Esta vez no sabía no qué cojones había pasado. Llevaba una semana en mi nuevo curro, y ya había visitado el despacho de mi jefa tres veces por quejas de supervisores. Me gustaba poder ver sus vestidos ceñidos, que cambiaba a diario, pero que siempre compartían el mismo escote infinito de unas tetas enormes en las que me pasaba pensando gran parte del día. Siempre apretadas, sobresaliendo como un pastel de dominio público al que comerse de golpe. Lo que daría por posar mi mano sobre ellas, tan solo aunque fuera la parte que quedaba a la vista. Despacito, apoyando mi mano con cariño, acariciándolas por toda la superficie y besándolas con pasión. Me ponía muy cachondo su actitud autoritaria, aunque necesitaba mantener este puto trabajo como fuese, y ella lo sabía.
– Mira quién viene, ¿qué has hecho ahora, idiota?
– Creo que nada malo, señora. Julián me dijo que quería verme, pero todo está controlado ahí abajo.
– ¿De verdad?
Sacó unos papeles del archivador, les echó un vistazo, y se acercó despacio mirándome fijamente. Me volvía loco el olor de su perfume, a cada paso más intenso. Era como una invitación inmediata a pensar en follármela. Yo mantenía mi mirada abajo, más por evitar quedarme hipnotizado con sus pechos que por sumisión.
– ¿Usted sabe contar o ha terminado el colegio incluso antes de lo que aparenta?
Vestía unas medias oscuras que marcaban unas piernas fuertes pero atractivas, que llegaban hasta su minifalda cubriendo unos muslos poderosos. En ocasiones la veíamos salir de la oficina con ropa de gimnasio y una mochila, y estaba claro que tenía algún tipo de obsesión con su físico, al que cuidaba de manera compulsiva.
– ¿Puede levantar la mirada, gilipollas? ¿Sabe qué mierda es esta?
Aproveché el movimiento de cabeza hacia su mano para disfrutar un par de segundos de la visión de sus dos tetas perfectas a treinta centímetros de mi cara. Eran perfectamente redondas, con un moreno natural y un aspecto suave y mullido. Ojalá mi lengua fuese invisible y pudiera tocarlas. Notaba cómo incluso en esa situación mi cabeza no podía dejar de pensar en ellas una y otra vez.
– Es uno de nuestros paquetes básicos de almacenaje de stock, señora. El azul, el de 150 unida… no, de 200 unidades.
Solo pensaba en abalanzarme y engancharme a uno de sus duros pezones con mi lengua por tiempo ilimitado.
– Muy bien, ha estado muy cerca, zoquete. Son 250 malditas unidades. ¿Cómo es posible que en su hoja de mediodía haya conteos con más de 300 unidades? ¿Sabe usted matemáticas básicas? ¿Sabe al menos usar una puta calculadora?
– Quizás me haya confundido con el paquete verde señora…
– ¿El verde? ¿¿El verde?? ¡Ese es el de 50, gilipollas!
Tiró la caja contra la pared con una rabia descontrolada, provocando un balanceo hipnótico de sus tetas. Ni me di ni cuenta de donde cayó. Al girarse, me ofreció también una perspectiva directa de su culo, acentuado por una apretada minifalda de cuero negro. Dos montañas más duras todavía que su carácter, y cuyo tamaño amenazaba con dar de sí la propia minifalda.
– ¡Venga aquí!
Me agarró por el pelo mientras todavía estaba pensando en sus glúteos, y me arrastró unos metros hacia el otro lado de la habitación, donde quedaron esparcidas todas las muestras.
– Vamos a contar juntos, ¿le parece?
Tenía una fuerza extraordinaria. Me puso en el suelo en un movimiento. Se colocó encima mía, los dos de rodillas. Sentía la presión gigante de sus tetas sobre mi espalda. Su pelo largo descendía hasta tocar mi cara, y su perfume me estaba nublando el pensamiento.
– Cuente en alto, cretino, ¡uno por uno!, ¡vamos!
Su mano, suave pero certera, sujetaba la mía y me obligaba a depositar cada muestra de nuevo en la caja.
– ¡UNO! ¡DOS! ¡TRES!
A cada número, mi jefa me tiraba el pelo hacia arriba y empujaba su cuerpo contra mi culo. No sé qué coño me pasaba, pero toda la situación me había provocado una erección gigantesca que estaba disfrutando cada segundo.
– ¡QUINCE!, ¡DIECISÉIS! ¡DIECISIETE!
Cada vez los golpes eran más fuertes, y me dio la sensación de que estaba usando algo más que su cuerpo mientras golpeaba mis nalgas. Conseguí meter algunos de sus pelos en mi boca sin que se diera cuenta, lo cual me la puso todavía más dura, además de aumentar el olor de su perfume. Antes de llegar a la treinta, me golpeó tan fuerte que salí deslizándome hasta el mueble de la pared, golpeando mi cabeza y dejándome aturdido, más de lo que ya estaba.
– Veo que te niegas a colaborar. No me gusta eso. No me gustan nada los rebeldes.
Balbuceé algunas palabras sin sentido, pero apenas tuve tiempo hasta que me puso boca arriba con un solo movimiento de su pierna. Desde esa posición, sus tetas eran todavía más magníficas, apenas le dejaban ver la cara, la camiseta se pegaba a ellas como una segunda piel en una curvatura perfecta, y aunque todo se había vuelto extremadamente extraño, seguía sin poder pensar en otra cosa.
– Vaya, no solo desobedece mis órdenes, sino que disfruta su falta de respeto.
Apoyó su pie izquierdo en mi polla, y no fue hasta ese momento en que me di cuenta de que mi erección debía ser visible desde kilómetros de distancia. El mono de trabajo era de ropa ligera y apenas ofrecía resistencia. Apretó con fuerza, pero apenas reaccioné a emitir algunos gemidos incongruentes. En seguida se sacó su zapato y comenzó a mover su pie sobre mi pene de un lado para el otro con violencia, pero de manera constante. No pude evitar abrir mi boca ante el placer que me estaba dando.
– Oh, mi pobre bebé, ¿tiene hambre ya?
No entendí nada hasta que puso sus dos piernas entre mi cabeza. Me quedé mirando su culo, pero la poca luz de la sala y lo cachondo que me sentía no me dejaban enfocar nada. Se fue agachando de manera pausada, y a cada centímetro que avanzaba hacia mi boca, un pene igual de moreno que sus tetas e igual de imponente que su culo se dejó ver entre su minifalda de cuero.
– ¡No!, ¡espere!
Giré la cabeza lo más rápido que pude, pero mi jefa se colocó de rodillas delante de mí, y con sus dos manos volvió a restablecer la posición inicial.
– No, no, no. No sea tímido. Jamás consentiría que mis empleados me pidieran comida y yo no les alimentara. Sois todo para mí.
– ¡Pero yo no…!
Me tapó la boca con una mano, mientras se tocaba de arriba abajo su enorme polla con la otra. Nunca había visto un pene tan cerca de mi cara. Superaba los 20 centímetros, y era mucho más grueso que el mío. Estaba circuncidado con habilidad, y tenía un glande imponente, que se hinchó hasta el límite en apenas unos segundos. Intenté zafarme con movimientos bruscos que apenas conseguían desplazarme un par de centímetros. Era imposible escapar de allí.
– Vamos a llevarnos bien tú y yo, ¿verdad?
Acercó su pene lentamente, enroscándolo en mi pelo, pasando por mi frente, deteniéndose en mis ojos, mi nariz y mis labios…
– Los dos sabemos que gritar no tiene sentido. Que tenemos que ser amigos. Porque yo te ayudo a ti, y tú me ayudas a mí. Sé un niño bueno y déjame darte la merienda…
Comenzó a apretar mis labios con su polla, y al ver que no la abría, me tapó la nariz con dos dedos de su mano. Volví a intentar forcejear mientras, al mismo tiempo, no podía evitar sentirme excitado al notar su enorme culo desnudo sobre mi pecho, moviéndose rítmicamente en un masaje que me dejaba todavía con menos aire.
– Así, muy bien, deja que mamá te alimente.
En el mismo momento que abrí mi boca para volver a respirar, sentí por primera vez una polla dentro de mi cuerpo.
– Ni se te ocurra usar los dientecitos con mamá, ¿verdad? No queremos ser una familia problemática, ¿a qué no, cielo? Usa esa puta lengua para que mamá pueda calentar su leche.
Su polla recorrió mi boca de manera pausada, era grande y dura, pero, sorprendentemente, tras el rechazo inicial, noté que tenía una textura agradable y, otra vez más, el jodido perfume comenzó a penetrar mi cuerpo. Comencé a jugar con mi lengua en su glande, y pensando en el efecto que eso tendría en mi propia polla, la situación comenzó a excitarme. Lo besaba despacio cuando lo tenía fuera de mi boca, recorriendo la cabeza lentamente alrededor, dejando que la saliva lo recubriera antes de pasar mis labios y mi lengua lentamente por toda la zona, y lo apretaba con fuerza con mis labios cuando entraba. Mi pene volvió a llamarme con una intensidad desbocada, y en seguida me abrí la cremallera y comencé a masturbarme con la única mano que me había dejado libre.
– El nene quiere cocinar con mami, ¿verdad? Vamos a enseñarle todos los ingredientes.
Sacó de nuevo su pene de mi boca y me ofreció sus huevos para que los lamiera con cuidado, despacito, metiéndomelos enteros de uno en uno. Igual que el resto de elementos, era más grandes de lo habitual, suaves y, como en todo su cuerpo, sin nada de vello. Los abracé con mi lengua por un buen rato, y acabé con los dos dentro sin darme cuenta, jugando con mi lengua y provocando más gemidos en mi jefa. Yo seguía manejando mi polla con locura, si me iban a follar la boca, al menos iba a marcarme una paja de escándalo. Me presentó también su perineo, la zona entre los huevos y el ano, el cual lamí con intensidad. Ella continuaba gimiendo con fuerza, y yo estaba a punto de perder el conocimiento de lo cachondo que me encontraba.
Mientras permanecíamos alrededor de su perineo, mi jefa comenzó a moverse hacia delante y atrás, golpeando con sus huevos en mi nariz repetidas veces, hasta que finalmente me acercó su ano. Tenía todo su enorme culo sobre mí. Notaba cómo también se estaba masturbando con fuerza, porque sentía el golpe constante de sus huevos sobre mi cabeza. No pensé en nada, me dejé llevar por la situación, e introduje mi lengua en su ano como un poseso. La movía con toda la fuerza que podía, penetrándola hasta donde me alcanzaba, y besándolo y lamiéndolo con furia. Incluso aquí, de alguna manera, había conseguido que el jodido perfume estuviera presente. Ella comenzó a gemir con más intensidad, y hundía sus glúteos gigantes y musculados en mi cabeza para notar mi lengua más adentro. Al mismo tiempo, con su mano derecha empujaba con fuerza mi nuca hacia arriba. Estaba fuera de control y yo no era más que su muñeco sexual.
– Es hora de batirla un poco para que nos salga fresca y rica, mi bebé.
Levantó su culo de mi boca, volvió a ponerse de rodillas, y metió de nuevo su polla en mi garganta, ahora con un golpe más seco y sin introducciones. Se echó hacia delante para tener una penetración más profunda. Comenzó a moverse más y más rápido, más y más lejos. Hacía pausas entre sacudidas donde dejaba su polla hundida en mi garganta durante unos segundos. Me agarró la cabeza con sus dos manos y empezó a gemir más alto con cada penetración. Yo estaba totalmente a su merced, dando placer a mi polla y dominado por completo.
– Ya casi llega, mi vida, ya está llegando…
Yo estaba a punto de explotar, masturbándome fuerte y duro, cuando sentí como aceleraba de manera compulsiva sus movimientos. De repente, su polla comenzó a contraerse y expandirse de manera más violenta, hasta que un chorro inmenso de semen empezó a arrastrarse por toda mi garganta.
– ¡Bebe todo, nené! ¡Bebe toda la puta leche!
Tragaba con fuerza, intentando que no saliera nada fuera de mi boca. No me dio tiempo ni a notar a qué sabía, solo bebía lo que a mí me pareció un río de semen. Soltó cinco o seis veces, y yo tragaba rápido a cada una de las embestidas. Sentir su placer acabó por llevarme al punto máximo de excitación que recuerdo. Ya no aguantaba más. Con su polla todavía dentro, la apreté con los labios y comencé a masturbarme todavía más rápido. Abrí los ojos para recrearme una vez más con sus tetas perfectas mientras mantenía en mi boca toda su polla. No podía aguantar un puto segundo más. Eyaculé con tanta fuerza y con tantas sacudidas que noté como partes de mi esperma alcanzaban incluso el mueble de la pared. Gemí y sentí un placer inmenso. A cada espasmo producido por mi orgasmo, mi cabeza se levantaba y su polla tocaba el fondo de mi garganta. Ella me tocaba el pelo haciendo círculos con sus dedos. Adoraba con pasión ser el esclavo de mi jefa.
Apartó su pene lentamente mientras yo le chupaba las últimas gotas. Se colocó la minifalda y limpió los restos que le habían alcanzado de mi corrida sin decir ni una palabra.
Yo seguía tirado en el suelo, con semen alrededor de mi boca y mi polla en la mano, sin poder moverme.
– Las putas cajas azules son de 250 unidades, ¿se ha enterado ya, idiota?
Y abandonó la habitación pegando un portazo.