– ¡Vamos, oficial, qué aquí todos somos hombres! – le dijo William.

– ¡No, este es hembra!, que lo vi clavado. – volvió a enfatizar el policía.

– Bueno, macho, pues ¿por qué no te lo singas y ya? – William tenía esas respuestas locas, yo estaba cagado porque nunca se sabe qué va a pasar con estos policías. Pero todo tomó un color diferente, el otro policía se nos unió.

– Miren, no los metemos presos pero nos vamos a singar a tu amiguita. – dijo el recién llegado.

William rio como de costumbre y me dijo que fuera con ellos, yo le dije que fuera conmigo que no me dejara, pero no me hizo caso y se alejó dejándome con los dos policías.

– ¡Bien, cariño, vamos y pórtate bien! – me dijo el policía que había llegado último.

Nos sentamos en el carro de policía y salimos rumbo a lasa fueras. Uno de ellos se volvió para sonreírme y decirme que la iba a pasar bien que todos los días a un maricón como yo no se le daba que dos machos se lo singaran. El otro le río la gracia diciendo que me dejarían el culo chorreando leche. Ya cuando salíamos uno de ellos se sentó detrás y me pidió que le mamara la pinga. Tenía una pinga gordita y se le notaban las venas, no hacía más que decirle al otro lo bien que mamaba yo. Metió la mano por mi pantalón en busca de mi culo y le comentó a su compañero.

-¡Cojones, tiene el culazo abierto y lleno de leche del bugarrón ese!

Se reían, pero al parecer no les molestaba nada. Cuando detuvieron el carro y apagaron las luces, salimos fuera. Era un sitio rodeadod e matorrales, oscuro, el que estaba detrás del carro conmigo, enseguida me penetró mientras el otro me daba su pinga para que le mamara. También estaba bien dotado el muy cabrón, me singaron por turno, pero uno de ellos lo hizo dos veces. Se veían machotes, decían que era la hembra que necesitaban para esas noches de guardia, que no me arrepentiría de haberlos conocido. De verdad que pasé una buena noche, esos dos policías me dieron pinga bien, además como ya estaba dilatado por la cogida de William, me fue fácil. Disfruté mucho aquella singada.

De vuelta me trajeron hasta el pueblo, me dejaron en la puerta de mi casa, por suerte que siendo tan tarde pues casi nadie vio que venía en el carro de policía y como uno de ellos para despedirse de mí, me hizo que le tocara la pinga a modo de despedida y le prometiera que repetiríamos. El otro que manejaba, agregó que sí, pero que en algún sitio con algo de luz, para gozar bien. Uno se llamaba Hugo y el otro Yuli según dijeron.

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