Víctor y Juan se conocían desde adolescentes, mismo barrio, secundaria juntos. Trabajos similares en oficinas contables. Gustos parecidos, buena ropa, buenas costumbres, vacaciones juntos, en fin. Eran hermanos diplomados de la vida. Entrando en noviembre del 2016 Juan se distancia de su novia Mónica que por razones que no incumben en la historia no voy a narrar.
La nochebuena de aquel año fraguaba la encrucijada perfecta para uno de ellos. Juan era tipo común afable, simpático. Pero poseía un magnetismo particular, especialmente con el espécimen del género opuesto. Solía ligar aun estando en pareja, ellas le veían dote de líder y se dejaban guiar por su instinto ¿y quién era él para negarse a perpetuar la especie? Ambos pisaban los treinta años, pero Víctor era diferente, más aplomado, un ser dócil que había sido domesticado y llevado al altar cinco años atrás.
Pamela era una mujer atractiva, de baja estatura. Piel parda, cabellera tupida a rulos y ojos negros y penetrantes. Una enfermera fatal como la había bautizado Juan a la esposa de su mejor amigo. La costumbre dictaba que la víspera de Navidad cada uno pasará con su familia hasta la media noche y después se juntaran para celebrar en la casa de algunos amigos. Pero aquella nochebuena sería muy distinta. Juan llego al departamento 1 y 05 am. Pamela lo recibió enfundada en una falda blanca que dejaba ver un par de muslos bien trenzados y unas pantorrillas trabajadas que terminaban en unos tacos que la hacían ver más alta de lo normal. Se saludaron como era habitual y a Juan le pareció extraño que su hermano del alma no lo hubiera recibido. -Está ebrio hasta las patas. Sentenció la morocha visiblemente afectada. Y agregó -Desde las 2 de la tarde que está bebiendo. No puedo creer que me haga esto. -Entonces no vamos a bailar a lo de Luciano? Pregunto Juan inocentemente. -No. Pero podemos bailar acá. Propuso la enfermera de los pechos firmes y turgentes, que esa noche serían sobados y saboreados por un hasta ahí, tímido sujeto que se dejaba llevar por la señora Carmona.
La hembra sentía una atracción desmedida hacia el amigo de su esposo desde hacía mucho tiempo y esa noche se lo confesaría. -¿Dónde está él? Pregunto Juan sentado en el sofá. Ella se paró, bajo el switch de la luz y el comedor quedó a merced de las luces del arbolito que basculaban la penumbra. -Está en la recamara. Hasta mañana no despertará. Vaticinó la joven de 27 años que enseñaba los hoyuelos a ambos lados de la boca cada vez que reía. Juan sabía que debía pilotear con cuidado, pero la escena lo sobrepasaba, la cabeza le daba vueltas, pero no dejaba de mirar a la mujer prohibida que tenía sentada a su lado. Él pensaba qué decir para no delatar sus intenciones de traicionar y ella no esperaba palabras. Quería que Juan posara sus manos en sus muslos, y el silencio fuera cómplice permisivo de aquella aventura navideña. Pero ocurrió todo lo contrario.
-Será mejor que me vaya. Dijo Juan y levantó su metro 85 del diván. -¿Te querés ir? Pregunto la dama provocativamente, echando su torso para atrás y abriendo sus piernas con sutileza. Las bragas blancas asomaban tenue cada vez que las luces navideñas lo permitían. Juan David se lo esperaba, pero no le molestaba eso, le molestaba que lo deseará. ¿Qué clase de hombre se coge a la mujer de su amigo? Se preguntaba. -No dije que me quería ir. Dije que sería lo mejor.
Ella reía. Sabía que lo tenía donde quería. Y como una ajedrecista experta se quitó los tacos, las luces siguieron titilando y como en cámara lenta extrajo sus bragas y se las enseño. Echándose la culpa de lo que sucedería en el sofá, haciéndose cargo del peso de lo prohibido. Juan miró el pasillo donde estaría internado su hermano comatoso y sin dudarlo se desplomó gustosamente sobre la mujer en celo, y besándola frenéticamente comprobó su depilación. Las ropas se desprendieron, y tal como ella imagino el viril miembro de su amante gozaba en su paladar. Y ahí en el aquel diván el sexo dibujo varias formas. Hasta pasada las 4 de la mañana, el amigo de Víctor complació a su mujer. Pamela Carmona quedó inundada de placer como más adelante lo describiría en su diario " magnífico macho" y "cojudo bagual". Y también confesó en el mismo haber drogado a Víctor esa noche, con una sustancia que extrajo del hospital. Pero eso ya es otro cuento, uno que ahora no viene al caso. Aquella noche Juan David no pudo con la tentación porque no estamos diseñados para ello e hizo cornudo a su hermano del alma follándole la mujer a unos 10 metro de distancia. Los gemidos de aquella madrugada aún laten en el corazón de Pamela y se agitan más cuando llega la Navidad.