El portafolio y el montón de libros debajo de mi brazo pesaban, el calor era infernal a pesar de estar ya a mediados de octubre y una fina capa de sudor me cubría la frente y mojaba mi espalda debajo del saco esa primera tarde que entré al aula D110 de la facultad de arte en la universidad de… donde supliría por un par de semanas a un amigo mío como profesor debido a un accidente que lo obligaba a ausentarse.
La verdad es que solo había accedido por hacerle un favor pues lo consideraba amigo cercano, lidiar con un grupo de jóvenes ruidosos, desvelados y hormonales no me hacia ninguna ilusión. A mis casi 58 años ya había dejado todo ese ambiente atrás. Nunca me había casado, no tenía hijos y ninguna intención de volver a la docencia, como sea, me decía internamente para reconfortarme, "solo será por poco tiempo y tu imagen es lo suficientemente severa como para imponer disciplina de aquí a que te marches en mes y medio". Así pues, yo iba mentalmente preparado para todo, para todo menos para lo que me esperaba detrás de esa maldita puerta a la que tal vez hubiera sido mejor nunca cruzar.
En medio de un grupo de mozalbetes pretenciosos e inexpertos se hallaba una beldad de sedoso y ondulado cabello negro, ojos grandes y despiertos del color de la más oscura noche y un cuerpo que recordaba a la Venus de Botticelli. Como hombre conocedor del arte y la belleza que soy, debo decir que esta niña-mujer poseía sin duda una de las más notorias bellezas que me hubiera topado nunca.
De inmediato sentí la sangre fluir a la parte inferior de mi cuerpo y una ligera incomodidad causada por la presión que ejercía mi recto pantalón de vestir. A pesar de ello, disimulé lo mejor que pude y me dirigí al escritorio para colocar mis cosas y comenzar con la presentación sobre arte barroco que había preparado para ese día.
Conforme los días transcurrían, me di cuenta de que Nerea, como se llamaba la que en secreto comenzaba a considerar mi musa, no solo era bella, sino que también poseía una rara agudeza de sentidos y una memoria excepcional convirtiéndose así pues en poco tiempo en el objeto de mis deseos y fantasías nocturnas, ¡ay! si tan solo hubiera sido un poco menos distraída y dada a faltar con sus deberes, yo no me hubiese visto tan apurado a la hora de ayudarla a subir sus notas al evaluarla.
En efecto, dos semanas habían pasado ya y tras evaluar los conocimientos adquiridos tanto con mi colega al inicio del mes como conmigo ahora, me di cuenta de que no había manera de que Nerea aprobase el parcial. Así pues, un martes, al terminar la sesión me dirigí a ella y le pedí que se quedara un momento para explicarle que debía hacer un ensayo adicional para sumar los puntos necesarios o de lo contrario, reprobaría.
Ella, de pie frente a mí y separados tan solo por el escritorio pareció meditar un segundo mis palabras y, tras un instante de silencio, se inclinó hacia el frente, haciendo que la curva de sus ya sugerentes pechos se hiciera aún más pronunciada y sus nalgas quedasen ligeramente levantadas al apoyar sus manos sobre la mesa, me preguntó:
—¿Y no hay alguna otra forma de que yo sumara esos puntos, sin tener que hacer el ensayo?