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El desvirgue de Emma
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Había llovido. Cuando el tío y yo salimos de la plaza en la que se encontraba el cine descubrimos que había caído un diluvio mientras mirábamos la película y que muchas calles se encontraban inundadas. Era de noche y el tránsito estaba congestionado. Decenas de luces rojas se encendían frente a nosotros cada 10 metros y el sonido del claxon de todos los autos podría volver loco hasta al hombre más paciente.

– Carajo – le escuché decir al tío.

A mí no me importaba el tránsito porque me encontraba sumido en mis propias cavilaciones. Al terminar la película había aprovechado el momento de privacidad que me daba haber entrado al baño para revisar mi teléfono. Julián me había escrito. En sus mensajes decía que no dejaba de pensar en mí y que no podía esperar para tener sexo conmigo. Después de comprobar que había puesto el seguro del cubículo, coloqué mi teléfono sobre el retrete, me bajé el pantalón y comencé a masturbarme mientras leía sus mensajes. En el tiempo record de cinco minutos había metido mis tres dedos por mi ano y masajeé mi pene hasta tener un glorioso orgasmo. Al terminar le escribí a mi futuro novio diciéndole que lo amaba y que yo también deseaba estar con él en la cama. No le dije que acababa de masturbarme en un baño público, pensé que eso podría contárselo después. Cuando salí de los baños mi tío me preguntó si me encontraba bien.

– Estás muy rojo – me dijo.

– Sí, todo está de maravilla – le respondí.

Llegar al departamento del tío nos llevó el doble de tiempo que nos había tomado llegar al cine, pero ambos estábamos felices de haber librado aquel contratiempo. Al entrar mi tío fue directamente a la habitación en la que yo pasaría la noche y entonces hizo el descubrimiento. Cuando entré a la habitación él se encontraba a un lado de la cama.

– Está empapada – me dijo.

Cerró la ventana y comenzó a retirar las sábanas que cubrían el colchón. Después de una segunda inspección mi tío comprobó que el agua había mojado por completo la cama y que no era posible que yo durmiera ahí.

– Lo siento mucho – me dijo – no pensé que podría pasar esto.

Yo le dije que no tenía por qué preocuparse. Yo podía pasar la noche en el sillón y no tendría nada de que quejarme. Él me dijo que no podía permitir eso, iba a usar su cama y él dormiría en el sillón. La “sugerencia” tenía la pinta de una orden y no opuse mayor resistencia, yo iba a dormir en su cama.

– ¿Pizza para cenar? – me preguntó y dio por zanjado el conflicto.

Una hora después tocaron a la puerta y recibimos nuestra cena. La pizza estuvo acompañada con cervezas. Antes de ofrecerme la primera lata el tío me miró y caviló por unos momentos.

– Ya eres mayor, ¿verdad? – me preguntó.

Yo reí y le confirmé que ya era mayor de edad.

– Bueno, pero no le vayas a decir a tus padres, ¿eh?

– Lo prometo – le dije.

Cenamos y miramos televisión mientras lo hacíamos. El tío tenía una docena de cervezas en la nevera y después de un par de horas habíamos terminado con todas ellas. Durante este tiempo él había aprovechado para contarme más sobre el director de la película que habíamos visto esa tarde y su entusiasmo había logrado mantener mi interés a pesar de que yo no dejaba de pensar en el coito de Emma y Dubois. Le prometí que intentaría mirar más filmes del director y tenía intención de cumplir mi promesa. A mí no me gustaba el cine del modo que a él le gustaba, pero no podía decir “no” a su petición. El tío Omar siempre había sido bueno conmigo y a mí siempre me había gustado estar con él, lo quería. Además, algo más había nacido en mí durante esa tarde.

– ¿Le vas a decir a tus papás? – me preguntó al tiempo que me mostraba una botella que había traído de uno de sus escondites.

– ¡No, señor! – respondí con alegría.

Hasta ese día, mis experiencias con el alcohol no pasaban de haberme tomado algunas cervezas con mis amigos, pero esa noche me puse mi primera borrachera. La libertad que ofrecía la ebriedad era algo completamente nuevo y emocionante para mí. Estaba contento. Cuando la botella estaba a punto de terminarse mi tío dijo que era tiempo de que me fuera a la cama. Yo me sentía mareado y feliz, pero sobre todo, cachondo. Mi mente iba de un lado a otro, pensaba en Julián, en Dubois y en Emma, pero lo más extraño era cuando iba hacía mi tío. Por un momento lo imaginé besándome. Me sentía envuelto en sus brazos y sentí su calor, un calor protector y erótico. Luego caminé hacía la habitación y me acosté en la cama de mi tío. Le dije que era una cama grande y que pasaría frío esa noche. Él me dijo que estaría bien. Después vi a Dubois y a Emma copulando. El pene de Dubois entraba y salía del ano de Emma. ¡Lo sabía, el detective había sodomizado a su hembra! El tío y yo habíamos hablado sobre la escena, pero él solo me había hablado sobre las implicaciones cinematográficas. Yo quería decirle que ella solo estaba tomando su lugar en el mundo, ella tenía que ser penetrada como la hembra que era. ¿O se lo había dicho?

Desperté unas horas después. La habitación estaba oscura y yo apenas alcanzaba a distinguir la pared que se encontraba frente a mí. El reloj al lado de la cama marcaba poco más de las tres de la mañana con números de luz roja. Tenía que orinar. Al levantarme descubrí que solo tenía puesta mi playera, mi pantalón y mi ropa interior no estaban. Pensé en encender la luz y buscar mi ropa, pero advertí que mi tío se encontraba al otro lado de la cama y no quería que me viera semidesnudo si la luz llegaba a despertarlo. ¿Estaría dormido? Me dirigí al baño y me dispuse a orinar. Mientras lo hacía intenté recordar lo que había sucedido, pero solo podía recordar pedazos inconexos. Sentí inquietud. ¿Le habría dicho algo indebido a mi tío?

Al salir del baño me quedé inmóvil. Mi tío había encendido una pequeña lámpara que se encontraba al lado de la cama y su apariencia era la de un dios antiguo: estaba recostado, desnudo y solo su sexo se encontraba cubierto por su trusa. Tragué saliva. Mi playera alcanzaba a cubrir mi pene, pero dejaba a la vista mis muslos. Quise cubrirme las piernas porque sentía vergüenza de que el me mirara asi, pero no lo hice.

– ¿Estás bien? – me preguntó.

– Sí, solo tenía que orinar.

Mi tío me miró por un momento y después apagó la luz nuevamente.

– Acuéstate – me dijo desde la oscuridad.

– Sí.

Era una noche fría. Afuera llovía nuevamente. Al meterme entre las cobijas sentí el calor del cuerpo de mi tío e instintivamente me acerqué a él buscando su cobijo. Entonces lo sentimos. Mi tío extendió sus brazos y me acurruqué entre ellos. Nos deseábamos. Me abrazó y yo coloqué mis manos sobre su pecho. El pecho de mi tío era viril, fornido y con vello. Encontré sus pezones y coloqué mis dedos sobre ellos. Nuestras piernas se encontraron y las frotamos ligeramente. Nuestras respiraciones se agitaron. Podía sentir el aire caliente que mi tío exhalaba sobre mi rostro y supe que contenía sus gemidos. Nuestros rostros estaban muy cerca el uno del otro y quise unir mis labios a los suyos. Sentí que su pene se ponía duro bajo su trusa y quise liberarlo, quería dejar en libertad a esa magnífica serpiente negra que acechaba entre mis piernas. Yo temblaba de frío y de excitación, pero no podía detenerme. Llevé una de mis manos hacia su trusa y tiré de ella. Su pené salto como un resorte y se estrelló en mi vientre. Lancé un pequeño gemido y entonces nos besamos. El beso fue profundo y apasionado. Nos habíamos encontrado. No era la primera vez que yo me besaba con un hombre, pero nunca había imaginado que besar a mi tío iba a sentirse tan bien. Era nuestra primera expresión de amor y deseo sin reprimir y me entregué por completo. Tomé su pene con mi mano y comencé a tirar de la piel, en unos instantes sentí la viscosidad de sus fluidos y luego lo escuché gemir.

– ¡Sí… no te detengas! – me dijo.

Yo no pensaba detenerme, quería seguir adelante. Después de masturbarlo durante algunos minutos separé un poco mis piernas y coloqué su pene entre mis muslos. Mi tío no perdió un momento y comenzó a frotarse entre mis piernas. Lleve mis brazos alrededor de su cuello y nos besamos otra vez. Él comenzó a acariciarme. Comenzaba en mis piernas, seguía por mis nalgas y terminaba metiendo sus manos bajo mi playera para acariciar mi espalda. Lamía mi cuello y mis labios, y después me besaba otra vez.

– Gírate… – me pidió después.

Obedecí y me recosté sobre un costado dándole la espalda. Mi tío se puso detrás de mí y volvió a insertar su pene entre mis muslos. Esta vez, mientras se frotaba, comenzó a besar mi nuca y a acariciar mis pezones. Yo comencé a gemir, sus caricias se sentían bien. Él se frotaba muy arriba de mis piernas y en muy poco tiempo mi ano se encontró completamente mojado. Poco a poco, mi tío comenzó a acercar la punta de su pene a mi ano antes de entrar entre mis muslos y cada vez que lo hacía, presionaba sobre mi entrada. Yo sabía lo que intentaba, pero también entendí por qué no se atrevía a hacerlo. Hasta ahora, nuestro encuentro no había pasado de ser una experiencia homo erótica, algo que ambos podríamos fingir olvidar y de lo que podríamos guardar el secreto, pero si él entraba en mí, todo cambiaría. Por un momento pensé en las implicaciones de tener sexo con mi tío. Era algo que estaba mal, algo que nadie podría aceptar si llegaran a enterarse, pero también pensé que ninguno de ellos estaba ahí, ninguno de ellos podía entender lo que sentíamos, la belleza de aquel momento y, finalmente, ninguno de ellos tenía porque enterarse de nada. Mis nalgas lo deseaban, por toda la habitación se escuchaba el obsceno sonido que su pene hacía al frotarse en mi zona íntima. Flugs, flugs. Entendí que no tenía caso negarme y entonces di el paso que mi tío no podía dar.

– Métemela – le dije en un susurro.

Afuera seguía lloviendo, pero en nuestra habitación reinaba el calor y el deseo. Después de unos instantes mi tío se aseguró de que yo estuviera convencido.

– ¿Estás seguro? – me dijo.

– Sí.

Mi tío me recostó boca abajo sobre la cama y luego se sentó sobre mis piernas. Colocó su pene en la entrada de mi ano y comenzó a empujar. La fuerza viril de mi tío Omar pronto se impuso ante la debilidad de mi entrada y de un momento a otro me convirtió en mujer. Su pene entró hasta el fondo de mi recto y yo ahogué un grito entre las almohadas.

– ¡Omar!

Omar gruño de placer y comenzó a hacerme el amor. Su pene era magnifico, estaba caliente, duro y entraba y salía de mi ano lentamente. Yo sentía dolor, pero la sensación de ser penetrado me hacía sentir que había logrado algo que debería haber logrado muchos años atrás y me sentía feliz. La habitación de Omar se había convertido en el nido de amor de una pareja y la cama era el altar en el que se veneraba el placer. Nuestros gemidos llenaron la estancia y nos entregamos el uno al otro. Yo gemía, el gruñía.

– Voy a terminar… adentro – me anunció de pronto.

– ¡Sí! – respondí entre gemidos de placer.

Nos tomamos de las manos para llegar juntos al momento más importante de mi transformación: la primera vez que iba a ser preñado. Y entonces llenó mis entrañas con su semen. Yo hundí mi rostro entre las almohadas y grité de placer y emoción.

Omar permaneció largo rato sobre mi después de terminar. Acariciaba mi cuerpo y besaba mi nuca, cuidaba a su hembra… o al menos eso pensé. Cuando se puso de pie yo me incorporé y su semen comenzó a manar de mi ano. Lleve una de mis manos a mis nalgas y tome un poco de su simiente para olfatearla. El olor de su semen era embriagante. Metí los dedos en mi boca y no los saqué hasta que limpié todos los espermas de mi tío.

– ¿Qué acabamos de hacer? – me preguntó el muy tonto.

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